Roberto
ladeaba la cabeza mientras salía de la Estación Sur de Madrid. Todavía no sabía
por qué se había ofrecido a acompañar a Margarita hasta la capital, y menos por
qué se lo había ocultado a su amigo Marcos. Aunque ya había terminado con ella,
sentía que mientras le ocultara la relación que habían tenido, lo estaba
traicionando. Pero fuera como fuese, allí estaba, en Madrid, junto a Margarita,
camino de un enredo digno de Lope de Vega.
El viaje en
autobús había servido para que Margarita lo pusiera al día de su relación con
Marcos, al que había ido a ver en cuanto se enteró de su regreso.
- Siento haberme marchado así. Me entró el pánico y huí-. Se excusó Marcos.
- Realmente fue muy duro para mí-. Aquel reproche de Margarita dio enseguida paso a una actitud mucho más conciliadora, casi de disculpa –pero en el fondo, el separarnos me ayudó a pensar, a centrarme, a aclarar mis ideas y a zanjar el dilema que me tenía hecha polvo.
- Vaya-. Marcos estaba un poco desconcertado. Se hubiera esperado una Margarita más encarada y, sobre todo, menos radiante –Me alegro, entonces, ¿no?
- Lo siento mucho, Marcos, pero este tiempo me ha permitido darme cuenta de que a quien realmente amo no es a ti, sino a Carlos. Tú apareciste en un momento complicado de mi vida y fuiste un bálsamo. Te amo a mi manera, pero es junto a Carlos como quiero pasarme la vida.
Margarita se
sentía fatal por volver a ser tan cruel, como lo había sido con Roberto.
Últimamente había cometido muchos errores, y ahora tenía que apechugar y
hacerlos frente, pero al menos sabía lo que quería y estaba dispuesta a pelear
por ello, hasta las últimas consecuencias. Además, aunque sentía hacer daño a
Marcos, sabía que éste no tenía nada que reprocharle, pues si ella era dura, al
menos iba de frente, no había dado la espantada como él. Por su parte, Marcos
asimilaba el golpe con bastante comedimiento. Claro que no le gustaba lo que
oía. Quién disfruta siendo rechazado. Había una pugna entre dos hombres y él
era el que perdía, lo cual no dejaba de decepcionarlo y entristecerlo, pero se
consolaba pensando en que no hay mal que por bien no venga. A diferencia de
Margarita, él era incapaz de afrontar sus problemas, y quién sabe si hubiera
sido capaz de resolver su dilema sentimental tan decididamente como ella. Por
suerte, ya no tenía que hacerlo. Margarita había elegido por él. Ahora que nada
tenía que hacer con ella, ni se sentía mal por dejarla, podía apostar todo lo
que le quedaba por Sofía, por esa preciosidad rubia a la que conoció de aquella
forma tan novelesca, mientras Madrid ardía en una explosión de ira popular.
Por
desgracia, a veces el destino tiene otros planes.
Pocos
placeres hay tan sencillos como desayunar junto a la persona amada.
Tal era la
felicidad de Sofía al pensar en ello, que no pudo evitar derramar lágrimas de
felicidad aquella mañana, mientras desayunaba junto a Carlos.
- ¿Qué te pasa, mi amor? ¿Por qué lloras?-. Preguntó Carlos con toda la ternura de su alma, mientras le quitaba de las manos la tostada y el cuchillo con el que la untaba de margarina, y la besaba por toda la cara a la vez que la abrazaba, fuerte.
- Tengo miedo de acostumbrarme a esto, Carlos-. Respondió ella –Tengo miedo de ser tan feliz.
Carlos
sonrió, conmovido, y la apretó aún más fuerte contra su pecho. Era tan dulce.
No llegaba a imaginársela vestida de antidisturbios y repartiendo leña a un
grupo de indignados.
- Acostúmbrate, mi vida. Te amo.
Ante
semejante azúcar, no les quedó más remedio que pasar del desayuno y encerrarse
en el dormitorio. Cuando hubieron terminado, Carlos tuvo que dejarse de
melindres y vestirse a la carrera, pues llegaba tarde al trabajo.
