Margarita no
podía creer que Marcos hubiera muerto.
El día
anterior estaba radiante, había vuelto a verlo después de varias semanas, tenía
la firme convicción de ayudarlo a recuperar a Sofía, de hacer que fuera feliz.
Se sentía responsable, aunque ella no lo había dejado, el rehacer su vida con
Carlos mientras él seguía solo, le producía una terrible desazón, un dolor que
esperaba ahogar cuando hubiera completado el regreso del muchacho con aquella
policía madrileña, que en realidad era de Cuenca. Seguiría enfrentándose a los
mismos problemas que los jóvenes españoles, se vería sin grandes perspectivas
de encontrar trabajo, de acceder a una vivienda, de formar una familia, pero al
menos tendría lo más importante, amor. Sabía que sería muy feliz junto a ella,
y junto a ella podría hacer frente a las enormes dificultades que afrontaba su
país. Sin embargo, eso ya no sería posible. Marcos se había ido sin haber
alcanzado esa felicidad, algo que atormentaría a Margarita para siempre. Maldita
fuera la fortuna. Pensaba que todo saldría bien, Marcos había recuperado la
ilusión, Sofía estaba soltera de nuevo y él estaba dispuesto a todo. Si
Margarita y Marcos se habían dado otra oportunidad, por qué ellos no. No lo
podía creer. En cuestión de segundos, toda esa esperanza se evaporó,
desapareció con la misma fuerza con la que aquella furgoneta de reparto golpeó
el cuerpo del chico, que en su ebria determinación había cruzado esa estrecha
calle del centro de la ciudad sin atender al vehículo que circulaba por ella,
quizá más rápido de lo debido, pero sin duda por donde debía. Era él quien
había cometido una enorme temeridad, tan enorme que le había costado la vida.
Aquello había
ocurrido un martes. El miércoles se había celebrado el funeral en la iglesia de
la Vera Cruz, tras lo que el féretro había sido trasladado al laberíntico
cementerio del Carmen, donde Marcos había recibido sepultura. El número de
familiares y amigos que acudieron, tanto al templo como al camposanto, fue
abultado, tanto que Roberto decidió marcharse a casa. Aparte de no ser en
absoluto religioso, no podía despedirse de su amigo delante de tanta gente. Se
conocían desde siempre, se querían como nadie. Eran prácticamente hermanos.
Como tal, muchas veces discutían, pero siempre desde la confianza que da el
afecto sincero. No podía creer que nunca volvieran a estar juntos, y maldijo lo
tristes que fueron los últimos meses de Marcos. Desde que conoció a Sofía, no
había tenido más que problemas amorosos. Primero, la falta de comunicación con
la policía. Luego, la complicada relación con Margarita, la necesidad de huir,
el regreso, la pérdida de Margarita y, sobre todo, la pérdida de Sofía.
Especialmente esto lo había atormentado en las últimas semanas, hasta el punto
de acodarlo en la barra de un bar y abotargarlo hasta el punto de volverle
totalmente vulnerable a los peligros de la calle, como el cruzar borracho y sin
mirar. Maldita fuera aquella convocatoria de Rodea el Congreso. Si no hubieran
ido, si no hubiera conocido nunca a Sofía, quizá también hubiera muerto
atropellado, pero al menos se habría ido feliz, no triste como había ocurrido.
El día
siguiente sería más propicio para quedarse a solas con él. Allí acudió mediada
la tarde.
El ambiente
era húmedo. Había llovido en los últimos días, aunque esa jornada disfrutaba de
un brillante sol. Tras dar varias vueltas por las calles del cementerio, dio al
final con la tumba de su amigo.
Para su
desgracia, no estaba solo.
