Antes que nada deseo aclarar las cosas: esto es una
infidencia, una que no debería hacer pero que mi propia ética me impide callar…
y odio decirlo, tal vez me hizo falta la misma ética para darme cuenta que
debía actuar independientemente a las cartas de poder que nunca se distribuyen
al azar. Sé que nada de lo que hoy les cuente cambiará el peso de mi
conciencia, pero quizá el hecho de saberlo consiga abrir la mente de algunas
personas más. Ojalá alguien lo hubiera hecho con la mía.
* * *
Ella se llamaba Nair,
alguien le había explicado que significaba algo así como “iluminada” y siempre
persiguió la mística del nombre como si pudiera ser parte de esos cuentos asombrosos
en los que se da ese jueguito de las soluciones mágicas, el príncipe azul, los
vestidos rosas y el “y vivieron felices” con la fuente de la juventud eterna
impidiendo que todo terminase.
Basofias. Así de
simple y contundente, así de crudo; la que le contaba cuentos no era la madre
abnegada que la arropaba por la noche… era otra criada, una que tuvo la
posibilidad de que alguien al menos le enseñara a leer y escribir. ¿Alguien le
enseñaría eso alguna vez? Siempre se repetía que sí, no estaba bien ver las
cosas desde el color de la oscuridad, tal vez no podía definir esa palabra con
otras que sonaran bonitas y sorprendentes pero comprendía bien su significado y
su forma de ser gritaba que no estaba tampoco dispuesta a darse por vencida. Esa
era su filosofía de vida.
Me gustaba
verla, realmente contagiaba con esa sonrisa de dientes amarillos y algo
torcidos pero siempre risueños en el rostro fresco, ninguno de nosotros podía
negar que su cuerpo de niña no hacía otra cosa que transmitir una vitalidad que
―estoy segura― más de uno envidiaba, todo el
día corriendo detrás de los quehaceres de un cura mañoso que tenía más de viejo
que de católico. Hoy me pregunto porque ninguno de nosotros ―supuestos
perfectos feligreses― se preguntó si podía hacer algo para mejorar su vida. Me
he respondido que fuimos tan egoístas e idiotas que pensamos que la justicia de
Dios cambiaría las cosas… otros han sido más duros que yo, se han autollamado
ciegos y otros, bueno, otros mejor no nombrarlos porque esos sí han mantenido
la venda doble por encima de los ojos negándose a ver lo que era obvio.
Pero
basta, el tema aquí no es justificarme si no que conozcan la secuencia de cosas
que se dieron una tras otra como una película muda sin que ella pudiera
demostrarse a si misma que el pensamiento mágico podía existir al menos en los
sueños. Creo que puedo fijar un inicio en la muerte del cura, o del viejo
mañoso si es que el término les resulta más identificable… tres o cuatro años
atrás de esto que hoy llamamos realidad. El nuevo fue definitivamente mejor a
nuestros ojos que el párroco anterior. En los pueblos chicos estamos acostumbrados
a gente con ese perfil más cercano a nosotros, alguien con el gesto
benevolente, no propenso a los sermones largos pero si a las confesiones
novelescas donde nos cuesta menos desnudar nuestros pecados multiplicadores de
chismes. Y eso era el padre Rafael, el cura que tenía la marca de “APROBADO” en
esa escala de valores sin obligarnos a ejercer concienzudamente una pizca de sentido
crítico real.
Todos atribuimos
el cambio de Nair a un extrañar lastimero sin darle importancia, nadie negaba
que el viejo mañoso dentro de todo la había rescatado de una vida todavía peor…
en la iglesia tenía comida, casa y vestido ―de nuestras donaciones usadas sí― pero
lavados y remendados en un nivel de dignidad por encima de los andrajos
mugrientos con los que llegó. Creo con justicia que no está de más decir que creímos
de verdad que los ojos rojos y la mirada melancólica eran el resultado de haber
perdido a lo más parecido que tuvo a un padre. Todos de alguna u otra manera
también extrañábamos al mañero y se lo hacíamos saber con palabras de consuelo…
aunque después cuchicheáramos entre nosotros sobre que ella había adoptado su
mal genio al no responder al menos un “gracias” o un asentimiento de cabeza
aprobatorio al acercamiento y congoja general.
