Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

jueves, 30 de enero de 2014

Especial San Valentín, en tu revista, La Revista de Todos.


La Revista de Todos, nunca deja de trabajar y por consiguiente de innovar.

Aunque queda mucho para el día 14 de febrero, creo que es un buen día, para llevar a cabo otro especial.

¿Quieres escribir una carta de amor a la persona que amas, y que aparezca publicada? ¿Quieres escribir un relato erótico, y con un final de amor?

Si, te lo digo a ti, que me lees. ¡No, no!, no gires la cabeza, sedúceme con tus palabras, sedúcenos con tus sentimientos.

Porque las palabras se las lleva el viento, y sólo lo escrito cuenta.

¿Te animas?, si es así, puede mandarme tu aportación, con una foto que adjuntarla a tu escrito, pero no tuya, sino aquella que te haya servido de inspiración para escribir.

¡Contamos contigo!

el_rincon_de_eva@hotmail.com

Montaje de Teresa Rases
¡Ah!, siempre me repito, pero lo dejo claro, para publicar en esta revista, no solo basta con amar la literatura, sino que también tendrás que comentar las aportaciones de los demás escritos, incluyendo la mía. 

Solo hay tres personas de la revista exentas de comentar, los padrinos y yo, que ya tengo bastante con llevar el peso de la revista.
Salud y suerte.

http://larevistadetodos.blogspot.com.es/








miércoles, 22 de enero de 2014

Todo surgió aquél día, en aquella presentación.


Mi aportación, da continuación a una historia escrita a dos manos. Nunca pensé que me atreviese hacerlo; pero no todo tiene un por qué, solo que mi alma me gritaba que lo hiciera.

Para saber de qué va la historia, tendréis que leer la anterior y a quien lo haya hecho ya, espero que os guste.

http://escribiresmiformadevivir.blogspot.com.es/2013/07/algo-mas-que-una-presentacion.html





 Todo surgió aquél día, en aquella presentación.

Mi vida como escritora estaba yendo viento en popa; ya quedó atrás mi época de escorts, —con el último servicio—, la noche en la que estuve con Roberto. Ahora, estaba completamente volcada en mi profesión de periodista, sin dejar a un lado mi pasión por la escritura y la promoción de mi novela. La presentación de "Entre dos mares", había sido todo un éxito. Jorge, mi editor, estuvo a mi lado en el día más feliz de mi vida. Ya todo estaba aclarado, ya no había ningún rastro de confusión por mi parte, ahora, aunque tarde y después de haber llorado lágrimas de sangre, sabía que le querría el resto de mis días como a un amigo.

Aunque... tengo que ser sincera, como siempre me ha gustado serlo, y confesaros, que hubiera dado mi vida porque Roberto, me presentase. Aunque lo más sensato, después del affair que tuvimos, era dejar pasar el tiempo.

Con mi jefe, había llegado a un acuerdo para que no me volviese a enviar a cubrir ningún evento en el que él estuviera presente, por más que solicitasen mi presencia. 
Las jornadas de trabajo en la oficina eran extenuantes, tan solo me permitía la licencia de conectarme un par de minutos al día a mi correo personal, para comprobar si había alguna noticia interesante entre mis amistades.
Y justo fue en ese instante cuando me enteré que Roberto, había presentado la obra de la que habíamos hablado hace tiempo en el congreso de San Sebastián.

Me hubiera gustado poder estar a su lado, ver ese brillo de su mirada y esa sonrisa tan contagiosa, que al recordar y después de tanto tiempo, todavía dibujaba en mi rostro esa felicidad que sentí aquella noche entre sus brazos.

Tal vez la ambición, tal vez, el querer llegar rápidamente a mis metas, había hecho que me comportarse como una mujer interesada y tal vez, desleal.

Me observo en el reflejo del monitor, y me doy cuenta de que estoy llorando. Extraño esos momentos en los que hasta el silencio, que de una manera arrogante se hacía protagonista entre nosotros—hasta en esos instantes—, yo era feliz a su lado.
           
Nunca me quedó claro, si realmente nuestros encuentros eran porque compartíamos la misma pasión hacia la literatura, o por el contrario —nos veíamos a escondidas—, porque la complicidad, el respeto y el entendimiento que existía entre nosotros, tal vez... podría ser con el tiempo una relación de verdadero amor.

Todavía conservaba el número de su teléfono en la agenda de mi móvil y en más de una ocasión tuve la tentación de mandarle un mensaje, para saber de él; pero el miedo a volver a confundir mis sentimientos, paralizaba todo intento.

Emocionalmente estaba tranquila, sin lugar a dudas, era el mejor momento de mi vida. Tenía todo por lo que había trabajado duramente, un trabajo que hacia que cada día me sintiera más realizada, mi primera novela en la calle y con una aceptación bastante buena, y lo más importante con ideas y proyectos interesantes.           
Pero leer el email de Roberto, en el que me pedía que estuviera con él en su día, hizo de nuevo, que esas cenizas que en su día no llegamos a apagar, ahora, otra vez prendiesen la llama de esos sentimientos, que despertó en mi aquel día, en aquella presentación; en la que mi editor Jorge Andrade presentaba su libro "Hacia el infinito".

Fue el sonido del móvil, quien hizo que volviera a la realidad, dejando aparcado el recuerdo de los besos de Roberto.

Era mi amigo Nando, quería verme, llevábamos un tiempo saliendo, pero pese a que él estaba completamente enamorado de mí, yo por el contrario, aunque que le quería con locura, me faltaba ese punto de comprensión, que solo encontraba en las conversaciones con Roberto.


