Manuela no
lloraba al saber que ya no sentirá el olor dulce de su bebe, que nunca podrá
ponérselo en el regazo para consolarse un poco. Ya no tenía ni el consuelo del
llanto. En la cama del hospital mientras luchaba por su vida, su mente divagaba.
Una y otra vez se veía arrastrada por el asfalto. Cuando le dijeron que había
perdido a su hijo, perdió toda ilusión y esperanza por el agujero hueco que
cubría su pecho.
Le acababan de
dar el alta y el sol brillaba con fuerza proyectando y alargando su sombra.
Salía del hospital después de diecisiete días, se sentía vacía, no tenía a
nadie, arreglaría todo, y se iría con su hermana Carmen a Londres.
El taxi, un
flamante Mercedes conducido por un joven que no dejaba de observarla, avanzaba
lentamente por la concurrida ciudad. El taxista se enamoro al instante de
aquellos ojos verdes, pensó que nunca había visto en su vida un verde tan
intenso, ni una mujer tan guapa.
—“Una
mujer así es lo que yo necesito”— pensaba el joven taxista.
Sentada en la
parte trasera mirando a través de la ventana, Manuela pensó que nunca la
familiar ciudad, le había parecido tan fea. El taxista aminoro la velocidad al
entrar en la calle desierta y cubierta por una alta y esbelta arboleda. Los
niños estaban en la escuela, y el calor agobiante recluía a los mayores en
casa. Solo un joven se veía paseando a su perro.
—¿Cuál es su
casa?— Pregunto el taxista mirándola por el retrovisor.
—Aquella, la
de la verja verde, es mi casa— dijo inclinándose hacia adelante, y señalándola
con el dedo.
El coche paro
delante de la puerta, Manuela bajo despacio, saco su monedero y pago el
trayecto. Las llaves las llevaba en la mano desde que salió del hospital.
Detrás de ella, el taxista le llevaba la maleta.
—¿No hay nadie
esperándola?— le pregunto.
—No, nadie.
Vivo sola—.
—¿Si usted
quiere puedo entrarle la maleta?—.
—Es usted muy
amable. Pero puedo yo sola. Gracias—.
—Cuídese—.
—Por supuesto—
le respondió con una tímida sonrisa.
—Adiós—.
Subió los tres
escalones del porche que la separaban de la entrada, abrió y entro sin fuerzas.
No sabia como iba a poder vivir sin el. Fue abriendo las puertas y recorriendo
las habitaciones. Descorrió las cortinas de su habitación y el sol entro a
raudales. Abrió la puerta del armario y cogió un jersey de su marido, lo abrazo
fuertemente y empezó a besarlo, notando la ausencia de su
olor, frenética se lo llevo a la nariz y nada olía a el. Le dolía
tanto su ausencia. El grito le salió del alma.
Salió al
porche porque se ahogaba dentro de la casa y su mirada se fijo en las cartas
desparramadas. Las recogió como una sonámbula, una mirada rápida y las iba
esparciendo por el porche, facturas, propaganda y más facturas.
De repente, el
corazón le da un vuelco, reconoce la letra…la carta va dirigida a ella…Con las
manos temblorosas intenta abrirla y se le cae, y entonces le vuelve el llanto,
un llanto desgarrado. Recoge la carta y la aprieta contra el pecho.
Mi querida Manuela.
Empiezo esta carta sin saber muy bien que decirte. No se lo
que esta ocurriendo, y lo siento. Lo siento muchísimo amor mío.
He pensado tantas cosas y al final he creído que es mejor
escribirte. Necesito que me creas. Anoche no pude contarte nada. Pero ahora
tengo la necesidad urgente de contarte. En la empresa me han tachado de ladrón.
Me acusan de robo. Y yo no he robado
nada. Lo juro.
Manuela tú me conoces y sabes que soy incapaz. Son tres,
contra mí. Dicen que el dinero falta desde la noche que me quede a trabajar
hasta tarde.
Yo vi como contaban el dinero y después cerraban la caja
fuerte. Pero eso es lo mas cerca que yo estuve de esos billetes. Tienes que
creerme.
A uno de ellos, y yo sospecho del señor Jesús, pues es un
crápula... Le interesa que se me echen las culpas y hace días que me han
despedido. Estoy en la calle, y calumniado por algo que yo no he hecho. Mi
nombre esta sucio. Me meterán en la cárcel, y tú, te morirás
de vergüenza y de dolor.
…Esta crisis maldita y el paro... yo se que nunca mas
encontrare un trabajo digno.