Yo misma
la tildé de mocosa desagradecida cuando rehuía de nosotros en la iglesia
esquivándonos, todas las tardes que la práctica del coro nos reunía allí. Le
recordé rabiosa a todos como antes el cura la obligaba a mantener la jarra de
agua fresca, las partituras y el escaso inventario de instrumentos a nuestra
disposición… la desprecié, le dije incluso un par de palabras de esas que
deberían de haber formado parte de mis confesiones y que no quiero repetir
ahora no por pudor, si por el propio respeto que le debo a un alma como la
suya.
De nuevo me he
ido por las ramas en esa búsqueda que hago todos los días dentro de mis
recuerdos para marcar el día cuándo todo empezó… me gustaría saber si su mirada
sombría era la marca de un “pasará” o de un “ya fue”, y debo ser sincera al
decir que no logro distinguirlo. Tampoco me he animado a preguntarlo y hasta
ese punto llega la cobardía que se esconde detrás de estas líneas en vez de haberse
desnudado frente a una denuncia formal y recta en una fiscalía. Les mentiría
diciendo que no me he justificado en la excusa de que tampoco me hubieran hecho
caso allí… pero nos enseñaron sobre el bien y el mal ¿no?, se supone que
debemos pasar la prueba sin poner el pero de las dificultades.
Yo no lo hice. Lo que hice fue escuchar,
escuchar eso que se cotilleaba por lo bajo mientras sonaba el sermón de ese Domingo
de Ramos en que la iglesia doblaba la cantidad de visitas y la mayoría de
nosotros hasta quedamos fuera agolpados en las puertas que dejaban ver la
sacristía y de tanto en tanto a una Nair, con el ojo amoratado y las marcas de
un azote de esos que todavía nosotros los viejos recordamos haber recibido
alguna vez de nuestros padres. Yo me ofendí cuando terminé de escuchar y la
busqué con la mirada para gritarle con gestos que era una desvergonzada… que
esas calenturas de mujercita incipiente y resbalosa merecían más que el azote
que mostraba, que yo misma le daría la tunda de su vida si amenazaba el decoro
de este pueblo de Dios.
Mil cosas se me
pasaron por la mente sumando prejuicios, desde mi propio marido hasta los hijos
que todavía se agarraban de mi pollera antes de entrar a la escuela cada mañana
y la vi como un engendro que quería lejos de mí, como una puta aprovechada que
intentaba seducir a un hombre dedicado a servir al Señor.
Festejé el ojo
cabizbajo y la mirada que rehuía la mía, como un castigo moral que yo misma
quería imponer. Mi postura era dura y firme, sin resquebrajos compasivos que
pidieran algún tipo de explicación de la boca de alguien que apenas si comenzaba
a dejar de ser niña. Mi lado cristiano resultó tan impasible que hoy tengo pena
de mi mezquindad, de mi falta de juicio, de la estupidez de juzgar a alguien
sin el más mínimo derecho a réplica guiada por algo más complejo que el qué dirán. Mirando atrás sé que perdí
el derecho al cielo el día que noté el vientre abombado y me acerqué con la
rabia encendida restregándole palabras de injuria que aún suenan en mi cabeza
tan repulsivamente como las dije:
- Demonio lujurioso… meterte en la cama de un cura forzando su lado humano a tu indecencia… puta.
- Él me forzó. ―apenas si las palabras salieron de su boca y no le creí.
- Mientes… las de tu calaña no hacen otra cosa que mentir.
No
respondió ni se esforzó en defenderse, volvió a hundir los ojos en el piso y se
arrastró hacia adentro remarcando todavía más mi furia. ¿Por qué no se marchaba
entonces? ¿Por qué seguía día a día alimentando el chisme pueblerino de
convivir con un hombre prohibido? Ella quería
estar allí, nadie negaría eso ante la evidencia. Yo tampoco.
Volví cada
día a la iglesia a rezar por el padre Rafael, para que endureciera su corazón
lo suficiente para echar de la iglesia a aquella mujer pecadora que lo sedujo
en un momento de debilidad y horror. Recé cinco meses más, convencida de que su
compasión y su culpa eran lo que le impedían arrojar a alguien que ―fuera quien
fuera― llevaba un inocente en las entrañas. Tal vez por esa estúpida ceguera no
entendí muy bien las cosas cuando ese mañana el auto del comisario estaba
estacionado al costado de la iglesia junto a la ambulancia ¿un bebé prematuro?
No alcancé a preguntar cuando la vi salir en un estado en que no creía que el
ser humano pudiera sobrevivir.
