Mara lo supo porque Alfred se lo
dijo a Nicole al humedecerle la oreja con la lengua.
Nicole se lo dijo a Dan en la consulta Ayurvédica. Dan se lo dijo a Louise en
un ataque de celos. Louise se lo dijo a Mara entre besos. Nicole se lo dijo a Phil
el día de su cumpleaños, y Phil ya lo sabía porque se lo había dicho Susan
Darkin, su nueva mujer. Susan lo supo porque una desconocida le envió un correo
electrónico. Raquel lo supo porque Olivia le dijo que abandonaba el proyecto
del Village de Nueva York y se iba al fin del mundo. Por una u otra razón,
Louise, Susan, Dan, y Nicole, habían llegado también a Montana al atardecer.
Nicole porque no podía vivir sin Alfred. Dan porque Nicole le dijo que allí
podría curarse del AIDS. Louise porque Dan no se tenía en pie y juró
acompañarle hasta la muerte. Susan porque no creía en las casualidades. Todos
menos Mara, Phil, y Raquel. Raquel porque quiso acabar el proyecto de Nueva
York. Phil por razones de concepto. Mara porque se fue al desierto de Arizona,
siguiendo las instrucciones que Adrameleck le cantó al oído desde muy lejos, la
noche que se comió a Louise confitada de besos.
En el desierto
presenció encantada una enorme nube de polvo que de la noche a la mañana acabó
convirtiéndose en un batallón de demonios disfrazados de Ángeles del Infierno
que tomaron la primera hamburguesa de su vida en un McDonald’s de las afueras
de Tucson. Les entusiasmó, y casi todos concluyeron que aquello sí era vida de
verdad y no la oscuridad del Infierno.
Cruzaron Utah y Wyoming
en un santiamén. Cuando llegaron a Montana, al pasar por Livingston, a mucha
gente le pareció lo más natural del mundo que en la gira americana de los
Rolling Stones no faltaran ni los Ángeles del Infierno.
—Nunca mejor
empleada la expresión —dijo Mara con cierta ironía a Adrameleck, ahora
convertido en un apuesto Terence Cartinova, de Kansas.
Bastante
atractivo, con barba, vestido de cuero negro forrado de clavos plateados, con
cara de saber muy bien de qué iba el asunto. Mara, la muy coqueta, se pegó una
fresita a modo de tatuaje donde arranca el pecho y comienza a hablar de cosas
interesantes.
Al amanecer,
Alfred salió a tomar el fresco.
—Vaya nochecita
—se dijo satisfecho.
Todavía inmersa
en el profundo silencio de la noche, le pareció escuchar una música muy suave
de órgano y violines. Al principio la confundió por la resonancia de las
melodías que escuchó en la blanquísima alborada de la Luz, y siguió paseando
sin prestarle atención. Sin embargo, al regresar a la tienda de campaña, se
paró y la escuchó con detenimiento. Un hecho cierto que iba creciendo en
fascinación.
—Qué música más
delicada —se dijo con el corazón palpitante.
Una sonoridad
diáfana, como celestial, comenzaba a escucharse claramente en medio de aquel
silencio estrellado. La música iba en aumento, una delicadeza indescriptible a
la que se fueron incorporando gradualmente las voces cristalinas de un coro de
ángeles. Miró atento hacia arriba y vio como el cielo se abovedaba por
momentos, y el azul oscuro comenzaba a teñirse de tonos celestes. Las voces se
hicieron algo más perceptibles, y más blanquecino el azul celeste dibujado con
haces difuminados de luz. Poco a poco, aquella luz se fue transformando en
ángeles transparentes, perceptibles muy pronto en toda su refulgencia. Volaban
entrelazados en una ingente espiral luminosa que se iba abriendo a medida que
el coro se hacía más poderoso y se dejaba escuchar con mayor intensidad.
Alfred entró en
la tienda y despertó a Olivia con insistencia.
—Despierta,
Olivia, se están abriendo los cielos.
