(Fragmento
de la novela El hombre de los besos oceánicos, finalista del Premio de
Novela Romántica Harlequin. Extractos del diario de Lorena Estrada, la
protagonista)
El muchacho de los besos oceánicos
debe de ser ahora un hombre, tal vez canoso, tal vez con una calva incipiente.
Puede haber engordado, tener buena salud o no tenerla. Y qué más da. Prefiero
pensar en él más allá de la máscara del cuerpo, más allá de los estragos
causados por el tiempo.
El cuerpo es sólo fachada. Me engaño,
a mí me importa, y mucho, el cuerpo. El cuerpo a veces me habla, se queja o se
regocija, y yo lo escucho siempre, aunque no me guste lo que tiene que decirme.
Pero el cuerpo también engaña, y la
mayor parte de las veces me olvido de esta obviedad. Porque si despojamos del
cuerpo a las personas, ¿qué nos queda?, ¿de qué hablamos?
¿Si no creo en la existencia del alma,
si me niego al concepto de espíritu, si incluso cada vez creo menos en el
inconsciente, qué es aquello que subyace tras la fachada?
Energía, sensaciones, experiencias, la
vida...
¿Envejecerá también el alma con el
tiempo y los golpes? ¿Se desgastará, se volverá cada vez más limitada, más
fina, más delgada hasta esfumarse?
Las mentes científicas aseguran que eso
a lo que llamamos alma no es más que el sistema nervioso con sus infinitas
ramificaciones, muchas de ellas todavía ignotas. Si eso fuera cierto, qué
horror, y qué confusión tan grande, ¡el alma también sería cuerpo!
«Los suspiros son aire y van al
aire/ las lágrimas son agua y van al mar/ dime, mujer, cuando el amor se
olvida/ ¿sabes tú dónde va?» No, Bécquer, no lo sé. Y a ver si sabes tú
esto: las caricias son cuerpo y van al cuerpo. Pero las que llegan hasta el
alma, ¿qué son? ¿Aleteo de mariposas? ¿Recorrido de plumas? ¿aéreos vendavales?
¿Y adónde va el amor que no se olvida?
A veces me acaricio por dentro, y me
hace bien, así me lamo las heridas del alma, las más punzantes y dolorosas y
difíciles de cicatrizar. A veces lo hago en el sueño.
Allá, lejos, en el lugar remotamente
próximo en el que se despliegan los sueños, la caricia traspasa la piel,
irradia efluvios sedantes hacia adentro, hacia donde el cuerpo deja de ser
cuerpo.
El mundo paralelo que se despierta
dentro de mí durante la noche está poblado de caricias, pero también de
palizas, escupitajos y reverencias. Allí el tiempo es una dimensión
irrelevante, y todo es simultáneo y todo es posible. Sólo en el país del sueño
nos es dado ser y al mismo tiempo no ser, y no sorprendernos por ello.
Soñar es el itinerario más directo
para llegar a la infancia. Y a los vericuetos del alma, a las capas más
profundas. Son una fuente inagotable de sabiduría personal. «Sabiduría
personal» suena a nombre de asignatura universitaria, una de esas materias humanísticas
desprestigiadas porque no sirven para nada, no ayudan a encontrar un puesto de
trabajo ni a llevarse mejor con los ordenadores. Sólo alimentan el espíritu,
como los sueños, que al mismo tiempo se nutren de él cerrando el círculo.
El cuerpo en los sueños no tiene
valor, porque allí son inútiles las máscaras y las fachadas. Todo es auténtico,
porque no hay ojos capaces de ver el cuerpo físico de la gente. Bueno, tal vez
los cuerpos sí sean bien visibles en los sueños de los otros. En los míos, no.
En mis sueños no hay ojos, hay
miradas. No hay manos, hay caricias, o crispación o temblor o la seguridad que
me transmite una mano que aprieta la mía. No hay órganos, sino sólo su función.
Cuando soy madre, soy la maternidad con toda su carga de entrega y
responsabilidad. En mis sueños lujuriosos no hay órganos genitales, nunca.
Reconozco el erotismo por el vértigo, por el descontrol, por el placer de
entregarme sin control a ese vértigo y dejarme llevar por la corriente. El
orgasmo es lealtad, libertad, complicidad, eternidad. No soy yo sino el alma
quien se vuelve líquida como una riada que arrastra, que limpia y arrasa.
Nunca me sueño hermosa, siempre
especial, y sólo cuando me siento amada me vuelvo bella, y mi belleza es
entonces total, inasible, sin rostro.
Pero qué duro es el castigo cuando me
miento en el sueño, cuando me culpo o me avergüenzo o me martirizo por haber
actuado mal en un hecho irreversible. Son ésas las pesadillas más feroces,
porque me imparto el castigo surtiéndolo de historias que apuntan a lo mismo
una y otra vez hasta que, exhausta, me gana un dormir pegajoso y pesado que
todo lo aplasta.
En fin, quién sabe de qué
materia estarán hechos los sueños, si vienen del cuerpo o del alma. Nadie. Y yo
menos que nadie.
La autora consigue darles la vuelta a las sensaciones, los sentimientos y los sueños como si fueran guantes de cabritilla, en el fondo parece intentar bucear en el fondo del ser humano. Una prosa magnífica.
ResponderEliminarOh, qué bonito lo que dices, amigo Rubén. Me gusta mucho tu comentario. Y me pregunto: ¿acaso no es lo que hacemos todos los que escribimos, bucear en el fondo del ser humano? Buceamos, buceamos, y siempre se puede llegar más profundo a ese oscuro pozo, a ese fondo oceánico...
EliminarGracias por tus palabras.
Besos...
Yoly
Yoly, bella narrativa y bellas las palabras que la ilustran. No deja de ser una excelente puesta en escena exterior del complejo mundo interior de una mujer en toda su plenitud. Magnífico. Un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias, Tino. Cuanto más saquemos afuera nuestro interior -hombres y mujeres- más nos acercaremos a la remota posibilidad de comprendernos.
EliminarUn abrazo,
Yoly
Una narrativa muy depurada y buena, que nos expresa los sentimientos entre parejas, aunque una de estas parece que no se ve afectada por la mortalidad. Me encantaría leer tu obra Yoly. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Carlos, de verdad, por tus palabras.
EliminarY también por tu interés. Mi último libro se titula Relatos de Intimidad. Si quieres, puedes saber algo sobre su contenido en el bonito book tráiler que hizo Eva:
http://www.youtube.com/watch?v=5bwfCK4jfL0
Un abrazo,
Yoly
Me parece interesante lo que tratas en el texto, bien narrado, Saludos!
ResponderEliminarHola, Juan. Agradezco tu comentario y me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarUn abrazo,
Yoly