- Hoy no entro hasta por la tarde-. Dijo Sofía, juguetona -¿Y si quedamos para comer?
- Me parece una idea estupenda-. No la prestaba demasiada atención, nervioso por el retraso -¿Me esperas a la hora de comer en la puerta de la oficina?
- El tiempo que haga falta. Te quiero.
- Y yo a ti.
Roberto no
era muy de fútbol, pero seducido por los tópicos, a menudo injustos, sentía una
terrible antipatía por el Real Madrid, al que consideraba un referente del
capitalismo, del conservadurismo y de la estupidez irracional. Sin embargo, al
salir de la boca de metro, quedó fascinado por la magnitud del Santiago
Bernabeu.
Ésa había
sido la parada elegida para poner fin al trayecto desde Méndez Álvaro, donde
Margarita y él habían dado no pocas vueltas antes de descubrir que el acceso al
metro estaba en la misma estación de autobuses, cosas de paletos de provincia.
La cuestión era que por fin estaban en la Castellana, donde pensaban encontrar
al tal Carlos del que Margarita estaba tan enamorada.
Desde que se
marchó, ella no había vuelto a tener noticias de su ex, pero por sus compañeros
de trabajo sabía que seguía en Madrid, después de pedir la prolongación
voluntaria de su traslado temporal. Su única referencia para buscarlo en la
Villa y Corte eran aquellas oficinas situadas en la también imponente Torre
Europa.
Para llegar a
ella, debían bordear la plaza de Lima, en uno de cuyos extremos, en la
confluencia de la Castellana con la calle General Perón, se encontraba el
rascacielos. Justo en la puerta, Roberto no tardó en reconocer la esbelta
figura y la melena rubia de una mujer que permanecía en la entrada, esperando a
alguien. Se trataba de Sofía.
- ¡No me jodas!-. Se lamentó el joven por lo bajo, para que sólo Margarita pudiera oírlo -¿Qué hace aquí ésta?
- ¿Quién es? ¿Qué pasa?-. Preguntó Margarita, confundida.
- Esa rubia de ahí es una poli que me tiene fichado desde lo del Congreso.
- ¿Esa es la chica de Marcos?-. Margarita conocía de sobra la historia de amor paralela que había tenido en el breve periodo que estuvieron juntos.
- La misma.
- Bueno, no pasa nada-. Divertida por la coincidencia, Margarita ignoraba que en lugar de ayudarla a quitarse de encima a Marcos, aquella agente iba a complicar bastante sus planes –No va a ocurrir nada porque nos acerquemos.
- Prefiero que no, en serio-. Insistió Roberto –No quiero que me vea. Mejor nos quedamos aquí. Desde aquí podemos ver si sale Carlos, al menos hasta que se vaya ella, luego si quieres subimos a su oficina a buscarlo.
- Está bien-. Concedió ella –Esperaremos aquí.
Desde su
posición distanciada, detrás de un enorme plátano de sombra que, como el resto,
se hallaba desnudo de follaje por la época del año, los dos amigos esperaron
con calma a que Carlos saliera de trabajar, o a que aquella impertinente rubia
se marchara. Pero en lugar de ello, Margarita recibió una desagradable
sorpresa.
A eso de la
una, Carlos apareció al fin por la puerta. El plan estaba perfectamente
calculado, Margarita se acercaría a él mientras Roberto se alejaba. Si la cosa
salía mal, Roberto regresaría para acompañarla. De lo contrario, los dejaría
definitivamente solos y cogería el primer autobús de vuelta a la vega del
Pisuerga. Un plan sencillo, fácil de recordar.
Sin embargo,
ninguno de los dos se movió del sitio.
- ¡Ahí va!-. La perplejidad de Roberto estalló con un nuevo exabrupto.
Margarita no
dijo nada, sino que permaneció muy quieta, rígida, con los ojos humedecidos,
presenciando el beso con que aquella policía rubia había recibido a su chico.
