Mi vida es un continuo soñar y despertar. No sé qué busco.
Qué quiero.
Todos los
días soy un autómata desde que me levanto. Desayuno. Cojo el metro. Voy a mi
empresa. Paro una hora para comer. Sigo trabajando sentado en mi mesa. En la
oficina están mis compañeros de trabajo, con los que apenas hablo, quitando el
saludo de rigor, salvo con Javier y Arturo con los que comparto algún café.
También está Patricia. Es tan guapa que se cree que todos deberíamos caer
rendidos a sus pies. Procuro no hacerle caso, aunque no puedo negar que alguna
mirada se me escapa, cuando pasa cerca de mí y veo su melena hondeando como le
cae sobre los hombros, pero no intento nada, ya estoy cansado de fracasar una y
otra vez.
Después de
comer. El día se me hace eterno. A las 6 de la tarde regreso a mi casa. Ya
estoy cansado de todo el día. Quisiera pensar, darme a tiempo a mí mismo, pero
no soy capaz de disfrutar de nada.
Antes de
volver a mi piso, suelo hacer alguna compra de lo que me hace falta y después
me encierro en casa hasta el día siguiente.
Apenas
cocino. Tomo algo sencillo. Enciendo la televisión. Escucho lo que haya al
fondo sin prestarle casi atención. Muchas veces me quedo dormido delante del
aparato y me levanto de madrugada camino de mi dormitorio.
Me
despierto a las 7.00 horas de la mañana. Suena el despertador. Vuelvo a
levantarme y otro día igual.
Siempre es
lo mismo. De lunes a viernes no hay ninguna novedad en mi vida.
Los sábados
me aburro. Quisiera hacer algo, pero me encuentro sólo. Dejo que pase el día
paseando o en alguna sala de cine viendo cualquier película que la mayoría de
las veces no me importa y no pienso en su argumento.
Los
domingos no me gustan. Pienso en el siguiente día, se acerca el lunes y ya se
me viene encima toda la semana.
Se me hace
muy larga esa nueva semana que viene, como si fuese peor que el sábado o el
domingo.
Llega un
nuevo lunes. Vuelvo a mi trabajo. Siempre lo mismo. Voy hasta mi taquilla. Me siento en mi mesa y a comenzar otra
jornada laboral.
Ahora son
las once de la mañana. Lo sé porque siempre estoy mirando el reloj de la pared
que no parece avanzar, aunque da igual, total nunca ocurre nada.
-Sr.
Aguirre -escucho la voz del conserje que me saca de mi pensamiento -tengo esta
carta para usted.
Me extraña.
Nunca me escribe nadie, salvo las órdenes por escrito del jefe.
La abro con
desgana y la leo. Enseguida la cierro. Miro para todas partes como si alguien
me hubiese visto. Si nunca nadie se fija en mí. ¿Quién va a estar pendiente de
lo que pone la carta?
Vuelvo a
abrir la nota con cuidado.
“Me gusta
tu culo, me pones a mil.
Apdo. de
correos 17378”
Leo y leo
una y otra vez el papel con miedo a que me descubran.
Ese día fue
distinto a todos los demás. Me encontraba nervioso. Las horas no me parecían
eternas. Miraba hacia mis compañeros. Era probable que alguno de ellos me
hubiese gastado una broma y esperasen mi reacción.
Llegó el
día siguiente. Esperaba otra nota, pero no llegó. Me fijé en todo el mundo.
Todo seguía igual. Nada había cambiado.
No podía
ser una broma, ya se habrían reído y burlado de mí.
Lo tuve
claro. Tenía que responder. Envié un correo urgente a esa dirección, con una
nota que ponía, ”Yo me comeré el tuyo”.
“Quien te
va a comer soy yo” fue la nota que me entregó el conserje de la oficina al día
siguiente.
“No voy a
dejar una parte de ti sin besar” respondí por correo urgente a ese apartado de
correos.