Cuando salieron
la masa coral había tomado consistencia, aquellas voces cristalinas inundaban
el firmamento y comenzaban a propagarse por toda la Tierra. La bóveda celeste
se había perforado. Había quedado abierta una enorme abertura circular desde
donde caían majestuosos haces de luz en forma de cilindro, por los que
descendían ingrávidos docenas de ángeles amorosamente difuminados en aquella
transparencia. Cilindros concéntricos de Luz formando capas de diferentes
colores, en cuyo manto exterior comenzaron a verse claramente los azules de la
Voluntad y el Poder. Más hacia el interior, los dorados de la Sabiduría,
rosados del Amor, verdes de la Abundancia y la Verdad, violetas de la Libertad,
la Misericordia y el Perdón, violetas dorados de la Resurrección. En el centro,
un manantial inacabable con el blanco purísimo de la Ascensión.
Tan potentes se
hicieron aquellos coros de ángeles y tan intensa la refulgencia, que la gente
comenzó a salir de sus tiendas de campaña. Se quedaron boquiabiertos, atónitos
ante tanto esplendor. Fue tanta y tan desbordante la emoción del momento, que
la muchedumbre entera se desplomó de rodillas entre sollozos: nunca ojos
humanos habían presenciado tanta grandiosidad y tanta belleza. Los ángeles
bajaban a cientos, y la intensidad de los coros crecía y crecía, y parecía no
tener fin. Aquella luz intensa deslumbraba toda la faz de la Tierra con su
resplandor. Las caras comenzaron a volverse de oro y de plata, y casi
transparentes los cuerpos. Poco a poco, en el centro de la luminaria,
franqueada por docenas de ángeles, majestuosa y resplandeciente, comenzó a
revelarse con mucha nitidez el perfil cristalino de la escalera que ascendía al
Reino de la Luz. En lo más crecido de las voces comenzaron a redoblar los
tambores, y aquel coro de ángeles y arcángeles se convirtió de pronto en una
marcha triunfal.
Esta fue la
señal. Alfred se levantó resuelto.
—Vamos —dijo.
Cogió a Dan por
la cintura, cargó su brazo por encima del hombro, y comenzaron a caminar
decididos hacia adelante.
—Ánimo, Dan, ya
sólo falta un paso para vencer a la Muerte —dijo mirando con dulzura aquellos
ojos vidriosos de moribundo.
Alfred y Dan
emprendieron el paso hacia la escalinata del Cielo, y con ellos, Olivia,
Louise, Nicole, Susan, y toda la multitud apiñada. Cantando, llorando, rezando.
Los tambores redoblaban con creciente energía, y los coros iban subiendo
gradualmente de tono ampliados por las voces de los que alcanzaban los primeros
haces de luz. Este grandioso escenario marcó el principio de la ascensión de
los seres humanos al infinito Reino de la Luz. Todo se había transformado en un
monumental coro solemne en el que dejaron de distinguirse las voces angélicas
de las humanas. El poderoso canto de afirmación en la Luz que acompañaba los
pasos de aquel reguero de gente apelotonada en una procesión interminable.
Avanzaban
resueltos mirando hacia las alturas con los ojos llenos de lágrimas.
Emocionados y deslumbrados, pero serenos. Embargados por la grandeza de tan
gigantesco acontecer, cantando decididos con voces esperanzadas, convencidos de
lo inquebrantable de su determinación, plenamente seguros de dirigirse hacia un
destino glorioso. A medida que iban ascendiendo, sus voces se hacían diáfanas y
se iban transformando por completo: sus caras rejuvenecían y se volvían
hermosas, y sus cuerpos perdían densidad y ganaban en transparencia. Las
inmediaciones del Yellowstone Park se habían convertido en un clamor multitudinario de alegría y de gozo, de voces
cantando la gloria de regresar al origen. Incluso se acercaron varias familias
de ciervos, una manada de búfalos, y animales de todas las especies, y
emprendieron también el camino de la ascensión.
Entraron en el
Reino de la Luz habitantes de todos los países del mundo.
Los primeros ya
se habían perdido de vista en las profundidades celestes, y los demás iban
ascendiendo en una hilera interminable a la que llegaba gente de todos los
confines. Una columna inacabable que zigzagueaba y se extendía interminable por
países y continentes, en medio de un clamor que resonaba por doquier cubriendo
toda la Tierra. Un canto global que expresaba la determinación de muchos por
ascender al Reino de la Luz, y que otros presenciaban entre risas y mofas, y
escarnios de toda índole. Es natural, hay cosas que no se entienden.
—Enviadnos
postales desde el Cielo —decían los más delicados.
