Los
rascacielos construidos sobre la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid se
erguían, desafiantes, por encima del caserío madrileño. El tren llegaba a la
estación de Chamartín, muy próxima al complejo, y los imponentes edificios
intimidaban al viajero que se asomaba por la ventana. El día era soleado y sus
escamas de acero y cristal los hacían brillar y parecer aún más titánicos. Era
la mejor carta de presentación de la capital, que apabullaba al provinciano que
llegaba con tan magno espectáculo arquitectónico.
Por desgracia
para Madrid, había un provinciano asomado al ventanal del AVE que apenas
reparaba en esas torres. Carlos miraba, distraído, sin fijar la vista en ningún
punto. En esta ocasión no era por una terrible tristeza que asolara su corazón,
pues esa sensación se había acomodado tanto en su interior que ya casi notaba
una ligera melancolía. Lo que le turbaba el raciocinio eran sencillamente unos
ojos azules y una coqueta melena rubia, la de la preciosa chica con quien se
había topado en su estación de origen.
Cargada como
iba, y con tacones, no pudo evitar caerse a los pies del tren del que bajaba,
pero Carlos, que esperaba para subir, corrió a ayudarla, aunque quizá hubiese
sido mejor no hacerlo. Aquella chica no sólo no le dio las gracias, sino que se
alzó al instante, se soltó el brazo con un gesto brusco cargado de desprecio y,
con la dura expresión de un petulante ofendido, profirió un desagradable y
desproporcionado “suéltame” a un desconcertado Carlos, que ya no sabía qué mal
de ojo le habrían echado para que todas las mujeres lo acabaran agrediendo de
uno u otro modo.
Pero no
estaba enfadado con ella. Él mejor que nadie sabía la terrible desazón que
alguien puede tener en su interior y que puede estallar en una reacción así,
sin que los de alrededor lo comprendan. Por suerte, todavía no se había visto
envuelto en tan desagradable trance, pero a saber. Se preguntó qué le ocurriría
a esa pobre mujer, tan guapa, tal vez tan triste, tal vez sólo nerviosa por la
incertidumbre. Ojalá hubiera podido saber un poco más de ella. ¿Qué estaría
haciendo en ese momento?
Ella también
pensaba en Carlos, aunque no supiera su nombre. No dejaba de dar vueltas a lo
borde que había sido con ese pobre hombre que había tratado de ayudarla en la estación.
Es cierto que cuando le echó mano al brazo, se quedó petrificado como un
baboso, pero tampoco era para tanto. No lo había despedido con cajas
destempladas por eso, y ella lo sabía.
Fue ese afán
de demostrarse continuamente que no necesitaba la ayuda de ningún hombre, que
era capaz de todo sola, que valía tanto como cualquier tío. Y no estaba
equivocada. A pesar de su cuerpo menudo, pasó con nota las diferentes pruebas
para ingresar en la Policía y, más concretamente, en los antidisturbios. Allí,
las cosas no habían sido fáciles, y el machismo seguía muy presente en
determinados ambientes como ése, aunque poco a poco iba cambiando, gracias en
gran parte al arrojo de féminas como ella. Por eso, el gesto de Carlos, que
otra hubiera encontrado encantador, era una puñalada que la devolvía a la
imposición, teñida de caballerosidad, del hombre como soporte de la mujer. En
cualquier caso, sentía que la intención de Carlos no era mala y le pesaba en la
conciencia la mala educación de que había hecho gala ante él. No había estado
bien.
Sólo había un
hombre en su vida al que sí quería tener como soporte, pero en plano de
igualdad, alguien que la complementara y la hiciera sentirse mujer en todos los
sentidos, alguien a quien amar y en quien apoyarse cuando la vida la pusiera a
prueba. Alguien, en definitiva, con quien despertar todas las mañanas. Alguien
a quien había venido a buscar.
Mientras su
taxi la llevaba por las calles de aquella ciudad de la meseta, Sofía repasaba
cada punto de la locura que creía estar cometiendo por amor. Después de caer
perdidamente enamorada de Marcos, su relación se había enfriado por culpa de la
distancia, hasta el punto de no volver a tener noticias de su amante.
Horrorizada con la idea de que la historia se acabara, y con el remordimiento
de haberla dejado enfriar, se había liado la manta a la cabeza y se había
presentado a orillas del Pisuerga para reencontrarse con él. Incluso había
iniciado los trámites del traslado en su trabajo. Con un poco de suerte,
dejaría Madrid y su infinidad de manifestaciones, y se instalaría junto al
hombre de su vida en una tranquila ciudad de interior, donde también había
protestas, pero no solían acabar a palos.
