Estoy contenta con mi decisión: nada de dormir en la casa
de mis padres. Con mis cuarenta y ocho años me da hasta vergüenza decir que no
puedo quedarme sola en casa por la noche cuando Fernando, mi marido, sale de
viaje. Es un miedo irracional y ya es hora de que me enfrente a él. No puedo
evitar cierto nerviosismo, lo confieso; pero es algo ridículo que debo superar.
Meto la llave en la cerradura y me dirijo a la cocina. Me
prepararé cualquier cosa para cenar y me llevaré una bandeja a salita de la
tele. Es algo que me gusta hacer: cenar viendo una película o cualquier
programa, sentada en el sofá, y cuando está Fernando no puedo, porque él quiere
cena de plato. Un rollo.
¡Vaya!, esto que sale parece de terror. No, no. Cambio de
canal. Está buenísimo el sándwich. Es una lástima no saber disfrutar de la
soledad; aprenderé, porque una cosa es esa soledad impuesta, tan deprimente y
mala, y otra, la que se presenta de vez en cuando y que se puede aprovechar
para uno mismo.
Me da rabia estar nerviosa, incluso
oigo los más mínimos ruidos. Creo que son de arriba, porque estos pisos no
están bien insonorizados. No pasa nada, todo está bien. Me centraré mejor en la
televisión. La verdad es que me aburre lo que hay y por eso no me concentro.
Creo que será mejor leer en la cama. También me agrada mucho y con Fernando
tampoco es posible, porque le molesta la luz y madruga bastante. Es lo que
tiene la convivencia: hay que ceder; pero bueno, él también hace cosas por mí.
Nos llevamos bien y es lo importante. Se va a llevar una sorpresa cuando se
entere de que me he quedado en casa; le gustará.
Llevo la bandeja a la cocina de nuevo
y recojo. Compruebo que la puerta esté bien cerrada. No puedo evitar poner el
ojo en la mirilla: no hay nadie, todo tranquilo.
¡Ay!, he oído una especie de
carraspeo. Mi corazón se acelera. No puede ser, son tonterías mías. Respiro
profundamente y abro la puerta de mi dormitorio. Ni me he cambiado al llegar,
así que voy al cuarto de baño, me desmaquillo y me pongo el camisón. Me paro.
Otra mala pasada: me ha parecido oír un pequeño golpe muy cercano. Estoy
paranoica.
Esto es un fracaso y siento ganas de
llorar. ¿Por qué me pasa esto? Me enfado conmigo misma, por cobarde, por tonta.
Creo que una tila o una infusión para
dormir o las dos me vendrán bien. Sí, las dos mezcladas. Al fin y al cabo no
saben tan mal.
Pienso en vestirme e irme con mis
padres. Es una gran tentación: allí estaría tranquila, cómoda, sin miedo. ¿Voy?
No debo y me sentiría mal al día siguiente por haber claudicado. Tarareo una
canción, como cuando era niña; me servía para alejar los temores. Me callo de
golpe. Sigo oyendo ruidos, no son seguidos, pero… El reloj de cuco acaba de
producirme un sobresalto, prueba inequívoca de que estoy en estado de alerta.
¡Ya está bien! Déjate de tonterías,
bebe esas pócimas y a la cama. Antes compruebo por última vez, a través de la
mirilla, que no hay nadie fuera. ¡Venga, a leer!
Me meto en la cama con un libro que
estoy leyendo. ¡Qué calor tengo! Es la ansiedad, respira, relájate.
Si viniese alguien, podría hacerme la
muerta. ¡No digas tonterías!, no va a venir nadie. Paso las hojas casi sin
enterarme. Parece que estoy algo mejor. Voy a intentar dormir. Apago la luz de
la mesilla. Tanta oscuridad no me gusta mucho. Así no controlo nada y es que
nada tengo que controlar: mi casa es segura, la puerta está blindada.
No paro de dar vueltas y es que a
ratos es como si oyese respirar. Soy yo, es mi respiración que está agitada.
Otro ruido. No puedo más, me consumo.
No me atrevo ni a alargar la mano para encender la lamparita, porque me asusta
pensar en encontrarme a un desconocido al lado de mi cama.
No aguanto. Lo siento, pero me voy a
meter debajo de la cama. Allá voy.
¡Huy! ¿Qué hay aquí? He tropezado con
algo y reprimo un grito, mordiendo mis dedos. Noto que alguien sale del
escondite. Pero, ¿qué es esto? Queda otra persona a mi lado, que repta para
salir también. No lo pienso y la agarro. Es una pierna. Me empuja para escapar.
No le dejo.
No
dice nada.
—Voy
a salir de aquí, pero a ti no se te ocurra moverte—le digo, sin creer lo que
está ocurriendo.
Enciendo
la luz y una mujer despeinada y a medio vestir aparece ante mis ojos. ¡La
secretaria de Fernando! ¿Le habrá dejado las llaves por seguridad y la muy
fresca se ha metido en mi casa con su novio? Es absurdo. Sin embargo, el
llavero de Fernando está sobre la cómoda. ¿Se lo habrá robado?
—Vístete
y explícame cómo has entrad—le ordeno, indignada— ¿O prefieres que llame a la
Policía?
Su
acompañante tiene que estar todavía en casa, me he asegurado de cerrar bien la
puerta y no pudo salir.
La
descarada secretaria me lanza una sonrisa irónica. Empiezo a comprender.
—Fernando,
ven inmediatamente o llamo a la Policía.
Carmen Novo Colldefors
Bueno, un extraño menage-a-trois desconocido para la pobre señora, aunque fue bastante arriesgado meterse a la casa a hacer sus amoríos (jiji). Está ingenioso Carmen.
ResponderEliminarGracias, Carlos! El marido estaba muy seguro del miedo de su mujer y no sé qué susto se habrá llevado él, ajjajaja
Eliminarlo acabo de ver por casualidad , me encanta la trama voy a ver si puedo ver los primeros capítulos ,, promete promete
ResponderEliminarGracias! Me alegra mucho que te haya gustado, pero no hay más: es un relato cortito.
EliminarGran transición del terror a la comedia. Lamentable cómo aprovechaba el marido los miedos de su esposa para profanar el lecho marital. Me ha gustado.
ResponderEliminarmuy bueno, tensión y final inesperado! y si que fue sorpresa para los dos!!
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