—Dadle recuerdos
a Dios de nuestra parte —decían otros riendo.
—Están
completamente pirados —se decían unos a otros.
La gran mayoría
se cruzaban con ellos moviendo la cabeza, sin prodigarles ni una mirada.
Algunos con miradas de indulgencia, de conmiseración, de estupor ante tanta
inclemencia de mente. Otros con ojos de intriga, de miedo, de rabia, de
desprecio, de incertidumbre. Unos pocos incluso con envidia manifiesta. A la
Luz no aspira todo el mundo. Miradas de gente cansada y confundida que se
cuestionaba con escepticismo la realidad de un mundo cuya consistencia se
desvanecía por momentos. Un mundo que aunque nadie quisiera admitirlo, se
estaba cayendo a pedazos, y todos lo sabían. La Inmortalidad asusta de todas
maneras.
—Sólo nos faltan
escaleras que vayan al Cielo —decían algunos.
Una realidad tan
ficticia la del mundo, que aguardar en una fila el momento de ascender al Reino
de la Luz, a muchos les parecía una más de las calamidades a las que tener que
enfrentarse. Como un terremoto, un huracán, un incendio devastador. Nada que
cupiera en la mente de una persona sensata.
—Una ficción
pintoresca —decían los más optimistas.
—Mejor esto que la
Guerra de las Galaxias —decían otros.
Sentían vergüenza
ajena por los que se iban, y una vergüenza todavía mayor por ellos mismos que
se quedaban. En el fondo sabían que no tenían nada que esperar, y encima se
veían incapaces de decidirse por una opción imposible.
— ¿A dónde vais?
—preguntaban en los pueblos.
—A fundirnos con
la Luz —respondían convencidos los de la hilera.
—Si tantos han
enloquecido de pronto, acaso seamos nosotros los enajenados por no ver lo mismo
que ellos —se decían algunos otros.
— ¿Y si fuera
verdad? —pregunta Laurie Chesley a su marido, fregando los platos pensativa en
Mountpleasant, Iowa.
Enjabona una
cacerola impregnada con grasa persistente de la costilla de cerdo que ha
guisado para comer. Contempla con una nostalgia indefinible a todos los que se
van, pensando ya hace rato que tendrá que hacer un pipí.
—Otra vez la cistitis
—se dice con cierta resignación.
Ricky se levanta,
se le acerca, se planta a su lado con una factura de electricidad en la mano
izquierda, un bolígrafo azul en la derecha, y mira curioso a la gente por
encima de las gafas partidas de leer que le caen sobre la nariz. La columna de
humanos que ascienden hacia la Luz le ha sorprendido haciendo cuentas en la
sobremesa.
Se llevan bien,
pero el corazón de Laurie volaría si la dejaran. Si Ricky no se hubiera
conformado tan pronto con lo poco que le ofrecía la vida.
—Laurie, cariño,
¿a ti lo de una escalera que ascienda a la Luz te parece una idea razonable?
Laurie sigue
mirando por la ventana.
—Imagínate, un
cielo que se abre con ángeles que vuelan. ¿A ti te parecería razonable esto,
Laurie? ¿Te parece que a estas alturas de civilización tendría algún sentido
una imagen ingenua como ésta? ¿No la encuentras, no sé, como de estampita de la
Primera Comunión, algo de lo más cutre, por así decir?
Laurie abre el
grifo del agua caliente.
—Una idea para
mentes primitivas, crecidas en lo más rancio de lo espiritual. Argumentos para
colmar emociones inmaduras, débiles, infantiles. Una historia que no se
sostendría ni en un cuento de niños. Hoy día, Laurie, con tanto progreso como
tenemos, con tanto como los psicólogos han avanzado en el conocimiento de la
mente humana, propuestas como ésta parecen de lo más desencontrado, propio de
mentes fantasiosas, ávidas de volar y volar sin saber hacia dónde. Sólo por salirse
de la rutina, del orden que resulta imprescindible para progresar con firmeza.
Ir hacia la Luz, santo cielo, Laurie, qué fantasía más desproporcionada. Esto
no lo piensan ni los europeos —dice llevándose las manos a la cabeza.
Laurie sigue
mirando entre los visillos de la ventana, cada vez más convencida de lo que ve.
