A diferencia de
las mayores casas de la ciudad, la casa Barrizynge’del’Armgo no era uno de los
poderes a tomar en cuenta entre la sociedad que gobernaba Xillander’kull, pero
en cambio era un gran poder en la infraoscuridad en general. Nacida de la
fusión de varias familias luego de una cruenta guerra de casas años atrás, la
casa se originó en la ciudad favorita de la Reina de las Arañas y fue
extendiendo sus ramas a otras ciudades; donde sus secretos, la fama de sus luchadores
y la versatilidad de los estilos que enseñaban los hacían brillar como los más
fuertes de la sociedad.
Ese añejo
respeto que había corrido de boca en boca a lo largo del enramado de cueva le
permitía a la casa conservar una sana distancia sobre sus rivales a lo largo de la
ciudad, un respeto que había nacido de un hecho que no pasaba desapercibido.
Los hombres y las mujeres de esta casa poseían la misma escala de rangos en su
interior. La igualdad entre ambos sexos, extraña en una sociedad
predominantemente matriarcal, se debía más que todo a que la especialidad de la
familia era el combate y no las normas de fe que regían la sociedad. Por lo
tanto, en el seno de la familia los guerreros y las religiosas tenían que
probar su valía en combate para poder ascender en las escalas de la familia.
Eso igualaba la tabla de valores y provocaba una fuerte tensión sexual entre
sus miembros.
La principal
habitación del patio de armas del gueto de la familia era por su puesto la
arena de entrenamiento. Allí, los mejores guerreros disputaban por medio de un
eterno combate la supremacía de la casa con el Maestro de Armas, a la vez que
este los entrenaba en el arte de combatir a sus enemigos y a sus amigos. Allí, fue
donde el Zeknarle conoció por primera vez a Eorel. Allí fue donde por primera
vez el probó el desagradable sabor de la arena al ser reducido en corto tiempo
por el luchador más poderoso que hubiese conocido. Esa arena fue el sello de
su incipiente amistad, para la cual habían invertido tiempo y esfuerzo.
Zeknarle recordó
esto mientras veía a los jóvenes de la casa entrenar. Su vista de inmediato se
enfocó en Eorel, que vestía su ropa vieja y gastada, como lo había hecho desde
que lo conoció. La venda de su brazo derecho estaba enrojecida, signo
inequívoco de que había pasado la mañana entrenando junto con sus hombres. Pero
lo que más llamó la atención de Zeknarle fue contemplar sus pies descalzos.
Eorel entrenaba sin calzado en la arena. Era uno de sus rasgos distintivos.
—Eorel… Tanto
tiempo sin verte. ¿Qué te habías hecho?
El estoico elfo
oscuro no devolvió el saludo de inmediato, detuvo la sesión de fundamentos de combate
y exclamó con fuerza. —Está bien, muchachos, descansen diez minutos. Ahora
vuelvo.
Su orden fue
obedecida de inmediato. Tal como era su costumbre, él guardó la espada en su funda.
Pero, al acercarse a su amigo, no pudo evitar su sorpresa. Su vista se enfocó
de inmediato a la cara, donde el otrora rostro sin falla ahora poseía una
cicatriz que recorría su pómulo y ceja, cubierto por un parche oscuro sobre su
ojo. Sin cambiar la expresión, ambos se saludaron y se hermanaron en un abrazo
cauteloso.
—Felicidades por
su ascenso, mayor. Pero tuviste que sacrificar algo para conseguirlo.
—Te refieres a
mi ojo. Bueno, esas cosas suceden. ¿Por lo demás, Eorel, que te habías hecho?
Estuve buscándote como loco desde la celebración de la nueva casa.
—Sabes que no me
interesan esas cosas. La casa tuvo que encargarse de un asunto espinoso. Por
esas fechas se perdió una de las caravanas comerciales que patrocinamos. Tuve
que reunir a los mejores guerreros de la casa y partimos a la Baja Infraoscuridad
para encargarnos. Todo quedo solucionado satisfactoriamente, para la honra de
esta casa.
—¿Cariño, no me
presentas a tu amigo?
A la voz de la
muchacha, Zeknarle sacudió la cabeza, sonrió y con un movimiento de su mano
adelantó a la joven que los había interrumpido—: Que torpe que soy… Eorel, te
presento a mi nueva amiga, Zilvryne de la casa Hun’Arabath.
La expresión de
Eorel cambió a una de desagrado. De figura menuda aunque sugestiva, las dagas
que poseía en el cinto llamaron su atención. Pero el pendiente de la araña con
cabeza de mujer en mitad de su pecho destacaba. Era una sacerdotisa.
Ella extendió la
mano, pero el guerrero dudo por un momento si respondía al saludo o no de la
joven. Al final, sólo se rindió ante el protocolo y sujetó su brazo con fuerza.
—Mucho gusto,
señorita
—¿Cariño, nos
podríamos disculpar por favor?