Vivía en la
continua excitación. Me despertaba por las noches. Pensaba en esa admiradora
secreta.
Mi vida
cambió de manera radical, ya no era aburrida, sino todo lo contrario, era un
torbellino de emociones. No quería que llegara el fin de semana. Deseaba estar
en el trabajo para recibir su nota.
Las cartas
se fueron sucediendo.
“Mi piel se
eriza cuando te ve, mi cuerpo te desea”.
“Cuando te
pille te vas a enterar” -le respondía.
“Quiero
estar llena de ti”.
“Te
inundaré de placer”.
Todos los
días iba a correos para entregar mi misiva urgente, la excitación se apoderaba
de mí, mientras lo hacía.
“Estoy
ardiente, me despierto por las noches buscándote, ven, devórame”.
Aquel
mensaje me puso a mil, me la imaginé ardiente por mí, deseándome en la noche.
“Esta noche
te lameré tu coñito” -le escribí y según lo hice me fui a correos con mi
enésima nota.
Siempre
esperaba su respuesta, pero ese día ya no me aguantaba. Todo yo era un flan. Me
temblaban las piernas y a veces pensaba que hasta me caería cuando caminaba.
La mañana
avanzaba y no recibí ninguna nota. Era viernes. No podría esperar hasta el
lunes. Me perdía la impaciencia.
Me fui
desesperado de la oficina. Tenía por delante un largo fin de semana sin saber
de ella. ¿Qué haría? Sería demasiado tiempo sin tener noticias.
Fui
consciente de que me había pasado. ¿Cómo le había escrito esto? Se habría
enfadado conmigo por la barbaridad que le puse. Por desgracia ya no había
remedio. Lo había entregado y no había nada que hacer.
Me
desesperaba una y otra vez. Cómo fui tan bestia. Me perdió el deseo. Sus notas
me habían vuelto loco por la pasión y me pasé. ¿Qué haría si no volvía a
aparecer? Vivía en un no vivir. Lo único bueno es que estaba despierto, había
vuelto a sentir.
Durante
todo el viernes no hice otra cosa que estar pendiente del conserje. Sentía
hasta sus pisadas cuando se acercaba. Aguzaba tanto el oído que escuchaba su
caminar antes de que entrara en la sala. Cuando venía, se marchaba sin
dirigirse a mí y caía en una situación de abatimiento, cuando pasaba a mi lado
sin entregarme nada.
Los días
seguían. No recibía ninguna nota. Ningún mensaje. Era desesperante. Preferiría
su mayor desprecio a no saber nada.
Miraba con
disimulo a mis compañeros, Javier, Arturo, Patricia y a los demás, como
tratando de descubrir algo. Una broma que habían ocultado durante todo este tiempo.
Todos me ignoraban como siempre.
Después de
una semana desde que le envié mi nota. Cuando apenas quedaba media hora para
terminar la jornada laboral. Me levanté de mi sitio y me dirigí al conserje.
-Buenas
tardes D. Antonio, ¿no habrá recibido un sobre para mí por casualidad?
-No D.
Andrés, estos días no me han entregado nada para usted.
-¿No sabrá
usted quién es la persona que me las enviaba?
-Pero D.
Andrés, cómo puede pensar usted...
-No,
perdóneme por no expresarme correctamente, me refiero a si se lo dan en mano o
vienen en el correo.
-¡Ah!,
siempre viene un muchacho de una empresa de transporte urgente con su sobre,
pero no sé nada más, si usted quiere...
-No hace
falta D. Antonio, no tiene ninguna importancia, era simple curiosidad.
Me dirigí
de nuevo a mi mesa. Trataba de concentrarme en mi trabajo. Aparentar
indiferencia, pero me era imposible. Lo hacía todo mecánicamente. No sabía ni
lo que apuntaba ni lo que firmaba. Confiaba en que todo estuviera bien hecho y
no hubiera errores. No me encontraba en condiciones de detectarlos. Lo único
que había en mi pensamiento era el recibir una nota con su respuesta.
