Hay días en lo que desearías tener la capacidad de poder
cambiar las cosas y que nada de lo ocurrido fuera real.
La
noticia que había recibido era tan injusta que aquel día hubiera deseado salir
corriendo, y huir lo más lejos posible, aunque no sé si de mí o de la maldita
sociedad que me rodeaba.
Debía
dos meses al casero, y con lo que ganaba escribiendo para un periódico local,
apenas me llegaba para ir "mal llenando" la nevera —con comida
rápida—, que me permitía dedicarme más tiempo a sentarme frente al ordenador y
escribir lo que por timidez nunca diría.
Mi
profesión de periodista me gustaba; me satisfacía plenamente, y esa tarde tenía
que cubrir el reportaje de una presentación de un libro. No tenía ganas de ir.
Pero no podía arriesgarme a perder el trabajo, y más cuando mi jefe me prometió
que me lo pagaría a buen precio.
No
estaba pasando por la mejor época de mi vida, me había enamorado del típico
hombre que es tan espiritual, que nunca me vería como a una mujer, sino como a
una amiga. Soportar ese dolor arañaba mis entrañas. Le amaba como a nadie, y
sin embargo, ese sentimiento hacía que me odiase.
Las
lágrimas rodaban por mis mejillas. Intentaba escribir un relato para olvidar lo
que por él sentía, y fue en ese instante cuando sin saber por qué me puse en
contacto con Roberto —el encargado de presentar el libro— esa tarde en la
presentación que tenía que cubrir.
No
nos conocíamos, y sin embargo despertó en mí la curiosidad de saber más de él.
Era un importante escritor. Y yo tan solo intentaba juntar letras para llegar
al corazón de aquellos que me leían.
¿Qué
me empujo a pedirle que quedásemos? No lo sé. El caso es que habíamos quedado
antes de que empezase la presentación, para hablar sobre literatura.
Por
la foto que tenía en su perfil, me parecía un tanto serio, altanero y de esos
escritores endiosados que te miran por encima del hombro, como sintiéndose
Dioses en un mundo de mortales.
Pero
esa imagen se desvaneció cuando lo tuve delante de mí. He de reconocer que
había algo en la mirada de Roberto que me atraía más de lo normal. ¿Timidez?,
no lo sabría decir; el caso es que no podía evitar perderme en su mirada,
mientras que él no dejaba de hablar sobre sus libros, —por un momento dejé de
escuchar lo que él decía, para escuchar el latido de mi corazón—.
Fue
de esas conversaciones en las que desearías tener una varita mágica para hacer
desaparecer a todos los que estaban en la cafetería, y soñar... Como al sonido de un piano de cola, me cogía
suavemente de la mano, aferrándome a su cuerpo, mientras que terminamos
abrazados y bailando. Sin preguntas, sin porqués, tan solo soñando...
—¡Serás
boba, Giselle!—. Me decía para mí. Cuando al mirar al reloj tan solo quedaban
diez minutos para que empezase la presentación.
Mi
corazón llevaba demasiado tiempo muerto, pero todavía era capaz de descifrar la
mirada de un hombre...
Pero...
¿Qué pensaría, Roberto?
El tiempo se
agitaba en su cerebro. Una presentación en principio atractiva: el libro del
escritor Jorge Andrade titulado "Hacia el infinito".
Había
aceptado demasiado deprisa y cuando el evento se acercaba comenzó a preguntarse
porqué no puso mayores dificultades. Cuesta mucho la organización de un acto,
seguro que la sala estaría semivacía y él tenía muy poco tiempo para
presentaciones ajenas. Además no conocía a Jorge Andrade más que por terceras
personas.
En fin
—pensó Roberto para sus adentros— al menos el libro era bueno, y tal vez
pudiera conocer personas interesantes. De una cosa estaba seguro: los
asistentes aquella tarde serían todos nuevos para él, y eso siempre ayuda a la
difusión futura de sus propias obras.
Luego
estaba aquella mujer que le había llamado unas horas antes, Giselle. No la
conocía más que de referencia en algunos reportajes literarios. Sin embargo
habían quedado unas horas antes, se supone que para comentar la obra de Jorge
Andrade que ella parecía conocer perfectamente.
Giselle
era una mujer interesante. Lo primero que resaltaba en ella era su mirada
inquieta, unos ojos claros que no dejaban de moverse como queriendo empaparse
de toda la realidad circundante.
Hablaron
durante más de media hora, libros, proyectos... pero ella — además— le preguntó
por su vida y Roberto por un instante guardó silencio. Enseguida se arrepintió
y sintió deseos de contar a aquella periodista hiperactiva los avatares que
había tenido que sufrir esa semana.
Pero
no lo hizo conformándose con seguir las evoluciones de su mirada a lo que
añadió la descripción de los contornos de su cuerpo.
Se
fijó en la blusa muy clara, silueteada con trazos de colores; en el pantalón
vaquero seguramente nuevo y en esas huellas femeninas que esconden y a la vez
anuncian formas sugerentes. No hubo tiempo para más, siguió sus pasos hasta el
lugar de la presentación —ella conocía a la perfección el local y se movía como
si fuera la organizadora del evento— y trato de recordar mentalmente las
palabras que en breve iba a pronunciar.
Cuando llegué a la presentación, me dio una enorme alegría ver a Jorge con esa mirada de felicidad, que únicamente tienen las personas claras y sin ambages. Sabía que iba a cubrir el reportaje y me había reservado un ejemplar dedicado.
Cuando llegué a la presentación, me dio una enorme alegría ver a Jorge con esa mirada de felicidad, que únicamente tienen las personas claras y sin ambages. Sabía que iba a cubrir el reportaje y me había reservado un ejemplar dedicado.
Recuerdo
que detrás de mí, estaba Roberto; me sentía culpable por haberle entretenido,
pero quizás y solo quizás con el tiempo sabría si habría valido la pena el
haber sentido esa sensación de culpabilidad cuando al entrar en la sala donde
se iba a llevar el acto a cabo, sentí las miradas de todos los que allí estaban
sobre mi persona.
No
recuerdo la conversación que Roberto y Jorge mantuvieron. La timidez que me
caracterizaba, hizo que me sintiese una vez más fuera de lugar; caminando
rápidamente en busca de un lugar tranquilo donde poder hacer las fotos y
empaparme de todo lo mencionado, para luego hacer el reportaje. —En juego
estaba una suma de dinero, que me resolvería los problemas con mi casero—.
El
libro "Hacia el Infinito",
era bueno, muy bueno; pero no tanto como quien lo escribía. Quizás estaba
cegada por la amistad y el respeto que sentía por el autor, impidiéndome ser
ecuánime a la hora de tenerlo que reseñar, como seguro que se esperaba de mí.
Cuando
Roberto comenzó a presentar el libro, por un instante, tuve que pellizcarme,
porque no sabía que me estaba pasando. ¿Estaba allí para cubrir el evento?, o
¿estaba todo planeado para que ese "encuentro", fuera algo más que
una presentación? Su voz —me enloquecía—, sabía como modularla y a la hora de
recitar un poema en la presentación, dejé de estar entre los mortales, para
sentir que por un instante tocaba el cielo.