Aquel Prius
blanco la dejó en una de las estrechas calles del casco antiguo de la ciudad,
rodeada de viejos edificios, algunos centenarios, de escasa altura. En uno de
ellos vivía Marcos con sus padres. Lo sabía porque vio la ficha policial que le
hicieron el 25 de septiembre. Quizá fuera un poco obsesivo por su parte, o tal
vez sólo deformación profesional, pero el caso era que conocía algunos detalles
de la vida de Marcos que ahora le permitían presentarse en su casa sin tener
que avisarlo, dándole, esperaba, una grata sorpresa.
Nadie abrió
la puerta.
El mediodía
se acercaba y el hambre apretaba. En aquella taberna de barrio, entre el
estridente sonido de la máquina de café, el zumbido de fondo de la televisión,
la musiquita de la máquina tragaperras y el rumor de las conversaciones
pronunciadas en voz alta, el pincho de tortilla y la caña de cerveza parecían
maná para el hambriento.
En este caso,
era una hambrienta.
Sofía
recuperaba fuerzas antes de continuar con su búsqueda. No sabía dónde se
encontraba Marcos, pero suponía que sus padres estarían trabajando. Era posible
que tardaran en volver. Lo mejor sería buscar a su chico en otro lugar. Recordó
entonces que Marcos tenía un amigo, un radical que fue detenido junto a él en
los incidentes del Congreso, un tipo que tardó algo más en salir de comisaría y
que le dio bastante mala espina. Fue por eso, y por su relación con Marcos, por
lo que también quiso revisar la ficha de aquel tipo, Roberto, cuya dirección
recordaba gracias a su prodigiosa memoria, la misma que tanto la había ayudado
en los exámenes para convertirse en policía.
Roberto vivía
en el barrio de las Delicias, al sur de la ciudad. Se trataba de una área
fundamentalmente obrera, muy propia para un tipo con sus ideas. No hacía mucho
que la Administración había transformado un antiguo colegio cercano en
comisaría y, frente a él, un bar sobrevivía de dar almuerzos y cafés a los
agentes. Allí se encontraba Sofía, al calor de sus compañeros. Una vez que hubo
calmado su hambre, se puso en camino de la casa de Roberto. Seguro que él
podría ayudarla a encontrar a Marcos.
Roberto
tampoco estaba en casa.
En su lugar,
abrió la puerta un tipo de aspecto moruno, con la piel tostada por el sol y el
pelo a lo afro. Vestía vaqueros anchos y gastados y una camiseta gris ajustada
a su escuálido torso. De fondo sonaba música reggae y por el umbral se escapaba
un humo que Sofía reconoció enseguida.
- ¿Podrías ayudarme?-. Inquirió la joven con amabilidad -¿Dónde puedo encontrar a Roberto?
- Qué se yo-. Respondió el muchacho con una sonrisa. El gesto le arrugaba la frente y le cerraba los ojillos, ya bastante ocultos por efecto del agradable humo.
Aquel joven
se llamaba Hakim y era de Marruecos. Llegó a España cuando todavía era un lugar
apetecible para trabajar y, a pesar de todo lo ocurrido, seguía viéndose mejor
aquí que en su país. Ahora malvivía sin empleo, pero podía contar con la
amistad de Roberto. Además, el hachís lo ayudaba a pasar el rato, y a ganar
algún dinero.
- Es importante-. Insistió ella, bastante nerviosa e impaciente -¿Dónde está Roberto?
Hakim no
contestó, sólo se encogió de hombros y acentúo su sonrisa.
Sofía
suspiró. Sabía que lo que iba a hacer no era muy ortodoxo y podría traerle
problemas, pero necesitaba localizar a Roberto para que éste la llevara hasta
Marcos. Se sentía ansiosa por abrazarlo.
Mudando el
gesto, de suplicante a serio, pegó una patada a la puerta, que permanecía entrecerrada,
y la dejó abierta de par en par. Entonces empujó al asombrado Hakim, que se
echó para atrás con los ojos, ahora sí, abiertos como platos y sin ningún
atisbo de sonrisa.
- A ver, gilipollas-. Dijo mientras le mostraba su placa – ¿Me enseñas tus papeles? ¿O te empuro directamente por todo ese chocolate que tienes en la mesa? ¿Dónde coño está tu compañero de piso?
Sofía había
vuelto al centro. Hakim, completamente acongojado, le había confesado que
Roberto había quedado en una cervecería próxima a la Universidad, en una de
esas tortuosas calles que descienden hacia lo que, hace más de cien años, fue
uno de los ramales por los que la Esgueva atravesaba la ciudad, como si de una
pequeña Venecia se tratara.