Me
arrepentía de haberle puesto ese comentario, pero ya era demasiado tarde. No
había nada que hacer. Sólo me quedaba esperar.
Nunca llegó
tan pronto la hora de fin de jornada. Seguía sin su respuesta. Tenía que
marcharme. El fin de semana se me iba a hacer eterno. Cuando iba hacia la
salida le eché una última mirada al conserje, como suplicándole que me diera
una carta. Debió de leer mis pensamientos.
-No he
recibido nada D. Andrés.
-¿El qué?,
¡ah! la carta, no tiene importancia, no se preocupe -traté de aparentar una
indiferencia que no tenía- seguí caminado como tal cosa, como si cuando le miré
hubiera sido de casualidad, pero no era así. Por dentro la angustia me
consumía.
Hasta hace
unos días mi vida era aburrida. Sin aliciente. Todos los días lo mismo.
Vegetaba en el mundo sin interés. Ahora sufría. La angustia me devoraba. Nada
era como antes. Lo que había sentido con esas notas, me había despertado de mi
letargo.
La
excitación. El deseo se había apoderado de mí en unos cuantos intercambios
escritos y ahora que no recibía contestación. Sentía la pérdida. Temía que no
volviera a saber de ella.
No sabía
cómo era, si la conocía siquiera. Lo único que tenía claro es que vivía por y
para su respuesta.
El fin de
semana se me hizo eterno. Quería que pasara lo antes posible. Pensaba en el
lunes, quizás había habido algún retraso y me llegase su contestación al comenzar
la semana.
Por las
noches me despertaba. Me desvelaba una y otra vez. No podía dejar de pensar en
ella. En sus notas.
¿Qué iba a
hacer, si no me escribía más? ¿Qué sentido tenía todo? Me encontré intrigado en
un principio. Sentí el deseo después. Ahora la angustia de su pérdida. Su falta
me producía un vacío mucho más grande, que el que tenía antes de empezar a
recibirlas. Me había enamorado perdidamente de unas notas, de un sueño en mi
cabeza.
El lunes
fui con ansia a la oficina por si había una nota para mí. Veinte minutos antes
de la hora de entrada ya estaba en el edificio. Confiaba en que ya estuviera el
conserje y que nada más verme me diera la carta.
-Buenos
días D. Andrés, que pronto ha venido hoy.
Fue un
saludo correcto, incluso amable, pero en el que no había ni el más mínimo
vestigio de que tuviera algo para mí.
-Buenos
días murmuré y entré. Me encontraba decepcionado. Hundido. La poca ilusión que
había procurado de generarme en el fin de semana, se había disipado en la nada.
La inquietud y la desesperación cada vez me invadía más.
Me senté en
mi mesa, mientras trataba de animarme. Las cartas que me habían dirigido con
anterioridad llegaban a media mañana. Lo que tenía que hacer era esperar.
Quería convencerme de que todavía sabría de ella, pero cada vez me sentía más
descorazonado.
Pasó el
lunes y no tuve noticias. Ninguna carta. Ninguna comunicación recibí. Seguía
sin saber nada de ella.
El resto de
los días de la semana fueron exactamente igual.
Me dediqué
a trabajar y a encerrarme en mí mismo. No me suponía ninguna dificultad. Era lo
que había hecho siempre, aunque había una diferencia. Antes todo me era igual.
Los días eran grises. Sin color. Sin cambios. Todo me era indiferente. Ahora en
cambio tenía una amargura en mi interior. Me castigaba una y otra vez. Me
desesperaba por mi estupidez.
Mi corazón.
Mis sentimientos estaban vivos, pero para sufrir. La echaba de menos, aún no la
conocía y ya la extrañaba tanto. Necesitaba sus notas. Saber de ella y el
silencio. El saber que ella me ignoraba. Me hacía sentir toda la culpa que
tenía.
