El padrino de la Revista Luis Anguita Juega, ha tenido a bien dejarnos un capítulo de su novela "Donde está tu destino", de ediciones Carena; donde la fuera de la amistad, del amor y la lucha por un sueño, forman parte de la historia:
Capítulo. Un recuerdo.
Ramón
Güejen sintió como alguien le llamaba insistentemente, tardó unos segundos en
despertarse mientras escuchaba su nombre entre sueños y unos golpes en la
puerta de la vivienda.
En
cuanto superó esos momentos en que se está entre el sueño y el despertar, se
incorporó enseguida, precisaban de él. No sabía la hora que era, debía de ser
de madrugada, algo grave tenía que haber ocurrido para que lo despertasen a
esas horas.
—Un
momento, ya bajo enseguida —gritó mientras se vestía deprisa y cogía su
botiquín, que siempre tenía preparado por si alguien precisaba de él.
Su
grito parece que calmó a la persona que le llamaba; en apenas un minuto bajó
vestido por las escaleras y le abrió la puerta a ese visitante a una hora tan
intempestiva.
—Discúlpeme
D. Ramón, siento molestarle —era Matías, una persona que vivía en una casa
alejada, a unos kilómetros del pueblo; mientras le hablaba, a pesar del frío y
la lluvia, sostenía su gorro en la mano, en señal de humildad y respeto a la
persona a la que se dirigía, sin importarle que el agua le golpease con
insistencia en la cabeza.
—Pase
Matías, ¿qué ha ocurrido?, le preguntó D. Ramón Güejen preocupado de que ese
hombre, que apenas iba hasta el pueblo, viniera a esas horas hasta su casa.
—Es por
Matilde, mi mujer, creo que se le ha adelantado el parto, está muy mal señor;
Casilda la vecina que tantos niños ha traído, me dijo que no viene bien, que
ella no puede hacer nada, mi mujer no es capaz de sacar el niño, se me mueren
los dos, Don Ramón —lloraba Matías mientras se lo contaba.
Ramón
Güejen no lo pensó, sabía donde vivía Matías, cogió el abrigo, el sombrero y se
dirigió al caballo que tenía y en el que se desplazaba para recorrer los
caminos llenos de barro cuando a un enfermo le hacía falta su ayuda.
—Haré
todo lo que se pueda por su mujer y su hijo.
Se
montó en el caballo y salió al galope, no esperaría a Matías que habría hecho
el camino andando, ya se había despertado del todo. En su mente sólo estaba
llegar lo antes posible y atender a Matilde, la mujer de Matías, y al niño que
luchaba por nacer.
El
viento le pegaba con fuerza en la cara, con la lluvia que lo inundaba todo. La
noche era oscura. La casa, que apenas estaría a unos tres kilómetros del
pueblo, parecía mucho más lejos mientras se internaba por un pequeño camino que
atravesaba el bosque. La oscuridad era total. Los árboles, o más bien sus
sombras, apenas se distinguían con el ruido del viento y el agua que no dejaba
de caer.
Sentía
incluso el miedo de estar solo por un lugar que en la noche se transformaba, y
de donde no le extrañaba que hubiera tantas leyendas, que escuchaba a los
vecinos, de meigas y de la Santa Compaña; siempre cortaba estas conversaciones
con su carácter, en estos casos, a veces demasiado seco, le desesperaba que la
gente creyera en estas supersticiones.
No
podía negar que ahora sentía el miedo y hasta entendía en estos momentos esas
historias que se escuchaban por el pueblo; el paisaje, o más bien la oscuridad,
la inmensidad del bosque, el viento que no dejaba de soplar, la lluvia y las
sombras que se intuían, podrían confundirse con cualquier aparición, que diera
lugar a esas historias que tanto había escuchado a los parroquianos.
El
camino lo conocía perfectamente pero con la noche, donde todo se confundía,
sentía el miedo de perderse, no tanto por él sino porque le haría retrasarse y
había una persona que le necesitaba, trataba de vencer sus temores y de
concentrarse lo más posible en el camino, no fuera que cogiera un desvío
equivocado; tenía que llegar a casa de Matías lo antes posible.