Estaba
realmente asustada. Estaba sintiendo una atracción por un hombre que no me
vería nada más que como una amiga. ¿Igual que Jorge? ¿Por qué los hombres
tendían a verme de ese modo? Tal vez, después de todo, fueran imaginaciones
mías.
No
sabría decir si era por esa conexión literaria, o por ese feeling que sentía
que era bidireccional, pero de lo que estaba completamente segura, es que no
sería un encuentro más.
Cuando
llegó la hora en la que Jorge, comenzó a presentar su libro, en más de una
ocasión pude ver como las miradas entre Roberto y yo se cruzaban, pero... ¿por
qué?
Ese
hombre se había convertido en un misterio para mí, y quizás esa imagen que
proyectaba de seriedad y saber estar, hacía que mi interés sobre su persona,
fuera en aumento.
Ya
la presentación había llegado a su fin, ahora, comenzaba esa parte de firmas,
saludos, fotos y sonrisas gélidas que en ocasiones eran fingidas, como quien
posa en un photocall.
Recuerdo
que cuando estaba de pie en la esquina, esperando a que Jorge se quedara libre
para despedirme de él, Roberto, se acercó a mí.
Temblor,
miedo, curiosidad, un sin fin de sensaciones despertaba en mí. Era curioso.
Hace apenas unas horas no era nada más que una foto en una red social, y sin
embargo ahora, se había instalado en mi mente.
En
seguida se fue, habiéndome dejado una agitación en mi interior. Estaba segura
de que jamás tendría la oportunidad de volverle a ver; salvo que mi jefe
quisiera que cubriera la presentación de su libro, que estaba por ver la luz.
Después
de haberme despedido de Jorge; me dirigí hacia al ascensor...
Mi
corazón empezó a latir cuando vi a Roberto de nuevo. Casualidad o no, —nuestras
miradas se cruzaron de nuevo—. Estaba desorientada y no sabía donde estaba el
ascensor. Él, me guió y nos subimos en el.
El
silencio en ocasiones, es la mejor conversación entre dos personas tímidas y
llenas de pasión.
Por
un instante me vi soñando despierta. Deseaba que el ascensor se parase y que
presa del miedo, Roberto, me permitiera refugiarme en sus brazos y calmarme con
un beso...
—Desde
luego, Giselle. Siempre estás con tus ensoñaciones. —Me reprochaba duramente
para mis adentros—.
¿Algún
día sabría lo que Roberto deseaba?
Roberto había vivido de forma veloz los minutos del discurso, sus palabras sonaron serenas e incluso de vez en cuando había vuelto sus ojos hacia el público variopinto que llenaba el salón de la librería.
Roberto había vivido de forma veloz los minutos del discurso, sus palabras sonaron serenas e incluso de vez en cuando había vuelto sus ojos hacia el público variopinto que llenaba el salón de la librería.
No podía asegurar que
estaba en lo cierto, pero varias veces cruzó sus ojos con los de Giselle, éstos
parecían no dejar de mirarle. Tal vez fuese tan solo una suposición pero cuando
el autor del libro inició su discurso y Roberto pudo fijar su atención se
percató de que ella escrutaba sus movimientos.
Entonces comenzó a
recomponer en su mente la conversación de unos minutos antes y deseó que el
acto terminara para poder continuarla.
Sabía
que tenía otros compromisos por la noche pero por una vez no se notaría mucho
su ausencia. Aquella tarde en apariencia normal se había tornado diferente.
¿Por
qué sentía aquello? Miraba de nuevo a Giselle, dibujaba su rostro amable y sus
mejillas sonrosadas. Contemplaba sus piernas cambiar de posición una y otra vez
como si esperaran algo. Después se fijó en el cabello largo y rizado, en las
curvas que adornaban su figura, pero siempre volvía a aquellos ojos
escrutadores que parecían estar adivinando sus pensamientos.
El tiempo transcurrió con
lentitud pero las palabras llegaron a su final. Tras ellas los aplausos, las felicitaciones de rigor, las
fotografías… El protagonista era
desde luego Jorge, pero Roberto percibía que sus propias palabras habían
llamado la atención del público.
Una amiga también escritora,
pidió fotografiarse con él, y en general todos los asistentes le colmaron de
amabilidades. Sin embargo, sin motivo aparente comenzó a desentenderse de las
personas que le rodeaban y buscó a Giselle que había desaparecido.
¿Sería
posible que se hubiera marchado sin esperar al término del acto?
Fueron
unos instantes de cierta decepción que se desvanecieron cuando ella apareció de
nuevo. Su sonrisa se le antojó entonces aún más sugerente que unas horas antes,
pese a ello no articuló palabra.
Giselle había logrado
impresionarle con aquella mirada. Roberto se sintió confuso y trató de disimular
su turbación. El teléfono móvil le recordó sus compromisos que poco antes
pensaba relegar y tras un leve gesto de despedida salió de la sala con paso
ligero. Buscó el ascensor pero unos libros de arte llamaron su atención y se
detuvo a hojearlos. Cuando intentó proseguir su camino Giselle estaba frente a
él. No supo que decir.
Tan
solo mantuvo sus ojos firmes unos segundos, luego la invitó a buscar el
ascensor.
Estaban solos porque el
resto el público aún charlaba con el autor presentado o pululaba por las
estanterías repletas de libros.
El ascensor tardaba
demasiado pero por fin abrió sus puertas, Roberto dejó pasar a Giselle en
primer lugar y la siguió después.
Si digo que me sentí como una niña asustada cuando estuve con Roberto en el ascensor, era poco; estaba realmente confusa. Mi corazón estaba latiendo por Jorge y sin embargo, mi deseo, mi pasión era despertada por otro, —por Roberto—. Sé que no tendría derecho a preguntar que sentía por mí, el por qué de sus miradas. Pero era obvio que lo que se respiraba entre él y yo, era algo más que una mera relación profesional.
Si digo que me sentí como una niña asustada cuando estuve con Roberto en el ascensor, era poco; estaba realmente confusa. Mi corazón estaba latiendo por Jorge y sin embargo, mi deseo, mi pasión era despertada por otro, —por Roberto—. Sé que no tendría derecho a preguntar que sentía por mí, el por qué de sus miradas. Pero era obvio que lo que se respiraba entre él y yo, era algo más que una mera relación profesional.
Era
mayor que yo, cierto, pero por suerte o desgracia ya había vivido lo suficiente
para saber que realmente en su mirada, había algo más que admiración hacia mi
forma de ser. Tal vez hubiera deseo, pasión y quizás amor.
No
lo pude evitar y cuando entramos en el ascensor, le pregunté:
—¿Qué
sientes por mí, Roberto.
No
encontré ninguna respuesta, tan solo un gélido silencio, y una mirada de arriba
hacia abajo, —desnudándome sin disimulo—.
No
entendía absolutamente nada, realmente no tenía ninguna referencia de él, salvo
que era un gran escritor; por lo demás era un auténtico desconocido. Y sin
embargo sentía la necesidad de ir más allá.
—¡No!—,
no lo digo en el sentido de querer intimar con él, sino que realmente
necesitaba volver a verle. Quizás esa intuición femenina que tenemos las
mujeres, me decía que entre él y yo habría una relación más allá de la
admiración, —que a estas alturas ambos sentíamos el uno por el otro—.