Ante la
sugerencia de Zeknarle, la muchacha respondió afirmativamente con la cabeza y
le permitió a ambos hombres conversar en privado. Con este permiso, el Maestro de
Armas de la casa aprovechó para separar a su amigo de su influencia, a la vez
que satisfacía su curiosidad
—Zeknarle… ¿Qué
sucedió con Berlashalee? ¡Pensé que iba en serio!
—Yo también… pero
tú sabes cómo son las bailarinas. Una buena noche se aburrió y siguió su
camino. ¿Qué puedo hacer al respecto? Zin es mucho mejor partido.
—Supongo— espetó
Eorel sin poder ocultar un dejo de insatisfacción ni quitar la mirada sobre la
nueva conquista de su amigo —¡Pero no vienes a presentármela, amigo!
—Supones bien. Léelo…
te interesa.
Eorel tomó el
rollo, rompió el sello y lo extendió para leer su contenido con atención.
Durante el largo rato que lo estudió no emitió ningún gesto. Al terminarlo, lo
arrolló de nuevo y se lo devolvió a Zeknarle, que se sorprendió al comprender
la reacción —Es tentadora la oferta. Pero la nueva casa es una que no durará
mucho tiempo. Prefiero quedarme en esta. Gracias por tomarme en cuenta.
—Acepta, tonto.
No te quedes en esta casa sin futuro. Busca una mejor posición, como lo hacemos
todos.
—¡No!
—Te arrepentirás
de no haber aceptado esta oferta, Eorel. Eso te lo garantizo.
—No lo creas, amigo. Tengo razones de peso, razones
que no creerías, por las cuales no puedo aceptar tú oferta. Así que si me disculpas,
tengo clases que impartir.
Zeknarle y su
amante salieron de la arena de entrenamiento sin mencionar más palabra, sin
voltearse a verlo siquiera. Eorel ignoró su indiferencia y desprecio, signo
inequívoco de la muerte de su amistad. Luego de que salieron por la enorme
puerta de la edificación, este se sujetó correctamente su sombrero, llamó con sus
manos a los jóvenes, dispuesto a continuar con el entrenamiento sin importar
las consecuencias.
A pesar de
encontrarse en una de las mazmorras más profundas del templo, en la antesala de
la muerte más horrenda reservada para un elfo oscuro, la familia Helviana se
logró adaptar a la vida en su prisión. Luego de limpiar y ordenar el piso,
Berlashalee había logrado darle un aspecto más llevadero a su vida. La guardia
del templo les había entregado algo de ropa, con la cual ella había logrado reemplazar
sus harapos y los de su madre; su alimentación no se vio descuidada de ninguna
manera, es más comía mejor que antes y el trato hacia ambas resultaba cortés y
respetuoso por razones que desconocía.
Largos meses transcurrieron
hasta completar los doscientos días. A pesar de la situación en que se
encontraban, la joven había adoptado una actitud más alegre y positiva hacia lo
que quedaba de sus vidas. Porque el vientre de Berlashalee comenzó a hincharse.
Su madre le confirmó que estaba embarazada. Esto pareció alegrarla, pero ambas
estaban condenadas. Ellas esperaban con paciencia, oraban, hacían penitencia y entraban
en profundos trances que incluso sorprendían a los guardias por su piedad.
Pero la hora no
llegaba. Pasaban los días, las semanas y los meses; la hora de su partida no
llegaba. Este se postergaba constantemente. A pesar de esto; Berlashalee
sonreía, murmuraba canciones y mantenía su ánimo en alto. Como toda buena
artista, ella sabía que tenía que dar una actuación memorable en su última
presentación. No podía dar lo mejor si se encontraba deprimida.
Ese día fue
distinto a los demás. En compañía de dos de las guardas, la religiosa que se
había confesado sobrina y discípula de Yasfryn se presentó ante ellas. Ingresó
sola a la celda, tomó asiento frente a las mujeres y con un gesto les ordenó
sentarse. Luego de sentarse la torcida sacerdotisa tomó la palabra.
—¿Sabes por qué
me presento ante ti, maestra?
—Supongo que lo
sé. Yo le hice la misma visita muchas veces a quienes iban a morir por mi mano.
Deseas ver si nuestro espíritu se ha quebrado, si nuestra esperanza ha
disminuido. Lamento decepcionarte, pero no lo hemos hecho, Jhaelxena Elisana.
Por lo demás, mi hija y yo estamos listas para la hora de nuestro sacrificio.
—No puedo esperar
que la Gran Sacrificadora y su hija se derrumben. Después de todo, usted ya ha
jugado este juego. La tía Berlashalee estuvo encerrada en esta misma celda,
antes de que la sacrificaras. Pero esto no es lo que me trajo aquí hoy.
—¿Entonces?
Jhaelxena negó con
su cabeza entre risitas y repuso con una seriedad fingida para herir el ánimo
de su interlocutora —Querida maestra, dígame.¿Por qué no sacrificó a su hermana
en cuanto ella cayó en sus manos?
—Porque no era
el deseo de Reina de las Arañas. Un
sacrificio de tanta importancia no era para tomarse a la ligera. Debe ser
realizado como agradecimiento a una acción exitosa de varias casas en conjunto.