El
tiempo se le hizo enorme, ya debería haber llegado y seguía avanzando con su
caballo, sin saber con seguridad si en algún momento había cogido un camino
equivocado o iba hacia cualquier otro lugar en medio del bosque.
Temía
haberse perdido y que por su culpa fallara en atender a una persona que le
necesitaba, seguía avanzando, podía retroceder pero si lo hacía se sentiría más
perdido y no sabría, con esa oscuridad y las sombras de los árboles, por donde
tendría que ir.
Creyó
ver una luz a lo lejos y espoleó más el caballo, con el riesgo de que el
animal, por la falta de luz, pudiera hacerle tropezar con una rama o cualquier
otro obstáculo imprevisible.
En
cuanto se acercó, empezó a ver la casa: era una vieja construcción que más
parecía un cobertizo que una vivienda; allí vivía Matías. Respiró. El camino se
le había hecho eternamente largo, pero al menos no se había perdido, estaba en
la casa donde precisaban de su ayuda.
Se bajó
del caballo, la puerta estaba abierta, entró sin llamar, no podía perder
tiempo; allí le necesitaban; se quitó el abrigo y el sombrero y se dirigió
directamente a Matilde que gemía de dolor, sin casi fuerzas ni para mirarlo.
Casilda, la vecina que ayudaba en tantos partos, le miró como suplicando: “haga
lo que pueda, que se nos mueren.”
Ramón
Güejen sintió que la muerte acechaba. Matilde perdía mucha sangre y no era
capaz de expulsar al bebé, se la notaba sin fuerzas y agotada después de horas
de sufrimiento. La exploró enseguida, le costaba dilatar lo suficiente, además
el niño no estaba bien colocado y le estaba produciendo un desgarro por dentro,
seguramente con un codo o un pie, que le hacía perder muchísima sangre.
La
situación era muy delicada; si Matilde no ayudaba, si se abandonaba por su
falta de fuerzas, morirían los dos.
—Matilde
—decidió hablarle, que se diera cuenta de que no estaba todo perdido— sé que
estás sufriendo, que ya estás agotada, estoy aquí para ayudarte, pero sólo no
puedo, puedes salvar a tu hijo, es por él, tendrás que hacer un último
esfuerzo, estaré contigo y haremos que ese niño nazca, sé que te quedan pocas
fuerzas, pero también sé que ese bebé que tienes dentro es todo para ti, no te
rindas Matilde, tu niño te necesita.
Matilde
lo escuchaba, el dolor la devoraba por dentro, la debilidad se había apoderado
de ella y se había abandonado a su suerte, pero ese hombre que tanto admiraba
le decía que podía, que tenía que hacer un último esfuerzo, era por su hijo,
sintió una nueva contracción, empujó con todas sus fuerzas, su niño no moriría,
aunque ella faltase en este mundo; apretó y apretó.
Ramón
Güejen vio la cabeza del niño, con el esfuerzo de ella tiró de él, Matilde
sangraba abundantemente, trató de sacar al bebé, ella ya no tendría más fuerzas
para ayudar en el parto. El niño venía, como sospechaba, con un codo que
ocasionaba un desgarro muy importante a la madre, que seguía perdiendo mucha
sangre. El cordón umbilical lo tenía enrollado varias vueltas sobre el cuello,
habría sido necesario una cesárea de urgencia en un hospital, pero no se
encontraban allí y había que actuar con lo que tenía, tiró con suavidad y
fuerza a la vez del bebé, que podía estrangularse en cualquier momento por el
cordón umbilical que le aprisionaba el cuello.
En
cuanto pudo, mientras cogía al bebé, y con una facilidad que sólo podía surgir
de una situación desesperada que no permitía vacilar, se lo desenrolló, a la
vez que le hablaba a la madre, no podía dejar que se abandonara y muriera,
tenía que intentarlo y salvar a los dos.