Contaba con encontrar dificultades en su vuelta con Carlos, pero no que éste la
hubiera sustituido tan pronto. Al principio se sintió, dentro de su
incredulidad, furiosa, incapaz de admitir que carecía del más mínimo derecho a
reprochar a Carlos su comportamiento, pues, cuando aún estaba con él, le fue
infiel con Marcos y, en este periodo, todavía había tenido tiempo de enredarse
con Roberto. Pero en ese momento era incapaz de ser racional. Sus sentimientos
le nublaban el juicio y su cabeza sólo se repetía una y otra vez que lo había
dejado todo por un hombre que ya la había olvidado. El hombre al que realmente
amaba se había olvidado de ella.
- ¡Carlos!-. Incapaz de soportarlo más tiempo, optó por dar un paso al frente y hacerle saber que estaba allí. Quizá otra hubiera preferido retirarse y tratar de que nadie la reconociera, queriendo desaparecer. Pero ella no era así.
- ¿Margarita?-. La interrupción no podía ser más inoportuna. Ahora que era feliz de nuevo, aparecían fantasmas del pasado para reabrir viejas heridas. Carlos no dejó, fue dejado, en ningún momento decidió que no quería pasar más tiempo con ella, ni que ya no la quería. La ruptura le había sido impuesta. Por ello, volver a verla suponía avivar unas llamas que no sabía si deseaba que siguieran crepitando, pues su relación con Sofía iba viento en popa y se sentía dichoso. Qué contrariedad.
- Me alegra ver que has seguido con tu vida y que yo soy sólo un recuerdo-. Claro que no se alegraba, como demostraban el tono de reproche utilizado y las lágrimas que brotaban de sus ojos –O quizá ni eso, aunque creo que sí, puesto que sigues sabiendo cómo me llamo.
Sofía, que
había pasado de la interrupción hasta el momento, sintió curiosidad al oír
aquellas palabras. Dedujo que se trataba de la antigua novia de Carlos, por
culpa de la cual se había largado de su ciudad y había recalado en Madrid.
Quería saber cómo era, pero estaba aterrada. Todos sus miedos del desayuno
volvían a coger fuerza. Marcos ya la había dejado por otra mujer, era muy
posible que Carlos lo volviera a hacer. A fin de cuentas, esa chica era el amor
de su vida, y mucho se temía que ella no podría pasar de la categoría de eventual,
de chica de transición. Sintió ganas de volver a llorar.
Al volverse,
comprobó que junto a aquella mujer había un chico que reconoció al instante.
- ¿Roberto?
Juan Martín Salamanca |
- Mierda-. Sus esperanzas de que no reparara en él se fueron al traste –Hola, Sofía-. La saludó con desgana.
Continuará…
Pues que diré, ha pasado todo un año de la Escalera de Corazones. Desde el alboroto del 2012 hasta ahora, que hayas puesto lo del fichaje fue un golpe para quienes llevamos la historia. Excepcional como siempre Juan, que puedo decir de más.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Carlos. El que no sabe qué decir ante esto soy yo, simplemente mil gracias por tu apoyo y por tu compañía en La Revista de Todos. Es un honor escribir junto a ti. Un fuerte abrazo.
EliminarMás trama emotiva y guiños particulares de cada personaje. Es como la vida misma, tan fiel y tan real. En la línea de los anteriores capítulos. Buen trabajo Juan
ResponderEliminarMuchas gracias compañero, cada nuevo capítulo supone un reto para no decepcionar al lector. Me alegra mucho que hayas disfrutado con su lectura y espero que sigas ahí hasta el desenlace de estos turbios amores que, y bien dices como en la vida misma, tantas lágrimas y noches de insomnio nos han arrancado. Simplemente, debo decirte gracias.
EliminarBuen ritmo del relato, los conflictos humanos siempre dan que decir, se sigue con interés, Saludos!
ResponderEliminarGracias amigo, me alegra que te guste, ya va quedando menos para el final. Un abrazo.
Eliminarme encantó como casi siempre , buen ritmo, y situaciones reales, un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, pronto llegaremos al desenlace de esta trama. Un saludo.
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