Hola:
Me llamo Jaime, pero los que me conocen me llaman Jaimito “El mentiroso”…
Tras
las pruebas médicas que me realizaron las dos tesinandas que, por cierto,
obtuvieron premio extraordinario por sus TFM'S sobre "Miembros viriles
desaforados" (ellas lo llamaban "macrofalosomía genital", un
trastorno que creo que al rey Fernando VII le impedía mantener relaciones
sexuales normales y, según he leído, también lo padecían Napoleón Bonaparte,
Rasputín y el rey Carol II de Rumania)... Pues, como os iba diciendo, tras
aquel triste día de San Valentín, el día de los más de diez orgasmos seguidos,
me propuse buscar el amor de verdad y, con mi cerebro científico y organizador,
planeé una fecha tope para conseguirlo: El día de San Jorge (Jordi, para los
amigos)... ¿Por qué elegí esa fecha...? Pues, es claro: La tradición habla de
regalar un libro y una rosa a la persona amada y pensé que sería una bonita
oportunidad para, con esa excusa, hallar el amor verdadero y duradero (Ya
sabéis que, a pesar del tamaño de mi cacharro, soy un romántico...). Pero,
aunque algunos me envidien por motivos obvios, al mirarme a la bragueta, creo
que tengo un poquito de gafe y la jugada me salió rana... Veréis...
Yo
vivo en una primera planta y tengo una vecina que vive en el segundo interior,
de forma que la ventana de su cuarto tiene una visión excelente del espejo del
armario de mi dormitorio. Cuando me asomo a tomar el fresco, casualmente,
siempre veo a Carmen (así se llama) mirando hacia abajo y siempre me deleita
con una sonrisa intensa y carnal, como fiera que ha puesto los ojos en presa
sabrosa... La verdad es que la chica está muy bien y me desasosiega tanto su
mirada, que no me queda más remedio que desahogarme unas cuantas veces,
mientras me dura su recuerdo. Supongo que a todos vosotros os pasará lo mismo
que a mí...
Una
tarde me encontré a Carmen en el portal, al regresar a casa desde la
universidad. Ella estaba hablando por teléfono y al verme meter la llave en la
cerradura, colgó inmediatamente la llamada.
Yo
la saludé y ella no me contestó, sólo se quedó mirándome alternativamente a los
ojos y a la entrepierna y, aunque no soy muy experimentado, tampoco soy idiota
e interpreté enseguida que ella me estaba avisando sutilmente de que debía de
llevar la bragueta abierta. La sonreí un poco ruborizado y, girándome
discretamente, trate de subir la cremallera, pero, resulta que no la tenía
bajada, por lo que, me volví a mirar a la chica con cara de interrogación...
Ella sonrió pícaramente, y se me abalanzó sin darme opción de proteger mi
dignidad... Mientras me besaba como una loca, metiéndome la lengua hasta el
último de mis empastes, me echó la mano a la bragueta y, ahora sí que se
desabrochó... Imaginaos cómo se me puso el instrumento... Si ya en estado
normal es desmesurado, ante aquella acción duplicó su tamaño. No os cuento la
cara que puso ella al evaluar el tamaño real de mi apéndice reproductivo; solo,
deciros que me miró con esa cara que solo ellas saben poner, cuando te ven
desnudo y con la boca abierta de animal en celo, lees en sus ojos un
“reviéntame con eso, cabrón”… Pero hete aquí, que de repente, la vecindonga del
tercero exterior abrió la puerta de la calle y me miró al ver la escenita se
quedó petrificada, con cara de pánico...
La
chica se separó de mí violentamente hacia atrás y allí me quedé yo, delante de
la Karen del visillo, empalmado como un verraco, con la bragueta bajada y un
volumen interior tan espeluznante que, al verlo, va, la muy pedorra y se
desmaya, rebotándole la cabeza dos veces en el suelo...
Carmen,
muy asustada, salió disparada hacia su casa (nunca imaginé que pudiera subir
las escaleras tan rápido, con aquellas piernecillas cortas y aquel tafanario
espectacular que tenía...).
Yo
no salía de mi estupefacción por lo que acababa de acaecer... Sólo le daba
vueltas en mi cabeza a la idea de que la pobre mujer quizás se habría matado
del golpetazo contra el suelo... Y sin dudarlo un instante, cogí, me agaché, le
puse el oído en el pecho para ver si se escuchaba su corazón y, al ver que le
latía, me serené un poco y hasta me puse a pensar en lo duras que tenía las
tetas la buena señora y entonces ocurrió lo peor: ¡Apareció su marido!
(imaginad la escena) y me pilló, con su mujer inconsciente en el suelo,
visiblemente empalmado, con la bragueta abierta, tumbado sobre ella, mojándole
la camisa a la altura del pezón, con la baba que aún tenía en mi barbilla por
los besos de la otra... ¡Bueno...! Me dio hostias hasta en la foto del carnet
de conducir y lo peor: Terminó su desahogo propinándome una patada donde ya os
podéis imaginar... (Esta fue la primera vez en que agradecí a la madre
naturaleza la desmesura de mi miembro; porque, al ser tan grande mi pene y mi
glande (grande y glande riman... jijijiji...), hicieron de amortiguador y
protegieron entrambos a mis cataplines, que podrían haber fenecido en la
batalla...
