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miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Familia Helviana: El callejón oscuro.

Xillander’kull es una ciudad que refleja la esencia de los elfos oscuros; ya sea en su arquitectura, en su arte o en su comunidad. Sus más de cien mil habitantes viven un eterno martirio de oscuridad y terror que se repite todos los días de sus vidas. La noche en la superficie, cuando la caverna que alberga a la gran metrópolis es invadida por ese frío entumecedor de todos los sentidos; muestra uno de los aspectos más detestables de la raza maldecida y expulsada de la superficie por sus congéneres elfos.

La ciudad es gobernada por un aquelarre de religiosas de la Reina de las Arañas, la antigua meretriz del Padre de los Elfos. La antigua diosa del destino de toda esta raza de un momento a otro se reveló en contra de su amante, tentó a su raza para volverse en su contra e intentó en dos ocasiones hacerse del control de todo. Por esto fue exiliada, atada a la eterna cárcel del Abismo, expropiada de todos sus poderes y transformada en un horrendo demonio que hacía justicia a su intrigante personalidad. Esta afrenta la dejó eternamente enloquecida y furiosa con todo y con todos, aspecto de su personalidad que compartía con sus seguidoras más fieles.

Sobre esta base matriarcal se ha construido una aristocracia absoluta y familiar, nichos poderosos encabezados por individuos enlazados por la sangre y el parentesco, estas se entretejían en breves alianzas y traiciones reciprocas, comunes para toda su sociedad; con el único objetivo e interés de conseguir el poder completo y el dominio total. Muchas veces, más de las deseadas, las familias se han traicionado para mejorar su posición. Las madres han traicionado a sus hijas, las hijas a sus madres, las ramas de una misma familia se han devastado entre sí y las familias rivales de años se unen en un pacto hipócrita para desmontar a alguna otra que hubiese tomado una ligera ventaja por encima de ellas. Siglos de traiciones, de intrigas, de destrucción y de caos dejan a dos docenas de familias sobrevivientes, las cuales se detestan y desean conseguir todo el poder para sí mismas a través de la destrucción de sus rivales.

El ejército de la ciudad, si se podía llamar de esa forma, consiste en numerosas bandas de mercenarios, financiados por las diferentes familias. La mayoría de los elfos oscuros de la ciudad sin una profesión o sin un motivo general para vivir ingresan a las fuerzas armadas o a los servicios de alguna de las familias, porque de otra forma lo que les queda es vagar por las calles de la ciudad, donde en las noches reina el caos y la muerte.

Tal como en muchos estrechos callejones esa fría noche, el sonido breve de espadas habla de una lucha a muerte entre un grupo de cazadores nocturnos, sea que fuesen la guardia o un grupo de religiosas que buscan víctimas para sus sacrificios; y los tontos que se atreven a violar el toque de queda salvador. Pero en este caso, los cazadores se transformaron en las presas y los tontos consiguieron la victoria en su lucha.

Los gritos cesaron y se apagó el sonido de las espadas que chocaban. Entre las sombras, las figuras de dos varones avanzaron hacia la tenue luz al final del callejón. La iluminación indirecta que provenía del fondo mostraba los restos de cuatro mujeres con armaduras de combate y armas relucientes; descuartizadas y tiradas donde habían caído. Conforme un leve chapoteo viscoso acompañaba sus pasos, el más pequeño de los dos movió su brazo derecho, agitó su enorme espadón y limpió la sangre de la hoja. Su compañero, que guardó el estoque en su funda, reclamó de inmediato: “¿Cuántas estúpidas eran? ¿Acaso eran cuatro?”

“¡No… eran cinco!”

Un leve suspiro delató a la sobreviviente, que esperaba escondida al final del callejón, todavía conmocionada por lo que había sucedido con sus compañeras. Perturbada por la breve pero salvaje lucha que había enfrentado, la joven de pequeña estatura supo que no la iban a dejar escapar, por lo que se levantó y corrió en dirección contraria de donde venían las voces. Con su cabello claro desordenado y cortado por el combate, un medallón que colgaba por su cuello, su pechera negra de metal y hueso perforada en varios puntos, con los protectores de sus piernas y sus bragas mal acomodadas; ella sólo pensó en correr para escapar de las presas que su grupo había subestimado. Correr para escapar, correr para salvarse, correr para encontrarse con algún miembro de la guardia de su casa para que la protegiera de ese monstruo descuartizador sin expresión en su rostro con el que se habían tropezado.