Al
salir del ascensor nos dirigimos hacia la puerta de salida del establecimiento
para irnos a nuestras respectivas casas.
Yo
comencé a caminar hacia la boca de metro y él, sin saber porqué me seguía.
¿Pero si sabía que no era su camino por qué me seguía?
Estaba
claro, no había lugar a dudas: él se sentía atraído por mí.
Me
preguntó hacia donde iba, y le dije que vivía en El Escorial.
Él
me dijo que tenía que ir hacia el otro extremo de Madrid, que era donde vivía.
Nos
paramos un rato para seguir hablando. Estaba tan pérdida en su mirada, que
vagamente puedo recordar la conversación. Sé que estaba asintiendo, pero en el
fondo, me dolía separarme de él puesto que no sabría si le volvería a ver.
Ya
en el intercambiador de autobuses y cual "niña" ilusionada le mandé
un sms para darle las gracias por haberme regalado un ejemplar de una de sus
novelas.
—¡No
os podéis ni imaginar lo que sentí cuando recibí su mensaje!—.
Mi
corazón comenzó a latir tan rápidamente, que se dibujó en mis labios esa
sonrisa que delata que el corazón empieza a tomar las riendas de sus
sentimientos dejando a un lado las órdenes que el cerebro le emite.
Al
llegar a casa, decidí darme una ducha. Hacía un calor sofocante.
Cuando
me quise dar cuenta, estaba acariciando mi sexo, aliviando la tensión sexual
que en mí se había despertado desde que vi a Roberto entrar por la librería.
Nunca me imaginé acariciándome, pensando en una persona que a fin de cuentas,
no era más que un desconocido. Pero estaba claro que la vida, me tenía una
sorpresa preparada, y desde luego, quería vivirla.
Cuando
salí de la ducha, me cubrí por una toalla y mirándome al espejo, el primer
pensamiento que tuve era:
—¿Roberto,
pensaría en mí como yo en él?—.
La noche había extendido su plácida negrura apagando las luces y haciendo crecer el silencio.
La noche había extendido su plácida negrura apagando las luces y haciendo crecer el silencio.
Roberto estaba solo aquella
noche, ni Irene —su todavía mujer— ni su amiga Belén le habían llamado en el
transcurso del día. Tantos flecos tenía por cerrar en su vida que decidió no
pensar en ellos y aquietarse en un descanso sereno, aunque fuera tan solo
durante unas horas.
Antes de hacerlo —no obstante—
repasó los mensajes de Irene, los primeros de la tarde anterior aun eran
amables, pero los de la madrugada se habían tornado más fríos, incluso
agresivos.
¿Cuándo habían empezado a
marchar mal las cosas en su relación con Irene? Había perdido ya la cuenta y
tal vez la consciencia. Lo más fácil era pensar que fue al aparecer Belén, o
mejor dicho con su regreso ya que ella nunca se había marchado de su vida. Pero
no, sin duda, la respuesta era más compleja y seguramente tendría que ver con
los pliegues más profundos de su alma.
A menudo comparaba ambas
mujeres, Belén rubia y tímida era la amiga de su juventud, aparecía en los
instantes más complicados de su vida. ¿Estaría realmente enamorado de ella o
era solo fruto de su imaginación literaria?
Cuando contrajo matrimonio
con Irene, tan seria y formal, y con ese punto de genio capaz de hacer temblar
a su interlocutor, Belén quedó desolada. Sin embargo aunque habían sido amantes
ocasionales, ella nunca le planteó una relación seria. O al menos Roberto no se
percató nunca. ¿Y si residiese allí el tremendo error?
El éxito llegó lentamente a
la carrera del escritor que poco a poco se había consolidado, y en paralelo
Irene se iba alejando al principio de manera imperceptible, luego mucho más
acusada.
En aquel escenario
complicado de sentimientos y escritura había aparecido Giselle, la desconocida
periodista. Y ante la sorpresa de Roberto le había causado una huella profunda.
Sentía por momentos la
presencia del cuerpo de ella, los pechos latiendo apresuradamente. ¿O era tan
solo una impresión suya? Tenía que volver a verla...
Roberto comenzó a pasear
por el salón de su casa atestada de libros. Recordó
que había apuntado el teléfono móvil de Giselle. A la mañana siguiente la
llamaría o la enviaría un mensaje.
¿Y si la invitaba a la
Convención de Literatura contemporánea que se iba a desarrollar en San
Sebastián el fin de semana siguiente y en la que Roberto tenía que pronunciar
una conferencia?
Cerró los ojos tratando de
recordar las facciones de la mujer, solo la había visto aquella tarde y algunos
de sus rasgos parecían borrosos... Sin embargo su mente los reconstituía con
asombrosa facilidad. La quiso imaginar entonces desnuda... ¿Cómo sería su
cuerpo, sus pezones, las curvas prohibidas?
Roberto
apartó las imágenes sintiéndose extrañamente alterado por las mismas. ¿Por qué
le asaltaban de esa forma? Tal vez fuera la imaginación, la noche, la magia de
la escritura de Jorge —el escritor—, o la suya propia que habían causado efecto
en su mente.
Sin embargo en los instantes
del ascensor había sentido a Giselle muy extraña. Algo sorprendente porque
apenas habían intercambiado una breve conversación. Luego estaban sus ojos
escrutadores que parecían ser capaces de adivinar toda su vida. Vino entonces a
su cabeza que Giselle era amiga de Jorge y de hecho se habían conocido gracias
a él.
¿Estaría pensando Giselle
lo mismo en aquellas horas de insomnio? Sin
duda su cuerpo acariciaba ya las sábanas de una cama blanca, tal vez estuviera
desnuda... Con el poder de las imágenes Roberto podía acercarse hasta ella,
despojar su silueta de sábanas blancas y encender su cuerpo con una mirada.
Por fin el sueño cedió al
cansancio. Y la noche transcurrió serena. Y a la mañana siguiente Roberto,
descansado y tranquilo, se centró en las actividades de su agenda juzgando que
las imágenes de la noche se habían desvanecido por completo.
Y así fue hasta que recibió
otro mensaje inesperado de Giselle.
Por más que quería quitarme a Roberto de mi pensamiento, era imposible. No podía conciliar el sueño. Estaba aturdida; lo que en un principio pensaba que sería solamente una atracción, ahora me estaba dando cuenta que deseaba abrirle mi corazón.
Por más que quería quitarme a Roberto de mi pensamiento, era imposible. No podía conciliar el sueño. Estaba aturdida; lo que en un principio pensaba que sería solamente una atracción, ahora me estaba dando cuenta que deseaba abrirle mi corazón.
Las lágrimas rodaban por mis
mejillas, no podía ser, otra vez no. ¿Se puede amar a dos personas a la vez? Ya
tenía dudas. No podía dejar de auto culparme por sentir este desorden sentimental.
Pensaba en un hombre de una manera irracional, casi sin sentido; y sin embargo
me veía luchando por otro. La sombra de Jorge se evaporaba con la imagen de
Roberto. Decididamente debía poner orden a mi vida.