Friega la cacerola cada segundo con menos determinación.
— ¿Y estas caras
de gozo, Ricky? ¿Cuándo has visto tú una esperanza tan firmemente establecida
en algún rostro? ¿No te das cuenta que la Luz infinita ya resplandece en sus
ojos y les ha hecho distintos? Mira qué caras de gloria, Ricky.
—Laurie, por
favor.
—No, Ricky, este
hecho se encuentra mucho más allá de cualquier lógica que puedas aplicarle a la
vida. Se trata de un suceso extraordinario, quizá de la última Realidad, puede
que de lo Verdadero —le dice con expresión conmovida.
Sin dejar de
mirar por la ventana, Laurie deja la cacerola, se seca las manos con
parsimonia, se desabrocha el delantal, lo cuelga con delicadeza, y abre la
puerta de la cocina con determinación.
—Adiós, Ricky, me
voy hacia la Luz —le dice dándole el último beso de esposa solícita que habría
de darle en la vida.
Ricky se quedó
mudo. Paralizado en el dintel de la puerta con la factura en la mano. Con la
boca abierta mirando como su mujer se iba.
—Laurie, cariño,
vuelve. Laurie, mi amor, con lo felices que hemos sido. Laurie, te quiero
—alcanzó a balbucir Ricky desde la puerta de la cocina.
Laurie ya no
podía oírle. Su voz se había unido al clamor de la multitud que no paraba de
cantar. Por primera vez en la vida, un gozo de verdad había comenzado a
inundarle el corazón, y ya no se acordaba de ninguna felicidad que fuera de
este mundo. Las había olvidado todas por completo. Su rostro ya resplandecía
con las luces de la Inmortalidad. Sus ojos brillaban con la refulgencia del
Infinito.
En Zurich, al
mediodía, de pie comiendo una salchicha de Frankfurt en una terraza, un
ejecutivo le preguntó a otro si aquella fila que cruzaba la ciudad era para
comprar entradas del teatro o para pagar impuestos. El otro contestó que para
ascender hacia el Reino de la Luz.
—Debe ser el fin
del mundo —dijo el primero.
—No, el fin del
mundo ya vino con el eclipse —dijo el otro.
—Mierda, me he
manchado la corbata de mostaza.
—Siempre me
compro la ropa interior demasiado ajustada —se dijo la secretaria al escuchar
la conversación.
Si aquello pasó al margen del Tiempo, si tardó
mucho o poco en acontecer, o si nunca llegó a pasar de verdad, es algo que
muchos intentarán averiguar y seguramente nunca lograrán esclarecer con
certeza. Sin embargo, por más real que fuera, no se vio en ninguno de los
informativos. Ninguna cadena de televisión pudo retransmitir cómo la especie
humana ascendía hacia la Luz. Así pues, nadie de los que se quedaron supo a
ciencia cierta si realmente pasó, o pasó solamente en la mente de unos cuantos.
Aunque no hubo cámaras de televisión, tampoco fue ningún secreto: todo el mundo
pudo ver la hilera que conducía a la Luz.
En consecuencia,
todos pudieron tomar una postura al respecto.
Si no ascendieron
fue porque no quisieron. Nunca comprendieron que eran la mismísima Luz y lo
habían olvidado debido a un lamentable error. No le vieron interés alguno, y
prefirieron seguir con sus cosas en la Tierra. Sea lo que fuere, la realidad,
la auténtica realidad, fue que mientras unos se daban las mil y unas razones
para quedarse, otros se iban convirtiendo al instante en la Luz que siempre
fueron. Dejaban de ser humanos y comenzaban a ser Infinitos.
Nunca en la
Tierra se vio nada igual. Los recién llegados se quedaban extasiados al ver
cientos de ángeles bajando desde las alturas para recibirles con reverencia.
Caminaban absortos y fascinados, asombrados al ver como se iban transformando
en seres de Luz. Caras de niño ilusionado al ver realizado un sueño imposible.
Lágrimas de gozo de quien regresa entre resplandores a su olvidada condición
primigenia. La naturaleza infinita se puede ignorar, pero nunca dejar de tener.
El Infinito existe al margen de quien lo reconoce. Es Todo.