Afortunadamente,
los vecinos llamaron a la policía cuando escucharon los gritos, y fue ya en la
comisaría donde finalmente se pudo aclarar todo lo sucedido...
A
la mujer, se la llevó el SUMA 112 y no hacía más que decir a los médicos que
había visto cómo salía un “Alien” de mi cuerpo, por mi vientre... ¡En fin...!
Creo que con el tratamiento está mejorando...
Yo
tardé cinco semanas en recuperarme del palizón que me propinó aquel energúmeno.
Para sobrellevar la convalecencia, y para lavar también su conciencia, Carmen
me regaló un libro muy bonito con un título romántico y poético donde los haya:
"Métela hondo y hasta el fondo" (Creo que el autor es un monje
budista, basándose en la enseñanza del Kãma-sūtra-mãdre...).
La
verdad es que la chica, cada vez que bajaba a verme, me hacía todas las cosas
tal y como si fuera yo mismo... Yo creía que era un milagro el haber encontrado
a alguien que conociera con tanta precisión mis gustos y preferencias eróticas
(hubo días de gastar un paquete de tissús de 100 hojas, para adecentarnos y no
chorrear el suelo al ir a la ducha) y, de ese modo, empezó a nacer en mí un
amor romántico, a pesar de que algunos de sus hábitos dejaban bastante que
desear, en lo higiénico... Pero, yo la perdonaba porque, en el fragor de la
contienda, un cuesco casi huele a ambrosía...
Ella
se empeñaba en querer hacer lo que me hizo, en su día, aquella pobre chica a la
que ensarté y me quedé enganchado, hasta que me la arrancaron en el hospital...
Yo le conté el suceso para prevenirla y aproveché para preguntarle qué ¿Cómo
podía conocer con tanta precisión mis preferencias en el juego pajotero...?
¡Oído
y atención a la respuesta...!
Me
espetó: <<Porque llevo más de un año matándome a pajas, mirando desde mi
ventana, en tu espejo, cómo te las haces tú...>>
Aunque
me reí en el momento, fue un poco doloroso notar que su admiración por mí y su
aspiración personal se basaban de nuevo en las bajas pasiones y no en el amor
noble y puro al que yo aspiraba... ¡Qué le vamos a hacer...!
Los
pocos ratos, en que me quedaba solo, los dedicaba a leer el libro; pero, como
solía estar agotado, me quedaba dormido y avanzaba muy despacio en aquella
penetración en el seno de la literatura, vetada para mí, por mi estado de
agotamiento permanente...
Llegando
San Jorge, ya bajaba yo a la calle y, la víspera, me fui a comprar una rosa
roja y un libro para mi lasciva amiga. En mi anacrónico romanticismo, pensé que
podría llamarle la atención un libro de poesía y busqué un clásico para la
ocasión... Me dije... ¡Ya lo tengo! Le voy a comprar "Poemario Antológico
de José Espronceda" (cuando lea "Con cien cañones por banda..."
seguro que quiere casarse conmigo...).
Llegó el día señalado y yo, muy ufano, con mi rosa roja del Mercadona y mi Poemario, subí a entregárselos a Carmen con intención de invitarla a comer... Llamo al timbre, abre la puerta y aparece en paños menores, no... ¡ínfimos! y entorna la puerta tras de sí, como queriendo evitar que se viera quién había dentro... Pero, empinándome, alcancé a divisar que había un maromo, con su triste pene inhiesto, mal oculto tras su mano, que nos miraba perplejo...
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Guardé
silencio, me di media vuelta y entré en mi casa... Al cerrar la puerta, me
senté en la cama y recapacité en lo acababa de ocurrirme y me di cuenta de que
no le había entregado ni el libro, ni el puto capullo de rosa que le había
comprado... Y pensé que estaba como el de la canción de Joaquín Krahe (Ya
sabéis: “Y yo con mi capullo hice el gilipollas, madre”…), aunque terminé
diciéndome resignado: ¡Jaimito! ¡Eres un capullo “de libro”...!
Pues,
amigos lectores, de nuevo me quedé sin saborear las mieles del amor verdadero,
aunque ,eso sí, Carmen, cuando estaba conmigo, siempre tenía las bragas
"para sembrar arroz"... Sí, amigos, sí... Como la puta Albufera...
¡Siempre, empapadas!
Y
es que, aunque el sexo no me falta (y, si me falta, me apaño)... ¡No sirvo para
el amor!
Y
los cabrones de los amigos siguen diciéndome que miento... Y yo, resignado, les
digo: Sí, sí... ¡Soy Jaimito, “El Mentiroso"! Jajajaja…
To
be continued!
El Perurena
1 comentario:
Buenísimo
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