Mientras
terminaba de dar las últimas caladas al cigarrillo; encendí el ordenador.
Quizás trabajando duramente conseguiría apaciguar esa vorágine de sentimientos
y sensaciones que me estaban desgarrando por dentro.
Revisando
el correo, vi que había uno que era "urgente", se trataba de una
invitación para una Convención de Literatura contemporánea que se llevaría a
cabo en San Sebastián.
No
me gustaba viajar, pero en esta ocasión, estar alejada de Madrid y centrada en
la convención, conseguiría que tal vez aclarase todo lo que sentía.
Cuando
abrí el fichero que Miguel, —mi jefe— me había mandado con toda la información
del hotel donde me alojaría, y quienes eran los participantes que estarían en
la convención, me sentí morir. De nuevo Roberto aparecía en mi vida —estaría
presente en la conferencia— y de nuevo me tendría que ver cara a cara con el
hombre que estaba consiguiendo despertar en mi, sensaciones, que pensé que
nunca más sentiría.
Lo
malo que tiene mi profesión, es que somos personas que tenemos tendencia a
recabar cuanta más información sobre las personas que están en un evento, para
que el reportaje, sea, lo más profesional posible.
Descubrir
que Roberto estaba casado, me dejó hundida. —¿Por qué mi corazón se había
fijado en un hombre prohibido?—.
Sin
embargo, cuando le tuve frente a frente, —el día de la presentación del libro
de Jorge— pude ver que no era todo oro lo que relucía, y que no era tan feliz
como quería demostrar.
Algo
me decía que todavía no había encontrado a la mujer de su vida —esa mujer, que
le comprendiera en todos los aspectos—. Y
siendo escritora, sabía lo complicado que era dar con una persona que
comprendiera esas parcelas de soledad en los que nos encerramos en nosotros
mismos para crear historias...
Quería
luchar, quería arriesgarme; tal vez terminaría naufragando una vez más, pero no
podía dejar de lado lo que estaba sintiendo.
En
ese instante de arrebatadora pasión, de esos momentos impulsivos en los que el
corazón actúa por sí mismo, cogí el teléfono móvil y le envié un mensaje:
"Roberto, lo siento; pero... sin
querer, te quiero".
Cuando
me di cuenta de la locura que había cometido, de lo irracional de mi actuación,
quise frenar el mensaje, quitarle la batería, qué se yo... Cualquier cosa con
tal de que ese mensaje no llegase a su destinatario; pero todo intento fue en
vano. Recibí
un mensaje automático que decía: "Mensaje
recibido".
En ese
momento sabía que había vuelto a perder las riendas de mi vida, que ya no era
dueña de mí, ni de mis actos. Ahora solamente me quedaba esperar la reacción de
Roberto. ¿Me odiaría?, ¿me rechazaría?, ¿querría seguir conociéndonos en todos
los aspectos, hasta ver qué sentíamos realmente.
Roberto no entendió el mensaje, o tal vez se sentía tan atribulado que juzgó oportuno no centrar su atención en aquellas palabras. No obstante dio por recibido el mensaje y no fue hasta horas después cuando comenzó a dudar tanto de las palabras recibidas como de su propia comprensión.
Roberto no entendió el mensaje, o tal vez se sentía tan atribulado que juzgó oportuno no centrar su atención en aquellas palabras. No obstante dio por recibido el mensaje y no fue hasta horas después cuando comenzó a dudar tanto de las palabras recibidas como de su propia comprensión.
Habían sido demasiados
mensajes de golpe. Irene le conminaba a dejar libre el fin de semana y marchar
juntos a Valladolid a la casa de campo de sus suegros. Pero Irene no sugería,
ordenaba y esa sensación le ponía nervioso. Claro que pensándolo bien ella
debía saber que Belén no dejaba tampoco de llamarle y aunque se mostraba muy
tolerante con ello la insistencia reciente comenzaba a resultar excesiva.
Irene menospreciaba a
Belén, sabía que ella amaba a Roberto pero rechazó su oportunidad —al fin y al
cabo se conocían desde adolescentes— y ahora no la veía en modo alguno como
rival.
Belén envió aquella tarde
varios mensajes a Roberto. La idea de un fin de semana de cultura en Madrid era
más atractiva que la visita a Valladolid, incluso que esa conferencia que debía
pronunciar en una Convención Literaria en San Sebastián.
Roberto
se sintió confuso, llevaba ya unos años saboreando la popularidad que la había
proporcionado su participación en varias tertulias de televisión y que se
tradujo en un importante aumento en las ventas de sus novelas. Pero a veces se
sentía agobiado por la falta de tranquilidad, por la ausencia de un remanso
suave en el que pasar desapercibido.
La
vida le daba vueltas entre la dura seguridad de Irene, esa esposa poco
convencional que parecía pasar por alto sus aventuras, y la dulce obsesión de
Belén, su eterna compañera de estudios y avatares que un día no se atrevió a
compartir su vida con él y ahora parecía querer recuperar el terreno perdido.
Roberto
nunca consideró a Belén su amante, al fin y al cabo era una amiga del alma,
aunque a veces compartieran su física intimidad en explosiva sensualidad.
Además le resultaba original que fuera precisamente Belén la que marcara sus
pasos mucho más que Irene.
En aquel momento de dudas le
llamaron de la Convención de literatura contemporánea: no podía faltar, al
menos a la tarde del sábado en la que estaba prevista su intervención. Iban a
asistir incluso políticos locales, algo que no le importaba demasiado salvo por
la repercusión mediática que pudiera ocasionar.
Cuando
el comisario organizador del evento le preguntó por acreditaciones
periodísticas se le ocurrió de repente que aquella mujer del ascensor, la que
había cubierto la presentación del libro de Jorge, la que le enviaba aquel
extraño mensaje de amores fugitivos, podía perfectamente cubrir el evento.
Decidió entonces dar su nombre para que la acreditaran. Y de paso, el acababa
de decidir que al menos el sábado estaría en San Sebastián.
Se lo comunicó a Irene, ella
se limitó a pedirle que acudiera el domingo. A Roberto le pareció bien, y le
agradó su tono de comprensión. Peor fue
Belén que había reservado unas entradas para el teatro de la noche del sábado.
¿Cómo se había atrevido a hacerlo sin consultarle?, ¿acaso pensaba que podía
ausentarse de su casa a capricho y sin importar horas ni momentos?
Roberto apuntó en su agenda
mental que debía hablar seriamente con Belén, aun siendo consciente de que
aquel momento no llegaría pues al final la sonrisa ingenua de ella le desarmaba
y desvanecía cualquier sombra de enfado o reproche.
El viaje relámpago a San
Sebastián, el alojamiento en un hotel cercano a la playa de la Concha y la
presencia de Giselle, la muchacha de los ojos escrutadores justificaban el
esfuerzo de tener que preparar —una vez más— una conferencia ante un público
sin duda exigente y de alto nivel cultural.
Después de haber dejado el escaso equipaje en la habitación del Hotel María Cristina, me dispuse a caminar por el paseo marítimo, —quizás para intentar aclarar mis sentimientos—.
Después de haber dejado el escaso equipaje en la habitación del Hotel María Cristina, me dispuse a caminar por el paseo marítimo, —quizás para intentar aclarar mis sentimientos—.
