La espalda
rayada de sol de Sofía hipnotizaba. Carlos no podía apartar la mirada de
aquella piel desnuda. Ella aún dormía, pero él era incapaz. Demasiadas
emociones. Por fin había logrado perder el miedo a vivir y se la había jugado.
Ahora no sólo estaba satisfecho, sino que era incapaz de separarse de Sofía, la
muchacha rubia con aquellos preciosos ojos que se grabaron en su mente el
primer día que los contempló en el abarrotado andén de una estación de
provincia. Ese domingo, mientras ninguno de los dos amantes tenía prisa por
salir de la cama, el mundo sonreía un poco más.
Dos semanas
después, otros actores repetían la misma escena en un pequeño apartamento de
una ciudad de Castilla. Después de un rato de contemplar la genialidad de la
figura femenina, el hombre se levantó y abandonó la estancia. Caminaba
descalzo, sintiendo en sus pies el frescor del suelo de terrazo. En la cocina desayunaba
su compañero de piso, que lo miró de arriba a abajo, sonriendo.
- Joder, Roberto, anoche te lo pasaste en grande.
- Ya lo creo, Hakim.
- ¿Ella es…?
Roberto no
contestó, sólo asintió con la cabeza.
- Cabronazo-. Aún recordaba la noche que su compañero le había dado.
Hakim se
despertó sobresaltado. Echó un vistazo al reloj de su mesita de noche y
comprobó que eran las cinco de la madrugada. Quién cojones anda ahí, se
preguntó, aunque enseguida se ubicó y comprendió que sería Roberto, de regreso
de una de sus veladas de fiesta. Él, en cambio, solía pasarse los sábados en
casa, con mucho hachís para hacerle compañía. Aunque no siempre respetaba los
preceptos del Islam, Hakim no era de los que consumía mucho alcohol, y tampoco
le gustaba salir de parranda. A menudo, empleaba las noches de diario en
despachar algo de mercancía a sus contactos, cuando había menos gente por la
calle. Por eso, los fines de semana, en que todo el mundo salía a divertirse
con la caída del sol, eran ideales para descansar en casa. Era un tipo
tranquilo. No lo llamaban los bares ni las discotecas, prefería relajarse en un
sofá cómodo con algo de hierba y pasarse hasta las tantas colocado. Eso había
hecho la noche del relato en cuestión, allá por la mitad de diciembre, hasta
que cerca de las cuatro había optado por acostarse. Pero tan sólo una hora
después, la estrepitosa entrada de Roberto lo había sacado de sus ensoñaciones.
Roberto no
estaba solo. Por las risas que se filtraban desde el pasillo, debía acompañarlo
alguna mujer, risueña, por cierto, tal vez la misma con quien había quedado, la
misma por la que había abandonado la casa tan nervioso esa noche. Los dos
estaban alegres, aunque los comentarios que se les escapaban colegían que ambos
andaban pasados de tragos. Después, se oyó un portazo y todo quedó en silencio.
La pareja se
habría metido en la habitación y estaría disfrutando de haberse conocido. Sin
embargo, una idea oscura cruzó la mente de Hakim. Y si no era Roberto, si
fueran ladrones, o si la pareja hubiera sufrido un accidente que explicara el
portazo y la quietud posterior. Tonterías, pensó, y se volvió sobre su colchón
para seguir durmiendo. Pero aquello no terminaba de dejarlo tranquilo, quizá
por culpa de los efectos del cannabis. El caso es que, incapaz de recuperar el
sueño, decidió levantarse y acercarse hasta el cuarto de Roberto. Falsa alarma,
el crujido de los muelles de un colchón confirmó lo obvio y Hakim pudo, ya sin
tribulaciones, volver a la cama. Afortunado Roberto, pensó, mientras terminaba
de caer ante Morfeo.
Los dos
amigos llegaron a la parada del autobús a la carrera, procedentes del acogedor
pub irlandés donde habían quedado. A diferencia de las grandes ciudades, en
ésta el servicio de búho no se prolongaba durante toda la madrugada, de modo
que si ella no quería perder el último y tener que pagar un taxi o volver
andando, debía apurarse.