No llegó lejos. Un par de dagas que silbaron entre las sombras le impidieron continuar. Una atravesó la armadura por la espalda y la hirió en el hombro izquierdo. La segunda se encajó profunda en su cadera derecha, con una fuerza sobrenatural que jamás hubiese creído posible en un mortal antes de ese día. Ambos golpes la hicieron tropezar contra una pared, para sentir el cuerpo pesado de uno de los varones encima de ella, que presionó con sus manos las dagas y la forzó a proferir un grito espantoso que lo complació mientras le susurraba al oído.

“¿Ahora dime cómo se siente esto, puta? Son suficientes dos dagas… ¿o quisieras tener una más dentro?”

La muchacha sabía que ese no era el monstruo. Ese era el elfo hermoso, al cual había querido poseer antes de disponer de él. Por eso ella no pudo evitar la combinación de placer y cólera cuando la tocó con sus manos, destrozó la ropa bajo la cintura y trató de poseerla ahí mismo donde se encontraba.

“¿Por qué siempre haces esto?”

La voz la aterró, más que la posibilidad de ser violada por su agresor. Ni siquiera había escuchado los pasos del segundo elfo a su lado. El dueño de las dagas, el monstruo sin expresión, el compañero del ladino; los observaba con seriedad mientras le eran arrancados los restos de la ropa que cubría su entrepierna.

“Porque es divertido… Las sacerdotisas siempre son hermosas, con personalidades fuertes y cuerpos bien cuidados. Que sería de mí si no aprovechara las oportunidades que se me presentaran para pasarla bien. ¿Tú también deberías pasarla bien y unirte, no crees?”

El atractivo elfo se olvido momentáneamente de su compañero. Con maestría usó su lengua para lamer el cuello de la joven, que trataba de resistirse como podía. Pero las dagas a su espalda, la forma en que era retenida, la fuerza de su agresor y su propia fragilidad conspiraban contra cualquier esfuerzo que hiciera. Al admitirlo, ella comenzó a llorar por la impotencia que le provocaba su situación, dejó de resistirse y le permitió a su compañero no consensuado que la forzara para tener relaciones.

“Déjala”.

El violador no pudo evitar emitir unas breves carcajadas, presionó a la mujer contra la pared y contestó de forma seria: “Mira, esto no es de tu incumbencia. Las estúpidas pensaron en nosotros como sacrificios. Ahora sus compañeras están muertas y ella está a punto de gozar la noche de su vida antes de que la despache. Si no quieres unirte, piérdete”.

“¡Déjala!”

El estoico elfo acompañó sus palabras con un movimiento de su mano derecha a la empuñadura de su arma. Al notarlo, su colega se apartó de inmediato. La muchacha cayó de rodillas en el piso. Estaba realmente agotada por el esfuerzo, abrumada por las emociones y debilitada por la cercanía de su escarnio. Con la vista y las sensaciones nubladas, llevó sus manos a los ojos y lloró amargamente frente a ellos.

El monstruo se aproximó en silencio. Con su mano izquierda arrancó el collar que ella usaba en su cuello, lo enseñó a su compañero y afirmó: “No lo viste. Eres muy descuidado, amigo”.

Su agresor no le prestó atención, se acomodó correctamente el sombrero y la ropa. Con el disgusto de un niño a quien han arrebatado un lindo juguete nuevo, tomó el medallón; pero al observar el símbolo descubrió con terror de quien era el emblema de la casa principal de una familia de la ciudad: “Ardulintra Elisana… Ella es de la familia Elisana”.

Ambos sabían lo que significaba el símbolo. La familia es una de las primeras cinco de la ciudad, quizás es la primera, la mejor de todas. De haberla violado, de haberla matado, ambos se hubiesen arriesgado a un enfrentamiento directo contra una casa completa, de todos sus recursos y su resentimiento, lo que terminaría en el sacrificio seguro de ambos.

Luego de quitarle el símbolo a su compañero, el monstruo con rostro de elfo se acercó a la joven, le devolvió el medallón que representaba a su casa y exclamó: “Lo siento su alteza… ambos no sabíamos que esta era su primera noche de cacería”.

“¿Y qué quieres, maldito? ¿Qué te de las gracias?”