Me
sentía completamente ridícula después de haberle mandado el mensaje a Roberto.
Nunca me imaginé que a mis cuarenta años me iba a sentir tan confundida. Quería a Jorge; pero más que amor era admiración, quería verle feliz,
enterarme de cualquier agravio que su persona pudiera sufrir, me desgarraba por
dentro. Quizás lo que sentía era un auténtico cariño, —que ni era amistad, ni
tampoco amor—. Y sin embargo... pensar en Roberto, era sentir una palpitar más
abajo de mi vientre.
Sé
que pensar esto me dejaría en un lugar bajísimo como mujer, pero le deseaba, le
deseaba como nunca había deseado a nadie.
Imaginar
como me desnudaba, como mordisqueaba mis pezones con sus labios, me volvía loca
de excitación...
Se
acercaba la hora de comer, y aunque no tenía mucho apetito, decidí ir al hotel.
Primero quería darme un baño —antes de comer—. Necesitaba relajarme.
Siempre
había sido una mujer muy calculadora. Nada en mi vida pasaba porque sí, cada
gesto, cada palabra, cada movimiento, estaba completamente estudiado. Quizás
porque me habían educado de una manera un tanto prusiana, impidiendo, que
mostrara mis sentimientos en público.
Sin
embargo; como diría una famosa canción: "La vida te da sorpresas,
sorpresas de la vida..."
No
podía controlar mi vida ahora; definitivamente Roberto se había adueñado de mí,
de mi cuerpo.
Y
así, —estaba yo—, sintiendo como mis pezones se endurecían, mientras que me
imaginaba el calor de su sexo en mis labios a la vez que sus dedos se iban
introduciendo en el mío, provocándome el mayor de los placeres.
Un
gemido incontrolado salió de mis labios anunciando un orgasmo; orgasmo, que
deseaba tener con él...
En
ese instante el sonido del teléfono hizo que regresara a la cruda realidad. Era
mi jefe, indicándome que confiaba en mí para cubrir el reportaje.
Sabía
de mi profesionalidad; y además —alguien— había exigido mi presencia para
cubrir la Convención.
¿Quién
habría exigido mi presencia?, ¿con qué motivo?
No
tenía dudas de mi profesionalidad, pero... Tan solo era una periodista que
estaba comenzando a querer hacerse un nombre en su profesión. Pero cubrir un
evento de esa envergadura, era un reto complicado; pero un reto que conseguiría
superar con nota. Y además me serviría posiblemente para cerrar un contrato con
la editorial de Jorge para mi novela. Eso era lo que más me importaba en estos
momentos.
Mañana,
sábado, tendría que soportar la mirada de Roberto y lo que es peor, saludar a
su mujer con la mejor de mis sonrisas, aunque "eso", me consumiera
por dentro... Claro, que a lo mejor venía solo. ¿Quién sabe? Esos escritores
consagrados suelen llevar una vida turbulenta.
La conferencia de Roberto transcurrió con normalidad, un éxito a juzgar por la audiencia y los aplausos. Entre ellos los de Jorge —el autor de “Hacia el infinito"— que de forma inesperada se había presentado en el acto. Roberto vio como Giselle hablaba brevemente con él y pensó que tal vez se había precipitado al exigir que fuera ella la que cubriera el acto. Sin embargo enseguida se separaron y Jorge se marchó nada más concluir las últimas palabras y los primeros aplausos.
La conferencia de Roberto transcurrió con normalidad, un éxito a juzgar por la audiencia y los aplausos. Entre ellos los de Jorge —el autor de “Hacia el infinito"— que de forma inesperada se había presentado en el acto. Roberto vio como Giselle hablaba brevemente con él y pensó que tal vez se había precipitado al exigir que fuera ella la que cubriera el acto. Sin embargo enseguida se separaron y Jorge se marchó nada más concluir las últimas palabras y los primeros aplausos.
La jornada había resultado
agotadora y hasta cierto punto decepcionante, aunque Roberto no era capaz de
adivinar las razones. ¿Qué esperaba él de aquella Convención a la que casi le
habían obligado a acudir?
Irene
se marchó a Valladolid y Belén se quedó en Madrid, al menos durante las ultimas
horas no había recibido mensajes suyos. La noche parecía un remanso de
tranquilidad.
¿Qué había sido de Giselle?
Roberto dedujo que se habría marchado a cenar con Jorge, —sin duda su amante—.
Por eso cuando decidió bajar a las lujosas instalaciones de la piscina y el
“Spa” del hotel se sorprendió cuando en el recinto vacío del lugar tan solo se
divisaba la figura de Giselle, —la periodista—.
La piscina de aguas cálidas
y azules, los chorros del agua en sus cuatro costados, las luces tenues y el
silencio acompañaban un escenario que invitaba al sosiego, al ensueño, a la
esencia misma de la serenidad.
Giselle chapoteaba en el
agua y mojaba sus cabellos en las fuentes de agua. Le saludó con un leve gesto
de la mano derecha pero no parecía prestarle mayor atención.
Roberto
hubiera seguido el circuito de las aguas y los cubículos del baño turco y la
sauna de no ser porque tras el vaivén de las aguas emergía el cuerpo frágil y
desnudo de la mujer.
Cuando subió la escalera
toda la oscuridad pareció desvanecerse, Giselle caminó con paso lento, casi
mágico. Su espalda brillaba con la tenue luz blanca y las gotas de agua
acariciaban su piel, sus nalgas redondas y sus piernas carnosas.
Casi como un autómata
Roberto la siguió hasta la sauna. La temperatura seca, la luz rojiza se clavó
entonces en los poros de su piel.
Pero
Giselle al verle salió precipitadamente del lugar ocultando su desnudez.
El tiempo no existía y por un
instante tampoco la consciencia. Roberto no recordaba con exactitud como había
salido de aquella sauna de calor asfixiante, ni siquiera podría contar cómo
regresó de la piscina hasta su habitación. Pero lo hizo, y en la soledad de la
misma, frente al balcón abierto y enfrente de la noche opulenta se llevó las
manos a la cabeza como queriendo ahuyentar la confusión.
En el suelo los mensajes de
Irene y Belén, ambos en apariencia tranquilos, como tal vez seguros de su
presa. Y en la turbación de su mente la imagen del cuerpo desnudo de Giselle,
como un fantasma que hubiera poseído el espíritu de aquel hotel.
—¿Por
qué se habría marchado tan precipitadamente?—.
Tal
vez mejor así, hubiera sido peligroso abrir un nuevo frente en su vida cuando
ya contaba con numerosas fracturas que pedían a gritos una cura, un bálsamo,
una tranquilidad.
Cuando
se tumbó sobre la cama blanca y azul, con almohadones gigantescos cubriendo su
contorno, Roberto deseó durante un fugaz instante sumergirse en la nada.
Había empezado a escribir lo que sería mi primera novela; cuyo título era "Entre dos mares".
Había empezado a escribir lo que sería mi primera novela; cuyo título era "Entre dos mares".
Nunca
pensé que escribir sobre mi propia vida, calmaría mi espíritu. Pero al final, lo conseguí. Se
acercaba la hora en la que daría comienzo la convención, y con ella la charla
de Roberto.