—Matilde,
tu bebé ya está aquí, será un niño precioso, ahora lo tendrás en tus brazos,
sentirás su calor, su fuerza para seguir luchando por tu hijo, has logrado
traerlo a este mundo y no lo vamos a abandonar ahora, él te necesita. Matilde
lo escuchó llorar, su bebé estaba vivo, Don Ramón Güejen había logrado traerlo
a este mundo, se encontraba tan cansada, quería cerrar los ojos y dormir
tranquila, pero quizás ya no despertaría, este hombre le decía que su niño la
necesitaba, no iba a rendirse, quería tener a su hijo entre sus brazos como le
había dicho Don Ramón.
Ramón
Güejen, aunque no pareciera lo más prudente porque Matilde estaba casi
agonizando, se lo puso en los brazos, sabía que le transmitiría la fuerza para
seguir luchando por la vida, su niño se la daría, podían conseguir que no
dejara que la muerte se llevase a esa persona, que había luchado hasta la
extenuación para que su hijo naciera.
Tenía
que ayudarla para que no se rindiera y lograr que estas dos vidas siguieran en
este mundo, para ello era médico y no estaba dispuesto a que la muerte se las llevara.
Matilde, con su niño en brazos, decidió que no iba a morir, tenía fe en Don
Ramón, él la ayudaría, recuperaría las fuerzas.
Aquella
noche Ramón Güejen estuvo atendiendo a Casilda, cosiendo sus desgarros y
tratando de taponar la hemorragia. Ella, a pesar del sufrimiento que tenía, no
hizo ni el más mínimo gesto de dolor, confiaba en ese hombre y era el único que
podía salvarla, ni en el hospital más moderno se hubiese encontrado en mejores
manos.
Cuando
Matías llegó a su casa escuchó como un bebé lloraba, él también lloró de
alegría, su hijo estaba vivo; entró en la casa, necesitaba ver a su mujer,
temía que ella no hubiera podido superarlo, vio a Don Ramón cómo la atendía;
Casilda, la matrona, lo echó de allí, no era lugar para un hombre, no le importó,
las lágrimas le seguían cayendo de felicidad, su hijo vivía y si D. Ramón
atendía a su esposa, sabía que la salvaría, por algo todo el pueblo admiraba a
ese joven médico por su entrega a los demás.
Los dos
estaban vivos y era gracias a él, “gracias, gracias”, decía sin parar, mientras
miraba al cielo. Ese hombre lo había conseguido. En ese momento pensó que no
tenía nada con lo que pagarle, eran demasiado pobres y casi no tenían ni para
comer, se le caería la cara de vergüenza cuando este hombre le reclamase sus
honorarios, haría lo que fuera para abonarlos. Toda su vida le estaría eternamente
agradecido.
La
mañana avanzaba cuando Ramón Güejen abandonó la vivienda, se sentía satisfecho,
orgulloso de su profesión, la lluvia había desaparecido y el sol incluso
calentaba. Qué diferencia del camino de noche en el que temió perderse y el
miedo le llegó a invadir, ahora, en cambio, disfrutaba de la belleza de ese
lugar, mientras pensaba en esa familia que era de las más pobres del pueblo, en
una época en que el hambre después de la guerra amenazaba a tantas personas,
casi no tendrían dinero para alimentarse y a Matilde ahora le harían falta más
que nunca unos buenos caldos y una carne que le ayudase a conseguir la energía
que le faltaba.
No lo
dudó, en cuanto llegó a su casa se fue a su despensa, escogió lo mejor de ella;
unas verduras, unos huesos con tuétano, huevos, un buen trozo de carne de la
matanza, hizo un atillo y partió de nuevo para la casa de Matías, les llevaría
alimento y además volvería a ver como evolucionaba su paciente, estaba
preocupado por ella, le había cosido varios desgarros, habría que vigilar que
no se le soltase ningún punto y controlar cualquier infección que en las
condiciones que se encontraba podría ser fatal.
Nada
más llegar vio a Matías que le sonreía, a la vez que intuía su vergüenza por lo
que él no había pensado, pero se dio cuenta en ese momento.
—Buenos
días Matías, esto es para que su mujer se pueda alimentar bien, lo importante
ahora es ella y olvídese de todo lo demás, soy el médico de este pueblo y mi
obligación es atender a mis vecinos, no se preocupe por nada, con ver a su hijo
y a su mujer recuperándose ya he recibido suficiente, la medicina es para todos
y sentir que puedo ayudar a nacer a un bebé y a salvar a una madre, con ello ya
he recibido mucho más de lo que pudiera soñar cuando empecé esta profesión.