—Correcto.
La sonrisa de la
mujer provocó que Yasfryn tragara grueso. Por un momento, se sintió muy
cansada, lo que la motivó a colocar su cabeza entre sus manos. Trataba de
digerir todo lo que había sucedido durante su captura. Numerosas preguntas la
rondaron. ¿Por qué, si la religiosa de una de las casas principales había
participado en su captura, la casa no había tomado crédito de la captura? Por
el éxito de la operación (había
escapado buena parte del clero de la Doncella Oscura) se armó un gran
espectáculo. Pero al encajar las ideas en su cabeza ella encontró la respuesta.
Se volteó hacia su sobrina y exclamó
—Eres… una
maldita, Jhaelxena. No lo había comprendido hasta ahora.
—Desearía saber
la conjetura que cruza por su cabeza, maestra.
—La familia
Elisana, una de las cinco grandes de la ciudad, pretende lo mismo que todas las
demás familias, el poder total. Pero existe un tenue equilibrio de casas que lo
impide. Así que para obtener la posición que desea, que deseas, has infiltrado gente en las casas menores para que
hagan tu voluntad. Es por eso que la familia Arabath no hizo esfuerzo alguno en
limitar mis movimientos. Porque tú sabías que había vuelto a la ciudad, sabías
que había dejado de ser sacerdotisa de la Gran Tejedora.
—Continué.
—Como líder del
templo, deseas el puesto de tu madre para unificar ambas sillas ante tu puño y
voluntad. Pero mi hermana política es una mujer experimentada, versada en las
artes de la traición y el engaño. Eso le permitió heredar la base de poder de
mi familia y renombrarla a su voluntad después de mi fracaso. Para no levantar sospechas
usaste como excusa el ataque a nuestro templo para que el consejo unificara a
las tres familias en las que tejiste tus redes. Esto formó un solo bloque que
responde a tu voz, te permitirá colocarte en posición de enfrentarte a tu madre
en una pelea de iguales, sin atacarla directamente.
—Va muy bien.
¡Siga!
—Si no falla mi
razonamiento, necesitas obtener una victoria sobre otra casa. Una que exponga
una traición que hayan cometido contra nuestro estilo de vida. Luego de esto sacrificarás
a los prisioneros de ese ataque… junto a nosotras.
—¿Y?
—Por supuesto… mi
sacrificio es extraordinario. Reunirá a todas las matronas y nobles hijas de
cada casa en la ciudad. Será sencillo para tus asesinos disponer de ellas luego
de que se complete la ceremonia. Con las fuerzas de la ciudad a tu disposición,
podrás someter a tu casa una vez que se queden sin sus principales líderes.
—Excelente—
respondió Jhaelxena con una sonrisa de realización — Veo que no has perdido la
capacidad de intrigar que tanto te admiraba cuando yo era tu aprendiz. Eso
resulta impresionante, pero es un desperdicio que hayas cambiado tus afectos
religiosos.
—¿Sólo existe
algo que no comprendo? ¿Cuál casa escogerás para sacrificarla?
—Tiene que ser
una casa menor, que no represente un gran peligro. Una casa que no cumpla con
todos los requisitos que nuestra sociedad dictamina. Una que haya cometido un
acto terrible de traición, que no pueda ser perdonado. Una casa hereje, una
casa que conviva con la traición en sus filas, que...
—Eorel
El leve susurro
de la Berlashalee volteó los rostros de su madre y su prima hacia ella. La
joven bailarina supo de inmediato que por segunda vez había comprometido a
alguien que conocía por otro comentario torpe. De inmediato se tapó la boca con
sus dos manos. Pero era demasiado tarde. Jhaelxena se abalanzó encima de ella.
Con su fuerza superior la tomó de la cabeza con sus dos manos y fijó sus ojos
sobre los suyos, ojos que observaban en la profundidad de su ser. Luego de un
instante, el gesto de incredulidad se transformó en uno de inmensa alegría.
Porque los recuerdos de la joven bailarina la traicionaron. En la parte más
profunda de su ser, yacía la evidencia de la verdadera naturaleza de Eorel como
elfo claro, la traición de la familia del’Armgo al acogerlo como uno de los suyos
aunque conocían su secreto y el arma que ocupaba para llevar sus planes de una
buena vez por todas.
Carlos "Somet" Molina
Excelente me gusta como se va desarrollando la trama, teniendo todos los ingredientes, para mantener el interés, Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias Don Juan. Perdón por contestar hasta ahora pero he estado un tanto atareado. Estamos en contacto.
EliminarMe encantò leerte y adentrarme en ese mundo de aventuras. Felicitaciones. Espero seguir leyèndote. Un fraternal abrazo desde mi querida Venezuela.
ResponderEliminarTRINA
Muchas gracias Trina, un abrazo.
EliminarMe gusta bastante la trama de la historia. La forma de narrar me ha hecho fácil la lectura. Un saludo
ResponderEliminarGracias Don José. El próximo va a ser más corto y con más combate. Estamos en contacto.
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