Margarita y
Carlos permanecían de pie, en silencio, frente a la sepultura, de la que
guardaban una prudente distancia. Margarita estaba destrozada, aunque aguantaba
la compostura. Se había llevado las manos a la cara, tapándosela, lo que llevó
a Roberto a pensar que estaría llorando. Carlos la rodeaba con su brazo y
dejaba que se apoyara en su hombro. Él permanecía muy serio. Apenas había
conocido a Marcos, y la poca experiencia que había compartido con él no había
sido muy agradable, de modo que no lo sentía realmente, pero la tragedia que
había presenciado lo había impactado enormemente, no era ningún psicópata
insensible, y se compadecía del dolor que sentía su novia. Estaba junto a ella.
Después de todo, las cosas habían acabado bien para él. No podía evitar
sentirse dichoso por ello, pero experimentar algo así en una situación como ésa
hacía que le remordiera la conciencia. Por ello permanecía muy serio, mostrando
respeto, dispuesto a ofrecerle a Margarita todo el apoyo y el cariño que
necesitaba en esos momentos.
Roberto los
saludó discretamente. Al margen de estar incómodo en presencia de aquella
pareja, entendía que el lugar y la situación exigía ser lo más lacónico
posible. Hubiera preferido encontrarse solo con Marcos, pero no se molestó.
Carlos y Margarita estaban lo suficientemente distanciados de la tumba como
para que él pudiera compartir sus sentimientos con intimidad. Además, había
venido acompañado. Hakim había insistido en ir. No tenía tanta relación con Marcos,
pero lo conocía y quería darle el último adiós. Acordaron que se daría una
vuelta por el camposanto antes de acercarse, para que Roberto tuviera tiempo de
sobra.
- No lo habíamos planeado así, ¿verdad, hermano? No te imaginas lo triste que me dejas.
Pero no sólo
lo dejaba triste. A Roberto también lo asaltaban los remordimientos.
- Verás, Marcos, tengo que confesarte algo-. Aunque había hablado bajo antes, redujo aún más su volumen antes de decir lo siguiente, no fuera a ser que alguno de los que había por allí detrás lo oyera –Tenía que habértelo dicho cuando todavía podías escucharme, pero me daba miedo que te enfadaras. Supongo que he venido porque necesito que lo sepas, pero prefiero que esta losa te impida reaccionar. A veces soy tan cobarde, tienes que perdonarme.
Era
complicado seguir, incluso aunque estuviera hablando con un muerto. Volvió
ligeramente la cabeza. Allí seguía, muy atenta a la tumba, pero lejos, la
pareja enamorada. Respiró profundamente, acercó la boca a la lápida, se agachó
un poco más y se sinceró con su difunto amigo.
- Cuando te fuiste, Margarita y yo empezamos a vernos. Sólo para charlar como buenos amigos-. Puntualizó rápidamente, de forma nerviosa –Te echábamos de menos y la charla nos hizo mucho bien, pero al final se nos fue de las manos y acabamos juntos, justo antes de que volvieras. No es que fuera muy importante, desde luego para ella no lo fue, pero en cualquier caso, acabamos en la cama. Lo siento, tío. Tenías derecho a saberlo, pero no me atreví.
Roberto notó
cómo se le quebraba la voz, cómo se le himplaba el alma, cómo los ojos se le
llenaban de lágrimas que empezaban a rebosar por las mejillas. Se enjugó, se
puso en pie y se retiró un poco de aquella tumba. No podía seguir con la
charla, pero permanecería un rato más frente a ella, dando rienda a suelta a
sus pensamientos, como estaba haciendo Margarita.
Ella tenía a
Carlos, pero él tampoco estaba solo. Hakim acababa de llegar, cansado ya de
errar por el camposanto. El marroquí no dijo nada, sólo permaneció a su lado,
respetuoso. La tarde avanzaba y el sol empezaba a decaer por poniente. Marzo
avanzaba y cada vez se hacía de noche más tarde, lo que permitía que las
temperaturas diurnas fueran más benévolas, aunque las noches seguían siendo muy
frías, como correspondían al invierno castellano, que, aunque había concluido
la semana anterior, seguía dando coletazos e invadiendo la imberbe primavera.
