—Sujétenlo.
¡Háganlo bien! Que si logra moverse aunque sea un poco, seré yo quien los
despelleje a ustedes.
Los monstruosos
de piel naranja de Jhaelxena no tuvieron reparos en ingresar a la celda de la
familia Helviana. Estos arrastraban un torso de los brazos, tan blanco como la
cal. Otras dos criaturas ingresaron; entre los cuatro colocaron los grilletes
y jalaron las cadenas. Al terminar, estos quitaron los soportes lo que
mantenían sujeto, cayó hacia adelante y obligó al prisionero a
soportar con sus brazos el peso, mostrando toda su musculatura.
Tanto madre como
hija se asombraron cuando vieron al cautivo. Era un joven alto elfo, desnudo de
la cintura para arriba. Su rostro había sido golpeado repetidas veces. Entre las
marcas de mordiscos y los golpes en su pecho mostraba numerosas marcas y
tatuajes, con runas en el idioma del Inframundo. Pero lo que les llamó más la
atención era el estado de su brazo derecho. Su mano y su brazo se encontraban
quemados e informes, la masa de carne apenas
cubría los huesos que se veían en algunas partes. Berlashalee apartó la mirada, mientras Yasfryn
quiso levantarse para ayudarlo. Pero tuvo que contenerse, porque en cuanto
salieron las monstruosidades, su sobrina entró acompañada por lo que parecía
ser su hija.
Jhaelexena se
acercó confiada y orgullosa, sonriendo como una cazadora que tiene a su presa. Un
enorme látigo, una vara con dos segmentos y un enorme anillo en el centro,
establecían su superioridad ante todos en la habitación. Su sonrisa se torció hasta
alcanzar la sádica realización, mientras contemplaba en el cautivo la cumbre de
su éxito.
—Es
impresionante. Desde hace cuantos tiempo una basura como tú ha sido Maestro de
Armas de una de las casas de la ciudad de Xillander’kull.
—El mismo tiempo
que le tomó a usted decidir a cuál de sus hijas debía matar para conservar su poder.
La respuesta
sarcástica le mereció un golpe con la vara del látigo y un grito furioso.
—Dime, ¿desde
hace cuánto la casa Barrizynge’del’Armgo ha
traicionado el voto sagrado de odio y destrucción hacia los traidores de la
superficie?
—Ya contesté, maldita.
Otro golpe de la
vara fue el premio a su respuesta. Molesta, la mujer quiso extender el látigo
cuando su hija intervino con un tono leve, salpicado de temor.
—Mi señora. Madre.
Lo que dice el elfo claro tiene razón. Recuerde… sacrificó a una común adoptada
en la casa hace para crear una Zin’karla para matar a mi padre. ¿Tienes tres
años de ser Maestro de Armas, no es así?
—Si.
—¿Cuál es tu
verdadero nombre?
—Mi nombre es
Adalirus Eorel Smayern, Ardulintra.
La joven no pudo
evitar que los colores se le subieran al rostro. Él la había reconocido, la
había llamado por su nombre. Por eso avanzó hacia el frente y se dio la vuelta para que nadie viera su debilidad.
—¿Cuántos años
tienes, Eorel?
—Tengo… Ciento
tres años.
Un suspiro escapó
de las gargantas de todas las presentes. Ninguna podía dar crédito a lo que
habían escuchado. Si lo que decía el muchacho era la cierto, las jóvenes (Ardulintra
y Berlashalee) lo superarían en edad por veinte años; las mayores le llevaban siglos
de ventaja. Ninguna pudo reaccionar, mientras trataban de digerir la noticia de
que uno de los más respetados guerreros de la ciudad era un chiquillo.
—Ella dice que
en cuanto me logre liberar las matará a todas ustedes. ¡A todas!
Eorel comenzó a
reír de manera macabra. Al sentir que perdía el control de la situación, Jhaelexena
levantó el rostro del muchacho con la vara de su látigo, mostró los dientes y siseo
con elegancia.
—¿Cómo vas a hacerlo
estúpido? Estás atado a nuestra merced. Es obvio que es una mentira. ¡Mientes!
Nadie puede conseguir el puesto de maestro de armas de ninguna casa a tan corta edad. Ningún guerrero es tan bueno.
—Eso demuestra
quien es quien en esta ciudad, señora.
La respuesta le
mereció una brutal golpiza. El borde de la pesada vara se estrelló contra su
cuerpo incontables veces. Jhaelexena expulsó toda su ira hasta que
cansada y adolorida, bajó el brazo. Le tomó un rato recuperar el aliento. Con un gesto a una de sus monstruosidades esta trajo algo entre
sus manos. Ella levantó la cabeza del joven elfo para que lo observara; un
trozo de cristal de ámbar, que cabía en uno de los brazos de la criatura.
Eorel abrió sus
ojos, con una mezcla de sorpresa y temor. Después tragó grueso cuando la criatura le
entregó el cristal a Adrulintra para que lo cargara.
—Bien, niño alto
elfo… responde como deseo, y tal vez muestre indulgencia en tu caso, quizá te de una muerte rápida. Esto se encontraba escondido en tus aposentos. ¿Qué
es?
—Un trozo de
ámbar muy grande.
La respuesta sacó
de quicio a su interrogadora. Ella retrocedió, extendió el látigo y con
maestría le asestó un golpe que estrelló las dos piezas de cuero y el anillo en
contra de su cuerpo. La golpiza fue salvaje, con cinco golpes ya había
desprendido pedazos de su piel y había dejado las cinco marcas del anillo en su
pecho y espalda. Pero el joven apretó los dientes y no profirió ni un solo
gemido. No iba a darle la satisfacción a su torturadora de disfrutar con su
sufrimiento.