Alfred y Olivia
ya caminaban por el centro de aquella inmensidad, franqueados a ambos lados por
seres celestiales que les daban la bienvenida y engrosaban el coro con sus
voces. Personajes de porte majestuoso vestidos con amplios ropajes, cuyos
rostros revelaban la dignidad, la sabiduría, y el carácter que imprime
pertenecer a la estructura de un Orden perdurable. Celebraban contentos el
retorno de los humanos que habían traspasado la limitación. Final anunciado,
por más olvidado que la humanidad lo hubiera tenido, escrito con letras de oro
en los anales de su Historia. Una historia que nunca existió porque siempre ha
existido.
—Cantos de
bienvenida graves y serenos que salen de lo más hondo de la infinitud.
Adornados con el marco de lo Perfecto —se dijo Olivia al sentir recuperada su
índole celestial.
Hermanos mayores que nacieron humanos y
alcanzaron el Reino de la Luz. Maestros que ayudaron a otros a realizar su
destino. Alfred reconoció a muchos que vio con anterioridad: los reyes Melchor,
Gaspar y Baltasar que vinieron de Persia; Akbar, el más grande emperador Mogul,
Abraham, Isaac y Jacob, los maestros Kuthumi y Djwal Kul, el señor Lanto, Luz
de la antigua China, y sus brillantes contemporáneos Confucio, Gautama Buda y
el señor Maitrea; Lao Tzu, espíritu del Tao, y Sanat Kumara; Amenotep III del
antiguo Egipto, el que construyó el templo de Luxor; Leónidas, Hijo del León,
rey de Esparta o Lacedemonia, que se enfrentó a los Persas en el paso de las
Termópilas; Enoch, el profeta Elías y Melquizedek, Rey de Salem; Zaratustra y
Pablo de Tarso, Hilarión, los sanadores Hermes de Trimegisto, Hipócrates y
Paracelso, Morya El y el Conde de Saint Germain, muchos de la Orden de los
Templarios, los místicos sufíes Shihab ad din Suhrawardi y Al Hallay, Juana de
Arco, Ben Arabí, Kutumi, la Virgen María, San José, y todos los Santos, Kuang
Ying, Narayana, Vashista, Shakti, Parashara, Viasa, Valmiki, Shukadeva, Gauda
Pada, Shankara, Govinda, Brahmananda Saraswati, Patanjali, Aurobindo,
Yogananda, Krishnamurti, Jesucristo, y tantos y tantos, santos, santas, Papas
de Roma, Shankaracharyas de la India, luminarias que abrieron los caminos de
tantos como entraban y se sumaban a los coros de la Luz. Maestros satisfechos
de ver finalizada su inestimable labor.
Caminando entre
su verdadera familia, Alfred y Olivia comenzaron a olvidarse de que fueron
humanos. Lo último que atestiguaron siendo humanos es que el ámbito celestial
es lo más natural del mundo. Mientras el pensamiento se desvanecía en aquella
corriente luminosa, Alfred asumió sin darse cuenta su condición angélica. Nunca
más habría de acordarse de la Tierra ni de lo Humano, ambas circunstancias
desaparecieron de su memoria sin dejar ni rastro. Todo fue absorbido por una
realidad en la que no podía encontrarse ni sombra de espejismo.
Aquellas hileras
inacabables que conducían a la escalinata de la Luz terminaron por desaparecer
de ciudades y pueblos con la misma naturalidad con que se formaron. Los que
quedaron en la Tierra olvidaron que alguna vez hubieran existido. La gran
mayoría ni siquiera se dio cuenta de su desaparición. Todo siguió enrevesado y
complejo como de costumbre. Los políticos apretándose las manos, y las Bolsas
subiendo y bajando. Los hielos licuando y todos pegando tiros.
Los únicos que
permanecían atentos fueron los Ángeles del Infierno. Aquella polvareda de
Tucson que se hizo realidad delante de los ojos chispeantes de Mara. Hora
crucial largamente esperada. Cuando los últimos humanos ascendían hacia la Luz,
se quitaron con diligencia cazadoras de clavos, botas y sombreros, gafas de
sol, barbas y bigotes, y aparecieron como lo que siempre fueron: los auténticos
Príncipes del Mal, sus Egregias Majestades Luciferinas vestidos de guerra.
Aquella escalinata magnífica se disolvió con la misma delicadeza que los
ángeles ascendieron, se apagaron los coros, y de todo aquello sólo quedó una
abertura circular por donde se filtraban los últimos haces de luz.