No había
nadie. Por un momento, temió haber llegado tarde, pero enseguida se presentó un
adolescente que también venía a coger el autobús. Faltaban unos minutos. Al
final, había estado sobrada de tiempo. La pareja permaneció un rato sin decir
nada, recuperando el resuello tras la carrera, abotargada por el alcohol.
Ocasionalmente, un irracional y espontáneo ataque de risa interrumpía su
silencio y, combinado con la fatiga, provocaba violentos ataques de tos.
Ya se habían
recuperado cuando el búho, azul y blanco como todos los autobuses urbanos de la
ciudad, asomó su morro al final de la calle. Las vías estaban despejadas a esas
horas de la noche, por lo que, a diferencia de las líneas diurnas, el largo
vehículo avanzó con rapidez hasta alcanzar la parada. Llegaba el momento de la
despedida.
- Gracias por este rato, Roberto. Lo digo en serio.
El chico no
contestó, sólo sonrió y agachó la mirada, ruborizado. Con dos dedos de su mano
diestra, acarició el carrillo izquierdo de la chica. No pensaba que aquello
pudiera derivar en lo que en ese momento le pedía el cuerpo, pero decidió
dejarse llevar por la piel y se acercó dos pasos, hasta que sus rostros
prácticamente quedaron pegados.
- Eres muy bonita. Sé que te parecerá una locura, pero me gustas mucho.
Ella esbozó
una sonrisa, conmovida, sin apartarse un centímetro de Roberto. Así se
mantuvieron un tiempo, mientras el resto de pasajeros montaba en el autobús. Él
acercó su cara un poco más, hasta que sus labios casi se rozaron. Pasaron
algunos segundos más, deliciosos, pero a la vez angustiosos, larguísimos para
Roberto, a la espera de la respuesta de su acompañante. Por fin, lo
correspondió y completó la distancia, regalándole un beso que disipó por
completo el frío castellano.
- Vas a perder el búho-. Dijo Roberto, preocupado.
- Qué más da. Si lo cojo, me perderé mucho más.
- ¿Zapatos? ¿Te encuentras bien?
- Un día es un día. He quedado, y por una vez, no me apetece ir hecho un guarro como siempre.
- No olvides ponerte camisa. Y ya que estás, los cuellos para arriba. Ah, y aféitate, ja, ja.
- No te pases, Hakim, y a ver si aprendes algo. Ya es hora de que algún día quedes con una chica. Me refiero a una que quiera algo más que comprarte chocolate, ja, ja, ja.
- Hijo puta, ya vendrás esta noche a pedirme unos canutos para pasar el mal trago de las calabazas que te van a dar, perro.
- Anda moro mío, no te enfades. Si te portas bien, a lo mejor te traigo otra chica para ti, je, je.
Las chanzas
de Hakim estaban del todo justificadas. No era normal ver a Roberto preocuparse
tanto por su aspecto. Tras calzarse, se metió en su habitación y se criogenizó
con cantidades industriales de desodorante, después de lo cual se colocó la
camiseta más limpia que tenía y una discreta sudadera que, a diferencia del
resto de su ajuar, no contenía simbología anarquista. Cuando salió al pasillo,
todavía lo rodeaba una nube de Axe, lo que provocó nuevas carcajadas de su
compañero de piso.
- Me vas a ahogar, tío.
Pero Roberto
había decidido ignorarlo. Entró en el baño, abrió un bote de colonia y abusó de
su contenido, ante las carcajadas de Hakim. Cuando terminó, cogió las llaves y
la cartera. Al metérselas en el bolsillo, la cartera se cayó al suelo.
- Pero Rober, estás todo nerviosito, ja, ja. Sí que te preocupa esta cita.
- Cállate, anda.
- Está bien, ya dejo de meterme contigo.
Roberto concluyó
de prepararse y se dispuso a salir del piso, antes de lo cual estrechó la mano
de Hakim, que le deseó suerte.
- Por cierto, ¿quién es la chica?
A pesar de
las advertencias de Roberto, el autobús se marchó.
