Le tenía un temor tan
asfixiante, tan enfermizo, que nunca le había entregado su voluntad ni se había
atrevido con menor motivo aún, a caer postrado a sus pies por tan arrebatador
embrujo.
En más de una ocasión, “la que no tenía nombre”, había intentado seducirle a costa de lo que fuera, una y otra vez, y hasta en una tercera ocasión con el despliegue completo del arsenal de mil armas diferentes y con el uso indiscriminado de todas sus malas artes. Mas él, sublime experto en la estrategia de la evasión y del escapismo, había conseguido evitar el tan temido desenlace.
Ella, al parecer, no se conformaba con los miles, quizá millones de exitosas conquistas, todas ellas cosechadas en el largo y fecundo intervalo de su provechosa existencia.
Era insaciable y voraz, y el afán y la sed inagotable de novedosos logros y rotundas victorias, no podían ser mitigados más que con la consecución de futuras conquistas y nuevas víctimas propiciatorias.
El aumento del número de damnificados en su ya voluminoso haber no colmaba su orgullo, sólo lograba saciar en parte el inmenso e insondable apetito con la que fue creada.
En más de una ocasión, “la que no tenía nombre”, había intentado seducirle a costa de lo que fuera, una y otra vez, y hasta en una tercera ocasión con el despliegue completo del arsenal de mil armas diferentes y con el uso indiscriminado de todas sus malas artes. Mas él, sublime experto en la estrategia de la evasión y del escapismo, había conseguido evitar el tan temido desenlace.
Ella, al parecer, no se conformaba con los miles, quizá millones de exitosas conquistas, todas ellas cosechadas en el largo y fecundo intervalo de su provechosa existencia.
Era insaciable y voraz, y el afán y la sed inagotable de novedosos logros y rotundas victorias, no podían ser mitigados más que con la consecución de futuras conquistas y nuevas víctimas propiciatorias.
El aumento del número de damnificados en su ya voluminoso haber no colmaba su orgullo, sólo lograba saciar en parte el inmenso e insondable apetito con la que fue creada.
Él, atento ante cualquier peligroso
acercamiento de sus hechizos y de su envoltorio perfumado y embriagador,
burlaba a duras penas su pertinaz acoso y su rutinaria demanda.
Terminó por sufrir lo indecible, con
cada momento en que le flaqueaban las piernas y parecían ceder irremisiblemente
sus endebles defensas incorrectamente apuntaladas, y en más de una ocasión,
estuvo a punto de sucumbir de manera
definitiva a sus innumerables encantos.
- ¿Por qué yo?, ¿por qué a mi persona? - se preguntaba incansable, cuestionándose los motivos que pagaban “a la que no tenía nombre” al hacerlo. Aquellas dudas y aquellas preguntas sin respuesta, le acercaban sin remisión a la paranoia más absoluta -.
- Él, el más insignificante de todos los mortales, perseguido sin descanso por la más bella y la más aclamada, la más deseada de todas las emociones humanas.
Su indudable grandeza y su adictivo
disfrute, abrumaba a todo aquel que a ella se acercaba y respiraba a través de
los poros de su cuerpo, el fragante y adictivo perfume que destilaba.
Todo el mundo conoce, desde el más sabio de los hombres hasta el mayor de los necios, las nefastas consecuencias que su compañía y posesión generan siempre.
Que no hay argumentación ni recursos suficientes para eludir su poderoso encantamiento, sobre todo para los más débiles de alma, para los de corazón abrumado y para los ávidos de aventura. No, ellos no tendrán nunca tanta suerte, les faltará de repente el suficiente criterio y la lucidez necesaria para poder evitarlo.
Pero el transcurso del tiempo da paso a la fatiga, y cansado ya de tanto batallar, por su supervivencia e independencia se dio finalmente por vencido, y después de muchos años de lucha y desgaste, a su debilitado espíritu le abandonaron las fuerzas y se dejó llevar, arrojándose entregado y voluntarioso a los brazos de “la que no tenía nombre”.
La permitió introducirse de lleno en su vida y tomar posesión de esa nueva plaza. Profanar el cuerpo virgen de un escurridizo siervo al que imponer sus sensuales condiciones y del que recibir a cambio, un oneroso e importante tributo.
Desde ese mismo instante, a partir de ese momento, nadie podría asegurarle que lograra ser más feliz de lo que lo había sido hasta entonces, ni tampoco más afortunado. Sólo podría predecirse que sería desde aquella vital decisión mucho más humano, y se sentiría cada día más vivo.
A raíz de esa rendición practicada, sus sentidos superarían definitivamente las barreras de color rojo y blanco y primarían sobre la razón y frente a la cabeza.
Quedaría a merced de un nuevo universo de sensaciones, al albur del dictamen de su bajo vientre y de la profunda sensibilidad de la epidermis erizada.
Todo el mundo conoce, desde el más sabio de los hombres hasta el mayor de los necios, las nefastas consecuencias que su compañía y posesión generan siempre.
Que no hay argumentación ni recursos suficientes para eludir su poderoso encantamiento, sobre todo para los más débiles de alma, para los de corazón abrumado y para los ávidos de aventura. No, ellos no tendrán nunca tanta suerte, les faltará de repente el suficiente criterio y la lucidez necesaria para poder evitarlo.