Me
encontraba tan solo. La había perdido por mi estupidez. No podía hacer nada. La
carta ya estaba enviada y era demasiado tarde.
Decidí que
no me rendiría. La quería. Lucharía por ella. Ya estaba bien de ser una persona
que no hace nada y se queja de su vida vacía. Tomé la decisión de que le
escribiría cada día. Le pedía disculpas por lo que le había puesto, que me dejé
llevar por un pensamiento impulsivo. Le contaba todo lo que sentía por ella. Lo
mucho que significaba para mí. Que mi vida era otra desde que recibí aquellas
notas.
Le envié
cartas y cartas durante varias semanas y ninguna obtuvo respuesta.
Mi pena
seguía. Perdí una oportunidad que me dio la vida de vivir y volvía a ser un
solitario. Todo había sido por mi culpa.
Los días
siguieron pasando. Seguía escribiéndole. Hacía ya más de dos meses desde que
hice aquella nota que me dejó sin noticias. La echaba tanto de menos. No sé si
era amor, ¿qué era?, sólo sabía que sin ella, que sin sus cartas me faltaba la
ilusión, no porque los días fueran grises, es que no la tenía a ella.
Seguía en
mi trabajo, no paraba de pensar en ella. La vida continuaba como antes, pero yo
seguía cada vez más triste por lo que había perdido.
Era
viernes. Quedaba media hora para que acabase otra jornada laboral. Me quedaba
un fin de semana triste, sin ilusión, como seguramente todos los del resto de
mi vida.
Patricia se
dirigió hacia mí. Nunca hacía caso a nadie. Era la chica guapa de la oficina.
De esas mujeres que uno no se atreve a abordar porque ya sabes el resultado.
Llegaba tarde muchas veces y nunca le ocurría nada. Estaba como por encima de
todos nosotros.
-¿Andrés
tienes los informes de la calle Arenal? -me dijo con su voz seria, ignorándome
como siempre.
-Sí -le
respondí con desgana, no quería ni mirarla para no ver como me despreciaba con
la suya.
-Pero creo
que te faltan estos datos.
Me entregó
un sobre que seguramente tendría unos gastos a mayores, que cambiarían todo el
presupuesto. Me lo daba a última hora y el lunes había que entregarlo al
cliente. Me daba igual, si me ganaba un broncazo del jefe. No tenía ganas de
discutir. Lo dejé al lado de todo mi informe. No me sentía con fuerza para
rehacerlo ahora mismo Ya lo miraría el lunes.
Patricia
después de entregármelo, se marchó dejando la fragancia de su colonia mientras
pasaba a mi lado. Era consciente de que todos la miraban con su espectacular
melena cayéndole por la espalda. Al menos yo no lo había hecho. No se había llevado
mi mirada, pero no pude evitar sentir su aroma.
Llego la
hora de marcharse. Cogí mi abrigo. Me dirigiría a mi casa como siempre. No
tenía nada que hacer. Estaría triste y amargado todo el fin de semana y todo
por mi culpa.
Eché una
última mirada a mi mesa y me marché. ¡No!. Nunca había mirado a mi mesa antes
de irme. Fui a ella deprisa con miedo a que desapareciera.
Era un
sobre igual que los otros. Tamaño medio folio. Común. Habría millones de sobres
como ese, pero lo supe, era como los de ella. El corazón me latía con fuerza.
Lo abrí.
Había una nota.
-“Estoy
deseando que me lamas, me he perfumado para ti” y abajo ponía una dirección.
Salí disparado.
Han pasado
10 años desde aquel día. Nos casamos hace 7 años. Tenemos una niña preciosa. Me
siento feliz.
Y tenemos
nuestro secreto.
Nos
seguimos enviando notas.
Autor Luis Anguita Juega
Una curiosa historia. A veces es fácil decir cualquier cosa, aunque sea subida de tono, en un papel, y sin embargo resulta imposible ser franco en persona. Es lo que les ocurre a estas dos personas. Buen relato.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan por tus palabras, a veces en un escrito podemos llegar al corazón de las personas siendo ignorados en la vida real.