Tres cuartos
de hora después, la pareja pasaba junto a la comisaría que el muchacho tenía
enfrente de casa. Al marcharse el búho, la chica se resignó a coger un taxi
para llegar a su hogar, pero Roberto la invitó a pasear, sin prisa, hasta la
suya, donde podrían seguir disfrutando de una noche única. Lo normal era que
una persona empleara entre veinte minutos y media hora para recorrer la
distancia que separaba el centro de la ciudad de aquella calle del barrio de
las Delicias, pero ellos se lo tomaron con calma, besándose en cada farola,
como los amantes de la canción de Sabina, aunque en este caso, ni era un pueblo
con mar, ni se conocieron después de un concierto.
Precisamente
en uno de esos abrazos clandestinos, la chica no vio el poste de una señal de
tráfico con la que se estampó cómicamente. Borracha como estaba, y confundida
por el golpe, cayó rendida sobre el capó de un coche aparcado junto a ella.
Allí, tendida, comenzó a reír de forma frenética, divertida por su torpeza.
Roberto, que durante una fracción de segundo se había preocupado por el estado
de su acompañante, se contagió de esas carcajadas y se echó sobre ella, encima
de aquel Peugeot 205 verde. En cuanto comenzaron a besarse, las risas cesaron y
la pasión se desbordó, pese al frío.
Un claxon
interrumpió la tórrida escena. Los dos jóvenes alzaron la vista y comprobaron
que se trataba de una patrulla de la Policía Nacional que volvía a la
comisaría. Los agentes no querían pasarse de aguafiestas, pero sí debían dejar
claro que aquel no era el mejor lugar para lo que iban a hacer. La dama, otrora
vergonzosa y asustadiza, se sentía valiente por el alcohol, de modo que hizo
ademán de cuestionar la instancia policial. Aquello podía haber derivado en
algo más serio de no haberle Roberto, con antecedentes por desórdenes y
experiencia en el trato con la autoridad, hecho ver que la petulancia no les
traería más que problemas y que era mejor que subieran a su piso para rematar
la faena. Tal vez en otro momento, él hubiera sido el primer provocador, pero
esa noche no podía permitir que nada ni nadie echara por tierra el polvo que lo
esperaba en su habitación.
De nuevo
entre risas, corrieron por aquella calle hasta meterse en su portal, donde
comenzaron a desnudarse frenéticamente mientras subían las escaleras. Tan
afanados estaban, que apenas pusieron cuidado en evitar hacer ruido al entrar,
hasta el punto de que dieron un recio portazo al meterse en la pieza de
Roberto, desasosegando así al pobre Hakim.
Su compañero
de piso tenía razón. Era cierto que había salido nervioso de casa, con
inusuales zapatos y empapado en perfume. A Roberto lo encantaba aquel pub
irlandés de la calle Cebadería. El ambiente era íntimo, con una calculada
penumbra compensada por una vela en cada mesa. Debido a esto, tuvo que
concentrarse a la hora de comprobar que ella no estaba todavía en el bar.
Mientras esperaba con una pinta de Paulaner para remojar la ansiedad, se
preguntó el porqué de esa sensación, si sólo era uno más de los encuentros
acordados para superar la marcha de Marcos. Pero no era uno más, pues algo
empezaba a sentir por ella, y el corazón lo animaba a lanzarse en busca del
amor, aunque a la vez sentía que así traicionaba al mejor de sus amigos. Qué
hacer.
Juan Martín Salamanca |
Su
razonamiento se interrumpió y su debate interno quedó aparcado. De repente,
brotó un presagio de la pasión que se desataría luego y que tantas molestias
causaría en su sueño a Hakim.
Margarita
entró por la puerta.
Continuará…
Bueno Juan, cada vez lo complicas más. Amor, nostalgia, camaradería, deseo, alcohol y droga. No falta de nada. Sigue así, por favor
ResponderEliminarBuen capítulo, fluido interesante! me ha hecho esbozar algunas sonrisas! Saludos!
ResponderEliminarGenial, Juan, como siempre...
ResponderEliminarConfusiones, enredos y picardía en esta entrega de Escalera de Corazones. Muy bueno Juan.
ResponderEliminarMe ha encantado Juan ,espero tu próxima entrega del día 22 de Junio.Saludos
ResponderEliminarMe encanta, me estoy enganchando por momentos. Espero impaciente la siguiente entrega. Un saludo.
ResponderEliminarmuy bueno Juan, me gustó, ya me tienes enganchado a la historia, cada vez se enreda más. Un saludo
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