Caminé
por la calle chocando con miles de caras que se cruzaban, miles de paquetes y
bolsas de regalos, miles de adornos, el tránsito insoportable, el ir y venir
acelerado de un montón de vidas que pasaban entre la euforia y el conglomerado
de emociones inconclusas que se contradecían a si mismas.
Miré los rostros y no vi la alegría
del momento, o la entrega real a un “algo” que no fuera el pasatiempo comercial
de una navidad llena de las luces rimbombantes tan alejadas de ese viejo establo
de hace más de dos mil, choqué con alguien y mis bolsas cayeron manchando
alguna de las cajas con el consiguiente grito rabioso y el intercambio
estridente de palabras de las que en su momento no me arrepentí. ¿Debía?
Esta Navidad estaba harta de esas películas
cursis de un Santa Claus barbudo con su “jo-jo-jo”, paradójicamente había
comprado más regalos que nunca, había leído “Un cuento de Navidad” unas diez
veces y había cruzado esa línea invisible entre la culpabilidad y la redención,
línea oscura diría yo, línea ambigua también, línea al fin, que recordaba ese
maldito AHORA descompaginado de un ANTES que había dejado la huella profunda
donde pensábamos que todo estaba tranquilamente bien.
Me pregunté esa mañana porque el auto
no había arrancado, porqué había olvidado hacer los encargos antes, porqué la señora
de la limpieza no vendría, porque estaba al borde de una histeria insoportable,
y tampoco supe qué me hacía de repente tantas consultas enmascarando la
“insoportable levedad del ser”.
No quedaba más que caminar despacio,
haciendo equilibrio con los paquetes sobre el hielo resbaloso, soportando el frío
y el viento helado que me recordaba porqué odiaba tanto el invierno en la
navidad y ahí estaba, vi la puerta cerrada y pintada del desvaído color del
olvido, y el mundo se desmoronó de repente. ¿Cómo volver atrás cuando el tiempo
es sólo una medida de nuestra estupidez?
No soporté y dejé resbalar las
lágrimas sobre un rostro que siempre había sido lo suficientemente duro para
nunca traslucir nada más que la hueca satisfacción de llegar a las metas que
tenían el signo dólar impreso.
Alguien abrió cuando golpeé la puerta
en un ruego callado pidiendo perdón, y me ayudó a atravesar el pasillo
estirando la tortura de ver lo que no era sino la cosecha de miles de navidades
perdidas, corriendo detrás del reloj, sumando tarjetas y regalos caros enviados
por correo, sin una sencilla y afectuosa mano amiga que estrechar, “su” mano, la
mano que me había alimentado de niño, que había curado mis heridas tras las
miles de caídas, que había trabajado a sol y sombra sin olvidar nunca palmear
mi espalda en la noche antes de dormir.
- Por
favor no la atosigue, recuerde, un saludo, un Feliz Navidad, nada de apuros ni
de emociones fuertes, no sabe quien eres, no te recuerda…
La
vi sentada en su sillón especial, con los cabellos plateados acomodados en su
peinado de siempre y me acerqué lento, sabiendo que me dolería más su mirada
perdida y curiosa que toda la culpa que sentía por dejarla allí, pasé de largo
cuando vi que ni siquiera me miraba y me vestí en la habitación de al lado:
traje rojo, panza inventada, barba de algodón…
-
¡Feliz
Navidad señoras! ¡Jo jo jo!
Y mi alma cambió, la luz del establo
se dejó ver detrás de sus ojos, en un brillo que me devolvió mi propia fe.
- ¡Mi
hijo! ¡Cómo me gustaría que mi hijo estuviera aquí! Él amaba a Santa Claus y siempre
me abrazaba en Navidad, decía que era lo único que podía regalar…
Mi alma se quebró, y todas las
explicaciones de los médicos, de un Alzheimer progresivo que devoraba de
adelante hacia atrás… de ese maldito gen que despertaba y que le había hecho
olvidarme, “Ella” me recordó y pensó en mi para alegrarme.
Lloré debajo de la barba blanca, la
senté en mis rodillas y la llené de regalos, le canté villancicos y la oí reír,
y entendí que la Navidad también me estaba dando un regalo a mí, devolviéndome
el tiempo que yo mismo perdí.
Caliope
Otro duro relato sobre el Alzheimer. Gran trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario Juan :)
EliminarFantástico !!!
ResponderEliminargracias por leer Ángel!
EliminarMuy bueno, con un poquito de trabajo puedes lograr un gran cuento. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarGracias a vos por leer... estamos en pos de mejorar, participando en talleres. :)
EliminarPodemos olvidarlo todo, pero no lo que nos hacen sentir... Me gusto mucho Caliope...
ResponderEliminarun beso grande
Manuel Barranco Roda
El Alzheimer es un terrible flagelo, pero siempre es un poco difícil usarlo como recurso, sea para dar lástima o para establecer una reflexión. Una historia triste para reflexionar, la espero para Navidad.
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