Sofía
apareció en el cementerio.
El tren en el
que había venido estaba a rebosar. Era Jueves Santo, y aquella ciudad era una
de los destinos preferidos para los turistas en esa época del año. La Semana
Santa atraía visitantes de toda España y tenía fama internacional por la
calidad artística e histórica de sus pasos procesionales, a lo que se sumaba su
oferta gastronómica y cultural. Las calles olían a cera e incienso, el ambiente
era mucho más vivo de lo que acostumbraba aquella capital de provincia y todo
el mundo, quizá por el hecho de estar de vacaciones, parecía más alegre, lo
cual resultaba muy duro de sobrellevar para Sofía.
Desde que
recibió la noticia, había sentido un bofetón que a punto estaba de derribarla.
De no ser por su obsesión por no mostrarse débil ante sus compañeros varones de
la Policía, seguramente se habría desmayado, pero así ella era, a veces tan
dura que los hombres tenían que echar abajo más murallas que en la conquista de
Tiro. Quizá de no haber sido así, hubiera vuelto con Marcos y él siguiera vivo.
Como no podía ser de otra manera, ella también se culpabilizaba de la muerte
del joven. Era un alivio que no le echaran la culpa al conductor de la
furgoneta, pero no era sano. El único responsable había sido un muchacho que, anulado
por el alcohol se había puesto a cruzar sin el más mínimo cuidado. Y claro,
había pasado lo que había pasado. Pero eso no aliviaba a Sofía.
En cuanto
apareció en el cementerio, Carlos y Margarita se marcharon. Era lo mejor,
pensaron todos. Por qué hacer más violenta la situación. No obstante, Carlos sí
se acercó a saludarla, aunque muy fríamente. Ni siquiera sabía si estaba al
tanto de que había vuelto con Margarita, pero tampoco era el momento de dar
explicaciones. Un tibio hola, una lánguida respuesta y una despedida
definitiva. Carlos y Sofía no volverían a verse jamás. El sol se mostraba muy
rojo en el horizonte, el ocaso estaba cerca. La pareja se marchó, abrazada.
Habían sido unos meses difíciles que habían concluido con un trago durísimo,
pero ya había pasado. A partir de entonces, todo iría mejor. Una boda se
acercaba, mayo era la fecha fijada. Lo que no separa del todo, une más que
nada, y Carlos y Margarita tenían una historia por delante que nadie sería ya
capaz de destruir.
Sofía pasó
junto a Roberto y Hakim. La tensión era palpable. Hakim todavía recordaba las
amenazas y las duras maneras con que aquella rubia se había presentado en su
caso, y no podía sentirse relajado en presencia de ella. Es más, decidió
marcharse.
- Te espero en casa, Roberto.
Roberto, en
cambio, no mostró ningún rencor. Sabía que a pesar de todo, Sofía siempre había
querido a Marcos, casi tanto como él. No eran tan distintos. La vida los había
puesto en caminos diferentes, pero compartían muchas cosas, su vehemencia, su
determinación, su terquedad y, sobre todo, su amor por Marcos, cada uno a su
manera, claro. Ahora también compartían el dolor, y eso hacía que se vieran
fuera de las trincheras. Ya no eran enemigos, la solidaridad imperaba entre
ellos.
Sofía estaba
destrozada, no tenía fuerzas para preocuparse por el desplante de Hakim, ni por
el de Carlos y Margarita. Mejor, incluso, así no tendría que fingir delante de
ellos, y podría mostrarse tal cual era frente a la tumba de Marcos. Verdad que
Roberto seguía allí, pero con él tenía ya la suficiente confianza, para su
desgracia. Así que se arrodilló ante el reposo mortuorio del que fue su amante
y dio rienda a suelta a su dolor, retorciéndose en un conmovedor llanto.