Me
había vestido con mi uniforme de profesional, dejando a un lado cualquier tipo
de sentimientos, relegándolos a un segundo plano, —a mi vida privada—. Ahora
quien debía brillar era Giselle, —la periodista—.
Tenía que
demostrar a mi jefe y sobre todo a esa persona que había requerido mi presencia
en el evento; que era una mujer de armas tomar, profesional y capaz de sacar
cualquier trabajo adelante.
Poco
me importaba ya, —si iba o no a ver a la mujer de Roberto—.
Si
algo me caracterizaba además de mi profesionalidad, era mi británica frialdad.
Podría haber yacido con él, y tomarme minutos después un té con su mujer; que
por mi parte: nada me delataría.
Me
había mentalizado en controlar mis sentimientos, y en ocultar mi deseo hacia
Roberto; pero para lo que no me había preparado era para encontrarme con Jorge.
No
le había vuelto a ver desde que presentó su libro "Hacia el
infinito", y donde apenas había reparado en su persona.
Me
costó entenderlo entonces; pero ahora... pasado los días comprendí, que era
normal, que ése era su día y que seguro algún día hablaríamos. Y ese día había
llegado.
Minutos
antes de que Roberto comenzara con su charla, Jorge se acercó a mí.
—Estas
preciosa, Giselle. ¿Qué tal todo?
—Supongo
que bien, Jorge. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabías que estaría cubriendo este
evento?
—Eso
ahora no importa. Tenemos que hablar sobre un tema que nos concierne a los dos.
—Ahora no puedo. Empieza la
intervención de Roberto y tengo que estar pendiente de todo. Llámame otro día.
—Es
tu novela. Nos ha encantado. Será un honor publicarla. Además Roberto te ha
puesto muy bien. Una gran recomendación.
—Pero
aún no está terminada— dije
sorprendida y halagada por la intervención de Roberto—.
—El
esquema y las páginas de los capítulos que nos has enviado resultan
fascinantes.
No
pude reprimir la intima satisfacción que aquellas palabras me producían. De
nuevo una presentación se había convertido en un acontecimiento insólito,
inesperado, y en esta ocasión, maravilloso.
Jorge
se fue al término de la intervención de Roberto. Dejándome una extraña
sensación en el cuerpo. De nuevo su galantería me seducía. Me acerqué entonces
hacia el escritor que había hecho circular mi sangre y despertar mis deseos.
Roberto
pareció más distante. No podía comprender la razón. ¿Acaso no iba a atreverse a
invitarme a algo, sobre todo tras haberme recomendado?
—¿Nos
vemos luego, Roberto?
—No
sé si saldré después de cenar. Estoy agotado del viaje.
—Como
quieras. Te llamaré.
—De
acuerdo, Giselle. Espero tu llamada.
—Gracias
por tu trabajo. En la editorial están muy contentos.
—Ha
sido un placer. Jorge me ha dicho que el siguiente libro es el tuyo.
—Así
es... ¿no te alegras?
—Claro
que sí. No he podido leer el proyecto,
pero seguro que es muy bueno.
No me gustó ese tono de
distancia, como si ya hubiera trazado unos planes en los que yo no entraba. O a
lo mejor le turbó mi seguridad, mi transformación de periodista en
escritora. Pero ¿por qué ocultar que
había hablado en mi favor y más sin haber leído mi trabajo?
Después
de la intensidad del trabajo y del encuentro con Jorge, decidí ir al Spa del
hotel y buscar a Roberto. Pese a su frialdad quise hacerlo.
Pero mi instinto de sabueso
periodístico me hizo hacer antes una averiguación. Debía saber si él había
venido acompañado a San Sebastián por su mujer, o por cualquier otra mujer.
Le llamé al móvil, pero no
contestó. Insistí con igual resultado, pero comprobé por los mensajes del
“whatsapp” que lo había leído. Simplemente
su decisión era ignorarme aquella noche. Pensé entonces que tal vez estuviera
acompañado.
Conocía a la encargada de
recepción de otros eventos, por eso me hizo la gestión de forma rápida y
eficiente. Y mi corazón me dio un vuelco cuando me dijo:
—No,
el señor Roberto F. Se aloja solo en su
habitación.
—¡Ah,
qué bien! —contesté—. ¿Puedo entonces verle?
—No
va a ser posible...— Musitó ella con aire de duda—.
—¿Qué
sucede?
—Mmmm,
creo que no debo decírtelo.
—Anda,
por favor... necesito esa información.
—No insistas, Giselle
—asintió por fin—.
Me
marché cabizbaja, pero no rendida. ¿Por qué Roberto no podía quedar conmigo
aunque fuese tan solo a tomar una copa esa noche?
Y
entonces hice algo que no debí hacer, lo sé. Pero nunca he podido resistir la
curiosidad.
Quise indagar y me acerque
hasta su habitación. La señora de la limpieza estaba recogiendo y poniendo toda
la estancia en orden. Tuve la tentación de entrar, ya me inventaría después una
excusa. Pero en la papelera que había sido depositada en el cubo que llevaba la
empleada había algunos folletos de publicidad. Uno me llamó la atención:
AGENCIA MUSA. Seguro que el anuncio hubiera pasado desapercibido a todo el
mundo, pero desde luego no a mí.
Cuando
llegué a la habitación. Me di cuenta, que en ocasiones los adultos nos
comportamos como adolescentes. Si nos deseábamos, Roberto y yo. ¿Por qué no
hablar claro? ¿Por qué no sentarnos a hablar y exponer la realidad de cada uno
sin hacernos daño?
El nombre de la agencia MUSA
me hizo recobrar las sombras del pasado, recuerdos que ya había enterrado en
las profundidades del olvido. Pero
una vez más las sombras regresaban. Sería mi destino.
En mi novela, la gran obra
de mi vida literaria, he mezclado ficción con ribetes autobiográficos. La
protagonista ejerció durante años como Escorts, es decir, como acompañante de
lujo para caballeros solventes. Todo
de primer nivel y con derecho a elegir a mis clientes. No en vano Davinia, la
dueña, es amiga personal mía y yo —aunque esté mal decirlo— era una de las más
brillantes y apetecidas.
¿Por qué acepté esa vida de
lujo y a la vez de misterio, de glamour...y a ultima hora de engaño? No lo sé,
ahora no tenía tiempo de dibujar una confesión. Ejercí de Escorts durante cinco
años y no me arrepiento aunque no lo volveré a hacer. Gané dinero y viví
experiencias al límite. Y seguramente ellas me han hecho escribir la que será
mi primera novela y espero me abran un camino personal y diferente. Solo con
eso hubiera merecido la pena...o tal vez no...Y me esté autojustificando.
Pero ¿Cómo Roberto se había acercado a la
agencia MUSA cuando una de sus principales estrellas estaba allí a su alcance,
y totalmente gratuita? Claro que Roberto —ni nadie— conocían mi pasado.
En
fin, para qué pensar en estas tonterías. Para Roberto, no era más que una
periodista. O tal vez todo fuera una invención mía y el escritor tan solo
quería una noche de placer, lejos de su rutina habitual.
