Anoche estuvo genial. Se me pasó volando. Me
quedaron cantidad de cosas por contarte. Qué tal si seguimos esta noche? Te
hace una copa?
Los primeros
rayos de sol del sábado comenzaban a filtrarse tímidamente por las rendijas de
las persianas, pero Carlos no podía esperar más. No había pegado ojo en toda la
noche por culpa de los remordimientos. Remordimientos por haber dejado escapar
la posibilidad de que hubiera pasado algo con Sofía. Remordimientos por no
haberlo intentado.
Después de
una noche en vela, las siete y media le parecía una hora estupenda para retomar
el contacto con la preciosa policía y tratar de enmendar los agravios de su
cobardía. En su agonía, no era capaz de comprender que cualquier chica normal
dormiría a esas horas, de manera que se desesperaba ante la falta de respuesta
a su mensaje de WhatsApp. Sofía parecía una de esas chicas que sólo te dan una
oportunidad para demostrar si mereces la pena, y Carlos la había
desaprovechado. Había transmitido la imagen de débil, soso e inseguro, y la
joven no estaba dispuesta a perder más tiempo con él. Al menos, eso era lo que
se repetía una y otra vez, al borde de la histeria, Carlos, mientras no dejaba
de comprobar la conexión del móvil.
Por fin, a
eso de la once obtuvo un mensaje de vuelta.
Hoy me viene un poco mal, sorry. Mejor en
otra ocasión. Un besito, rey
No es que la
viniera mal, era que no le apetecía lo más mínimo volver a verlo. La noche
anterior se hubiera dejado llevar. Estaba dispuesta: tristeza, unas copas,
compañía. Por qué no. Era el momento, le apetecía una distracción, pero Carlos
se mostró como un panoli. Ahora ya no tenía sentido. Son cosas que surgen en el
momento, él no dejó que surgiera, y volver a quedar sonaba a algo forzado, a un
encuentro incómodo. Sólo faltaba que el idiota se hubiera quedado pillado. Lo
quería para lo quería, y no resultó. Los había visto más vivos. Volver a verse figuraba
serio, y después del dolor que Marcos le causó, no quería nada serio ni en
pintura.
Carlos se lo
imaginó. Pensó en replicarla, en insistir, pero comprendió que aquello sólo lo
humillaría más. Si no iba a conseguir nada, mejor conservar la dignidad, no
arrastrarse y parecer aún más desesperado. Decidió subir todas las persianas
del piso de alquiler donde lo había alojado la empresa mientras estuviera en
Madrid, ventiló la casa, ordenó un poco, desayunó, se enfundó su chándal de
mercadillo y bajó a hacer algo de ejercicio.
Dos horas
después regresó a casa, sofocado, sudado y agotado. Había descargado toda la
tensión y se encontraba más relajado. Una ducha y después metería mano a un
buen libro hasta que se acercara la hora de comer.
Normalmente,
algo de jazz suave lo ayudaba a concentrarse, pero ese día no era capaz de seguir
la trama. Estaba distraído, distante, perdido en mil pensamientos, todos ellos
relacionados con Sofía. Claro que le gustaba, pero no tanto como para
obsesionarse de esa manera. No la conocía lo suficiente para enamorarse
perdidamente, pero necesitaba concluir con éxito su encuentro del día anterior
para que su conciencia dejara de llamarlo una y otra vez cobarde. Era una
cuestión de honor, de orgullo. Necesitaba demostrarse que tenía agallas.
Tras una hora
de lectura, no había conseguido pasar del primer párrafo donde había comenzado,
así que optó por rendirse y prepararse la comida. Tampoco entre fogones anduvo
centrado, y ese día tuvo que conformarse con un sándwich, después de tirar un
filete quemado a la basura. Sin posibilidad de pedir una tregua a su cabeza
para disfrutar de una breve siesta, tuvo que levantarse al fin y rendirse a sus
instintos. Había que intentarlo de nuevo. Si salía mal, quedaría aún peor ante
Sofía, pero al menos podría volverse a casa con la seguridad de haberlo
intentado. No sería consuelo, pues siempre podría atormentarse con la idea de
que si hubiera sido valiente desde el principio, tal vez hubiera tenido éxito,
en lugar de lanzarse tarde, mal y nunca, a la desesperada, sin dignidad. Pero
no podía retroceder el tiempo. Lo de la noche anterior no tenía remedio. Había
que elegir el mal menor, había que agotar todas las opciones, y había que
planificarlo bien para no hacer el ridículo.
La noche
había caído sobre Madrid y Sofía se disponía a una tranquila noche de sábado en
casa, con un bol de helado y una peli romanticona. Pero antes, una ensalada
ligera que terminaba de mezclar en ese momento con dos enormes tenazas de
plástico cuando alguien llamó al portero automático. Dejó las pinzas y se
dirigió al pasillo, descolgó el interfono y, antes de que pudiera preguntar de
quién se trataba, escuchó cómo la puerta de la calle se cerraba. Sin duda,
sería alguno de esos repartidores que llaman a todos los portales en espera de
que alguno abra y, por lo visto, algún vecino lo había hecho antes de que ella
pudiera siquiera descolgar. Aunque un sábado a esas horas, era raro. Su
instinto de policía sospechaba, pero decidió no insistir y olvidarse por un
momento del trabajo. Era fin de semana.
