“Soy
un Control Remoto, sirvo para varias cosas, para cambiar los canales, para
subir el volumen, lo más importante es tener el control…
Luego de escuchar la presentación de José
Francisco, Darío finalmente se animó, agarró su objeto, lo analizó y se presentó.
“Control
sobre ese animal que llevo dentro, que si no lo controlo va a saltar y va a
hacer atrocidades” reflexionó, completando la
frase internamente.
Oh casualidad, el control siempre había
signado la vida de Darío Solanas. Ya desde pequeño, su madre le había enseñado
a controlar sus impulsos. Darío sentía un fuego dentro de él, un volcán de
pasiones, una vehemencia que con los años había aprendido a controlar y qué
solo salía en raras ocasiones, en forma de un enojo indignado. Inclusive Darío
ejercía el control sobre su virilidad: siendo gay, era extremadamente masculino
(paradójicamente, quizás el más masculino
de todo el grupo de pacientes de Guillermo), de hecho, exudaba virilidad;
también solía tener una especie de tensión en el cuerpo, como si estuviese
reteniendo dentro de sí un reactor nuclear, una fuerza destructora que iba a
explotar de un momento a otro. Esto se le veía sobre todo en su mirada
penetrante e inquisidora y en su mandíbula dura.
Su madre, una modista de barrio puritana y
Profesora de Catequesis, lo más parecido a la madre de Carrie White[i]
que existiese en la vida real, había influenciado mucho en esto del Control.
Pero lamentablemente, Darío no tenía poderes como Carrie para deshacerse de los
mandatos puritanos de su madre.
“No
te toques el pito” solía decirle cuando Darío tenía 5 años y se la pasaba
tocando y estirando su órgano como hacen todos los niños en la etapa fálica. “Eso es pecado”. También era pecado
cuando lo encontraba jugando al doctor con su primita o con su primo mayor o
con los dos al mismo tiempo. O cuando lo encontró haciendo el amor con una
compañerita de colegio.
Lo peor había sido cuando Darío había
dejado a su novia por un árbitro de fútbol. Ese había sido el peor de los
pecados para su madre. Aunque Darío ya había tenido experiencias adolescentes
de toqueteo en los vestuarios y había debutado sexualmente con un compañerito
de fútbol, con este hombre-15 años mayor que él-la cosa esta vez fue en serio y
sin retorno.
Desde ese entonces, las dos pasiones de
Darío fueron el fútbol y los hombres. Ambas cosas iban de la mano. Recordaba
cuando de chico veía los partidos de fútbol, como se excitaba con las piernas
macizas, peludas y vibrantes de los jugadores. Salir a la cancha era similar a
tener un orgasmo. Darío podía canalizar su “volcán interno” en el césped,
pateando la pelota, corriendo por todo el campo, haciéndole zancadillas a los
rivales. Y luego venía la parte de los vestuarios. Los vestuarios que producían
esa mezcla de macho cabrío, sudor y olor a desodorante, combinación que
despertaba las feromonas. Y Darío-una gran promesa del fútbol-actuaba en la
cama como en la cancha. Pero luego vino el accidente, él estaba de acompañante
en la moto de uno de sus amantes, chocaron y pese a que Darío salvó su vida
porque llevaba casco, le quedó una lesión en la pierna. Y esa lesión lo sacó
directamente del campo de juego, y del estrellato futbolístico.
Estuvo un par de años resentido y furioso,
peleado con el mundo y consigo mismo, hasta que un ex sponsor lo contrató para
ser Director Técnico de una Liga de Menores de un club ignoto de barrio. Y a
partir de ese momento, esos chicos se convirtieron en su razón de ser. Darío
sintió finalmente que tenía algo por lo que vivir. Todo anduvo sobre ruedas,
hasta que apareció Jonathan sin H. Así se había presentado. Jonathan sin H tenía
16 años para 17 aunque parecía mucho más grande, unos 19 o 20 inclusive.
