“Siempre había pensado que estar
flotando en el espacio como si fuera una estrella iba a producirme un cierto
pavor, pero no: ahí estaba, tan tranquilo.
Tumbado con Annie White
sobre la hierba de Fairfield, Iowa, embelesado por aquellos cálidos besos de
noche de verano que sólo se dan y se reciben en la adolescencia y no se olvidan
durante el resto de la vida, encendido por las mil y una sutilezas de una falda
sedosa de margaritas que se remanga, se desarremanga, y se vuelve a remangar,
el universo siempre me pareció un océano insondable por el que poder navegar
hacia el infinito. Una diáfana infinitud capaz de convocar hasta lo impensable,
de poseer amorosamente hasta la última transparencia de tu propio ser, de
disolver todas las fantasías imaginables que uno hubiera podido elaborar sobre
sí mismo desde tiempo inmemorial. Una inmensidad capaz de hacerte vivir la vida
como si fueras muchos. O, más exactamente, como si fueras todo.
Y luego el olor de la noche, con su poderosa
fascinación.
Aquella noche me sentía muy próximo. Como si
fuera yo mismo, y yo fuera inmenso. Algo me invitaba a participar de aquel
misterio conmovedor, a cruzar un portal desconocido y fundirme con lo más
íntimo de su naturaleza ilimitada.
Imagínate, allí, inmóvil, extasiado, mirando a
la Tierra, abajo, ligeramente a la izquierda, flotando ingrávida como yo, a lo
lejos. He de reconocer que le tuve cariño. Y también a la Luna, a Venus, a
Mercurio, a Marte y a Saturno. A Sirio, Vega, y Antares. A Lira y Tucán. A la
Osa Mayor, y a la Osa Menor.
A todo lo imaginable, incluso a lo
inconcebible.
Inmerso en aquel impresionante silencio, todo
rebosa una sacralidad inocente. Presientes una omnipotencia desconocida
existiendo en un ahora interminable. Eterno. Una extraña solemnidad provoca en
tu interior un gozoso sentimiento de reconocimiento. Algo profundo que nace de
dentro. Te sientes delicadamente agradecido sin saber exactamente a qué. Con la
misma inocencia inconsciente que si fueras la gratitud misma.
Ante tanta exquisitez caes rendido. A tu propia
felicidad, quizá. A una parte de ti que de repente se hace familiar, y se
revela como un espacio íntimo al que nunca tuviste acceso. Una conciencia
diáfana de tu propia valía que comienza a experimentarse como algo definido,
inalienable, auténtico. Sin darme cuenta me dejé llevar, y aquella infinitud me
transformó al instante en su misma naturaleza. Como si un rayo de luz, el
primero que brilló en mi vida, miel de amor puro, hubiera penetrado en mi
interior y disuelto en un instante la espesa densidad de todas mis amarguras.
¿No te
parece de lo más inverosímil?
Todavía un poco ensimismado, voy y me pregunto si
el universo terminará algún día. Algo difícil de evitar en la mente de un
científico, incluso en aquel momento sublime.
La pregunta me hizo sonreír, mi corazón
rebosaba amor del más puro. Nada que ver con aquello de te quiero para que me quieras, o lo de te querré toda una eternidad hasta que me canse.
—La mente no para de preguntar a todas horas ―alcancé
a decirme un poco sorprendido por la constatación.
Siempre
la misma canción. Pensar, entender, decidir, imponer criterios. Allí había que
dejarse flotar. Sentir. No era preciso hacer nada. Ser, sólo ser. Así,
quietecita, aquí, en el pecho, como si fueras un loto blanquísimo y te abrieras
en silencio al amanecer.
Lejos de razonar, poco a poco fui comprendiendo.
Allí, tan encumbrado, lo más insólito se te revela como lo más verdadero.
¿Podría toda aquella inmensidad colapsar de
repente y acabar para siempre? ¿Terminar en un momento para comenzar acto
seguido de nuevo? Así, sin una razón aparente, como consecuencia natural de su
propia evolución. Sonriendo.
¿Acaso tuvo algún propósito la creación del
universo?
Arrebatado por todo aquel entusiasmo, comencé a
experimentar el vértigo fugaz de girar atrapado en un torbellino de galaxias
que se aproximan vertiginosamente y colisionan con un estrépito ensordecedor:
Andrómeda, Casiopea, la Vía Láctea,
Pegasus, y la Gran Nube de Magallanes. El goce indescriptible de quedar
disuelto en una luminosidad que sigue existiendo como si nada, al margen de
cualquier diversidad manifestada en Espacio y Tiempo.