Había llegado el
momento.
Sin perder de
vista las últimas luces, Lucifer dio la señal con un fogonazo de ira en los
ojos. Lanzas en ristre, emprendieron el vuelo como un escuadrón compacto que va
directo a presentar combate. A su paso fueron dejando un reguero de chispas de
odio que cayeron sobre la Tierra como gotas de plomo fundido en un magma de
azufre. Tanta fue la pasión, y tanto el odio acumulado, que no hubieron ni
planes ni estrategias. Volar con el único propósito de entrar y destruir todo a
su paso. Colmar la sed de venganza acuñada durante tanto como había durado la
Oscuridad. Los rayos de luz cristalizaron como lanzas transparentes de titanio,
y tal como iban llegando se enristraban con violencia en las invisibles espadas
de Luz. Quedaron atrapados a miles. Tan pronto como quedaban atravesados se
iban disolviendo sin dejar ni rastro. Iban desapareciendo aullando odios y
maldiciones. Fue una auténtica carnicería. Algo espantoso.
Mara y algunos de
los rezagados renegaron de su condición el último segundo. Un instante de Luz
puede con milenios de iniquidad. Se tornaron blanquísimos y cruzaron
triunfantes el portal de la Inmortalidad. Al final, Mara descubrió el origen de
todas sus fantasías, el amor a Alfred fue el argumento para que se revelara su
naturaleza ilimitada: desear la Inmensidad te convierte en la Inmensidad misma.
Todavía es un deseo, pero es el último. Los que la siguieron abandonaron la
Oscuridad porque la autenticidad de aquel final les hizo conscientes de haber
vivido una gigantesca ficción. Fueron los últimos: el Portal de la Luz se cerró
para siempre. Aquel intento de agresión pasó del todo desapercibido. En
realidad nunca existió. Fue otra de las fantasías a las que obliga el poder
ilusorio de la Oscuridad. Para los demonios fue un hecho cierto, pero para
nadie más. Los que entraron estaban demasiado ocupados siendo el Amor. Todo era
Bienaventuranza. La Infinitud lo llena todo.
Cuando la
ascensión al Reino de la Luz hubo concluido, aquella música de órgano y
violines se fue alejando de la Tierra. El cielo de Montana volvió a ser el de
siempre: un azul intenso y emotivo que aguarda los primeros rayos del Sol.
Si Lucifer optó
por la Luz, igual que Mara hizo el último momento, o desapareció con los suyos,
es algo que nadie supo, ni a nadie importó realmente.
Aquel día salió
un Sol gigantesco.
El cielo
desapareció engullido en un mar rojo intenso. El Sol se convirtió en una
Gigante Roja, una luminosidad miles de veces superior a la que siempre tuvo. En
pocas horas desaparecieron la atmósfera y los océanos, y la vida sobre la faz
de la Tierra. El planeta Tierra se convirtió en una bola de fuego descomunal
que quemó durante algún tiempo perdida en el espacio. También ardieron
Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, y Plutón. Todo el sistema
solar. Nadie supo hasta cuándo. Los humanos desaparecieron y los ascendidos
nunca volvieron a acordarse de que hubieran sido humanos. La Oscuridad era como
si nunca hubieran existido. El espacio quedó como testigo mudo del hecho, pero
ni se inmutó. Había presenciado impasible las órbitas de muchas bolas de fuego,
de agua, y de hielo. Incluso alguna de miel amorosa.
Escrito por Jorge Bas Vall
una historia que solo puede suceder en América, en España la historia hubiera sido distinta. Un poco complicada de llevar el hilo conductor pero interesante.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Nuria. ¿Podrías explicarme cómo hubiera sido la historia en España? Saludos cordiales
EliminarMuy bueno Jorge, es un relato muy profundo, hay que leerlo con mucha atención. Yo he podido distinguir ,a través de tus palabras, la escalinata, la bóveda celeste perforada quedando esa oquedad por donde los ángeles descendían, he sentido esa atracción hacia la luz, para convertirse en luz. Como le ocurrió a Mara, a mí también me gustaría descubrir el origen de mis fantasías.
ResponderEliminarUn abrazo Jorge, lo volveré a leer por si se me ha escapado algo.
