Paseando por la explanada de Alicante, cerca ya de la playa, vislumbré a uno de mis antiguos clientes. Me hice la despistada, con la esperanza de que no me reconociera. Los años pasaban y, si con el embarazo de Abraham mi figura había cambiado, ahora, mi cuerpo comenzaba a experimentar los efectos de mi estado actual.
Quise girar hacia el ayuntamiento, dejando la playa a mi derecha, cuando escuché que alguien gritaba mi nombre. Al volverme, vi a Alejandro. En su momento intentó tener algo conmigo, y aunque era el hombre que había esperado toda mi vida, preferí hacerme la loca. Sabía que era de esos hombres que valían más como amigos que como amantes, y temía que la amistad se perdiera si cruzábamos esa línea.
Nos saludamos con dos besos. Noté, una vez más, cómo le era imposible no mirarme el escote. Y mentiría si dijera que no me gustaba. Todo lo contrario: me encantaba. Recuerdo que, tiempo atrás, cuando iba a visitarlo a su trabajo, siempre llevaba escote. Su mirada despertaba mis musas, esas que a veces, caprichosas, me abandonaban.
Hablamos largo y tendido. Saber que tenía pareja me hizo feliz, aunque en el fondo extrañaba ese juego de coqueteo que tanto me gustaba. Pero esas cosas no se pueden forzar, simplemente suceden.
Cuando me acompañó a la puerta del hotel, por un instante, cuando fue a besarme la mejilla, se me pasó por la cabeza robarle un beso. Pero no podía. Me atraía tanto como me bloqueaba. Nunca había sentido algo así por un hombre. Me despertaba las mismas ganas de abofetearlo que de probar el sabor de sus labios.
Pero ni podía, ni debía, ni quería más complicaciones. Estaba embarazada de Roberto y no era justo, ni siquiera pensar en algo que no tenía razón de ser.
La escapada a Alicante me estaba sentando mejor de lo que imaginaba. La conversación con Alejandro y la distancia de mi rutina me ayudaban a despejar la mente, dejando de pensar, aunque solo fuera por instantes, en el audio que le había enviado a Roberto. Volvía a conectar con mi faceta de escritora, que después de ser madre, era lo que más me llenaba.
Apenas llevaba quince minutos en la habitación cuando sonó el móvil. Era Roberto. Estaba en Alicante. Había tomado el AVE tras salir del trabajo y quería hablar. Me puse muy nerviosa. Me había hecho a la idea de enfrentar esa conversación a mi regreso, pero no me quedaba otra que encararla ya.
El golpe en la puerta me paralizó por un instante. Me sentía como una adolescente. Saber que había venido a verme me hacía feliz, pero escucharlo era lo que me aterraba.
—Hola, Giselle. ¿Cómo estás?
—Contrariada, no te voy a mentir. Creí haber sido clara con mi audio.
—Y lo has sido. Por eso estoy aquí. No podemos seguir con audios y mensajes como si fuéramos niños. Tenemos que hablar y lo sabes.
—Sí, así es… Te escucho.
Estaba temblando. Apenas podía sostenerme en pie. Seguramente se dio cuenta.
—Siéntate, por favor. Sé que mis palabras no fueron las más acertadas y que por eso has venido aquí. Te conozco más de lo que crees. Y aunque no dudo de que la feria te hizo ilusión, en el fondo sé que aceptaste para huir, una vez más, de tus fantasmas.
Hizo una pausa y continuó:
—Es cierto que no mencioné a Abraham, pero el día que te abracé en la calle, cuando vaciaste todas esas lágrimas que llevabas enquistadas en el alma, asumí todo lo que había en tu vida, porque quería formar parte de ella. Por más que intentes poner distancia, no enfrentas tus miedos. La única que sigue creyendo que todos los hombres queremos lo mismo eres tú. Pero no, Giselle Bayma. No todos los hombres somos iguales.
Sus palabras me golpeaban fuerte.
—Desde que te conozco, tu reacción ante las adversidades ha sido la misma: huir. ¿Crees que así se solucionan las cosas? ¿Qué pasará si tu hijo quiere irse fuera a estudiar o si cae enfermo? ¿También huirás? ¿Cuándo vas a dejar de tener miedo y enfrentarte a la vida?
Me ardía el pecho.
—¡Cállate! Vete de aquí, te odio —le espeté llena de rabia.
—No me odias. Simplemente no quieres escuchar la puta verdad. Pero no voy a tener más tacto, porque sé que me quieres. Lo que te asusta no es estar conmigo, sino la idea de volver a quedarte embarazada, de perder al padre de tu hijo, de quedarte sola de nuevo. Te da miedo vivir, Giselle.
Me tapé los oídos, pero siguió hablando.
—Eres la mujer más especial que he conocido. La mejor hija, la mejor amiga, la mejor madre… incluso la mejor escort de Madrid. Eres una de las mejores escritoras que conozco, pero tú no crees en ti. —No vives, sobrevives—. Y de eso no se trata la vida.
Sus palabras me desarmaban.
—Estás acostumbrada a refugiarte en tu diario, a escribir para que tus personajes vivan lo que tú no te atreves. Pero la vida no es un diario, Giselle. La vida, en ocasiones, es un guion mal escrito, con un final de mierda; pero aun así, hay que vivirla.
—Te odio, vete de aquí. ¡Ojalá te mueras!
—Blasfema lo que quieras, grita si lo necesitas, pero no me voy a ir. Ni de aquí, ni de tu vida..
Me quedé en silencio.
—¿Cuándo pensabas decirme que estabas embarazada?
Levanté la cabeza, sorprendida.
—Creíste que lo tenías todo controlado, pero no, cielo. Tu audio me extrañó tanto que llamé a tu oficina. Justo después de que te fuiste, Davinia encontró el test de embarazo en la papelera. Al menos podrías haberlo guardado para mostrármelo. Me habría encantado compartir ese momento contigo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Perdóname —susurré.
Nadie me había hablado nunca con tanta claridad. Y lo peor es que no tenía nada con qué rebatirle. En ese instante entendí que la vida no era solo escribir. Primero debía vivir y luego plasmarlo en papel. No al revés.
Roberto me atrajo hacia él. Me calmó entre sus brazos, arrancó mis miedos con sus besos. Sus caricias me hicieron olvidar el temor y, con su buen hacer en la cama, pasó de ser el hombre al que odiaba y deseaba muerto, al que me hacía morir de placer y amor entre sus brazos.
Por primera vez en mucho tiempo, escribí en mi diario sobre algo que viví, no sobre algo que solo fantaseé.
Esa noche, sin saber cómo terminaría, comencé a escribir la primera página de un libro que quería vivir hasta el final.
Continuará…
4 comentarios:
Interesante el juego dilema de Giselle: Realidad-fantasia. Realidad-escritura
Una idea detonante. Se escribe para hacer realidad aquello que se escribe o se vive y se transcribe esa realidad.
Escapada para aclarar los pensamientos y sorpresas envueltas, ver a un antiguo pretendiente y más aún, recibir la visita de Roberto, el padre de la criatura que ella esta esperando. Su mundo es complicado e interesante y definitivamente que no sabemos como terminara.
Gracias Holly por tu comentario. Giselle siempre nos está sorprendiendo. Y a mí regreso lo hará con más fuerzas.
Gracias Efrain. Ya sabes que la vida de Giselle siempre tiene cambios y el más sorprendente está por llegar.
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