ResponderEliminarEs muy sabio el dicho que las mujeres más interesantes son las que guardan los más profundos secretos. Felicidades Luis por este relato. Estuvo bien intenso. Gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias Carlos, esos sentimientos secretos que tantas veces quedan guardados.
EliminarUn gran abrazo.
Que complicados somos los seres humanos, pero me encanta la decisión de enviar esas notas las cuales desmoronan los muros de cobardía y gracias a ellas se logran objetivos que jamás podríamos alcanzar. Me acuerdo cuando en el cole enviábamos notitas a los/las compañeras..que emocionante. Me ha agobiado esos días grises y me ha encantado el color del cambio y todo ello gracias a un sobre secreto :))))
ResponderEliminarHaber conseguido que este cuento haya conseguido que recuerdes esa etapa de tu vida, ya justifica este relato por lograr transmitir esas sensaciones. Gracias.
EliminarMe ha encantado pese a que eso de coño me ha sonado a hombre desesperado por tener relaciones y a mí esas formas no me gustan.
ResponderEliminarHola Ángel, te entiendo perfectamente, jugué con esa expresión tan fuerte y de mal gusto, para después mostrar todo lo que ella significaba para él y lo que le suponía perderla por esa frase.
ResponderEliminarEn la vida nunca los caminos resultan aventuras que muchas veces perdemos por ceñirnos a la rutina... me gustó saber que la osadía también como perdices
ResponderEliminarGracias Caliope, un romanticismo con una pequeña locura morbosa y la lucha por no perder a esa mujer.
EliminarAmigo Luís: El relato en su conjunto me ha gustado, juegas bien llevando a tu cálamo para que deje su interno plasma en la cuartilla en blanco, imagino que lo que mencionas en tu escrito no es autobiográfico, he de comentarte como bien lo deja caer Ángel de Cristal en su comentario, que me parece que esta un poco "salidito", aunque ya estamos curados de espanto y vacunados para todo, veo fluidez en la redacción, aunque alguna expresión a mi juicio personal poco acertada,
ResponderEliminarcomo esa contestación al conserje (-¿El qué?, ¡ah! la carta, )donde además quiero recordar que después del signo de admiración, al llevar implícito el punto, se debe seguir con mayúscula o en caso contrario como es el suyo, debería llevar coma (esto es lo que a mí me enseñaron en mi juventud y creo que no ha cambiado, también observo que usa en demasía el punto y seguido, pero
decía un poeta manchego, Vicente Cano en estos casos (tuya es la guitarra, tócala como quieras...)
Hola Manuel, gracias por tu opinión que es constructiva y te ayuda a mejorar. Tienes razón en la puntuación, son algunas licencias que me tomo con el punto y seguido, pequeña acciones cortas con la no continuidad de la coma.
ResponderEliminarEvidentemente es ficción y hay que entenderlo en el contexto de un hombre deprimido y solo, que ve despertar su pasión y su vuelta a la vida.
Está muy bien y, aunque el personaje es y está triste, me hizo reír al principio. A mí esas expresiones me hicieron gracia; creo que dan vidilla al relato. Muy logrado, como siempre, Luis. Un abrazo:)
ResponderEliminarGracias Carmen, intenté dar algún sobresalto en alguna exprsión y esconder el final.
ResponderEliminarOtro gran abrazo.
Luis.
Hola Luis, conste que me pareció fuerte esa expresión,la que mencionaron más arriba, pero sí que tenía esa finalidad de dar fuerza a
ResponderEliminarla desesperación en un momento dado del personaje, muy justificada. Me ha gustado el relato porque has conseguido sacarnos las risas, la desesperación y la alegría, todas las emociones por partes. Nos mantuviste en vilo hasta el final, siguiendo las hazañas del protagonista.
Felicitaciones
Rosa
Un abrazo.