En
lo profundo de mi mente, como la visión de lugares imposibles, a través de
letras y papel se vuelven comprensibles e imaginables, como una biblioteca cuya
luz siempre está a tu lado y el resto, tinieblas, navegando entre sus pasillos,
acariciando cada libro en sus estantes, posando momentáneamente mis dedos en
sus lomos, como quien lee con ellos y cierra los ojos para ver su contenido,
para seguir vagando sin rumbo en el laberinto de Minos, encerrado aquí; pero
elusiva te veo de vez en cuando, oh mi dulce musa, Erató, ríes con tu cara
cubierta con el libro de mis desamores, acaricias página a página cada una de
mis tristezas, porque en cada una me inspiraste a crear dulces letras,
ignoradas y olvidadas.
¡Oh,
hermosa Erató!, eres testigo del amor en mi lírica, en el peso y sentimiento en
cada letra. Sonríes y lloras recorriendo los pasillos más oscuros, donde los
recuerdos que no deseo recordar se hallan, cada bellos ojos que atención ponían
en mí, aunque fuera por un momento. Vos, mi maestra Erató, movías mi mano para
crear jocosas letras, tímidas rimas y seductoras afirmaciones. Puede que casi
todas cayeran en sordos oídos, que ni un palpitar o sentimiento promovieron,
pero siempre estás para mí. Aunque no pueda verte, cierro los ojos y tus
susurros crean las letras, los párrafos y renglones, aun cuando a nadie son
dirigidos, siempre con el libro de mis fracasos en tu seno, pero jamás
olvidando las letras que tu perfume inspiró.
¡Oh,
musa! ¡Oh, Erató! Que tus letras siempre mantendré en la biblioteca de mi
mente, aunque las hojas a pedazos se caigan cada día, aunque las llamas de
Alejandría los estantes consuman, aunque las aguas atlánticas se traguen los
tintes, siempre perdurarán las rimas que fueron dedicadas, creadas gracias a
vos por voz. Pese a que mortal alguna las aprecien, los tesoros entre prólogo y
epílogo, que rasgaron el papel tatuando los sentimientos sin voz pero razón.
Ahora hoy, tus manos acarician mis dedos, guiando palabra por letra y letra por
palabra, como el viento mece el barco a una dirección. Te dedico este
estribillo, la humilde ofrenda de un don nadie a una diosa, como el pordiosero
que regala una flor a una reina, rogando a que no abandones los pasillos de mi
cabeza, para así volver a crear dulces letras con un suspiro perdido,
melancólico y profundo, entre los libros de mi mente.
Marvin Duran
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