Sin
embargo yo había conocido a muchos hombres y conocía la respuesta, aunque a
veces me resultara más cómodo eludirla.
Hacía
una noche agradable. Después de cenar me fui a dar un paseo por la orilla del
mar.
¡Qué
bonitas y qué traicioneras son las noches de luna llena!
Me
senté en la orilla del mar. Mientras que con mis dedos dibujaba un corazón.
Corazón, que desapareció, cuando una ola atrevida se lo llevó consigo.
En
ese instante me puse a llorar, demasiada presión acumulada. El primer evento
periodístico importante de mi vida, el nacimiento de mí primera novela, la
visita inesperada de Jorge y la mirada escrutadora de Roberto. Y después los
planes secretos del escritor.
De
repente una idea comenzó a bullir en mi cerebro. Pensé de nuevo en Roberto. No sabía si
admiraba al escritor o al hombre; pero sea como fuere lo mejor que podía hacer
era olvidar. Y sin embargo era lo último que haría en aquel momento.
Pensé
fugazmente en Jorge, ya no era nada más que un recuerdo en mi corazón. Pero eso
sí, un bonito recuerdo, se había comportado conmigo como un gran amigo; yo
confundí esa amistad con ese maldito sentimiento que llaman Amor.
Reconozco que el rechazo de
Roberto me había ofuscado, nadie me había rechazado con esa facilidad después
de habernos conocido.
Rebusqué en mi agenda.
—Buenas
noches, ¿Agencia MUSA? ¿Quiero hablar con la directora, la señorita Davinia?—.
Tan solo tardó unos
instantes en ponerse al teléfono. Davinia, tan encantadora como siempre me
confirmó la llamada de un escritor desde San Sebastián y su petición de una
acompañante para esa noche.
—¿Y
si me envías a mí, Davinia?
—Pero
Giselle, tu ya no trabajas aquí.
—Es
cierto...cuanto hace ya ¿...cuatro... no cinco años...?
—Qué
tal te va todo ¿Tienes problemas?
—No,
estoy bien, muy bien. Pero esta noche es especial, quiero experimentar algo.
Por favor... Sabes que he sido la mejor en tu agencia, y ningún hombre, se
atrevería a decirme que no.
—Como
quieras...sabes que no puedo negarte nada... ¿Las condiciones habituales?
—Cuenta
con ellas... Te aseguro que éste será el mejor servicio de mi vida. No te
arrepentirás, Davinia, de haber confiado en mí de nuevo. Eso sí, será la
ultima, eso te lo aseguro.
Colgué el teléfono excitada,
no tenía motivo aparente y sabía de sobra que no debía hacer lo que estaba
haciendo. Pero tampoco Roberto debió llamar a mi antigua agencia y recordarme
un período de mi vida tan olvidado como turbulento.
La angustia, sin embargo, se
había aposentado en mi espíritu. ¿A quien le iba a importar una noche más? La
expresión de Roberto al descubrir a la acompañante que le iban a proporcionar
compensaba cualquier dificultad. Y tan solo eso merecía la pena. Iba a ser un
sutil y morboso castigo: Roberto pagaría una elevada cantidad por lo que
hubiera obtenido gratis.
Roberto abrió la puerta cuando recibió la llamada convenida en recepción, —siempre con la máxima discreción posible—.
Roberto abrió la puerta cuando recibió la llamada convenida en recepción, —siempre con la máxima discreción posible—.
Una mujer vestida de negro,
con medias largas y el cabello acariciando sus hombros penetró en la estancia
semioscura sin más luz que los rayos de luna y los reflejos de los anuncios de
la calle que se filtraban por el ventanal del salón.
Roberto
se acercó a las espaldas de la mujer, besó sus cabellos perfumados y surcó su
piel con sus dedos avariciosos. Cuando trató de descubrir sus labios rojos la
mirada de Giselle le turbó hasta el límite de lo imaginable.
—Pero...
—Has
llamado a la agencia, ¿verdad?
—Sí...
pero...
—¿No
te gusto? Tienes derecho a rechazarme. Te enviarán a otra.
Los
labios de los dos se juntaron evitando nuevas palabras.
Giselle
estaba tendida en la cama, la noche era cerrada y tan solo las siluetas de unas
estrellas desprendían la tenue luz blanca que penetraba por el gran ventanal de
la habitación. Y junto a ellas la Luna, redonda, desnuda, brillante.
Roberto se sentó al lado de
la mujer y sin mediar palabra sus labios sellaron un beso tímido al principio y
ardiente después. Un beso que tuvo la virtud de iluminar, aunque fuera
fugazmente la negrura.
Después
se olvidaron del mar, el agua fresca de las olas y la arena que lamía la orilla
y casi era capaz de hacerles sentir en la distancia.
Y las manos de Roberto rozaban sus pechos, y los pezones
erguidos. Y el ruido del mar acallaba sus gemidos mudos, sus gritos
silenciosos, las manos arañando la piel hasta hacer brotar la sangre. Roberto tenía a Giselle a su lado y la visión de su
cuerpo excitaba su alma y su mente, el deseo rompía los sexos cautivos,
erguidos y húmedos. Acariciaba los pliegues ocultos del cuerpo descubriendo su
finísima piel, sus secretos dibujados sin sombra que los ocultara. Y quiso más,
y no cejó en sus propósitos, Y un orgasmo evanescente anuló la racionalidad de
los pensamientos.
Cuando
las nubes ocultaron la luna tan sólo reinó la oscuridad. Y los dos cuerpos se
agitaron con mayor fuerza aún como si los movimientos hubieran perdido
definitivamente su control.
Giselle, después de unos
minutos, se incorporó y caminó desnuda como queriendo poseer la estancia. Su
cuerpo brillaba cuando las luces de la estrellas lograban zafarse de las nubes.
Se sentó entonces al borde de la ventana y contempló la noche, la playa, las
rocas que habían ganado su espacio a la arena. Colocó entonces sus manos sobre
sus pechos, como si quisiera abrazar el instante.
Roberto
miraba sus movimientos, quiso alzar sus dedos para volver a atrapar las curvas
sinuosas de la mujer y dibujó un beso en el aire. Caminó entonces hasta llegar
a su altura y continuó mirando. El deseo se había serenado y ahora ambos
respiraban una extraña calma, tal vez confundida con los sonidos propios de la noche.
—Es
una noche especial— dijo él — no tengo palabras. ¿Cuál es tu verdadero
nombre?
—Gracias—
respondió ella simplemente —. Siempre me he llamado Giselle.
Al
día siguiente Roberto recibió una nota en la habitación de su hotel:
Querido, Roberto.
Querido, Roberto.
Me imagino que te
extrañarán estas letras, que seguro que no te esperabas.
No voy a reprocharte nada,
no soy quien. A fin de cuentas cada uno en esta vida tiene lo que se merece.
Nada pasa porque sí, y todo adquiere sentido en algún momento dado, incluso lo
más extraño.
Ojalá algún día sepas
apreciar, lo que esta noche, temblando y en silencio, entre tus brazos has
tenido.
Te habrá sorprendido mi presencia esta noche. Si hubieras leído mi
trabajo en lugar de recomendarme sin lectura previa, lo hubieras adivinado.
Un beso
Giselle.