No podremos pagar la hipoteca y pasaremos a ser una de las
miles de familias desahuciadas.
He ido a un abogado, y dice que lo tengo muy crudo…Que soy
un asalariado, y que ellos gozan de prestigio, y que no se van a robar a ellos
mismos. Que lo tengo muy mal.
¿Comprendes amor mío, porque este no es el mejor momento de
tener un hijo? Tengo miedo. Nunca he sido un cobarde pero ahora no puedo con
esta agonía.
He pensado mucho en todo. He pensado a lo largo de estos
días mil veces en las consecuencias. Dirán y dirán mil cosas, que soy culpable
y tantas otras. Pero yo, soy inocente. Yo nunca he robado nada. Y me voy
sabiendo que tú me creerás. Se que lo que voy a hacer es lo mejor para ti. Podrás cobrar el seguro y arregla la
viudedad, podrás pagar la hipoteca. Y vivir. Y en cuanto pueda te vas con tu
hermana Carmen a Londres, y empieza
una nueva vida…Se cuanto me amas y se de el dolor que esto va a causarte…lo
siento amor mío, te quiero tanto…nunca me olvides, se que volverás a
enamorarte, pero llévame siempre en un rinconcito de tu alma, y así, yo viviré
un poquito en ti…
Te quiero.
Aparece
nublado el cielo mientras desde la ventana Manuela nota la furia que trae el
viento que viene desde lejos. No huele el aroma de la vida. Se le borran los
recuerdos. Sólo quiere ser lo que fue hasta ahora, quiere refugiarse en sus
brazos. Y oler su aroma…Un hálito de añoranza la apuñala mientras
escucha el silencio de su casa.
Manuela cogió
un cigarrillo de encima de la mesa y lo encendió. Echo el humo despacio, se
acomodo de nuevo entre los cojines del sofá y beso temblorosas la imagen
dichosa. Recordaba perfectamente ese día. Era una mañana de mayo.
Toni preparo
la cámara y corrió hacia ella, la abrazo fuertemente
atrayéndola hacia
el y le dijo: —Sonríe cariño—.
Le gustaba
verlo bailar, giraba y giraba mientras su risa lo impregnaba todo. Cuando
el ponía a todo volumen “Hear my train a comin ” de Jemi Hendrix. Toni gritaba
como un loco
—Jimiii te
amo, eres mi Diossss. Tocas como nadieeee— riéndose a carcajadas mostrando sus
dientes blancos. La cogía de las manos y si o si, la hacia girar mientras
bailaban. El pelo se le alborotaba y acababan mareados tumbados en la alfombra
del comedor, haciendo el amor al ritmo de la guitarra de Jimi…
Su mundo sin
el era pequeño. A veces lo oía andar por la casa, pensaba que se estaba
volviendo loca. Una tarde cerca del muro que delimita la playa, vio a un
hombre caminando. El corazón le dio un vuelco. Era su Toni. Corrió tras el. Y
al tenerlo enfrente, en primer plano, muy cerca de sus ojos y al alcance de su mano,
su sonrisa se hizo grande. Lo atrajo hacia ella, ansiando fundirse en el. Sé
agarro a su brazo para retenerlo, para evitar que desapareciese, pero al
instante la lucidez volvió a su cabeza.
No, aquel
hombre no era Toni. Y entonces temblorosa bajo la mirada volviendo a la
realidad, comprobando que solo era un parecido lejano.
—¿Qué le
ocurre señora?—.
—Discúlpeme si
lo he molestado. Es que se parece usted tanto… Mi marido murió hace poco—.
—Bueno, a
veces ocurren estas cosas…—.
Marga Ribera
Gracias Eva ¡¡¡
ResponderEliminar¡Qué historia tan triste! Se me ha quedado estremecida el alma...
ResponderEliminarPero a pesar de ser triste, es hermoso cómo la cuentas. A veces la pena puede ser bella.
Gracias Yoly ¡¡¡
ResponderEliminarBueno, la historia del taxista quedó abierta, pero la añoranza y el sentido de pérdida siempre son duros. Antes de su primer hijo mi cuñada tuvo un aborto y fue terrible para ambos (mi hermano y mi cuñada). Eso siempre es duro, más para una mujer sola.
ResponderEliminardicen que las tragedias nunca vienen solas, al final debemos ser tan fuertes para poder levantarnos y seguir a delante, buen relato me gustó!
ResponderEliminarGracias Juan Flores,Carlos Molina y Yoly Hornes. Gracias por leer mi pequeño relato...Hasta pronto ¡¡¡
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