Al dirigirme a la parada del autobús cercana para ir al trabajo, pasaba todas las mañanas por delante de la puerta. Era una tienda de relojero pequeña y un poco sombría. A veces, sobre todo temprano los viernes, me paré ante el exiguo escaparate. Me relajaba un rato mirando relojes, muchos de ellos modelos bastante avejentados, emparejados a su vez con otros de diseño más moderno. Los más antiguos resaltaban especialmente por sus llamativos lustres dorados.
Un
día me detuve y observé que entre el variopinto muestrario destacaba un estuche
abierto donde se exponía un llamativo reloj de pulsera que se publicitaba como
de oro, a un precio ridículo para su supuesto valor: apenas unos cuantos euros.
Me eché a reír y di en pensar que se trataba claramente de un fraude, o de una
broma pesada, o bien de un reclamo para atraerse la atención de paseantes y
curiosos para lucrarse con la venta del resto de la exposición.
Avancé
unos pasos… De pronto, interrumpí la marcha y volví sobre mis pies, decidido a
entrar en la tienda y preguntar sobre el reloj que atrajo mi curiosidad.
Al
empujar la cancela, sonó una campanilla que alertó de mi presencia. Al momento,
apareció un hombrecillo bajito, delgaducho, de incipiente calvicie; de ojillos
huidizos, de mirada torva y desconfiada.
—Usted dirá… —pronunció de manera adusta, displicente el gesto.
—¡Hola! —exclamé contrariado, con destemple—. Mire,
estoy interesado en ese reloj de oro de la vitrina —añadí sin apartar la vista,
señalando con el dedo por encima de mi hombro izquierdo—. Me llama la atención
que, siendo de tanta valía, cueste aparentemente tan poco —recalqué con sorna—.
A lo mejor no es…
—¿De oro? —se apresuró en contestar—. Es
auténtico, compacto; de una pieza.
—¿Y cómo se explica que a ese precio todavía no
se haya vendido?
Sonrió, no sin sarcasmo. A continuación,
expresó lo siguiente:
—Como comprenderá, son muchas las personas que
se han interesado por él, pero todas decidieron no comprarlo. Tras enterarse de
su poder, se retractaron.
—¿Poder? ¿Qué poder?
—Bueno, llamémosle “capacidades” especiales.
—¿Cuáles?
—¿Usted lo compraría? —preguntó cortante, sin
titubeos.
—Si está dispuesto a explicarme todos los enigmas
que rodean el caso, puede que sí. Por lo visto, se está creando todo un halo de
misterio en torno… Quizás no supe aclarar lo que pretendía y resulta que,
indirectamente, provoqué esta confusión. Disculpe mi torpeza.
—No, no tiene nada que reprocharse; su actitud
ha sido la correcta —puntuó—. El asunto es controvertido de por sí… No sé la
razón por la que insisto en venderlo, dado que nadie está dispuesto a
adquirirlo, a pesar de su mínimo coste… Está en lo cierto. A lo mejor es una
imposición del destino.
—¿Y eso qué quiere decir?
—La gente, cuando escucha que el reloj marca el
día exacto de la muerte de quien lo porta en su muñeca, se niega a formalizar
la compra —manifestó con parsimonia—. Sale huyendo del local —concluyó.
—¿La muerte?
Extraño, ¿no? —aventuré confuso.
—No tan extraño como, en principio, pueda
parecer. Pensemos en que todo esté predeterminado; por supuesto, incluido el
final de esta vida. Las vibraciones se muestran; la energía es traducible. Singular,
mas no improbable. Se juzga en base a coordenadas y parámetros asumidos… La
existencia es un libro abierto cuyas siglas no sabemos interpretar. que no
sabemos Bueno, ¿se queda con el reloj, ahora que revelé el secreto?
Reflexioné unos instantes, dudando; finalmente asentí
con un movimiento de cabeza.
—¿Está seguro?
—Sí.
—Por favor, permita que sea yo el que se lo
coloque y abroche.
Transcurrió mucho tiempo... Enfrenté más miedos
que obstáculos reales, y terminé superándolos. La renovación era continua, como
corresponde a las horas que pasan. Me obligué a tomar una perspectiva diferente;
la confrontación de los pensamientos como forma de readaptación a los ciclos
impulsados por las experiencias.
En mi caso, no se trató de una muerte física:
sino la completa transformación del ser. Volver a la conciencia de un origen en
el que la propia naturaleza se muestra en todo su esplendor.
Hoy comprendo que, aquel día, más que una
decisión consciente, mi arrojo fue un acto de voluntad.
José Luis Benítez Sánchez.
1 comentario:
Excelente mensaje, al comenzar a leer no me espera lo que revelaría el vendedor ni tampoco la reacción del comprador. Cuando en el relato se describe la lógica del comprador, definitivamente que este hizo lo correcto. Un reflejo de lo que muchos de nosotros deberíamos, aun sin saber el día exacto de la muerte, porque no es importante ese día, lo importante es vivir plenamente cada día que aun estemos vivos.
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