Traté
de controlarme, pero no pude. Tenerte al frente mío en esa área aislada sin que
nadie se acercase fue un ataque mortal a mi compostura. Te arrinconé en la
esquina, evitando que te movieras, aunque no era necesario, tu asombro te paralizó;
enmudeciste. Tu mirada me preguntaba qué estaba sucediendo, qué estaba
haciendo. Te acaricié ambos hombros sin decir una sola palabra. Sólo te
admiraba y en mi embriaguez, intoxicado por tu belleza, me di cuenta de lo que
había hecho. Te abracé con fuerza mientras ocultaba mi rostro en tu cuello,
sintiendo tus sedosos cabellos acariciarme. Ya había dado el paso, no había
vuelta atrás. Acercando mi boca a tu oído, rozando mis labios por tu piel,
respirando profundamente sobre tu ser te susurré las palabras que llevaban
ahogándome desde hacía un año “te deseo con todas mis fuerzas”.
Respiré
sobre tu cuello, aun abrazándote, inhalando aún tu aroma, sintiendo tu calor,
sintiendo la presión de tu pecho sobre el mío. Trataste de moverte, pero más
fue por instinto que por rechazo y sentí la humedad en tu rostro, sentí tus
lagrimas rodando suavemente por tus mejillas. Con mis ojos cerrados, sin borrar
la imagen de tu dulce cara, dejé que mis labios tomaran esas gotas de sabor
salado que provenían de tus preciosos ojos. Lentamente las iba saboreando una a
una y mientras lo hacía sentía como tu respiración se hacía más profunda y
entrecortada, sentía los latidos de tu corazón aumentando de velocidad haciendo
eco de mis propios latidos y fue entonces cuando volví a decirte “te deseo, te
deseo con todas mis fuerzas”.
No
te permití reaccionar. Presioné mis labios sobre los tuyos, aprovechando tu
estado de asombro e incredibilidad. Sentí tus manos apretar mi espalda mientras
tu boca comenzaba a contestar mi atrevimiento, rindiendo tus labios a los míos,
entregándome un largo beso el cual ya yo te había robado.
Un
año ha pasado desde que comenzamos a trabajar en el mismo piso de la planta, un
año de intercambiar sólo miradas, las cuales inconscientemente decían, sin aún
nosotros saberlo, lo mucho que nos deseábamos. Ahora entiendo porque nos
evitábamos, porque no intercambiábamos palabras en esos pasillos; ni tan
siquiera un frío saludo se cruzaba entre nosotros. Ambos tratábamos
silenciosamente de defendernos de nuestros ardientes deseos, recordándonos que
ambos estamos casados y ambos tenemos hijos.
No
deseaba apartarme de ti, quería seguir bebiendo la pasión que emanaba de tu boca,
pero al escuchar que alguien se acercaba, retiré tristemente mis labios de los
tuyos y sin apartar mi mirada de tus dulces ojos, te sonreí y miraste al suelo
mientras sonreías también. Me di media vuelta y regresé a mi oficina sin borrar
tu imagen de mi mente, aun saboreando la humedad de tus labios. Abrí la gaveta
de mi escritorio y tome el libro de poemas La Flor del Mal de Charles Baudelaire,
libro que seguramente fue el que me inspiro para tal atrevido acto. Tomé un
sobre de correos internos y coloqué el libro dentro, junto a una simple nota:
'Un obsequio'.
Me emocioné cuando, más tarde, pasaste
cerca de mi escritorio y mirándome, sonreíste levemente antes de mover tus labios disimuladamente
formando una sola palabra, “gracias.” Note que tenías el libro en tu mano.
Sonreí también.
Ahora,
en la oscuridad de mi recamara, con mi esposa durmiendo a mi lado, los niños en
sus cuartos, el recuerdo de ese beso sigue fresco en mi memoria, deseando
tenerte nuevamente entre mis brazos mientras te arrebato otro apasionado beso. Te buscaré en las esquinas, en los solitarios pasillos de la
planta,
en los solitarios pasillos de la planta, en los lugares donde al menos pueda
rozar tu piel y sentir el toque de tu cuerpo. La semilla del deseo que por un
año había estado germinando en lo más profundo de nuestros cuerpos finalmente
ha roto el último nivel de restricción que tenía para finalmente ver la luz de
la pasión y emprender el camino hacia el clímax de dos inevitables amantes.
Efraín Nadal De Choudens
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