Nos fuimos a cenar a un restaurante vanguardista de una elegancia sin igual, pero nada de eso, nada, hacía que me quitase de la mente a Roberto; tal vez si no me hubiera abierto el correo, si no hubiera visto su email, seguramente ahora estaría camino de un hotel, para subir con Nando a la habitación de un hotel para dar rienda suelta a la pasión. Y sin embargo, cuando intentó besarme, le rechacé. Salí corriendo del restaurante, cogí el primer taxi que paso y me fui a mi apartamento.

Confusa, me senté en el sofá y fui arrancando pétalo a pétalo, descomponiendo así, el ramo que Nando me había entregado al subir a casa a buscarme.

Tal vez quería encontrar una respuesta y armarme de valor para poner en conocimiento a Roberto, de lo que a día de hoy todavía sentía por él.

Acumular este sentimiento en mi interior, solo hacía que me sintiera cada vez peor, y decidí embriagada por el aroma de las rosas y empujada por la pasión que despertaban en mí, escribir un email a Roberto.

         
   Querido Roberto.

Tal vez ni tan siquiera leas ese email, posiblemente termine en la papelera o al entrarte como spam, ni lo leas, pero mi corazón atribulado una vez más, me ha empujado a decir lo que siento.
Me alegra saber que por fin has publicado esa obra, que estoy segura de que será un ópera prima compuesta de versos y capaz de llegar a los corazones más insensibles, cautivándoles con el sonido de esa melodía de pasión, ternura y amor, que siempre se hayan en cada una de las palabras que escribes. 
Cierto es que ha pasado mucho tiempo desde que coincidimos en la presentación del que hoy es editor de ambos, pero hoy te escribo para decirte que todo lo que siento, todo, surgió aquél día, en aquella presentación; en la que desde el minuto cero, cuando quedamos momentos antes de que empezase el acto, para hablar, desde ése instante que nuestras miradas se cruzaron, —ésa mirada escrutadora que tanto te gustaba de mí—; desde entonces y aunque me he disfrazado de insensible en ocasiones, de liviana en otras dándome a quién no me merecía, pese a todo, hoy, tengo que decirte que te quiero. 
Pero este te quiero, no sé si es tan fuerte como para querer plantearme el hecho de luchar por ti, contra viento y marea; o tal vez sea que a tu lado, tengo el valor de seguir luchando en este mundo de letras, de fantasías, de envidias y de pasión...
¡No lo sé, Roberto!, solo sé que necesito de nuevo besarte, para saber si esto que siento, esto que estoy escribiendo es real, y no un capítulo más...

         Siempre tuya
          Giselle Bayma
P.d. No me leas, compréndeme.


      

Escalera de Corazones: El Desenlace

Margarita no podía creer que Marcos hubiera muerto.

El día anterior estaba radiante, había vuelto a verlo después de varias semanas, tenía la firme convicción de ayudarlo a recuperar a Sofía, de hacer que fuera feliz. Se sentía responsable, aunque ella no lo había dejado, el rehacer su vida con Carlos mientras él seguía solo, le producía una terrible desazón, un dolor que esperaba ahogar cuando hubiera completado el regreso del muchacho con aquella policía madrileña, que en realidad era de Cuenca. Seguiría enfrentándose a los mismos problemas que los jóvenes españoles, se vería sin grandes perspectivas de encontrar trabajo, de acceder a una vivienda, de formar una familia, pero al menos tendría lo más importante, amor. Sabía que sería muy feliz junto a ella, y junto a ella podría hacer frente a las enormes dificultades que afrontaba su país. Sin embargo, eso ya no sería posible. Marcos se había ido sin haber alcanzado esa felicidad, algo que atormentaría a Margarita para siempre. Maldita fuera la fortuna. Pensaba que todo saldría bien, Marcos había recuperado la ilusión, Sofía estaba soltera de nuevo y él estaba dispuesto a todo. Si Margarita y Marcos se habían dado otra oportunidad, por qué ellos no. No lo podía creer. En cuestión de segundos, toda esa esperanza se evaporó, desapareció con la misma fuerza con la que aquella furgoneta de reparto golpeó el cuerpo del chico, que en su ebria determinación había cruzado esa estrecha calle del centro de la ciudad sin atender al vehículo que circulaba por ella, quizá más rápido de lo debido, pero sin duda por donde debía. Era él quien había cometido una enorme temeridad, tan enorme que le había costado la vida.

Aquello había ocurrido un martes. El miércoles se había celebrado el funeral en la iglesia de la Vera Cruz, tras lo que el féretro había sido trasladado al laberíntico cementerio del Carmen, donde Marcos había recibido sepultura. El número de familiares y amigos que acudieron, tanto al templo como al camposanto, fue abultado, tanto que Roberto decidió marcharse a casa. Aparte de no ser en absoluto religioso, no podía despedirse de su amigo delante de tanta gente. Se conocían desde siempre, se querían como nadie. Eran prácticamente hermanos. Como tal, muchas veces discutían, pero siempre desde la confianza que da el afecto sincero. No podía creer que nunca volvieran a estar juntos, y maldijo lo tristes que fueron los últimos meses de Marcos. Desde que conoció a Sofía, no había tenido más que problemas amorosos. Primero, la falta de comunicación con la policía. Luego, la complicada relación con Margarita, la necesidad de huir, el regreso, la pérdida de Margarita y, sobre todo, la pérdida de Sofía. Especialmente esto lo había atormentado en las últimas semanas, hasta el punto de acodarlo en la barra de un bar y abotargarlo hasta el punto de volverle totalmente vulnerable a los peligros de la calle, como el cruzar borracho y sin mirar. Maldita fuera aquella convocatoria de Rodea el Congreso. Si no hubieran ido, si no hubiera conocido nunca a Sofía, quizá también hubiera muerto atropellado, pero al menos se habría ido feliz, no triste como había ocurrido.

