La
ilusión suele ser arma de dos filos. Por el filo interior, desde la posición de
quien la maneja, se inclina al corazón, siempre dispuesto a ser espejo de los
mejores propósitos y el refugio de toda esperanza. Por su filo externo el arma
metafórica se las ve con todo lo que impide la realización de los sueños. Pero
en realidad es la imaginación la que juega el papel más importante en el
espejismo de las ilusiones, por eso al que se deja llevar por sus manejos se le
llama iluso y cuando el objeto de la ilusión tiene que ver con el amor el
epíteto adquiere todo su sentido.
Al fondo de la estancia alguien me observaba. Estaba sentado
en una butaca con un vaso en la mano, observándome. Era alto, puesto que desde
su poltrona extendía unas interminables piernas sobre el piso; complexión
atlética y porte distinguido, mantenía la corbata en el cuello pese a lo avanzado de la noche. Me
acerqué a él y pude comprobar que se trataba de un hombre maduro, todavía
atractivo; me sonrió. Iniciamos una conversación bana l que
pronto se convirtió en un interesante diálogo sobre todo lo bueno y lo malo, lo
terreno y lo espiritual. Seguimos hablando ajenos la juerga que se desarrollaba a pocos metros.
Cuando llegamos al tema de los estados civiles él me dijo algo sorprendente:
enamorado. Le pedí que lo repitiera. Enamorado, respondió. Ni casado, ni
soltero, ni comprometido, ni libre; simplemente, enamorado.
- Ya, pero tendrá pareja - , respondí interesado.
- No, en este momento no -, dijo mientras apuraba el contenido del vaso.
- Entonces, ¿le ha dejado? -, pregunté, imaginando haber encontrado otro miembro del club.
- No, no – dijo, sonriendo. – Me explicaré. Yo andaba como casi todo el mundo en la búsqueda del amor ideal, hasta que descubrí que el amor es un estado de ilusión tan perfecto que decidí hacerlo propio, intrínseco.
- No será usted un hermafrodita -, le dije en tono de cachondeo.
- No, amigo, no, y sin embargo sí hay algo que liga con la historia de Hermafrodito, el hijo de Hermes y de Afrodita, seducido por la náyade Salmácide, espíritu de aquel lago donde se convirtieron en un solo ser. Esa conexión entre la mitología y mi filosofía tiene idénticos protagonistas: las aguas.
Puse cara de bajar de la higuera, en realidad
no entendía nada.
- Verá, joven - prosiguió mi interlocutor. Cada día, en cada momento, me siento enamorado, con esa predisposición de compartir con alguien el amanecer, una puesta de sol, la risa de un niño, la última tontería de los políticos, la baguette y el café con leche. Y en cada momento, para mi fortuna, hay alguien con quien hacerlo. En algunas ocasiones se trata de la pareja; en otras, de mujeres importantes en mi vida y en muchos casos, de la compañera ocasional en el autobús, de una vecina o la interlocutora de un servicio de información. No se trata de que me enamore de cada una de ellas, es mi estado natural
- Prosiga se lo ruego, es un tema que me preocupa hace tiempo... digamos que desde los tres años – le dije, sin tratar de hacer un chiste.
- Probablemente desde antes -, respondió él. - Las mujeres, y no es un pensamiento exclusivamente mío, son la sal de la vida. Pero para mí son las aguas. Cada una de ellas es arroyo, torrente, lago, río, mar u océano, incluso lluvia; todas son agua y por tanto imprescindibles en la vida de un hombre. Son, como el líquido elemento, necesarias, vitales.
- Bonita parábola, ¿pero eso qué aporta?
- Todo, joven, todo. Su búsqueda del amor perfecto, que adivino en su desasosiego, está absolutamente equivocada. Como casi todos los hombres su percepción de la relación con el otro sexo esta muy desencaminada y no me venga Ud. con eso de que no hay quien las entienda o de que no saben lo que quieren. El error de los de nuestro género estriba en nuestro ancestral instinto cazador; no percibimos almas, vemos trofeos, piezas a las que abatir, batallas que ganar, cimas que conquistar. Por eso anteponemos el deseo a todo lo demás, por eso existe tanto bruto.