―Laceraciones
en cuello, boca, espalda y piernas, herida sangrante en recto y posible
desprendimiento de placenta… traumatismo de cráneo y tensión arterial de 8/5.
El
paramédico trasmitía los detalles por radio y mi comprensión sintió crecer su
ignorancia insana cuando la conversación de más allá llegó también a mis oídos
como una bofetada:
―El cura está adentro, esposado… el fiscal va
a matarme pero ponele algo de ropa encima, ya guardé los palos ensangrentados
que tiene y puse alguien a vigilar el sótano donde la encontramos a ella. Creo
que sería mejor que la hubiera matado… no sé… ¿viste las marcas? No podés
ultrajar a alguien con ese nivel de saña… pobre chica, no sé cómo en realidad
aguantó tanto.
* *
*
Les dije que perdí el cielo… pero la verdad es peor
que eso. La verdad es que perdí el respeto por mi misma como respuesta a esa parte
de mi humanidad que falló y que por desgracia… afectó la humanidad de alguien
más, alguien que recibió de nosotros la simple y llana respuesta de la
indiferencia total.
Caliope
Como siempre, muy interesante la literatura que llega del otro lado del charco. A veces los prejuicios nos convierten en tiranos. Muy buen relato.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario Juan, cada vez que leo tu frase: "del otro lado del charco" pienso que gracias a este mundo aparte de internet, lo inmenso del charco en realidad nos acerca.
EliminarTerrible realidad la de tu relato, Rocío Anahí. Escrito con altura, remueve sentimientos en el lector y es un paso obligado hacia el examen de conciencia. Ana Noreiko
ResponderEliminarGracias Ana, he cumplido mi cometido entonces. :)
Eliminar¿Por qué será que no resulta extraño tu relato?. Rocío, nos has recordado una historia cotidiana de algo inherente al ser humano y de lo que a muchos, parece no gustarles hablar. Pero eso existe y es real. Muy duro el relato y muy bien llevado.
ResponderEliminarGracias Faustino, lamentablemente en vez de buscar "hacer algo" cuestiones como estas se comercializan en periódicos amarillos. Acá estuvimos por ejemplo con un presidente ex cura que ya tiene 5 hijos "salidos a la luz" de su época de monseñor.
EliminarCRUDO RELATO DE UNA REALIDAD VIGENTE. MUY BIEN NARRADO.
ResponderEliminarGracias Nuria, a veces me cuesta plasmar esa crudeza, si esta vez lo he conseguido es un verdadero logro para mi.
EliminarTema tabú, personajes interesantes...Me gustan mucho los tintes que les das a los personajes, al igual que sus ocurrentes nombres...;)
ResponderEliminarGracias Guillermo, mucha gente me ha criticado respecto a mis personajes, así que un OK es un peso para equilibrar la balanza. ;)
EliminarCaliope, me encantó el relato, sobre todo el final.Me encantan los policiales y más si involcuran crímenes pasionales. Pregunta: ¿Quién fue el ex Presidente ex Cura?
ResponderEliminarEl destituído por juicio político (medio fraudulento también) hace poco: Ex Monseñor Lugo.
Eliminar:) Muchas gracias por leer y comentar, es un gusto saber que un relato llega.
Tremenda y dura historia. Al principio resulta un poco complicado coger el hilo pero el desenlace es muy bueno.
ResponderEliminarDuro, bien narrado y muy bien escrito. Gracias.
ResponderEliminarRocío, este relato me ha hecho llorar. Siempre hemos vivido aterradas de romper principios y valores. Yo misma era intransigente ante actitudes que consideraba inmorales, por mi formación y mi condición de docente, pero después corren los velos de los que aparentan lo que no son.Cuántos lobos andan disfrazados de corderos?. El sacerdocio, no es una excepción, por algo han salido libros horrorosos sobre ellos -sin generalizar-. y pasan cosas todo el tiempo, por eso, me confieso solamente con Dios. Es bueno, dar a conocer estas situaciones y liberar en parte tu conciencia, que no es mas que efectos de la incredulidad ante los que consideramos sin manchas y convierten en víctimas a las inocentes.
ResponderEliminarDesde que existe el concepto de las entidades sobrenaturales que rigen nuestra vida siempre ha existido la gente que considera que se encuentra por encima de todos gracias a estos preceptos. Es una historia para recordar, de una realidad que nos afecta en este momento. Y no sólo es en nuestra iglesia, sino en todas.
ResponderEliminar