La escena no
podía ser más triste.
Roberto no
podía creer que hubiera llegado a sentir tanto odio por aquella chica, que
sentía la muerte de Marcos igual que él. El anarquista y la policía, menuda
pareja. Nervioso e inseguro, se acercó, muy despacio, y se agachó junto a
Sofía, a la que abrazó para aliviar su pena. Por una vez, ella no reaccionó con
brusquedad ante la compasión de un hombre, sabía que Roberto podía estar
sufriendo mucho más. Ya sólo se tenían el uno al otro para soportar la pérdida.
Permanecieron un rato abrazados, hasta que la oscuridad empezó a invadir el
lugar y un empleado municipal les indicó que era hora de cerrar el cementerio.
Se pusieron
en pie y se marcharon, juntos. Su compañía iba a ser la mejor terapia para
afrontar los difíciles días venideros. Sólo juntos podrían salir adelante. Era
el comienzo de una bonita amistad, una amistad que con el tiempo llegaría a ser
algo más. Marcos velaría desde arriba por su amor.
FIN
Pues al fin ha terminado la larga travesía de la escalera, Juan. Después de esta marejada y montaña rusa de emociones, finalmente la muerte de uno terminó con la historia. Es una conclusión definitiva a todo este episodio, pero cierra muy bien las cosas, aunque ata cabos algo tensos. Felicidades por llevar a buen puerto la historia. Espero que sigas con nosotros.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carlos. Me alegro de que te haya gustado. Siempre es difícil poner la palabra fin. Un abrazo y gracias por tu apoyo.
EliminarUn cruce de fuertes sentimientos finales y la mejor manera posible de conciliarlos. Miras a tu alrededor y puedes encontrar algo parecido, Muy bueno Juan. Esperaremos impacientes tu proximo trabajo. Un abrazo
ResponderEliminarTriste Final, pero todo fin ensimismo tienen un comienzo. Como dicen atando cabos, me ha gustado la historia, Saludos!
ResponderEliminarGracias amigo. Me alegro de que te haya gustado. Era hora de cerrar el ciclo. Un fuerte abrazo.
EliminarLa complejidad de la psicología de los personajes halla, en el estigma de valores de este mundo, buen grado de conciliación. Gracias, se lee bien, agrado
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Antonio. Es un placer escribir para tantos amigos. Un abrazo.
EliminarLa conclusión de la historia es fantástica, la complejidad de la narración es estupenda y atrapa al lector. Los eventos son interesantes y reales mas el triste final hace que la historia está llena de sentimientos y emociones profundas. Muy buen trabajo.
ResponderEliminarMe alegran mucho tus palabras. Es cierto que la tristeza prevalece, pero quise transmitir un último mensaje de esperanza. Un fuerte abrazo.
EliminarAy Juan qué pena. La verdad es que cuando entré a la Revista (hace mas de un año ya) me super enganché con ESCALERA DE CORAZONES. Lo voy a extrañary Madre Mia,que final! También lamento que te vayas de la Revista, pero bueno, uno tiene que seguir su camino por donde se va marcando. Te deseo TODOS LOS EXITOS EN TU CARRERA, que no dudo SERA BRILLANTE. Hasta siempre. Gontxu.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo. Mi marcha es más bien un hasta luego, y por supuesto os seguiré desde esta magnífica revista. Es un placer leeros a todos. Un abrazo fuerte.
EliminarConmovedor.
ResponderEliminarCristian
Me gustó mucho toda la historia, y lo forma de acabarla genial. Ojalá todo te vaya genial y consigas todos tus objetivos . Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo, tanto por tus palabras como por tus buenos deseos, que son recíprocos. Un fuerte abrazo.
EliminarGracias amigo. Estoy de acuerdo en los ejemplos que nos rodean. Me alegro de que te haya gustado el final, suele ser lo más difícil de escribir. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Cristian. Un abrazo.
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