La
imagen de la mujer aleteaba en su interior, no solo la voz o los gestos sino su
cuerpo, su respiración, y el filo de las uñas desgarrando su hombro. No podía
quitársela del pensamiento, era como si su presencia hubiera acampado en su
ser.
Giselle iba a publicar un
libro ambicioso; la editorial de Jorge apoyaba por completo el proyecto. Y él
se había convertido en un vehículo para que la periodista lograra hacer
realidad el sueño.
—Giselle...
Giselle... ¿Quién eres en realidad? ¿Quién se oculta detrás de tu hermosa
máscara?— Roberto musitaba en silencio palabras que brotaban de su alma—. ¿Eres
la de la presentación o la misteriosa dama de esta noche?
Hizo después algunas
llamadas, averiguó algunos datos que le proporcionó un amigo con muchos
recursos e influencias. La Agencia era la discreción personificada —lo que era
de agradecer— pero a los pocos minutos recibió unas notas. Y unas fotografías.
Era
ella, aunque la imagen se antojaba borrosa o era su mirada la que no podía
distinguir con claridad. Giselle acompañaba en un crucero de lujo a un
misterioso personaje de la alta sociedad que meses después desapareció sin
dejar rastro. El nombre de ella no era
Giselle. ¿Qué podía importar?
Recordó entonces el sobre
que había recibido de parte de Jorge. Lo abrió, era el esquema y algunos
capítulos de la novela de Giselle.
Roberto comenzó a leer con
nervios e intensa rapidez. Las líneas y las palabreas aleteaban en su cabeza...
"Una Escorts de lujo. Nunca imaginé que tantos mundos a un tiempo se
abrían ante mí. Aquellos hombres pensaban que me utilizaban, pero en realidad
era yo quien les seleccionaba con pulcra frialdad y después les usaba a mi
antojo. Al menos puedo estar segura de que ninguno quedó insatisfecho ni nadie
pudo sentirse engañado. Al llamar a la agencia MUSA sabían lo que querían. Era
una mentira pactada. Y sin embargo cuantas veces la pasión o incluso el amor
bordeaban aquellos instantes de deseo, de viajes sensuales y amaneceres en
lugares insospechados".
Roberto dejó de leer y
lamentó no haberlo hecho cuando el sobre había llegado a su poder.
Decidió regresar a Madrid. Irene y Belén —cada
una en su estilo— seguirían esperándole... o manejándole.
¿Y Giselle? No había
huellas —se preocupó mucho en borrarlas— de sus gestiones en la empresa de
Escorts. Aquella noche en San Sebastián no había sucedido, todo lo más sería un
capítulo de su novela.
Roberto
decidió desvanecer, aunque fuera momentáneamente, sus pensamientos.
Epílogo
Mi novela
estaba cogiendo cada vez más color y en poco tiempo la publicaré. Llevaba tanto
tiempo con la necesidad de contar lo que llevaba dentro, que en un tiempo
récord finalizaría mi obra, —lo que para otros escritores seria un trabajo de
años y años—.
Afortunadamente
tenía una imaginación, que me costaba en ocasiones discernir si lo vivido era
real, o fruto de mi imaginación. ¿Y si Jorge no existiese? ¿Y si Roberto no
fuese más que un personaje de mi novela?
Lo
único cierto es que una editorial poderosa me había firmado el contrato para la
publicación de mi obra.
De
regreso a Madrid, el balance era más que positivo. No solo a nivel profesional,
sino personal. Había cubierto mi primer evento importante y con éxito. Había
pasado una noche con Roberto, —que pese a ser diferente a lo que yo hubiera
deseado—, jamás la podría olvidar. Y lo mejor de todo es que cuando vi a Jorge,
ya no sentía esa sensación que tuve cuando le vi la primera vez; el amor había
desaparecido, para dejar paso al respeto y la admiración.
Y lo mejor de todo es que
habiendo vivido todo esto, tenía el material suficiente para terminar mi
novela: "Entre dos mares" y
el contrato con el editor para iniciar de forma inmediata el trabajo. Qué mejor que mi experiencia para escribir lo
que se siente a la deriva y entre dos mares...
Qué
productiva y especial había sido aquella presentación a la que acudí casi por
accidente, confusa y sin un rumbo firme. Ahora todo había cambiado, al menos de
momento. Y había aprendido que debía disfrutar el momento, al menos hasta que
éste concluya, apurando sus gotas de placer.
Pese a esta tranquilidad que ahora sentía.
Pese a ese torbellino de sentimientos que me había servido como acicate, una
sensación extraña se apoderaba de mí. ¿Será
que el pasado siempre vuelve?
Miré
los mensajes atrasados. Ni rastro de Jorge, tan solo las confirmaciones de la
editorial, el cheque con el adelanto de los derechos de autor... Sin novedad de
Roberto que ahora debía vivir en la confusión.
En breve tendré que organizar mis propias
presentaciones... tal vez le llame para alguna de ellas. Él guardará mi secreto, estoy segura.
¿Sentiré algo por él dentro
de este margen que me acabo de dar a mí misma? Puede ser... Pero ahora no tengo
tiempo de pensar en la nueva presentación. ¡Primero he de terminar la historia!
Fin
Una novela sensual, emotiva, sujeta a sorpresas y la eventualidad de conseguir siempre un hombre casado o mas que comprometido, estableciendo capìtulos en base a sucesivas incògnitas e incertidumbres, pero que al final se logra el objetivo primordial, que es entre otros satisfacer la curiosidad y los mas ìntimos deseos, el despuès queda sujeto aun simple punto suspensivo, felicitaciones.
ResponderEliminarTRINA LEÈ DE HIDALGO
Muchas gracias Trina, por tu comentario. Ha sido un trabajo difícil el aunar dos formas de ver una misma historia y plasmarlas en una sola. Besazos.
EliminarRealidad y ficción. Muñecas rusas o cajas chinas: autores, personajes, personajes que son autores, autores que son personajes, la propia escritura como tema subyacente... El deseo, el amor, el desamor, las dudas y las certezas. La admiración mutua, la curiosidad, las inseguridades, las ganas de sentir intensamente la vida. Todo esto está en esta historia tan llena de matices.
ResponderEliminarEscribir a cuatro manos, a dos corazones y a dos puntos de vista: una experiencia interesante e intensa y -me consta- muy enriquecedora.
Bravo, Eva y Fernando, por este trabajo.
YOLY HORNES
Gracias por la parte que me toca, no fue fácil pero el resultado a valido la pena. Un saludo Yoly.
EliminarBueno, la experiencia literaria de escribir en conjunto con otros autores puede marchar de acuerdo a muchos parámetros. Es una contribución destacada donde se enlazan dos realidades. Para mi sorpresa, la mujer se desasta y el hombre se autopreserva (Jiji). Eso es normal. Por lo demás, con un tinte ya conocido, la historia muestra un gran ingenio de los dos. Felicidades.
ResponderEliminarDada mi realidad personal, no sé si ponerme más en el papel de la periodista o del escritor, aunque hasta ahora no me he visto en ninguna presentación parecida. Interesante la fórmula elegida, quizá un poco larga para una página web, pero elogiable iniciativa de los dos.
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