Era el día de los enamorados, le
hubiera gustado tanto celebrarlo con él.
En esta ocasión su trabajo se lo impedía. Tras el almuerzo se tumbó en una hamaca
mientras escuchaba su música.
Ensimismada en los acordes de una
melodía de Jazz no le oyó llegar a pesar que el ruido infernal de aquella moto
había entrado por la ventana entreabierta de su estudio…, el día era precioso,
unos rayos de sol acariciaban su cara y le obligaban a cerrar los ojos, aquella
música la transportaba a lugares de otras épocas como si el mundo presente no
existiera. Era su música, era él.
Hacía unos meses que la grabó para
regalársela y en sus ausencias siempre hacía que sonara para que no fueran tan
dolorosas, al escuchar aquellos acordes sentía como si fuese él quien la estaba
interpretando en lugar de aquel artilugio que la reproducía.
Seguía con los ojos cerrados, soñando…
y su mente rechazaba cualquier ruido que se producía a su alrededor.
El tiempo había desaparecido, con los
ojos cerrados se deleitaba soñando mientras escuchaba aquellas notas. De
repente notó que una brisa de aire fresco acariciaba su cara, sintió un poco de
frío, el sol se había escondido, abrió los ojos al mismo tiempo que se
incorporaba de aquel diván en el que estaba echada para ir a buscar un chal y
cerrar el balcón que daba al jardín.
Entonces las vio, se acercó y su perfume la embriagó, de rojo intenso dos hermosas rosas le estaban acompañando. Sabía que no podían haber llegado solas...
Bárbara llamó a María, la fiel haya
que habían tenido en casa de sus padres toda su vida y que se había quedado con
ella. —¿Has traído tú estás rosas?
La dulce María, no contestó y con
evasivas dijo que tenía que salir que había quedado con unas amigas para tomar
café.
Bárbara miraba fijamente esas rosas.
Él había estado allí o estaba aún. No podían ser de nadie más. No estaba
soñando, esto era real, estaba sucediendo en ese mismo instante.
Su corazón empezó a latir con fuerza,
a cada instante intensificaba más sus latidos y mirando a su alrededor dijo:
—¿Estás aquí?—No hubo respuesta y apretándose el pecho con sus manos intentó
frenar su loco corazón mientras volvía a preguntar más fuerte —¿Estás aquí? —De
repente escuchó su voz, —Sí, estoy en la ducha. Quiso correr a su lado pero él
siguió diciendo… —Mira en la salita, he dejado unas cosas, son para ti y me
gustaría que te las pusieras.
Se apresuró a hacer lo que le estaba
pidiendo.
No podía creer lo que estaban viendo
sus ojos. —¿Quieres que me ponga esas ropas? —Le preguntó.
—Si. Me gustaría mucho, contestó con
voz firme.
—¿Estás loco? Sabes que… sin dejar que
terminara su frase volvió a escuchar su voz diciéndole:
—Algún día tendrás que decidirte,
sabes que a mí me gusta y esta vez deseo sea así, anda ponte esa ropa, por
favor, que bajo enseguida.
Con sus ojos muy abiertos miró aquel
traje de cuero rojo… y sin decir más palabras se quitó la bata que cubría su
cuerpo y con no pocos esfuerzos se vistió, más bien se calzó, aquellas ceñidas
ropas. Era un mono precioso, se sentía bien con él, demasiado ajustado a su
cuerpo, tanto… que sentía como si tuviera una segunda piel.
Sintió su respiración en la nuca al
mismo tiempo que escuchaba unos susurros —No te vuelvas... Ponte el casco y no
te vuelvas, vamos… hace tiempo que no veo tus ojos. Hoy quiero volver a verlos
en el precioso rincón al que te voy a llevar.
Callada, vestida de cuero rojo y con
aquel casco en la cabeza se subió a su moto, se agarró con fuerza a él, cerró
los ojos… y sin más palabras dejó que, como siempre, la transportara al cielo.
Aquella noche, en aquel entrañable bar
de la playa de Carcavelos se miraban mientras acariciaban sus manos y su cara.
De fondo, sonaba una guitarra y una voz irónica cantaba un fado. Ese lamento
portugués que sabe aunar la poesía, la pasión, el amor, el desprecio a las
riquezas, el escepticismo… todo ello amalgamado con ese tañir de la guitarra.
Ese Fado, que dicen que es triste pero
que si tienes suerte te enamora. Ese fado que hace que los enamorados se queden
embrujados ante esos lamentos.
Así se sentían ellos, embrujados y
sedientos de sus besos y sus caricias. Se tomaron de la mano y se perdieron en
aquella playa. Justo dónde rompen las olas, sus bocas se unieron en un profundo
y apasionado beso mientras miles de mariposas bailaban a su alrededor y las
olas jugueteaban con sus pies. Las estrellas fueron su techo aquella noche y su
lecho la arena y mientras se amaban eran acunados por aquellos lamentos de un
fado que sonaba a lo lejos y que el viento caprichoso les acercaba. Al alba,
sonó un “Te quiero” dicho al unísono por los dos.
©Bárbara
Fernández Esteban
Del mi
libro “La llave de los mil sueños”
Que puedo decir. En una relación siempre es bueno innovar para mantener fresca la relación. Por una atrevida relación que termino como se debe en este mes de los enamorados. Gracias Bárbara.
ResponderEliminarUn fado para hechizo de su amor.....
ResponderEliminarCristian
Habría que leer algo más se lee interesante! Saludos!
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