Sí, la verdad es que fue como un despertar, como recibir una
enorme inyección de moral al comprobar que no estabas solo y que eran muchos
los que, como tú, también creían que un mundo mejor y más justo sí era posible.
Recuerdo aquellos días con la ilusión de un niño, como si los acontecimientos
me demostraran que todo era posible. Un sentimiento, por cierto, agrandado por
esa paz que sentía en mi interior al tener junto a mí a Sonia, a esa persona
que definitivamente había equilibrado mi existencia y había igualmente
disparado mis ilusiones hasta límites insospechados. Cada tarde, después de
habernos saciado con aquel espíritu rebelde y reivindicativo que inundaba la
Puerta del Sol, me iba junto a ella recorriendo el centro histórico de Madrid
mientras Sonia observaba extasiada la belleza de muchos de sus edificios. Según
me dijo, tan solo había estado un par de veces en Madrid, y siempre lo había
hecho para solucionar algunos asuntos burocráticos y no por placer. «Menos mal
que sí pude al menos visitar el Museo del Prado y el Reina Sofía junto a mi tío
Arístides», me dijo, hablándome entonces de la enorme emoción que sintió en
este último al observar en vivo el Guernica y las salas que lo rodean.
«Recuerdo muy especialmente un póster de la Guerra Civil que denunciaba los
continuos bombardeos que tuvo que sufrir la ciudad por parte de ejército
golpista, y en donde las caras de horror y pánico de dos niños evidenciaban lo
cruel y repugnante de aquella situación», me dijo al hablarme de aquel museo.
Sinceramente no sé si era pasión de enamorado lo que en aquellos momentos
sentía al oírla hablar, pero verdaderamente Sonia contaba las cosas con tal
devoción, que todo su ser se iluminaba mostrándote una luz que era capaz de
traspasar cualquier barrera, por más opaca que esta fuera.
Recorrimos
también la Gran Vía, la calle de Alcalá, la de Atocha y todos aquellos barrios
como el de Malasaña, la Latina o Chueca, que mostraban al transeúnte un
carácter propio y especial. Incluso aprovechamos nuestra visita al Museo del
Prado para adentrarnos en el parque del Retiro y así impregnarnos de su
tranquilidad, rodeados en todo momento por la hermosura de sus jardines y
plazoletas. Pero más que las calles o jardines más conocidos, recorrimos
parsimoniosamente esas callejuelas del casco antiguo que, a pesar de la
modernidad del siglo XXI, todavía conservan en sus entrañas esa especial y
peculiar singularidad que por sí sola es capaz de transmitirte toda la historia
acumulada que aun mantienen sobre sus, en ocasiones, angostos adoquines. A cada
paso, y posiblemente porque mi mente intentó trasladarse a otras épocas, iba
sintiendo en cierto modo todas aquellas vivencias que otras gentes habían
dejado a su paso en aquel laberinto de intrincadas calles. Sí, si uno hace un
pequeño esfuerzo, tus ojos y todo aquello que la historia ha dejado plasmado en
papel son capaces de transmitirte sentimientos de todo tipo de unas gentes que,
en su día, también caminaron por el mismo lugar que en ese momento yo lo estaba
haciendo. Aquellas viejas casas habían sido testigos de guerras, de
revoluciones y de todo tipo de acontecimientos que el peso de los años dejan
tras de sí.
Así es, en aquel
instante sentí que yo solo era un pequeño eslabón de la cadena, aunque un
eslabón que no por diminuto dejaba de tener menos importancia, al igual que las
vidas de toda aquella gente que en otro tiempo, casi con toda seguridad,
también albergaban en su interior mis mismos anhelos de paz y convivencia. «En
efecto», pensé en aquel instante, «la naturaleza humana siempre busca lo mismo
y eso no es otra cosa que colmar sus deseos para intentar hallar el camino de
la dicha y la felicidad, aunque casi siempre esa palabra se convierta en una
auténtica quimera para la gran mayoría de los mortales».
Pensando ahora
en aquellos momentos, los recuerdo de una forma muy emotiva y cargados de mil y
una sensaciones, como aquellas que cada noche, y ya en la privacidad de nuestra
habitación, sentíamos Sonia y yo al dar rienda suelta a nuestras pasiones para
así mostrar todo el amor que sentíamos el uno por el otro. Sí, así es, nos
sentíamos bien, esperanzados y, evidentemente, locamente enamorados. Todavía
pienso en cómo entre aquellas cuatro paredes, y solo con mirarnos, nuestra
sensualidad se disparaba hasta límites insospechados, pues hacer el amor no
consistía en un mero y circunstancial desahogo hormonal,
sino que se convertía en un verdadero despertar de todos nuestros sentidos.
Escrito por
Víctor J. Maicas Safont
del sexo al amor,poco a poco nos va adentrando de una relación superficial basada en el sexo a un amor que se hace más fuerte. Madrid de fondo. A ver cómo sigue.
ResponderEliminarMe gustó mucho esa sensación de sosiego que el personaje experimenta al sentirse bien con la persona que está empezando un vínculo de comunión interno. De como es capaz de sentir el entusiasmo de ella al ver un cuadro, de verla interiormente y que a pesar de notarse uno más de muchos que caminaron por las mismas calles hace muchos años con sus vivencias y experiencias, él mismo está marcando su propio camino y su propia historia.
ResponderEliminarEl amor es algo que se construye lentamente. Es un excelente relato sobre que las bases del amor tiene muchos fundamentos pero siempre un mismo objetivo. Saludos.
ResponderEliminarConsidero a Madrid, una ciudad tan romántica y sensual como lo pueda ser París. Relatos como el de Víctor ayudan a que eso sea cada vez más cierto. Buen trabajo
ResponderEliminarMucha suerte con la novela, compañero de Éride!!
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Espero que disfrutéis con la lectura de esta novela que, además de sumergirnos en el mundo de Roberto, nos adentra también en la verdadera realidad de nuestros días. Un abrazo.
ResponderEliminarInteresante descripción de Madrid, marco histórico, y lo que la esencia de la humanidad buscar la "felicidad", buen capítulo! saludos
ResponderEliminarUna descripción sensacional de Madrid, y de los inicios del amor, me gustó. Un saludo
ResponderEliminarMe gusta mucho el final, así es el amor un despertar de los sentidos. Una historia interesante y que llega. Un saludo.
ResponderEliminarBonito Madrid, bonito Amor y bonita la Pasión
ResponderEliminarMe gusto mucho
Un Abrazo
Manuel Barranco Roda