—Luminaria capaz de aglutinar en un instante
el destino monumental de universos enteros, algo mágico habrá de tener ―me dije
intentando comprender lo incomprensible.
Una masa gigantesca de luz que explota el
momento menos pensado y crea infinitos universos. Cuerpos refulgentes
proyectados al vacío que se alejan veloces, hasta quedar flotando en el espacio
que los contiene y en el tiempo que marca su devenir. Esferas celestes suspendidas
en la inmensidad, como tierras y mares, con árboles y peces, como lunas que
iluminan sus noches, como estrellas que orientan su camino.
De pronto, miro instintivamente a la derecha,
y veo un grupo de demonios que se acercan enigmáticos y amenazadores, como una
sombría bandada de aves de rapiña. Hubieran podido ser palomas mensajeras, sí,
pero eran demonios negros como el carbón. Lo supe sólo con verlos. Bastante más
expectante que aterrado. Un poco inquieto y moderadamente desconcertado,
también
Demonios, ¿no te
parece romántico, Nicole?
Volaban silenciosos y decididos, rodeados por una delicada emanación tenebrosa que les envolvía
en forma de alas majestuosas que ondulaban con una inocente desenvoltura
espectral.
Cabezas poderosas de elegante perfil les
conferían un distinguido talante principesco. Aquellos rostros marmóreos de
pómulos angulados y mentón prominente parecían delicadamente tallados con la
inconfundible suntuosidad de lo abismal. Imagen poderosa y deslumbrante
rescatada de un insondable pasado ancestral. Sus cuerpos musculosos delataban
una anatomía preparada para largos viajes, y quién sabe para qué farragosos
combates. Iban revestidos con un brillo asedado que los hacía esbeltos,
sublimes y fastuosos. Indiscutiblemente adornados con una profunda distinción
estética que les otorgaba jerarquía. Un encanto arrebatador que ni el más
obcecado con la pureza hubiera podido resistir. La seducción en su estado más
puro. El Mal.
¿Tendrían que haber sido contrahechos y repugnantes
por el hecho insignificante de ser demonios? Pues no, en absoluto.
Resultaban excelsos, incluso apetecibles. Con una
sensualidad envolvente, ambigua y fascinadora. Hubiera podido decirse que
absurda y hasta inconcebible, pero siempre concluyente y definitiva. Cierta.
Innegable. Capaz de conmover impertérritos acantilados de basalto antediluviano
con su poderoso embrujo.
Como ventanas abiertas a herméticos abismos, sus
ojos emitían haces perfilados de una penetrante refulgencia anaranjada. Pupilas
sin ninguna individualidad, dilatadas, impenetrables, abstractas. Ojos
vehementes brillando con el lujurioso resplandor de la perversidad. Inalterable
maligno fulgor gobernado por voluntades dirigidas hacia un propósito
inquebrantable. Aquella luminaria espectral irradiaba la brillantez cegadora
del orgullo, la impávida llamarada de la ira, la avivada exaltación de la
soberbia. Eternidades de miedos atroces y deseos violentos. De odios
inconmovibles. De placeres exquisitos. De sufrimientos inacabables.
Aquella era la única luz que alumbraba su
camino.
Esencias ancestrales reveladas con poderosa
solemnidad. Con la indiscutible autoridad que confiere la pertenencia a una
estirpe establecida profundamente en lo ancestral: Mal, y nada más que Mal. Un
Mal que además de sobresaltar por lo obsceno que pudiera atribuírsele, aterra
porque se presiente críptico e indescifrable, al tiempo que inmediato y
enteramente próximo. Conocido y extrañamente familiar. Propio. Como si un
indómito torbellino de sangre que hubiera sofocado magmas incandescentes
corriera ahora por tus venas, y te hiciera explotar con la arrogancia furiosa
de una tempestad. Te mostrara sin ningún recato un alambicado parentesco de
linaje que produce inquietantes sentimientos de entronque y de pertenencia. Una
coincidencia atávica que adviertes repulsiva y despreciable, pero que te hace
sentir orgulloso y suficiente. Un patrimonio hereditario que no dudas en
reivindicar como algo íntimamente allegado. Aquel embeleso extraño y repentino
me pareció al mismo tiempo verdaderamente inverosímil y rebuscadamente
paradójico.
―Muy enajenado tendrá uno que estar para
encontrarse emparentado con el Mal y sentirse afirmado ―me dije entre inmodesto
y sorprendido.
Al percibir mi engreído reconocimiento,
aquellas bestias callaron en su negritud y comprendieron. Sin hablar se lo
dijeron todo. Habían vencido.
