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miércoles, 24 de octubre de 2012

Prólogo de la novela "Una copa de tristeza con hielo"

Montserrat Rubiales Méndez nos regala el prólogo de su primera novela "Una copa de tristeza con hielo". Espero que disfrutéis de su lectura, como yo lo hice al transcribirlo. Es un pequeño sorbo, de "Una copa de tristeza con hielo". Espero que os animéis a comprar la novela. ¡Gracias Montse! 

Una copa de tristeza con hielo


PRÓLOGO  

Mi querida España empezó a cubrirse de un manto rojo aquel año de 1936, como si los árboles que en primavera escupen polen hubieran escupido esta vez sangre. Aquellos que habían respirado el mismo aire, pisado la misma tierra y curtido sus rostros bajo un mismo sol, dejaron de ser hermanos y se convirtieron de la noche a la mañana en inexpertos combatientes de bandos enemigos. Los españoles soltaron el martillo y la azada para asir un fusil preñado de una munición que en muchos casos acabó incrustándose de forma indiscriminada en los cuerpos de hombres, mujeres y niños que ni siquiera conocían el motivo de aquella lucha. Las esposas se quedaron viudas, los niños huérfanos, los viejos impotentes frente a aquella locura… 

En definitiva, la preciosa meseta fue machacada y ultrajada por moradores y extraños. Algunos dicen que los intereses político–económicos de algunas potencias extranjeras fueron la causa del inicio de la guerra y que nuestras regiones sólo fueron meros campos de tiro para que Hitler y Mussolini pudieran poner a prueba el montante armamentístico que poco tiempo después iban a utilizar para destruir Europa, pero quienes lo dicen no deben olvidar que en el vientre del propio país existía un cisma prácticamente insalvable, y que, en definitiva, el ansia de poder de algunos sectores españoles fue lo que finalmente hizo estallar el conflicto.

Sea como sea, los novios de aquella España que se enamoraban entre aromas de limón y tomillo fueron separados forzosamente. La guitarra flamenca y el baile se vistieron de luto para honrar con su arte a aquellos que se habían quedado sordos para siempre, y el vino que escupía la bota se convirtió en el único bálsamo que podía aliviar la pena negra que se extendía pavorosamente a lo largo y ancho de la piel de toro. En las calles el himno patriótico sustituyó a la alegre copla que cantaban los jornaleros en el campo mientras araban la tierra, la misma tierra que contemplo yo desde la ventana de mi casa setenta años después. Los árboles que ahora apuntan hacia el cielo bebieron de esa tierra fertilizada con la sangre de nuestros abuelos, de los que podían haber sido y no fueron, de todos los que se perdieron…  
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Así se ponía en conocimiento de todos los españoles el fin de casi tres años de absurdos enfrentamientos entre uno y otro bando. Nadie podía imaginar entonces que aún quedaban por llegar años de miseria, hambruna, represión y oscurantismo… El sufrimiento y la muerte seguirían acosando a mi maltrecho país sin piedad…  
¿Quiénes fueron las víctimas en esa guerra de locos? ¿Quiénes fueron los verdugos? ¿Fueron los verdugos acaso víctimas antes de convertirse en verdugos? ¿Podemos incluso admitir que los hijos y los nietos de aquellos que en el pasado se comportaron como verdugos, son hoy las víctimas de un presente que pretende restaurar la memoria de los vencidos?... Víctima y verdugo: dos figuras inexorablemente entrelazadas en su naturaleza, pues ninguna de las dos halla su lugar en este mundo sin la otra. Así, donde hay un torturador existe un torturado y allí donde malvive un ultrajado ronda un desalmado.

Díganme: ¿qué es lo que acaba convirtiendo a un hombre en una cosa u otra? Si es la sangre de su estirpe la que lo convierte en tirano, o el maltrato al que se ha visto sometido en sus primeros años de andadura por este mundo ¿cómo atrevernos entonces a juzgar su tiranía? Si, en cambio, la simiente de la maldad ha crecido en él regada por valores como la ambición, la avaricia y el egoísmo, juzguémosle y condenémosle, pues las simientes pueden llegar a convertirse en árboles fuertes y robustos, y varios de esos árboles pueden llegar a formar un bosque que acabará siendo un potente y despiadado ejército…

Quizá no haya que darle tantas vueltas… Todos somos víctimas. Y también verdugos. En tiempos de guerra y en tiempos de paz. Lo fuimos, lo somos y lo seguiremos siendo hasta el fin de los días… Puede que la clave esté en ser misericordiosos con la víctima que llevamos dentro y condescendientes con el verdugo en el que a veces llegamos a convertirnos…
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Montserrat Rubiales Méndez

2 comentarios:

  1. No soy un gran creyente de la paz. La naturaleza del hombre lo motiva a pelear, y habrá siempre guerras aunque no sean llamadas con ese nombre. Me alegra por España que no hayan tenido más conflictos desde Franco, esperemos que no cambie.

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  2. Esperemos que así sea, CArlos. Mientras tanto, sin embargo, no debemos dejar de hablar sobre esas guerras y de los testimonios que han generado, para así aprender de los errores pasados.

    Un saludo. La autora

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