Ante el grito de la joven sacerdotisa, él se acercó a su rostro y la besó dulcemente como única respuesta. Aunque al principio se ofendió, ella se abandono en sus labios, en parte como gratitud, en parte con deseo. Al separarse, ella pudo notar con sorpresa que el monstruo tenía en sus manos las dagas que le había encajado en el cuerpo. Él las limpió, las guardó en sus mangas y prosiguió: “Con un beso me conformo. Espero por su bien que no nos volvamos a encontrar en la calle, su alteza. Qué pase buenas noches”.

La joven quedó sola y avergonzada en el callejón. De rodillas en el piso, ella uso su mano para evitar caer al suelo. Luego se llevó su otra mano a los labios, por un instante sonrió alegre, por no haber sido mancillada, por continuar con vida. Pero, de inmediato, su gesto se llenó de odio e irritación. Había sido humillada, había sido débil, pero había sobrevivido. Ahora, dedicaría el resto de su existencia a buscar su venganza, tal como lo dicta su diosa oscura. Cuando llegara su oportunidad, no mostraría piedad a ninguno de esos dos.

Eorel, el Monstruo sin Expresión
Artes: Alex Palacios
Tintas: Yonan Montalban


Los varones dejaron a la sacerdotisa humillada en la calle y se retiraron en dirección al puerto. Al escuchar un leve pitido, ellos se movieron con rapidez por entre los callejones y aprovecharon la confusión que se produjo cuando la guardia la encontró. Conforme se tropezaban con varios grupos de soldados, el atractivo elfo uso su posición para pasar desapercibido ante ellos. Luego, se movieron con disimulo y rapidez entre las oscuras calles hasta que dejaron de ver soldados. Esto los relajó y les permitió caminar tranquilos, con una gran naturalidad.

“No sé qué haría sin ti, Eorel”, repuso con confianza el mejor parecido de los dos:

“Yo me hubiera mandado a esa maldita, para luego matarla como la perra que es. Mira que hacerme un hechizo. ¿En qué estaría pensando?

“Es obvio, Zeknarle… Ese grupo de caza pensaba que éramos una presa fácil”, repuso Eorel con confianza: “¡Se equivocaron!”

“Si… ¿Pero hubiese sido más equivocación matarla?”

“Por supuesto”, repuso con calma Eorel ante la pregunta angustiada de Zeknarle: “Esa sacerdotisa es de una familia de las cinco grandes. Posiblemente, por la calidad de la compañía, es una niña mimada y malcriada, la consentida de su rama. Su madre la hubiese extrañado, nos habría hecho una detección, te encontrarían por haberla violado, te hubiesen cazado como a un perro, te hubiesen amarrado a la mesa de sacrificios, te hubiesen ahorcado, desmembrado y destrozado, para luego mostrar tu corazón sangrante frente a ti antes de morir”.

Zeknarle no pudo evitar reírse. Con un gesto de incredulidad respondió: “Qué exagerado que eres, Eorel… pero… ¿por qué la besaste?”

Eorel guardó silencio por un momento. Luego de observar por un momento la intersección, a la vista de un capullo de telaraña del tamaño de una persona colgando en la puerta de una casa, los dos aceptaron con la cabeza, continuaron por la derecha, y este prosiguió con un leve gesto de frustración: “Odio el llanto de las mujeres… lo detesto… no lo soporto… Me trae malos recuerdos”.

“¡Y se te ocurrió besarla!”, continuó Zeknarle mientras sonreía. Por un instante ambos levantaron la cabeza para ubicarse entre los callejones. Luego de observar el reflejo multicolor del lago a la distancia, este continuó su camino y su conversación: “Ella te va a odiar toda la vida por ese beso”.

“¿Y qué querías que hiciera? ¡Dejó de llorar, no!”

Con un movimiento, Zeknarle abrazó a Eorel con delicadeza, lo cual lo extrañó notablemente. Tras una sonrisa amena, tomó su cabeza entre sus brazos, la colocó sobre su pecho y exclamó: “Eorel… Aprende este secreto de las mujeres… Si una llora frente a ti, lo único que debes hacer es tomar su cabeza entre tus brazos, ponerla sobre tu pecho de esta forma… y dejar que llore hasta que las lágrimas se hayan secado de sus ojos”.

“Bueno… podrías soltarme… esto es muy incomodo”.

Conforme apartaba inquieto su cabeza del pecho de su amigo, el joven estoico tuvo que soportar las presumidas carcajadas que este le devolvió por su incomodidad y pena. Mientras continuaban caminando por otro estrecho pasadizo, puso atención en su compañero de andanzas y reclamó incrédulo: “¿Estás seguro de que eso funciona?”

