Cuando los pajarillos que vuelan libres, antes de
repuntar la aurora en primavera, con esos tonos pastel pincelando las nubes que
decoran el paisaje, me dispuse para ese viaje a la profunda floresta silvestre,
que las lluvias y el sol, haciendo el amor, habían concebido en el paisaje que
se asoma a los días de absoluta eclosión, reventando los corazones de las
gentes sensibles y los de las desoladas, sin moradas, de combates en los
lugares más alejados de la ternura.
Sólo
y mirando al horizonte más alejado, tratando de ver la esperanza que mi alma
deseaba, camino sin parar. Los pies duelen, pero se alegra el corazón, paso a
paso. No quiero cerrar los ojos, ni el olfato; tampoco los oídos. Todo aquel
esplendor tiene que entrar en mí, antes que se eche la noche; incluso antes que
las sombras se hagan largas y el sol se acueste. A mí la luna no me vale,
porque embelesa, arrastrando a los débiles y los locos.
Rechinan
las piedras del camino al pisarlas, mientras la vegetación perfuma mis pasos al
rozarla, sin quebrarla.
Y
los pajarillos siguen con su cortejo, todo alegres, entendiendo en su piar,
dulces trinos de amores. No quiero que el camino se acabe ni el día termine,
porque cuando llegan momentos así, la vida parece que se alarga, y se ensancha
como los ríos después de estar presos en el pantano medio seco, por el ansia
del hombre que no sabe tener mesura con la naturaleza, pensando que no se
acabará nunca, por mucho que tomemos de ella.
Las
venas de la tierra no riegan su cuerpo y por eso flaquea, se arruga, envejece y
se afea. Sólo la transfusión de los cielos vuelve a organizar la energía
displicente, que en armonía con todos los seres, especies y reinos, señalan el
esplendor nuevo.
Me
detengo. Una roca me ofrece la oportunidad del descanso, mostrándome la parte
plana, en la que acomodar mis posaderas. Saco mi bloc de notas y dibujo con
palabras lo que veo, huelo, oigo, palpo y, hasta me atrevo a dejar que mis
papilas gustativas interpreten también su función.
¿Por
qué tantos colores? Porque hacen falta –me digo a mi mismo. ¿Por qué tantos
aromas? Porque son necesarios –me vuelvo a decir. ¿Por qué tantos sonidos?
Porque sin ellos sería aburrido el paisaje –reflexiono. ¿Por qué tantos
sabores? Porque hay muchas apetencias –pienso… ¿Por qué tantas preguntas?
Porque el niño que fui vuelve a mi presente, despertando esas inquietudes
pasadas por aprender los misterios de lo que está y vive a mí paso.
Viajar
a la naturaleza es nadar en aguas como el cristal más puro, andar sobre las más
elegantes y cómodas alfombras, volar atado a una nube, conocer el amor más
limpio, llorar con la emoción de una vida nueva…
Quien
lastime, ensucie, quebrante, profane, adultere…, estas premisas, carecerá de la
condición natural del ser.
Juan Martín-Mora Haba
Mayo 2013
No por nada se dice que la naturaleza es sabia...Este relato me ha despertado mis sentidos...
ResponderEliminarTan delibesco como siempre, tocayo. Buen trabajo.
ResponderEliminaralegato por la naturaleza como en el Siglo de ORO. MUY BUENO.
ResponderEliminarEntre la eco-narrativa y un capítulo de El hombre y la Tierra. Salir de la ciudad y viajar al campo, no tiene precio.
ResponderEliminarJuan Martin, muy bello. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarSe respira la naturaleza con tu relato, y el niño inquieto! quiere más! muy bueno, Saludos!
ResponderEliminarEn un día en que un protector del ambiente murió en el cumplimiento de su deber la reflexión de este relato llega con propiedad a recordarlo. Muchas gracias Juan Martín por tu relato.
ResponderEliminarUn momento para detenerse y reflexionar. Comunión del hombre con la naturaleza. Me gustó mucho.
ResponderEliminarUn saludo.
Me gustó mucho, me gusta bastante tu forma de narrar. El ser humano está ligado de por sí a la naturaleza. Un abrazo
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