Cuando Jonathan sin H entró, así sin permiso
y con su ímpetu adolescente en la vida de Darío, el futbolista estaba con las
defensas bajas, ya que había acabado su último romance con un famoso jugador
que había sido comprado por un club de Barcelona y que se había casado con una
botinera-una vedetonga[ii]
en ascenso que se parecía físicamente a Marta Sánchez en sus primeros años de
solista-para disipar cualquier duda acerca de su posible homosexualidad. Darío
siempre se enamoraba con pasión. Su furia interna se transformaba en amor
pasional pero siempre terminaba quemado en ese fuego, ya que nadie lograba
amarlo a él con la pasión con la que él amaba. En ese amor, Darío solía
sentirse con derecho a manejar la vida del otro, a reformarle sus hábitos, era
cómo qué él sabía SIEMPRE lo que era mejor para el otro .Darío tenía en su
haber una larga lista de amores frustrados donde él amaba y los otros se
dejaban amar. Y así pasaban los amores de Darío como los penales errados. Tarde
o temprano, todos se terminaban casando (usualmente
con vedetongas) y él, que se negaba a cambiar de vida y ser infiel a sus
deseos-se quedaba solo.
Lo de Jonathan sin H comenzó como un juego.
El chico era un futbolista excelente-aunque a Darío le molestaban su soberbia y
su rebeldía-y no tardó en convertirse en el favorito del entrenador. Había
perdido a su padre hacia un año. Por eso, no fue extraño que Darío se
convirtiera en una especie de figura paterna para Jonathan sin H. Pero con el
tiempo, la relación fue virando en algo más. Y aunque Darío era un experto en
el control de los bajos impulsos, Jonathan sin H tenía la perversión de los
adolescentes y comenzó a cruzar ciertas líneas que a Darío lo perturbaron.
Empezó a pensar en él mañana, tarde y noche. En cómo le decía “Jefe” y le
guiñaba el ojo, como lo rozaba con las piernas “sin querer” o como se paseaba
desnudo en el vestuario delante de él, mirándolo fijo mientras se enjabonaba
las partes intimas. Jonatan sin H también sabía toda la música que le gustaba a
Darío y cuando estaba con su mp4, se sacaba los auriculares y le decía: “Escuche,
Jefe” y ahí estaban Amaia Montero, Soda Estéreo y Ana Belén.
Por más que Darío intentaba controlar la
situación con una fuerza estoica, su fuego interno pugnaba por salir. Ver a Jonatan
en la ducha, con su culo lampiño y parado, redondo y turgente; sus piernas
delgadas, torneadas y duras, su espalda ancha, su vientre plano, su tatuaje de
Callejeros[iii],
todo en él se había convertido en una tortura para el futbolista.
Como en la canción de María Magdalena en
Jesucristo Superstar[iv], Darío
se preguntaba qué le había visto a ese chico, por qué esa locura tan cegadora,
si al cabo de cuentas era solamente un hombre, y en su vida había habido
tantos, así que en cierta manera, Jonatan con H era uno más.
Y así como los volcanes dormidos despiertan
un día y arrasan con todo, Darío no pudo aguantarse, sintió el fuego de su
volcán interno, la lava que recorría su cuerpo y un día que estaban solos en el
vestuario y el chico lo provocaba como siempre, arrinconó a Jonatan sin H
contra la pared, así, sin importarle nada. Luego se arrepintió y se alejó
asustado y horrorizado de lo qué había hecho y de sus posibles
consecuencias...pero para su sorpresa, Jonatan sin H le dijo:
-¿No
va a seguir, Jefe?” y le comió la boca de un beso, hurgando con su lengua
adolescente, ávida de besos. De repente, sin saber cómo, estaban los dos
desnudos en el vestuario, besándose apasionadamente, entrelazando sus cuerpos
con un frenesí salvaje.