Cuando completó
la docena la religiosa se detuvo. Furiosa al no poder quebrar al muchacho,
visiblemente agitada por el esfuerzo en usar el látigo, ella gritó con todas
sus fuerzas
—¿Dime, qué
demonios es ese pedazo de ámbar? ¡Habla
maldito!
La única
respuesta del prisionero fue levantar su rostro y sonreír. El gesto
irritó a la mujer, que extendió de nuevo el látigo. Pero cuando iba a golpearlo, un grito y una voz reclamaron.
—Lo que te dice
el muchacho es verdad, Jhaelxena. Es un pedazo de ámbar. Pero te hace falta capacidad para ver que hay una criatura en su interior.
Parece ser un bebe en estado suspensión.
La torturadora
se volteó hacia donde provenía la voz. Yasfryn observaba con pena y dolor al
muchacho. Ella sostenía el rostro de su hija, que lloraba con grandes gritos y evitaba ver el espectáculo frente a ella. No podía soportar más la tortura a la que era sometido
su compañero de cuarto. Por primera desde
que la conocía ella pudo encontrar en el rostro de su antigua maestra que no le
escondía nada, era como el agua.
—Una criatura
¿Qué clase de criatura?
—Lo desconozco. Parece
ser un bebe de nuestra raza, dado su tamaño y el reflejo del cristal. El uso de
ámbar significa que los batracios fueron quienes encerraron a la criatura. No
puedo decirte nada más. Pero debe existir una razón poderosa para que la hayan sellado. Una herética e impía.
—Interesante.
Jhaelexena
conservó esto en mente mientras con un gesto le ordenó a su hija salir de la
habitación. La joven sujetó la piedra y salió de la habitación en silencio. Cuando
se dispuso a salir de la celda, unas leves carcajadas provenientes del muchacho
la obligaron a regresar sobre sus pasos. Ella sujetó al prisionero del cuello, le
mostró los dientes y siseo lo que pensaba
—¿Qué te resulta
tan gracioso para que te rías de esta forma? ¿Acaso perdiste la cordura?
—No. Sólo debo
advertirle que la criatura en el sarcófago de ámbar será su perdición, bruja. No
se atreva a abrirlo, a menos que quiera enfrentar las consecuencias.
—Eso lo veremos.
Con un último
golpe y su respuesta, la torturadora se retiró, las rejas se cerraron y
los prisioneros quedaron a solas. No habían terminado de trabar los cerrojos
cuando Berlashalee dejó su sitio en la cama y tomó la jofaina de agua que había
en el piso para su uso personal, rasgó un pedazo de su vestido y lo
empapó en el agua, para limpiar la sangre del cuerpo y la cara del joven.
Él la observó atentamente.
A pesar de todo lo que le había pasado, suavizó su expresión y esbozó una
sonrisa.
—Me alegra ver
una cara conocida. Belashalee. Pensé que habías desaparecido. Parece que el destino
te alcanzó… tal como a mí.
—Perdóname, Eorel.
Es mi culpa que estés aquí.
—¡No! Tarde o
temprano se iba a saber mi secreto. He vivido una mentira todos estos años. Era
evidente que algún día se descubriría. Se lo que me espera. Si eso es lo que ha
de pasar, que suceda. Es mejor que vivir con temor todos los días de mi vida.
Es mejor que vivir con la maldición que me rodea desde que ingresé a estas
cavernas.
Sus palabras devolvieron
la serenidad a la muchacha, que se relajo y continuó su trabajo. Pero al voltear
su vista, él se sorprendió al encontrar a la herrera de la ciudad encerrada
en esa mazmorra. La curiosidad lo movía a preguntar, estuvo a punto de abrir la
boca cuando la mujer se levantó de su asiento e hizo por su cuenta la pregunta
incomoda.
—Muchacho. Sé
que no es de mi incumbencia. ¿Pero qué contiene el sarcófago de ámbar que
estaba en tu posesión?
—Contiene algo
que no puede ser… algo que no debe existir. Contiene un símbolo del pecado, una
muestra de lo que la lujuria y el descuido puede invocar. Una criatura que no
puede ser, bajo ninguna
circunstancia.
—Entonces es
cierto. Los rumores son ciertos. Tú eres el Guerrero
Maldito, el sarcófago contiene a tu hija. Un engendro, con la sangre de una elfa oscuro y de un elfo claro.
—¿Qué quieres
decir con eso, mamá?
Yasfyn suspiró antes de iniciar su relato. Aunque recibió las correcciones
necesarias del autor del hecho, ella explicó de la mejor forma que pudo a su
hija la base de uno de los pecados más grandes jamás que se puede cometer en la
infraoscuridad. La unión entre un elfo claro y una elfa oscura está terminantemente prohibida, era un taboo en ambas sociedad. Cualquier producto de esta unión provocaría
una terrible maldición sobre sus padres; así como un destino incierto para las criaturas
producto de esta gestación.
Carlos "Somet" Molina
La acción y la tensión no dan tregua. Buen trabajo, compañero.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan. Ya creo que falta poco, por lo menos para terminar este ciclo. Espero completarlo sin que nadie me quiera matar. Gracias de nuevo.
EliminarCada vez que leo La Familia Helviana se me representa una película. Bravo, Colega!
ResponderEliminarMuchas gracias Gontxu. En este momento estoy en una transición hacia un estilo más literario (no tan descriptivo) pero me alegra que te guste. Estamos en contacto.
EliminarManteniendo la tensión, muy buen relato dejando misterios para ser develados. Excelente! Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. Por algunos cambios de planes, el próximo capítulo se develarán algunos misterios antes del climax. Nos estamos escribiendo.
Eliminar¡Buen trabajo Carlos! Enhorabuena compañero. Un abrazo
ResponderEliminar