“Garantizado… pero es mucho más efectivo si sabes que decirle cuando se calma”.

Eorel quedó perplejo ante la confesión: “¿Decirle? ¿Hay que decirles algo?”

“Por supuesto… Ellas solas no se calman por completo”.

“¿Y qué le digo?”

“Depende”, respondió Zeknarle mientras levantaba la cabeza: “Debes estar atento a los signos. Hablaran de lo primero que las perturba. Si conoces la razón de su tristeza, puedes hablarle bonito, si llora por una pérdida puedes ofrecerle algo a cambio… Si ella te sonríe como respuesta a lo que has dicho, su corazón es tuyo para siempre”.

“¡No te creo!”, fue lo respondió Eorel mientras negaba con la cabeza. De repente, conforme se acercaban al lago, el muchacho preguntó: “¿Dónde vamos a pasar la noche, Zeknarle?”

“Ahora vamos a La Honorable Madre. Verás que divertida será esta noche”.

La sugerencia preocupo a su estoico compañero, que pensó antes de responder: “Espero que valga la pena. Tú sabes tanto como yo que ese es un tugurio para esclavos que pasan su tiempo libre. El Jefe de la Guardia de la Torre Norte y el Maestro de Espadas de una de las casas de la ciudad no son una buena visita. No seremos bien recibidos”.

“Valdrá la pena, créeme”.

Eorel hizo un gesto en la forma de una sonrisa nerviosa. Luego, suspiró y repuso con una combinación de temor y frustración: “¿Es otra mujer, verdad?”

La risa del jefe de la guardia confirmó su sospecha, tras lo que respondió con confianza: “Esta no es cualquier mujer. Ella es una diosa, es una ninfa, es la más hermosa criatura que jamás haya visto en mi vida. Su rostro es el de un ángel, su cuerpo es delicioso y su sonrisa es de otro mundo. Por cierto, llegamos”.

La taberna era un edificio sucio, despintado y cubierto por musgo que provenía del lago sulfuroso a su lado, ambos escucharon las voces animadas de su interior y la música que acompañaba la noche. De inmediato ingresaron en su interior e ignoraron las sucias mesas mal distribuidas, a las camareras desaliñadas de varias razas, el hediondo olor que emanaba todo el local, el piso que se encontraba mojado y que todo allí resultaba asqueroso y repugnante. Al igual que todos los varones en su interior, de variadas razas y condiciones, sus miradas se enfocaron en el escenario

El escenario, una enorme plataforma dividida en cuatro partes, era ocupada por una hermosa elfa oscura. Ante las tenues luces danzarinas que la rodeaban y los destellos dorados que la rodeaban, la bailarina, voluptuosa y sensual, cubierta sólo con velos transparentes de pies a cabeza, movía todo su cuerpo al son de la música y se acompañaba con una pandereta que agitaba entre sus manos para llevar el compás.

Ambos quedaron anonadados. Ellos no quitaron la vista de la mujer conforme eran guiados a la mesa y pagaban para sentarse en una con vista envidiable cerca del escenario. Sin quitar sus lujuriosos ojos de la bailarina, se acomodaron; por lo que Zeknarle sonrió ante su abrumado compañero y repuso: “Te lo dije… ¿Vale la pena, no es así?”

Eorel asintió levemente con la cabeza ante la pregunta. Luego ambos volvieron a poner atención al escenario, donde la bailarina profirió un casi imperceptible guiño hacia Zeknarle, y ordenaron algo de beber para disfrutar de la vista por el tiempo que durase el espectáculo.


Carlos "S0met" Molina Velázquez

5 comentarios:

  1. Me ha gustado, pero me ha resultado muy larga.

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  2. Muy interesante. Muchos personajes, muchas historias mezcladas. Entretine... tengo ganas de seguir con esas historias... Fantasia, con toques de realidad...

    Un abrazo fuerte Carlos

    Manuel Barranco Roda

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    1. Porque no me dejo responderte con la de abajo. Gracias Manuel. Este fue un experimento serio basado en un juego de mesa hace como seis años. Espero disfrutes el arco. Estamos en contacto.

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  3. Muchas gracias, Manuel! Fue un experimento como parte de un juego de mesa, una de las primeras cosas que escribí de verdad. Conforme continúa se van a ir deshilvanando ciertos secretos. Me alegra que te guste.

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