Darío estaba acostumbrado a ser la parte dominante
en el sexo, jamás había sido penetrado (bueno,
salvo una vez qué le parecía que su primo lo había violado de chico, pero no
recordaba el hecho con claridad). Sin embargo, de repente sintió como
Jonatan sin H lo agarraba por la espalda y le besaba el cuello con su lengua,
sintiendo su gruesa verga apoyada en su culo. Y sin saber cómo, de repente
estaba acostado sobre el banco del vestuario y Jonatan sin H encima de el,
penetrándolo salvajemente, con ese salvajismo de la adolescencia. El dolor dio
paso al placer y el placer dio paso al amor. Y así transcurrieron seis meses de
ensueño para Darío, quien esta vez no se preguntaba si esa pasión era prohibida
y lo amó con la misma intensidad que había amado a todos los demás.
Hasta que un día, así de la nada, Jonatan
sin H le dijo:
“A mi
me gustan las chicas; volví con mi novia”.
Darío sintió como la desesperación le
corría por el cuerpo, dando luego lugar a la furia, similar a la de un toro
embistiendo al torero y con una fuerza animal, lo agarró del cuello
arrinconándolo contra la pared. Mientras mantenía el puño en alto, cerrado,
tratando de no pegarle, sus ojos se ponían rojos de furia y de lágrimas.
“Si
no me soltás, le digo a mi vieja que llame a la cana[v] y te
denuncie por corrupción de menores, puto[vi]”.
Darío no podía creer lo que estaba
escuchando. El mismo chico con el que durante meses había tenido una relación,
ahora se había convertido en un psicópata.
“Me
dijiste que me amabas” le dijo en un tono seco, tratando de contener la
furia y las lágrimas.
“Bueno,
pero yo no soy trolo[vii],
te equivocaste. Volví con mi chica. Y si no me dejás de joder, te denuncio. Y
si me echás del club, peor para vos, así que ni se te ocurra”.
Devastado, Darío agarró su bolso de Adidas,
se lo puso al hombro y empezó a caminar por la cancha, tratando de que el frío
del invierno curara esa pesadilla que acababa de vivir.
Al otro día, volvieron a verse en el
entrenamiento, pero ni se hablaron. Y por más que con su frialdad Darío no lo
demostrara, se sentía muerto por dentro. Y mientras veía de reojo a Jonatan sin
H jugar con sus compañeros, pensó en un dicho que solía decir su madre:
“El Que Se Acuesta Con Niños, Amanece
Meado”.
Continuará…
[ii] Vedetonga (argentinismo): joven estrella que suele saltar a la fama
por sus atributos físicos y sus escándalos mediáticos.
[iv] La canción dice: “No Logro Entenderlo/Me Emociono Con Verlo/Sé qué
es/Un hombre más/Y En Mi Vida Hubo Tantos/Debo Saber/ Qué es Un Hombre Más/Solo
Uno Más”
Bueno, la gran circunstancia del homosexualismo es su estado taboo en los países hispanoparlantes. Sin embargo, a pesar de las cosas, estoy de acuerdo con la última expresión. No hay que meterse con menores. Amarga lección que aprendió nuestro paciente en el quirófano de este singular psicoanalista. Estamos en contacto Gonzalo.
ResponderEliminarHe seguido la continuaciòn y secuencia de tu relato, es directa, de fàcil comprensiòn, Gracias por compartirlo
ResponderEliminarTRINA LEÈ DE HIDALGO
A pesar de el control que se pueda ejercer sobre los sentimientos, siempre está el que se escapara de ese control, Buen relato fluido, Saludos!
ResponderEliminarGracias a todos por vuestro feedback.
ResponderEliminarCARLOS: No creo que en países como España o Argentina la homosexualidad sea un tema tabú (quizás en el resto de los otros países hispanos, si) .Justamente, el dilema de Dario no es su Homosexualidad-algo que siempre tuvo bien claro-sino la lucha entre su hiper-control y sus instintos mas animales. Como un hombre que siempre hizo gala de su control, se hace añicos cuando conoce a un adolescente perverso.
TRINA: Se que me lees siempre y te gusta mis historia. Gracias!
JUAN: Gracias! Es cierto, por más que uno trate , siempre alguno se escapa. Cuanto más uno reprime, peor es.