Pero el transcurso del tiempo da paso a la fatiga, y cansado ya de tanto batallar, por su supervivencia e independencia se dio finalmente por vencido, y después de muchos años de lucha y desgaste, a su debilitado espíritu le abandonaron las fuerzas y se dejó llevar, arrojándose entregado y voluntarioso a los brazos de “la que no tenía nombre”.
La permitió introducirse de lleno en su vida y tomar posesión de esa nueva plaza. Profanar el cuerpo virgen de un escurridizo siervo al que imponer sus sensuales condiciones y del que recibir a cambio, un oneroso e importante tributo.
Desde ese mismo instante, a partir de ese momento, nadie podría asegurarle que lograra ser más feliz de lo que lo había sido hasta entonces, ni tampoco más afortunado. Sólo podría predecirse que sería desde aquella vital decisión mucho más humano, y se sentiría cada día más vivo.
A raíz de esa rendición practicada, sus sentidos superarían definitivamente las barreras de color rojo y blanco y primarían sobre la razón y frente a la cabeza.
Quedaría a merced de un nuevo universo de sensaciones, al albur del dictamen de su bajo vientre y de la profunda sensibilidad de la epidermis erizada.
Ya no tendría freno, ya nada podría colmar su deseo si no venía acompañado de “la que siempre ha tenido nombre”.
Faustino Cuadrado
Muy bien escrito. Muy humano. Sugerente y logrado. Da qué pensar. Creo que cumple su objetivo.
ResponderEliminarAna Noreiko
Gracias, parece evidente que al igual que yo, en algún momento también lo has llegado a sentir. Me alegro por ti.
EliminarMuy sugerente, la verdad. Está muy bien escrito, además.
ResponderEliminarJuan, muchas gracias. Intenté que fuera sugerente y sobre todo, real. Cuándo nos persigue, resulta difícil decirle que no. Me alegra mucho que te haya gustado.
ResponderEliminarImpresionante metáfora de la lucha por la vida y el desenlace final inevitable para todos. A veces contar insinuando es mejor que decir, sobre todo en literatura y eso es lo que has conseguido con este artículo-relato. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias Nuria por tu valoración, viniendo de ti es un gran honor. Me alegra mucho que hayas sentido eso al leerlo. Un abrazo.
EliminarImpresionante metáfora de la lucha por la vida y el desenlace final inevitable para todos. A veces contar insinuando es mejor que decir, sobre todo en literatura y eso es lo que has conseguido con este artículo-relato. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMe ha gustado Tino. Me alegro de tu colaboración en esta revista. Les aportarás muchísimo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Paco. Es un placer contestar a tu amable comentario. Me alegra mucho que te haya gustado. Un abrazo
EliminarImpecable relato, esa insinuación antes que la certeza le da un toque muy interesante.
ResponderEliminarGracias Caliope por dedicarme un poco de tiempo y por tus valiosos comentarios. Me supone un tremendo placer pensar que te ha gustado el relato y que he conseguido lo que pretendía. Muchas gracias y un saludo,
EliminarMe encantó la forma de escribir "insinuando" y ese final del cual no escapa nadie...
ResponderEliminarGracias Gontxu. Insinuar y decir se confunden a menudo. Me alego mucho que te haya gustado.
EliminarUn relato muy sugerente con una visión muy sorprendente de la muerte.
ResponderEliminarGracias Rakel por tu opinión. Te voy a contar un secreto. Me alegro que hayas pensado que hablaba de la muerte, porque es un ingrediente en el que no había pensado. Así serán dos versiones de una misma verdad. Yo quería hablar de la pasión, con mayúsculas, pero también me vale la historia con la muerte como protagonista. Es otra pasión con letras grandes.
EliminarSugerente relato y sugerente foto. La insinuación es tremendamente acertada para decir verdades como puños.
ResponderEliminarGracias por el enfoque que ofreces. El sugerir sin decir es un arte, pero el sugerir adecuadamente y que además aciertes, es un arte mayor aún. Espero haberlo conseguido al menos un poco.
ResponderEliminarMuy buena redacción. Y me gusta especialmente el primer párrafo, hay oficio en ese arranque. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias Jorge. Se siente uno muy bien cuando escribes algo y a alguien le gusta. Imagino que a ti te pasa lo mismo. Un saludo
EliminarRedacción interesante, cautivante, predominó la seducción de la mujer sin nombre y seguramente, después pensó el tiempo que perdió. Felicitaciones.
ResponderEliminarTRINA LEÉ DE HIDALGO
Así es Trina. La seducción de aquello que no se ve, pero que te atrapa en sus redes sin posibilidad de escape.¡Ay! la pasión...Gracias.
EliminarBueno, uno no se puede rendir ante un sentimiento como el amor. Peligroso como es, es uno de los motores y un componente de la humanidad. Porque este es muy complicado de comprender y mantenerlo a raya es casi imposible. Como su herramienta, la seducción es una de las grandes armas para conseguirlo. Muy bueno, Faustino!
ResponderEliminarGracias Carlos. El juego de la seducción tiene muchas caras. Uno puede saber muy bien jugarlo, y sin embargo, perder hasta la herencia en una sóla jugada. Pero quien no arriesga, no gana, y quién arriesga, se arriesga, pero así es el juego. El premio bien lo merece.
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