El día siguiente sería más propicio para quedarse a solas con él. Allí acudió mediada la tarde.

El ambiente era húmedo. Había llovido en los últimos días, aunque esa jornada disfrutaba de un brillante sol. Tras dar varias vueltas por las calles del cementerio, dio al final con la tumba de su amigo.

Para su desgracia, no estaba solo.

Margarita y Carlos permanecían de pie, en silencio, frente a la sepultura, de la que guardaban una prudente distancia. Margarita estaba destrozada, aunque aguantaba la compostura. Se había llevado las manos a la cara, tapándosela, lo que llevó a Roberto a pensar que estaría llorando. Carlos la rodeaba con su brazo y dejaba que se apoyara en su hombro. Él permanecía muy serio. Apenas había conocido a Marcos, y la poca experiencia que había compartido con él no había sido muy agradable, de modo que no lo sentía realmente, pero la tragedia que había presenciado lo había impactado enormemente, no era ningún psicópata insensible, y se compadecía del dolor que sentía su novia. Estaba junto a ella. Después de todo, las cosas habían acabado bien para él. No podía evitar sentirse dichoso por ello, pero experimentar algo así en una situación como ésa hacía que le remordiera la conciencia. Por ello permanecía muy serio, mostrando respeto, dispuesto a ofrecerle a Margarita todo el apoyo y el cariño que necesitaba en esos momentos.

Roberto los saludó discretamente. Al margen de estar incómodo en presencia de aquella pareja, entendía que el lugar y la situación exigía ser lo más lacónico posible. Hubiera preferido encontrarse solo con Marcos, pero no se molestó. Carlos y Margarita estaban lo suficientemente distanciados de la tumba como para que él pudiera compartir sus sentimientos con intimidad. Además, había venido acompañado. Hakim había insistido en ir. No tenía tanta relación con Marcos, pero lo conocía y quería darle el último adiós. Acordaron que se daría una vuelta por el camposanto antes de acercarse, para que Roberto tuviera tiempo de sobra.

  • No lo habíamos planeado así, ¿verdad, hermano? No te imaginas lo triste que me dejas.


Pero no sólo lo dejaba triste. A Roberto también lo asaltaban los remordimientos.

  • Verás, Marcos, tengo que confesarte algo-. Aunque había hablado bajo antes, redujo aún más su volumen antes de decir lo siguiente, no fuera a ser que alguno de los que había por allí detrás lo oyera –Tenía que habértelo dicho cuando todavía podías escucharme, pero me daba miedo que te enfadaras. Supongo que he venido porque necesito que lo sepas, pero prefiero que esta losa te impida reaccionar. A veces soy tan cobarde, tienes que perdonarme.


Era complicado seguir, incluso aunque estuviera hablando con un muerto. Volvió ligeramente la cabeza. Allí seguía, muy atenta a la tumba, pero lejos, la pareja enamorada. Respiró profundamente, acercó la boca a la lápida, se agachó un poco más y se sinceró con su difunto amigo.

  • Cuando te fuiste, Margarita y yo empezamos a vernos. Sólo para charlar como buenos amigos-. Puntualizó rápidamente, de forma nerviosa –Te echábamos de menos y la charla nos hizo mucho bien, pero al final se nos fue de las manos y acabamos juntos, justo antes de que volvieras. No es que fuera muy importante, desde luego para ella no lo fue, pero en cualquier caso, acabamos en la cama. Lo siento, tío. Tenías derecho a saberlo, pero no me atreví.


Roberto notó cómo se le quebraba la voz, cómo se le himplaba el alma, cómo los ojos se le llenaban de lágrimas que empezaban a rebosar por las mejillas. Se enjugó, se puso en pie y se retiró un poco de aquella tumba. No podía seguir con la charla, pero permanecería un rato más frente a ella, dando rienda a suelta a sus pensamientos, como estaba haciendo Margarita.

Ella tenía a Carlos, pero él tampoco estaba solo. Hakim acababa de llegar, cansado ya de errar por el camposanto. El marroquí no dijo nada, sólo permaneció a su lado, respetuoso. La tarde avanzaba y el sol empezaba a decaer por poniente. Marzo avanzaba y cada vez se hacía de noche más tarde, lo que permitía que las temperaturas diurnas fueran más benévolas, aunque las noches seguían siendo muy frías, como correspondían al invierno castellano, que, aunque había concluido la semana anterior, seguía dando coletazos e invadiendo la imberbe primavera.

Sofía apareció en el cementerio.



El tren en el que había venido estaba a rebosar. Era Jueves Santo, y aquella ciudad era una de los destinos preferidos para los turistas en esa época del año. La Semana Santa atraía visitantes de toda España y tenía fama internacional por la calidad artística e histórica de sus pasos procesionales, a lo que se sumaba su oferta gastronómica y cultural. Las calles olían a cera e incienso, el ambiente era mucho más vivo de lo que acostumbraba aquella capital de provincia y todo el mundo, quizá por el hecho de estar de vacaciones, parecía más alegre, lo cual resultaba muy duro de sobrellevar para Sofía.