El local era
de lo más estrecho y poco vistoso. Más parecía un antro que uno de esos pubs
británicos o irlandeses, tan de moda, que se repiten de manera clónica por las
ciudades, todos forrados de madera. Aquí el mobiliario era mucho más feo, pero
el contenido marcaba realmente la diferencia. Su larga barra estaba salpicada
de grifos de cerveza, algunos con formas realmente extrañas, de marcas tan
raras como exquisitas, muchas de las cuales sólo podían encontrarse en este
bar. Por eso los verdaderos amantes de la cerveza siempre encontraban tiempo
para visitarlo. Por otro lado, el camarero era uno más de esos viejos roqueros,
un rebelde que atraía a innumerable gente de la calaña de Roberto.
No sabía muy
bien por qué, pero Sofía tenía la esperanza de que Marcos también se encontrara
allí.
Por
desgracia, Roberto bebía solo.
- ¡Joder! ¿Qué coño haces tú aquí?-. Roberto estaba realmente nervioso por la presencia de la agente.
- Tranquilo. No te busco a ti, sino a Marcos. ¿Sabes dónde está?
- Estoy aquí, Sofía.
Juan Martín Salamanca |
Aquella voz
venía justo detrás de ella. Se volvió despacio, con miedo de lo que pudiera
encontrar a su espalda, aunque ya había reconocido esa voz. Allí estaba Marcos,
junto a ella. Acababa de salir del baño, por eso no lo encontró al lado de
Roberto. Al verlo, volvió a la Carrera de San Jerónimo, a Madrid, al Congreso
de los Diputados, al 25 de septiembre, al día en que se enamoró.
Se sentía
dichosa, ya lo tenía a su lado. Ahora podrían empezar una historia en común. No
habría más separaciones. Cuanto más lo veía, más enamorada y radiante se volvía
su alma. No podía ser más feliz.
Marcos, en
cambio, parecía preocupado.
Continuará…
Anteriores relatos de la saga:
ResponderEliminar1- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/09/que-lastima-ser-un-cobarde.html?spref=tw
2- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/10/25-de-septiembre.html?spref=tw
3- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/10/viejas-amistades.html?spref=tw
4- http://larevistadetodos.blogspot.com.es/2012/11/escalera-de-corazones-la-ultima-cena.html?spref=fb
Me gusto Mucho Juan…
ResponderEliminarEs un cruce de caminos donde se mezclan historias y personajes, con simple tropezón en una estación de trenes. También se ve distintas realidades sociales… la lucha de la mujer, la emigración, el desempleo, la crisis… donde todo te lleva a una feche, 25 de septiembre. Es significativo, es un antes y un después, el comienzo de muchos sucesos. Entre estas vicisitudes aparece el amor y desamor de los personajes. Un constante vaivenes de ideas desenfocadas, eso es lo que tiene el amor te hace ver las realidades diferentes cambiando tu comportamiento y no todas las veces para bien.
Un abrazo fuerte…
Manuel Barranco Roda
Me encanta el análisis que has hecho del relato, Manuel. La verdad es que transmite cosas, por lo que me decís, que a mí me pasan desapercibidas, por lo que te lo agradezco mucho, amigo. Un abrazo, compañero.
ResponderEliminarMe has recordado a aquella vez que fui a esperar a la estación de metro a un amigo, del que un año después acabaría enamorándome.
ResponderEliminarFelicidades Juan Martín. Los lazos que tejes de la historia enredan agradablemente al lector, que desea saber como va a terminar la cosa. Muy bueno! (y)
ResponderEliminarGracias a los dos. Me hacen muy felices vuestras palabras. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarAmigo Juan: El relato es realmente interesante, lo llevas y lo traes con bastante acertada delicadeza en cuanto al trato del lenguaje literario, aunque en varias ocasiones con mi particular opinión, empleas algunas expresiones un poco salidas de tono (aunque realmente en la vida real serían las que se hubieran empleado, además ya estamos curado de espanto), espero que tenga continuación y junto con los anteriores puedes hacer un libro de relatos, aunque lo de publicar es bastante difícil, si no dispones de "pasta" o tiene amistades influyentes...
ResponderEliminarManuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO
Gracias, compañero. Afortunadamente, ya he tenido la oportunidad de publicar mi primera novela y en breve espero poder sacar la segunda, pero estoy de acuerdo en lo difícil que es abrirse un hueco en este mundo. Yo sigo peleando por ello. Me alegra que te guste el relato, entiendo tu opinión sobre esas expresiones, pero como bien has dicho, las he incluido para dar realismo a la trama. Aunque puedan desentonar, me pareció más importante ser fiel a lo que hubieran dicho esas personas. Muchas gracias por tu opinión y tus consejos, son importantes para aprender. Un abrazo.
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