Apenas hubo
recuperado los utensilios de plástico para darle la última vuelta a la lechuga
y los tomates antes de hincarles el tenedor, cuando sonó el timbre. Volvió a
dejar las tenazas y retornó al pasillo. Al mirar por la mirilla, se sorprendió
de lo que vio al otro lado. Corrió el cerrojo, aunque dejó enganchada a él la
cadena que lo ataba al marco de la puerta, y giró el picaporte, sin que la
cadena permitiera abrir más que una pequeña rendija.
- ¿Carlos? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo sabes dónde vivo?
La expresión
de Sofía era evidentemente fría, pero Carlos decidió ignorarla y seguir con su
plan.
- Recordaba el portal, y he tocado a todos los pisos para ver si alguno me abría. Me he hecho hacer pasar por repartidor de publicidad y luego he mirado los buzones en busca de tu nombre, je, je.
- Pero te dije que hoy no podía quedar.
- Lo sé, pero es que me aburría en casa. Llevo poco tiempo aquí, apenas conozco gente. Pensé que si no querías salir, podríamos tomarnos algo en casa-. Las manos de él, que se ocultaban tras su espalda, salieron de su escondite y mostraron, la derecha, dos copas de vino, y la izquierda, una botella de Ribera del Duero –No puedes decirme que no.
- Claro que puedo, de hecho te lo dije, ¿recuerdas?-. Sofía sabía ser muy brusca cuando quería, y en ese momento estaba realmente enfadada. No soportaba que la trataran como la típica mujer a merced del hombre. Si ella había decidido no quedar con Carlos, él tenía que soportarlo sin abrir la boca, qué era eso de ignorarla y tratarla como si un macho pudiera decidir por ella, como si no fuera capaz de tomar sus propias decisiones, como si lo necesitara a su lado –No puedes presentarte aquí cuando a ti te dé la gana. Tengo mis planes, ¿vale?
Carlos arqueó
la mirada, indicando que no creía sus palabras y desafiándola a que lo probara
o aceptara su mentira. Realmente había pensado que Sofía se quedaría en casa
toda la noche, sin plan. Por lo que habían hablado, no era demasiado fiestera,
y un antiguo amor la tenía llorando las noches, así que era muy fácil que no
saliera. Pero, ¿y si se hubiera equivocado? Menudo ridículo. Ya daba igual,
había que llegar hasta el final.
- Eres un flipado-. Dijo Sofía con desprecio.
- Tal vez-. Reconoció Carlos, que sonrió de forma burlona mientras trataba de ocultar su creciente ansiedad. A cada segundo que pasaba, aumentaba su miedo a que la estuviera cagando –Pero no pienso irme de aquí hasta haberme tomado una copa de vino contigo-. El aplomo para controlar esos nervios se los daba la placentera sensación de atreverse a vivir, de no esconderse como el habitual cobarde que era.
- Entonces, ánimo.
Sofía cerró
la puerta y negó para sí con la cabeza, incrédula ante lo que estaba viviendo.
Aún no había soltado la mano del picaporte. No sabía muy bien si echar el
cerrojo y volverse a por su ensalada, o abrir y tratar de razonar con Carlos
por qué debía irse a casa y dejarla tranquila, pero un sonido familiar
interrumpió su meditación. Carlos había descorchado la botella de vino. Pegó el
ojo a la mirilla y vio cómo Carlos, sentado en la escalera, se servía una copa
de aquel tinto y empezaba a bebérsela, despacio, como si el rechazo de la dama
no lo preocupara, aunque fuera mentira.
La chica se
apartó de la mirilla, se volvió y apoyó la cabeza sobre la puerta, sin saber
qué hacer. La actitud de Carlos la estaba sacando de quicio, pero precisamente
por ello, no podía apartar su mente de él. Decidió pasar de aquel loco y
ponerse a cenar.
Cuando se
terminó su ensalada, cruzó el pasillo que separaba la cocina del salón, pero
por algún extraño motivo, en vez de seguir directa hacia la película que la
esperaba frente al sofá, volvió a echar un ojo por la mirilla. Allí seguía su
pretendiente, apurando la copa, quizá la segunda o la tercera. No pudo
soportarlo más, retiró la cadena del cerrojo y abrió la puerta.
- Hala, ya te has tomado la copa, márchate, por favor.
- De eso nada-. Ahora sí que estaba realmente tranquilo, fruto de las propiedades espirituosas del vino –La condición es tomármela contigo. Y tú no te la has tomado conmigo porque estás…con tu plan del sábado-. Se burló.
- ¡Imbécil!