Desde que recibió la noticia, había sentido un bofetón que a punto estaba de derribarla. De no ser por su obsesión por no mostrarse débil ante sus compañeros varones de la Policía, seguramente se habría desmayado, pero así ella era, a veces tan dura que los hombres tenían que echar abajo más murallas que en la conquista de Tiro. Quizá de no haber sido así, hubiera vuelto con Marcos y él siguiera vivo. Como no podía ser de otra manera, ella también se culpabilizaba de la muerte del joven. Era un alivio que no le echaran la culpa al conductor de la furgoneta, pero no era sano. El único responsable había sido un muchacho que, anulado por el alcohol se había puesto a cruzar sin el más mínimo cuidado. Y claro, había pasado lo que había pasado. Pero eso no aliviaba a Sofía.

En cuanto apareció en el cementerio, Carlos y Margarita se marcharon. Era lo mejor, pensaron todos. Por qué hacer más violenta la situación. No obstante, Carlos sí se acercó a saludarla, aunque muy fríamente. Ni siquiera sabía si estaba al tanto de que había vuelto con Margarita, pero tampoco era el momento de dar explicaciones. Un tibio hola, una lánguida respuesta y una despedida definitiva. Carlos y Sofía no volverían a verse jamás. El sol se mostraba muy rojo en el horizonte, el ocaso estaba cerca. La pareja se marchó, abrazada. Habían sido unos meses difíciles que habían concluido con un trago durísimo, pero ya había pasado. A partir de entonces, todo iría mejor. Una boda se acercaba, mayo era la fecha fijada. Lo que no separa del todo, une más que nada, y Carlos y Margarita tenían una historia por delante que nadie sería ya capaz de destruir.

Sofía pasó junto a Roberto y Hakim. La tensión era palpable. Hakim todavía recordaba las amenazas y las duras maneras con que aquella rubia se había presentado en su caso, y no podía sentirse relajado en presencia de ella. Es más, decidió marcharse.

  • Te espero en casa, Roberto.


Roberto, en cambio, no mostró ningún rencor. Sabía que a pesar de todo, Sofía siempre había querido a Marcos, casi tanto como él. No eran tan distintos. La vida los había puesto en caminos diferentes, pero compartían muchas cosas, su vehemencia, su determinación, su terquedad y, sobre todo, su amor por Marcos, cada uno a su manera, claro. Ahora también compartían el dolor, y eso hacía que se vieran fuera de las trincheras. Ya no eran enemigos, la solidaridad imperaba entre ellos.

Sofía estaba destrozada, no tenía fuerzas para preocuparse por el desplante de Hakim, ni por el de Carlos y Margarita. Mejor, incluso, así no tendría que fingir delante de ellos, y podría mostrarse tal cual era frente a la tumba de Marcos. Verdad que Roberto seguía allí, pero con él tenía ya la suficiente confianza, para su desgracia. Así que se arrodilló ante el reposo mortuorio del que fue su amante y dio rienda a suelta a su dolor, retorciéndose en un conmovedor llanto.

La escena no podía ser más triste.

Roberto no podía creer que hubiera llegado a sentir tanto odio por aquella chica, que sentía la muerte de Marcos igual que él. El anarquista y la policía, menuda pareja. Nervioso e inseguro, se acercó, muy despacio, y se agachó junto a Sofía, a la que abrazó para aliviar su pena. Por una vez, ella no reaccionó con brusquedad ante la compasión de un hombre, sabía que Roberto podía estar sufriendo mucho más. Ya sólo se tenían el uno al otro para soportar la pérdida. Permanecieron un rato abrazados, hasta que la oscuridad empezó a invadir el lugar y un empleado municipal les indicó que era hora de cerrar el cementerio.

Se pusieron en pie y se marcharon, juntos. Su compañía iba a ser la mejor terapia para afrontar los difíciles días venideros. Sólo juntos podrían salir adelante. Era el comienzo de una bonita amistad, una amistad que con el tiempo llegaría a ser algo más. Marcos velaría desde arriba por su amor.


FIN



La última tarde



Eran los últimos  caracoles que comería en su vida. Estaba atrapado en los silencios de la vida y sentía una felicidad extraña, la de la última voluntad.

Ese excelente olor no casaba con esa habitación, llena de silencio, de almas derrotadas a su alrededor.

Temblaba el cielo, las lágrimas saltaban hacia dentro y el murmullo de un adiós silbaba en la ventana. 
Se moría el Sol.

Comió, comió hasta hartarse, mientras el dolor  se hacía intenso y fuerte, su  alma se descosía poco a poco de su piel, se desgarraban los recuerdos  y los sueños se quedaban tumbados en su estómago.

Pasó la tarde, lloró, casi hasta vaciar su alma. La luna empezaba a nacer.
Silbó el viento y  su cuerpo se quedó vacío, subieron las nubes por su cama y el cielo vino a buscarlo.

©Jose González

QUE SUENE “LA CUMPARSITA”

                       
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Cuántas dolorosas penas y qué menores alegrías se sucedieron en este intervalo de escasez y bonanza a partes desiguales. Porque no siempre fue lo mismo, no siempre acudieron presurosas a mi las buenas nuevas si bien no deberé quejarme en exceso.

¿Diez años ya? Todo un mundo, toda una eternidad en esta vida que nos ha tocado ¿disfrutar?... porque diez años son más que suficientes para sumar con lo que nos ocurre a diario, la adición de todo lo vivido desde entonces da para mucho.

Diez años es para celebrarlo, pero no porque te hayas marchado durante todo ese tiempo, sino por haberte conocido y disfrutado antes durante muchos más, tantos que mis recuerdos transitan recreando el tiempo y decido entonces que fui feliz por poder haberlo hecho a lo largo de tantos años, por haber participado activamente de tu vida y tú de la mía.