Muchas gracias, Angustias. Una de las cosas que admiro más en las personas es su capacidad de progreso, algo que tú tienes en un grado muy elevado... Te felicito muy sinceramente por esta magnífica cualidad... Mara era la amante de Alfred cuando ambos eran demonios hace miles de años. En la vida presente, Filadelfia, USA, 2005, Mara pretende que Alfred renuncie a sus aspiraciones de volver a la Luz para que sea de nuevo el demonio que siempre fue. Pero fracasa en su intento porque Alfred decide volver a ser la Potestad Angélica que era antes de la caída... Y ella, en un acto de pura clarividencia femenina, en el último instante, descubre el origen de la fantasía de querer perpetuarse como un demonio, y renuncia a su condición demoníaca por amor a Alfred... Muy inteligente y muy romántico de su parte. Conmovedor. Lo conseguirás, Angustias, eres muy fuerte y muy decidida... Un abrazo
EliminarMuy buena descriptiva, más que leer, lo he podido ver. Es un relato apocalíptico que da mucho que pensar, en mi caso en el libre albedrío que todos tenemos hasta el último momento. El creer o no creer, olvidar los establecimientos impuestos por la razón y la lógica para escucharnos a nuestro interior. Muy bueno, felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Sylvia. Esta novela es muy ambiciosa, y una de sus ambiciones es crear imágenes, que, a su vez, provoquen sensaciones. Inicialmene fue pensada para ser una película, y lo será en un próximo futuro. Se lo voy a proponer a Cameron o a Lynch. La banda sonora de esta escena es el arreglo de una pieza de Pink Floyd grabada en su segundo LP. En realidad, no es que haya un apocalipsis,en el capítulo próximo la novela describe el final total de toda la Creación con sus infinitos universos, y el proceso de una nueva creación. Y, tal como percibes con mucha sensibilidad, ante cualquier evento que nos afecte SIEMPRE vamos a tener la capacidad de elegir el camino que hemos de tomar: somos libres. La forma más elevada de libertad es ser libres para elegir la LIBERTAD. Saludos.
EliminarEs una descripción intensa de lo que podría ser el rapto en el caso de un Apocalipsis, intenso e interesante. Pero como siempre, queda a criterio del punto de vista del autor. Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Carlos. Para mí la intensidad es una cualidad indispensable en la Literatura, incluso cuando describe hechos minúsculos o desprovistos de cualquier gradiosidad. Expeler una bocanadda de humo, por ejemplo... O la descripción de cuando Ana Karenina toca el agua con el pie antes de suicidarse y la encuentra un poco fría... Saludos cordiales
EliminarMuy descriptivo, muy ambicioso. Una narrativa imaginada para acomodoarse en el sillón y dedicarle todo el tiempo del mundo. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Faustino. Esta novela (trilogía) está en fase de última corrección para su publicación definitiva. Propone muchas escenas nunca vistas y, seguramente, para muchos nunca imaginadas. Es tan aburrido lo que pasa a diario que vale la pena intentarlo... Saludos cordiales.
EliminarMuy lleno de imágenes, descripciones interesantes, una lectura que se debe de hacer en clama! muy bueno ! Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. Comparto plenamente tu opinión. Creo que esta escena me hará llorar cuando la vea en una pantalla... Saludos cordiales.
EliminarQué bueno que está! Me encantó sobre todo el primer parrafo, me hace acordar a una novela inglesa que lei hace poco, en donde once personajes convergen en una historia "de casualidad".
ResponderEliminarMuy descriptivo, y eso me gusta, se me llena la mente de escenas. Creer o no creer, para llegar a lo mas profundo de alma. Muy chulo
ResponderEliminarCon las descripciones que das se pueden ver las imágenes. Imágenes que te atrapan y te llevan a un lugar nuevo, donde termina la historia y empieza de nuevo…
ResponderEliminarManuel Barranco Roda
Muy bien descripto, y una hisotira muy fantastica. Aunque no está dentro de las lecturas que a mi me gustan, tengo que reconocer que es buena. Un saludo.
ResponderEliminarTruly, this article is really one of the very best in the history of articles. I am a antique ’Article’ collector and I sometimes read some new articles if I find them interesting. And I found this one pretty fascinating and it should go into my collection. Very good work!how to become slim and fair
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