Lo demás ocurrió en un instante, como si
hubiera sucedido mucho antes. Los demonios se desviaron con una sinuosa
exhalación hacia la Tierra, la envolvieron sedosamente, y la penetraron por
por detrás con el
estruendo de dos planchas de metal que chocan con virulencia, y se restriegan
lujuriosas una contra otra ante la imposibilidad manifiesta de poder
confundirse.
Al consumarse el hecho, sentí para mis
adentros que algún nivel sutil de la creación había quedado grabado para
siempre con la maligna caligrafía de un afilado punzón.”
Le dijo Alfred a una
Nicole sonriente, delicadamente iluminada por la inmaculada blancura de su
desnudez.
— Alfred, al hablar
del Mal se te han encendido los ojos.
— En todo aquello
hubo algo de conocido, Nicole, de familiar.
— ¿Cómo puedes
sentirte tan próximo del Mal, Alfred?
— ¿Y si el Mal fuera
algo sublime?
Alfred se acercó a
Nicole con un claro ademán de parsimoniosa majestad, y le besó suavemente la
mejilla con devoción.
Escrito por:
Jorge Bas Vall
Me ha cautibado desde la primera frase hasta la última...y me ha llevado por galaxias totalmente desconocida y hasta el mal he llegado para ver que despues de todo, ¿un demonio también es bello?, no se si es una pregunta o una afirmación porque al fin y al cabo, un demonio para conquistar tiene que ser exactamete sublime...a igual que su relato....me ha encantado, gracias y un auntentico saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Manuela. Lo "Imposible" comienza a disfrutarse cuando nuestra curiosidad sobrepasa todo lo que ya conocemos de sobra...
EliminarEso que dices: "...porque al fin y al cabo, un demonio para conquistar tiene que ser exactamete sublime...", es de una apreciación MUY refinada, enteramente libre, y que, por descontado, se aparta años luz de cualquier mediocre concepto preexistente... Felicidades, Manuela, el mundo sólo lo transformaremos con una exquisita sensibilidad... Saludos cordiales. Jorge
espectacular relato sobre el bien y el mal, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarGracias, Nuria. La novela propone que tanto el Bien como el Mal son estados pasajeros de la existencia observada desde una mente dual. Un grupo de demonios se reencarnan en lo humano y llegan a la conclusión de que ser demonio no es ninguna naturaleza que vaya a durar una eternidad... Al final de muchas vidas humanas se convierten en los ángeles que fueron y llegan a la misma conclusión. La novela concluye en que todos se diluyen en un manto de Infinitud y vuelven a manifestarse fuera de culaquier concepción dual de la existenca: son Humanos que viven en perfecta Unidad con lo Infinito, crean a voluntad y existen mas allá del Tiempo y el Espacio. Han renacido Inmortales...
EliminarUn relato realmente para reflexionar, ¿Tuvo algún propósito la creación del Universo? Muy bueno!!
ResponderEliminarDespués de tantos años de escuchar diferentes versiones y reflexionar acerca de ellas, uno llega a la conclusión de que la Creación es una obra sin propósito: un acto espontáneo de una naturaleza capaz de manifestar su Infinitud Absoluta en una Infinitud Relativa o Material... Te felicito, María del Carmen, no todo el mundo se fija en un detalle tan sutil como éste.
EliminarQué bueno esto de usar los demonios para entremezclarlos con un Relato de Amor. Después de todo, no nos olvidemos que los Demonios son nada más ni nada menos que "Angeles Caídos".
ResponderEliminarMuy poderoso el punto de vista, Gontxu.
EliminarDespués de todo, no olvidemos aquella expresión tan romántica:
"Lo nuestro fue un amor de mil demonios...."
Bueno, no soy tan espirituoso. El uso de un elemento de la fantasía como demonios en una historia como esta tiene mucho poder y la vastedad del infinito revela el poder del amor sobre nosotros. Aunque no comparte el punto de vista, está muy bueno el relato.
ResponderEliminar"...la vastedad del infinito revela el poder del amor sobre nosotros."
EliminarEs una apreciación muy brillante, Carlos.
En efecto, para ser AMOR, primero hemos de ser conscientes de la infinitud que nos rodea, de la conciencia que nos contiene... Gracias por compartir tu punto de vista.
"Algo profundo que nace de dentro. Te sientes delicadamente agradecido sin saber exactamente a qué. Con la misma inocencia inconsciente que si fueras la gratitud misma." Me encanta, un relato con mucho encanto.
ResponderEliminarManuel Barranco Roda
Muchas gracias por el comentario, Manuel. Te felicito por tu sensibilidad.
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