Tú, que cualquier cambio te provocaba un dolor de cabeza insufrible y que al final esa variación por pequeña que fuera, lograba que siempre mantuvieses la mirada fija en el blanco horizonte de la pared, sentado en tu sillón favorito después de llegar del trabajo, quién sabe si rumiando lo que eso de molesto significaba para ti, o simplemente permitiendo que el incesante goteo del tiempo diera paso a lo inevitable, entregándote en soledad y de esa manera tan personal a esa certeza, mientras tu franca mirada vagaba así, como perdida.

Recuerdo bien tu mano firme al cruzar la calle cuándo bajábamos a ver el fútbol las mañanas de los domingos. La imagen del eterno bocadillo de sardinas en aceite, esos tragos de cerveza que tan fría nos servían y que calmaban la sed del pan y el aceite del almuerzo. No tenía edad para ello pero estábamos bien, estábamos juntos, éramos uno solo.

Y qué me dices de esa noche de invierno en la que me encontraba un poco apurado cerca del portal de casa y tú llegabas cansado del trabajo. Te diste cuenta de inmediato y pusiste manos a la obra, es que eran tres contra mi y me tenían acorralado. Sacaste tus buenas maneras y decidiste que no era justa la contienda, que de uno en uno sería lo más honrado, lo más cabal, y ellos entendieron que si me querían zurrar tendrían que hacerlo de uno en uno y yo así sí estaría preparado y listo para lo que fuera, hasta para perder. Pero solo hubo una pelea y yo la gané, los demás desistieron de su empeño visto lo visto y yo también lo hice después en años posteriores pues jamás volví a pelear con nadie más, entendí que nunca ha sido inteligente hacerlo.

Pausado y silencioso, siempre lo fuiste; taciturno a veces y disparatado otras, las menos, solo cuándo te encontrabas a gusto entre iguales e inmerso entre tu grupo de personas afines. Todos coincidían en lo mismo, simpático, serio, responsable...

Conmigo y con la niña, siempre pendiente, orgulloso de nosotros pero sin mostrarlo apenas. La condición de hombre pesó mucho siempre en ti, así era la educación que recibiste como tantos otros de esa nefasta época franquista.

Los besos y los arrumacos no eran lo tuyo, nosotros lo sabíamos y te lo perdonamos desde el principio.

Niño, “pon La Cumparsita - me invitabas- dame ese gusto anda, que llevas mucho tiempo con esa otra música de locos...” y yo lo hacía a regañadientes, aunque en verdad no me importaba nada darte ese gusto.

Cuidaste bien de mi, cuidaste bien de nosotros. Ninguna prodigalidad, ninguna extra limitación económica que bien sabíamos que no podías permitírtela. Los únicos excesos por ti cometidos fueron los abusos del trabajo, tantas horas le fueron robadas al sueño y también a tu mujer, tantas horas que nos fueron hurtadas a todos nosotros.

Al principio solo eras grato recuerdo de mis domingos soleados, de las fiestas de guardar, pues a las horas de la tarde nunca pude asociarte y a las de la cena, vagamente las recuerdo. El trabajo y a su dedicación completa dedicaste gran parte de tu vida: “la necesidad obliga y a mi, a mi me obliga más...” decías a menudo.

Momentos dulces pasaron y otros de ingrato sabor amargo te acometieron. Tus escasas risas fueron remitiendo paulatinamente, el paso de los años y las pesadas cargas padecidas abovedaron tu espalda. Las arrugas de la frente se marcaron como surcos recién arados y las ausencias en el habla y en la comunicación se hicieron cada más latentes y repetidas.

Nadie supo interpretarlas, tampoco las hubieras traducido a nadie de habértelo preguntado.

Los años viajaron excesivamente rápido, independencia, cercanía, ausencia y el mundo y su cambio lo viste pasar desde lejos, ubicado y pertrechado a la puerta de tu casa y sentado en una silla, como lo hacen las gentes de los pueblos que parece que nunca esperan nada ya, mientras la cálida noche del verano les acaricia el rostro bajo la pálida luz de la luna nueva.

Viajaste, bailaste, viviste, bailaste, jugaste al mus, bailaste. Siempre emparejado, siempre dispuesto para lo que se necesitara.

“Pon La Cumparsita ahora”, me decías en las nocheviejas de fiesta permanente en el salón de nuestra casa, llena a rebosar de vecinos y de familia cercana en maravillosa y feliz armonía.

Y brillaba entonces ese tango que resuena melódico en mis oídos desde que habitaba en la cuna, transitando en el viejo tocadiscos de madera y vibrando en la aguja cuando ésta daba vueltas y vueltas sobre los surcos del vinilo negro y desgastado.

A mi comenzaron a gustarme sus notas desde el principio y hasta desde siempre si no me equivoco.

Luego vinieron los días en los que llevabas a mi hijo junto a las vías del tren para verlos pasar a toda máquina y disfrutar disimulado de su grata compañía.

Tu tiempo era ya libre del todo, nada te ataba a ningún horario y sin embargo te ataste tu mismo a ello, quizá porque con él si te gustaba hablar, porque seguro que él te entendía mejor que ningún otro, porque parecía ser que os comunicabais a través del mismo idioma. Él a veces me lo recuerda, me muestra emocionado el contenido de vuestras conversaciones y rememora al tiempo el estridente chirrido de los trenes a su paso bajo el puente.