Carlos se
encogió de hombros, como diciendo “tú misma”, y Sofía comprendió que no podría
librarse de él.
- Muy bien, pasa.
Probablemente,
fue una de las copas más incómodas que puedan tomarse dos personas. Sofía bebía
deprisa, deseando acabar cuanto antes para que aquel impertinente se marchara.
En cambio, Carlos lo hacía despacio, como si no quisiera que el final llegara
nunca. Nervioso, muy nervioso, lo aterraba lo que vendría después, cuando el
vino se acabase. Pero no le sirvió de nada. En cuanto ella terminó, lo echó.
- Ya está, una copa juntos. Y ahora, ¡vete!
Sin chistar,
dejó su copa en la mesita del salón, se puso en pie y se encaminó hacia la
puerta.
- Tu botella y tus copas, ¿no te las llevas?
- Puedes quedártelas, no me apetece cargar con ellas por Madrid.
Confundida,
vio cómo Carlos se aproximaba al umbral y decidió acompañarlo a la salida. Allí
estaban los dos. Él, con elegantes zapatos italianos, su camisa color salmón y
su americana marrón. Ella, con zapatillas de felpa, chándal y el pelo recogido
en una práctica coleta.
- Hasta la próxima, Carlos.
- Todavía no.
- ¿Qué?
Juan Martín Salamanca |
- Tengo algo pendiente desde ayer.
Y por fin la
besó.
Continuará…
un relato sofocante, espero que ningún hombre piense que se debe actuar así. Esperemos el final, quizá Carlos aprenda de su error. Buena intriga.
ResponderEliminarGracias Nuria. Ya sabes que a veces la timidez conduce a la torpeza y la torpeza, a la enmienda que lo empeora todo. Es típico de los hombres, pero por suerte las mujeres saben perdonarlo. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo fuerte.
EliminarSi no venía el beso obviamente mi comentario sería una serie de "malas" palabras llevadas al extremo. Un punto para Carlos: la cobardía perdío espacio.
ResponderEliminarMás vale tarde que nunca, que suelen decir. Le costó, pero al final se atrevió. Veremos ahora qué le depara el destino. Gracias por tus palabras, amiga.
EliminarEl comportamiento del hombre mejor no comentarlo porque vaya tela. Así que vamos a comentar el relato en si, muy bien narrado y despertando el interes del lector, que eso es lo que cuenta, un saludo...
ResponderEliminarMuchas gracias por tu crítica. Espero que que el comportamiento de Carlos mejore en próximas entregas, jeje. Un beso fuerte.
EliminarCarlos el Ladrón de Besos. Un poco atrevido el muchacho. Me recuerda mucho capítulos de época, sin embargo fue un gesto travieso de un hombre un toquecito obsesivo. Muy bueno Juan.
ResponderEliminarNo le pega, pero la frustración causada por su cobardía había llegado a tal extremo que estalló de esa forma. Me gusta ese análisis sobre su comportamiento obsesivo. Buena disección, Carlos. Un abrazo.
EliminarComo siempre, muy bien llevado el "tempo", es lo que tiene la entrega por capítulos, que todo lo atrasa y lo hace más inesperado. Seguiremos esperando el desenlace.
ResponderEliminarMuchas gracias, Tino, me alegro de que te guste. Ya va quedando menos para el desenlace, jeje. Un abrazo.
EliminarMuy bueno el arrojo de Carlos, a pesar de su falta de arrojo, ha podido encontrar el valor que se oculta tras el "ya no hay nada que perder", tengo muchas ganas de conocer el desenlace. Pero eso sí, me he quedado con un sabor dulce, que al menos, no se quedará con la duda de qué hubiese ocurrido.
ResponderEliminarMuy bueno.
Dicen que a la tercera serà la vencida. No se si esta se deje dominar por los impulsos, a la segunda, seguiremos leyendo el relato y ya veremos.R esulta una lectura agradable, con hilaridad en las ideas.Un cariñoso saludo.
ResponderEliminarTRINA
Me encantó la parte de tomarse el vino en el palier y juntar coraje, yo hubiera hecho lo mismo. Me encanta este Escalera de Corazones, es uno de mis favoritos, quizás por eso lo leo último, para disfrutarlo más .
ResponderEliminarprimera vez que te leo, me ha gustado tu forma de narrar.
ResponderEliminarLa actitud de carlos deja un poquito que desear , pero bueno en el mundo hay de todo.
Gracias un abrazo
Una historia de encuentros y desencuentros, errores que se pudieron haber arreglado sí el orgullo no estuviera presente, quizá entre bambalinas una vida hasta cierto punto ya separadas por la rutina, recuerdos nostálgicos con historias con finales pendientes, y en este último capítulo rallando en el acoso por la inexperiencia, me queda la incertidumbre de que hará Sofía, con el movimiento atrevido de Carlos! A la espera del siguiente capítulo, Saludos.
ResponderEliminarFantástico
ResponderEliminarAbrazos
Manuel Barranco Roda