—Gracias
D. Ramón —fue lo único que pudo decir Matías mientras, con los ojos llorosos,
juraba que por ese hombre haría lo que fuera si un día pudiera ayudarle, había
salvado a su mujer y a su hijo, nunca lo olvidaría.
Durante
los días siguientes Ramón Güejen, después de atender a los enfermos que acudían
a su consulta, iba a la vivienda de Matías para controlar la evolución de la
madre, vigilar que las heridas se fuesen cerrando y tratar de evitar que
hubiera una infección. Durante una semana estuvo pendiente de ella, hasta que
quedó fuera de peligro y por medio de Jesusa, la mujer que le ayudaba en las
labores del hogar, le hizo llegar lo mejor de su despensa, una buena
alimentación era necesaria para recuperarse del todo y le constaba que en esa
casa la pobreza formaba parte de ella y que apenas disponían, en estos tiempos
tan difíciles, de alimentos para su sustento.
* * *
Ramón
Güejen se despertó, volvía a recordar en sus sueños sus primeros años como
médico. Sonreía. Ese niño, se llamaba Germán, ya era todo un hombre, había
prosperado, no era un mal chaval, aunque quizás algo egoísta. A Matías, su
padre, la vejez se le iba echando encima, sobre todo desde que su mujer había
fallecido hacía ya unos años. Siempre que lo veía le saludaba con respeto y
seguía notando el agradecimiento por aquel día que logró salvar a su mujer y a
su hijo.
Ser
médico, ahora que se acercaba su jubilación, formaba parte de su vida, no
habría podido ser otra cosa, hubiese querido ayudar más a la gente que acudió a
él. Modestamente, en su labor había tratado de dar lo mejor de sí mismo para
curar a los que necesitaban de sus servicios.
Sonreía
pensando en sus inicios como médico, y el sueño en el que recordó aquella noche
que Matías lo despertó. Habían pasado más de treinta años y lo tenía en su
memoria como si hubiera sido ayer. Se levantó, sonrió para sus adentros,
todavía seguía siendo el médico del pueblo y le quedaba un largo día de
trabajo."
Escrito por Luis Anguita Juega.
como se nota cuando escritor tiene tablas y Anguita las tiene. Un relato precioso y bien narrado. Una vez una partera, con muchos años, de esta zona del sur me contó un caso similar que había vivido pero Anguita ha sabido describirlo perfectamente.
ResponderEliminarGracias enormes Nuria por tus palabras, lo intento humildemente, narrar la historia y que se viva la situación.
EliminarUn gran abrazo.
Una excepcional descripción de un proceso complicado. Con los problemas que ha tenido mi sobrino para nacer esto me lo ha traído a la memoria. Gracias Luis por el relato.
ResponderEliminarGracias a ti Carlos por leerlo y por sentir la situación que estaba contando.
EliminarUn fuerte abrazo.
Luis.
muy bueno, hace que se meta uno en lectura completamente, Saludos!
ResponderEliminarGracias Juan, qué alegría que haya podido atraparte en la lectura de este capítulo.
EliminarUn gran abrazo.
Luis.
Me a encantado conocer a este personaje, el Doctor D.Ramón. La humanidad que representa y el pesar que siente al no poder ayudar más de lo que le hubiese gustado, me ha echo coger cariño a este personaje del que deseo saber y conocer más. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Sylvia, este es uno de los personajes fundamentales de la novela, que si la lees descubras aún más la fuerza y los sentimientos que quedan por conocer.
EliminarUn gran abrazo.
luis.
Muy bueno, me ha gustado mucho, la descripción es fántastica. Me encanta.Enhorabuena Luis.
ResponderEliminarGracias enormes José por tus palabras, genial que te haya gustado tanto.
EliminarUn fuerte abrazo.
Luis.
Me gusto mucho
ResponderEliminarComo siempre
Un saludo
Manuel Barranco Roda
Gracias enormes Manuél, qué bien que te gustara este capítulo de la novela.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Luis.