Le hablaste en tus propios términos de tu posguerra particular, como lo hiciste conmigo cuándo era pequeño y hubo un cierto tiempo para dedicarme. También le pusiste tras la pista del hambre que padeciste en esos tiempos, de las miserias que viviste y de las que vivieron otros que conociste, de lo duro que resultó estar allí cuándo se produjo todo. Le amenizaste la infancia con chistes divertidos y soportaste su peso encima de las rodillas mientras él te sujetaba la cara y te pellizcaba las orejas. Le quisiste mucho, como a todos nosotros.

Diez años ya y tus arrugas perennes comienzan a ser ahora las mías. Las heridas del alma que un día se cerraron convenientemente ahora se abren en mi por tantas cosas como surgieron en estos años. A veces te hablo, a menudo te siento cerca de mi, pero esos años no se dan la vuelta, no regresan de ningún modo.

El día que nos despedimos contempla una señal luminosa en mi calendario. Tú lo sabías y yo también lo supe, pero no nos importó tanto pues los dos supimos que había llegado el momento.

Tampoco había muchas más palabras que decir cuándo no las hubo antes, lográbamos comunicarnos a la perfección tan solo con mirarnos a los ojos.

Agarré con fuerza tu mano y besé tu frente, sentía que estabas tranquilo y en paz contigo y con todos nosotros. La sonrisa que me brindaste se fue apagando al mismo tiempo que los pitidos de la máquina, con una serenidad encomiable, con inusitada templanza, tal y como habías vivido siempre.
"Ponme una vez más La Cumparsita" anda, por penúltima vez.

Esta vez fueron solo mis gratos recuerdos los que me lo sugirieron, fueron solo las imágenes de unos años pasados que ya nunca volverán, que solo pasarán por mi mente de vez en cuando. Pero bien sabemos todos que esos recuerdos casan mucho mejor con un buen tango, con el mejor de los tangos para mi padre, con las intensas y desgarradoras notas de “La Cumparsita” resonando en un viejo tocadiscos de la prehistoria que arranca con amargos quejidos cada vez que comienza a girar el negro vinilo que lo contiene.

A veces, cuando estoy solo y nostálgico, escucho emocionado los bellos compases de “La Cumparsita”, ese querido tango que siempre consigue traerme unos bellos y gratos recuerdos.



copyright©faustino cuadrado

Sale el Sol.



Sale el sol,

y los rayos entran por mi ventana,

hoy será el día que más bese tu cara.

No podrás apartarme de ti, ni un sólo momento,

llegarás a pedirme, sonriendo que me vaya.

Pero no me iré, vida mía,

hoy voy a ser feliz todo el día.

Sé que tú querrás que lo haga,

aunque no nos dejen ¡Qué más da!

Sale el sol

y los rayos iluminan tu cara,

mírate, hoy vas a volver tarde a casa,

ya lo se, esto no estaba preparado,

qué más da, si el final ya estaba cantado.

Luz

martes, 21 de enero de 2014

El respeto



Me pudo el respeto,

esa gran montaña de enormes matices,
y ensalzantes cadenas de imposibilidades;
ese siniestro atardecer temprano
al llegar el mediodía que no entendemos

y sabemos incontrolado...

Esa pedantería del respeto
tiene la altitud como derecho homologado.
No me es opción, me es siempre un hecho.
Y, un día más, clavado en mí,
pudiéndome en la forma de su efecto...

¡Me pudo el respeto!



María José Cabuchola Macario

"TERAPIA DE MACHOS"-EPISODIO 8: "Alejandro-Como Mulán"

Guillermo se tomó un momento para echar una mirada a sus pacientes. Notó como
—pese a ser tan diferentes entre sí—cada uno hacia su propia figura en su fondo. José Francisco, erguido, delgado, con una especie de rígida flema inglesa, parecía más un juez que un ex asesino; Fausto, con su aparente look de yuppie exitoso, intentando a aferrarse a esa fachada con su sonrisa de publicidad pero con algo que dejaba una grieta abierta desde donde podía vislumbrarse levemente la derrota; Robertino, el más joven pero no por eso el de menos angst[1], algo desgarbado pero con un atractivo como uno de esos modelos franceses, una especie de Iván de Pineda[2] de la nueva generación, con sus rulos y sus labios gruesos; Darío, el único gay del grupo, pero que exudaba masculinidad, con su cuerpo tenso, similar al de un felino a punto de cazar a su presa y una actitud de contener una energía muy fuerte como si estuviera a punto de explotar; Damián, la estrella pop en ocaso, el niño prodigio que se había descarrilado al que aún se le podían denotar rasgos infantiles en su rostro, endurecido por la droga y el alcohol. Y luego estaba él, el gran enigma de Guillermo: Alejandro. De baja estatura, morrudo pero con los músculos marcados, fibroso, extremadamente tímido y vergonzoso, como una violeta a punto de florecer.

“Y con esa obsesión de  “tocarse el paquete” a cada rato” pensó Guillermo.

Al terapeuta no le extrañó que el muchacho quedara para lo último. Luego que Damián terminara de presentarse-al que hubo que callar, ya que se había tomado más tiempo que los demás-se hizo un silencio esperando que Alejandro empezara. Pero sin embargo, no lo hizo. Se quedó callado y se reía nerviosamente, una risita que escondía una gran ansiedad, vergüenza o miedo. O una mezcla de las tres.



Alejandro, es tu turno— le dijo amablemente Guillermo, quien solía ser ácido con sus pacientes, pero a quien el chico de Lanús[3] le inspiraba ternura y protección-Eres el único que falta presentarse.