- ¡Claro! Es de sobras sabido, incluso creo que está científicamente demostrado, que el concepto y la necesidad sexual de las hembras de cualquier especie es distinto al de sus congéneres machos, su prioridad es la de la reproducción no la del goce.
- ¡Qué barbaridad más grande! – dijo mi interlocutor, depositando el vaso en el suelo. – Esto es una estúpida teoría elaborada por ignorantes. No soy zoólogo y no puedo hablarle de los instintos animales con conocimiento de causa, tampoco soy antropólogo y no pretendo disertar sobre el holismo; sin embargo, soy humano y militante de la Humanidad y sí puedo contarle mucho sobre sentimientos. Los ancestrales conceptos científicos han cambiado con la evolución del ser humano y de una forma más evidente en la mujer. Para conocerla es imprescindible saber cual es su origen y como piensa. Y le aseguro joven, que toda fémina tiene su alter ego en las distintas manifestaciones acuosas de la naturaleza. Ellas son y gozan como las aguas.
- Sigo sin entender – respondí, mientras me acomodaba en un sillón frente al de mi interlocutor.
- Todos somos agua, nuestro cuerpo en su mayor parte es agua, de las aguas surgimos y sin las aguas pereceremos. No obstante hay que distinguir, el hombre es continente y la mujer contenido. El primero trata de cercar para su uso, disfrute, contemplación o reserva a la segunda; la mujer por su parte es agua viva que fluye, se desparrama, moja, inunda, riega, baña y empapa.
- O sea, nosotros somos pantano y ellas nivel.
- Algo así; nosotros somos cerco y ellas libertad. Su ejemplo es muy ilustrativo, él es retención, cree que inmoviliza y domina al agua y sin embargo es ella la que acepta su confinamiento para poder saciar un sinfín de necesidades: familia, hogar, trabajo y cama; pero cuando la lluvia arrecia y el pantano se llena, todo se desborda y sólo hay dos soluciones o abrir las compuertas o esperar que el pantano se resquebraje.
- ¡Caramba, cómo me lo pone! ¿Y eso que tiene que ver con su estado civil?
- Mucho, yo ya he llegado a la conclusión que le he contado y por eso ni quiero ser cazador ni dique, pero tampoco presa en su doble acepción. Me dejo llevar por el remolino de las aguas, me predispongo con mi estado natural y me dejo llevar. Le aconsejo que haga Ud. lo mismo. Mírelas como una manifestación líquida y se sorprenderá de descubrir, en cada un de ellas, la fuente de la vida. . . y la de la juventud.
- ¿Aburrido? – me preguntó.
- No, en absoluto – contesté.
- Como le veo aquí solo y bebiendo agua mineral.
- No estoy solo, estoy conmigo mismo, que no es lo mismo.
- Ya, es una forma de definir la soledad.
- Te equivocas – dije tuteándole -, la soledad es nuestra postrer compañía.
- Sí, sí, pero ¿no tiene a nadie. . . mujer, amiga, compañera? No me tome por un entrometido: ¿Cuál es su estado civil?
- Enamorado - dije con énfasis.
- ¿Enamorado? – repreguntó.
- Sí joven, me voy a explicar, las mujeres son como el agua; son mares, ríos, lagos y océanos. . .
- Perdone, perdone, que le interrumpa – dijo en un susurro. - A mí lo que de verdad me interesa es saber como son los hombres. . .
FIN
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Tiene de todo un poco... En serio.. Magistral!
ResponderEliminarGracias, amiga. Me encanta que te guste. Tal vez, todavía no lo sepas, pero eres mar.
EliminarGracias Jordi, los mensajes tuyos están en el grupo de la Revista anotados al lado de tu entrada, no tienes acceso porque no estás en la Revista como escritor, gracias por tu colaboración. Un saludo
EliminarBuen remate al final. Felicidades.
ResponderEliminarGracias Carlos, lo mejor se los cuentos es un final inesperado. Un abrazo.
ResponderEliminarLo mismo te digo con este mensaje, todo lo que comentes aquí lo traslado al grupo, para que se tenga constancia. Gracias y si puedes espero que comentes todos. Un saludo
EliminarInteresante metáfora dinámica y precisa. Historia con sentido de ceder lo aprendido y un final inoportuno!
ResponderEliminarSe nota el camino la tinta y el papel Jordi. Un abrazo!
Gracias Hugo. Un placer
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