No me animo— dijo tímidamente el paciente. Todos habían estado tan ensimismados en sus respectivas presentaciones que no habían caído en la cuenta que a pesar que el chico había revuelto la bolsa no había sacado ningún objeto.
En cualquier otra ocasión, Guillermo—quien no se caracterizaba por su paciencia ni delicadeza — le hubiera hecho una intervención más dura. Pero un costado más suave asomó en él.

 —Tomate tu tiempo, revolvé la bolsa y preséntate con tu objeto.
Alejandro  suspiró un suspiro ansioso y bajó la vista. Tomó la bolsa, metió la mano, revolvió un poco y finalmente, sacó un espejo. Si bien no sabía qué decir, lo primero que le vino a la cabeza fue la letra de la canción principal de su película favorita, Mulán[4]. Nadie lo sabía, pero Mulán y Alejandro tenían bastante en común.
Esto es un espejo y…

En primera persona-lo corrigió Guillermo, ya al borde de la impaciencia.

Soy un espejo. Reflejo la imagen que la gente ve….pero…pero…
Guillermo hizo un gesto como tratando de sacarle las palabras.

—Pero a veces no refleja quien uno es en verdad. Las imágenes pueden ser engañosas.
Y se acordó de su infancia, de sus orígenes humildes, de todas las desgracias que le habían pasado mucho tiempo antes. Pero sobre todo se acordó de “ella”: Elizabeth María Eva.

Elizabeth María Eva había sido la cuarta hija y segunda mujer en una familia de siete hermanos. Justo  la del medio, ni tan grande para formar parte de los grandes ni tan chica para ser de los chicos. Por eso desde que tenía uso de razón, había tenido una extraña y triste sensación de no encajar. Peronistas[5] de ley, de aquellos peronistas “de antes”, habían decidido ponerle a su hija “María Eva”  como un homenaje a Evita[6], de quien tenían prácticamente un altar en la casa. Por qué teniendo una hija mayor, recién lo habían decidido con ella, era un gran misterio. Los Palomeque eran una familia humilde pero digna. Vivían en una casa eternamente en construcción que se iba ampliando según las necesidades familiares, sin ningún tipo de planeamiento ni arquitectura, entre dos terrenos baldíos que los varios niños Palomeque y otros chicos del barrio usaban como potrero[7]. En la casa no vivían solo los Palomeque, sino también el  Tío Ramónhermanastro de la Madre y más cerca en edad de sus sobrinos que de su hermana- la Abuela Gladys y el hermano mayor de Elizabeth-el segundo en realidad, ya que la mayor era una mujer—con su mujer y sus tres hijos. Elizabeth tenía varios alias: “La Ely” “La Evy” “La Lili” “La Mavy” y respondía indistintamente a cualquiera de ellos.
Elizabeth María Eva siempre había sido una chica tímida y vergonzosa. Algo varonera (“la marimacho” le decían en el barrio), desde chica había sentido pasión por los autos y se sentí más atraída a jugar con los autos de sus hermanos varones que con las muñecas de sus hermanas mujeres. Ya desde pequeña sabía de mecánica. Su padre tenía un Ford Falcon todo destartalado que se rompía a cada rato y ella observaba con detenimiento y minuciosidad como su padre trataba de arreglarlo. Se sabía todas las piezas de memoria: bujías, radiador, cigüeñal, batería. Había aprendido inclusive a hacer encender el auto sin la llave, algo que le sería de mucha utilidad años más tarde cuando se juntara con una pandilla de adolescentes que se dedicaban a robar autos.
A los siete años, Elizabeth supo de golpe lo que era crecer de golpe. El Tío Ramón —quien contaba con  quince años cuando ella tenía sietesolía manosearla y cuando ella tomó la Primera Comunión dos años después, Ramón, totalmente borracho, le arrancó el vestidito blanco y abusó de ella sin más. La Mavy no sabía muy bien lo que había pasado, pero sintió una sensación de suciedad, de inmundicia, y su mente infantil asoció el hecho con el vestido y decidió nunca más volver a usar uno. El Tío Ramón siguió violándola algunos años más. A los doce, quedó embarazada. La llevaron a lo de Doña Yolanda que además de curandera, tiraba las cartas, hacía pociones de amor y de paso, algún que otro aborto. Doña Yolanda miró a la niña detenidamente—a quien ya se le notaba la panza—, le puso un péndulo sobre el vientre y luego que el péndulo comenzó a oscilar, se sacó el puro de la boca, sentenciando con aire profesional:

Es demasiado tarde. Ya tiene el sapito adentro.
La criatura nació algunos meses después y Gladys, la madre de Elizabeth María Eva, se lo entregó a una familia de La Capital en cuya casa trabajaba su hermana como empleada doméstica. Nunca nadie preguntó quién había sido el padre y como había pasado el hecho. Los Palomeque venían de una gran tradición de madres solteras y ya nadie preguntaba nada, aunque Elizabeth María Eva había sido la más precoz de todas. Por lo general, las Palomeque se quedaban con sus hijos, pero La Mavy había sentido tal rechazo al crío hasta el punto de no querer amamantarlo y dada la precaria situación económica de la familia, habían pensado que lo mejor era que el bebé se criara en una familia que le pudiera ofrecer una vida digna.
En cuanto al Tío Ramón, conoció una chica que trabajaba de puta en un cabaret y un buen día  se fue de la casa de su hermana, desapareciendo por varios años, sin saber qué el hijo que esperaba su sobrina era suyo.
Desde aquellos episodios poco felices, Elizabeth María Eva le tomó odio a su vagina y la vio como fuente de todos sus males. Si una cosa le quedaba clara era que todo lo malo que le había pasado era por ser mujer, los hombres la tenían más fácil. Solía mirarse al espejo y sentir repulsión por su cuerpo. “¿Por qué tengo este cuerpo?” se preguntaba a cada rato. Y al mismo tiempo que se miraba, vivenciaba de vuelta el dolor punzante e insoportable de cuando su tío la penetraba con su enorme pene. Miedo, inseguridad, angustia, aflicción, todas eran sensaciones que a Elizabeth María Eva le eran caras y conocidas. Lo más paradójico era que al mismo tiempo que ella se detestaba por haber nacido mujer, su deseo por otras mujeres se intensificaba; y al mismo tiempo que su odio al género masculino se hacía más y más grande, ella quería ser como ellos.
Así que un día, inspirándose en Mulán, su película favorita, robó la máquina de rasurar profesional que su hermana mayor se había comprado para probar suertes como peluquera y se rasuró sus largos cabellos bien al ras, haciéndose un corte militar. Con una faja, apretó sus  pechos adolescentes—por suerte  no tenía mucho—y comenzó a vestirse con ropa grande y holgada, masculina, peinándose los cabellos con gel. El toque final fue ir hasta un Sex Shop del centro y comprarse un consolador, uno con forma y textura de pene que asemejaba uno real. Elizabeth María Eva se lo acomodaba dentro de su bóxer, y visto desde afuera, parecía que estaba muy bien dotado. El problema era que como el aparato no tenía un arnés, la chica se lo tenía que acomodar a cada rato y de ahí en adelante le quedó la costumbre de acomodarse el paquete.
Entonces hizo que todo el mundo la llamara “Lalo”, dejó la secundaria, en gran parte por las burlas de sus compañeros y dada su habilidad para la mecánica, se unió a una bandita de delincuentes juveniles que robaba autos. Sin embargo, se dio cuenta que la vida criminal no le iba y que él quería ser un “chico decente”, así que dejó su vida criminal tan rápido como la había empezado, dedicándose en cambio, a lo opuesto: arreglar autos.
Elizabeth María Eva/Lalo se sentía cada vez más feliz y más segura con su vida de hombre hasta que conoció a “La Yesi”. Yesica “La Yesi” Montes era una amiguita de las hermanas más chicas de Lalo y ahora, con dieciséis años, se había convertido en una “yegua espectacular[8]”: piernas largas, pechos grandes y turgentes, el cabello negro azabache largo casi por la cintura y una sensualidad digna de La Coca Sarli[9]. La Yesi se paseaba todo el tiempo por el barrio con sus mini shorts, su musculosa apretadita y sus plataformas que la hacían parecer mucho mayor de lo que realmente era. Salieron durante algunos meses. Lalo estaba perdidamente enamorado de ella. Pero con el voraz apetito sexual de La Yesi, Lalo tenía que hacer malabarismos para que no se descubriera su secreto. Por empezar, no dejaba que la chica le practicase sexo oral y siempre hacían el amor a oscuras. Cada vez que se encendía la luz, Lalo ya raudamente se había puesto los  bóxers y la camiseta, por lo que Yesica nunca lo lograba ver desnudo. Pero dicen que no hay nada oculto entre el Cielo y la Tierra y tarde o temprano las cosas salen a flote, por lo que un buen día Yesi descubrió de manera inesperada que su Lalo era en realidad una mujer como ella y lo insultó y lo maldijo y le dijo cosas horribles como “Tortillera del orto” y “Trola Pervertida”[10]. La chica estaba tan fuera de sí que fue  a buscar a su ex novio, quien con sus amigotes trataron de darle una palizota a Lalo, de la cual salió vivo por un tris y gracias a  su velocidad a la hora de correr.
Elizabeth María Eva/Lalo se sintió morir. Estaba perdidamente enamorado de La Yesi y ahora la había perdido, pero también se había confrontado con su verdad: por más que se quisiera sentir un hombre, no lo era. Al igual que de pequeña, no se sentía parte de nada. No era mujer heterosexual porque no se sentía una ni le gustaban los hombres. Pero tampoco se sentía lesbiana porque no se sentía mujer en ningún sentido, aunque tuviera ese tajo allá abajo y sus pechos sobresalieran algunos centímetros para afuera. La verdad era que Elizabeth María Eva tenía que desaparecer para darle lugar a Lalo y entender su verdadera identidad. Con lo de Yesi, había descubierto amargamente que no bastaba con “parecer” hombre. Definitivamente, tenía que dar un paso más allá y convertirse en uno.

Las imágenes pueden ser engañosassusurró Alejandro mientras se presentaba.

—¿Qué más, Alejandro?le preguntó Guillermo, decepcionado por la poca información que el joven mecánico había dado.
El chico hesitó y se quedó pensando. De repente, miró a su terapeuta con sus enormes y tristes ojos almendrados y le dijo:

Sólo una cosa más. Me pueden llamar Lalo. Así me llaman todos los que me conocen.

Continuará…




[1] Angst: En Psicología, angustia o temor existencial.
[2] Modelo Internacional de origen argentino.
[3] Barrio suburbano del Sur de Buenos Aires.
[4] Película de Disney basada en una leyenda china, sobre una princesa que va a la guerra en lugar de su padre.
[5] Pertenecientes a un partido político que tiene a Juan Domingo Perón y Evita como figuras principales.
[6] Eva “Evita” Perón: ícono histórico argentino
[7] Espacio de tierra abandonado usado como cancha de fútbol.
[8] Arg. Yegua, Potra: mujer hermosa y voluptuosa, que exuda sensualidad.
[9] Sex Symbol argentino de los años 60 y 70.
[10] Insultos para lesbiana.