Pasé hasta el fondo del autobús sentándome tras un profundo suspiro. Estaba agotada, y el calor no ayudaba en absoluto. Otro día había pasado inadvertido, sumido en la monotonía. Levantarse, trabajar, comer, volver a casa tan agotada que no sentía ánimos de hacer nada más. Sólo acostarme para volver a repetir lo mismo, día tras día, semana tras semana...
Intenté concentrarme en la lectura pero sentí que me observaban, levanté la vista por encima del libro observando con disimulo a los demás viajeros. Muchos de ellos ya eran caras familiares, mis conocidos en el ciclo cerrado que era mi vida pero extraños al fin y al cabo.
Nuestras miradas se cruzaron quedándose atrapadas sin escapatoria, ante el sentimiento confuso que nos invadió. Nunca nos habíamos visto antes pero sentía como si fuese parte de mí y yo parte, de él. Noté cómo me ruborizaba. Oculté mi cara tras el libro, me sentí avergonzada por mi reacción, me comportaba como una chiquilla que está empezando a descubrir la vida.
El asiento que estaba junto a mí quedó libre y él se sentó a mi lado. Mi corazón latió con fuerza, me reprendí por mi estúpida reacción. Miré de reojo, me miraba fijamente, su expresión delataba su confusión. Finalmente se decidió por hablar sobre el tiempo. Esbocé una leve sonrisa. ¡qué típico! poco a poco la conversación comenzó a ser más personal, más íntima. Casi sin darnos cuenta nos contamos nuestras aspiraciones frustradas por las ramas del destino. ¿Por qué le contaba todo ésto?¿Por qué me lo contaba todo él a mí?. Hablamos durante todo el trayecto, aunque nunca le vi antes sentía que no era un desconocido. Finalmente llegué a mi destino, nos despedimos como si nos volviésemos a ver más tarde. Bajé del autobús, me despidió con un gesto con la mano a través de la ventanilla. Y le vi desaparecer.
Regresé a casa con energía renovada. Pensando en todo momento nuestra conversación, en poco tiempo, en un breve trayecto de autobús, le conté mi vida y él la suya. Esa noche, cuando el sueño venció la batalla contra mi euforia, me dormí con la imagen de sus ojos clavados en mí.
A la mañana siguiente esmeré aún más la imagen de mi aspecto, escogí la ropa que mejor me sentaba, el peinado que más me favorecía. No era un día más, nunca volvería a ser igual.
Sentía que el tiempo pasaba insoportablemente despacio, los minutos parecían horas; las horas, días. Al fin llegó el momento que tanto había deseado, el autobús llegó y me senté en el fondo de nuevo. Observé con nerviosismo a todas las caras, algunas conocidas, otras extrañas. No le vi.
Cada parada en la que el autobús se detenía, miraba con impaciencia a las personas que esperaban en ella, pero a medida que se acercaba mi destino la decepción se apoderó de mí. Me sentí estúpida, me reprendí por mi actitud. Aún así, esperé verle cada día, hasta que vinieron las semanas, los meses...
Apenas recuerdo su rostro, el tiempo ha puesto un velo entre nosotros pero su mirada perdura tan fresca en mi memoria como el primer día. ¿Por qué no pregunté su nombre?¿Por qué no le dije el mío?.
Diez años pasaron desde aquel día. Dejé su recuerdo en el fondo de mi memoria. Había construido un horizonte, había creado una familia. Ahora tenía otra rutina, otros objetivos, otras ilusiones...
Seguía todo igual, aunque con distinta perspectiva y nuevos objetivos.
El autobús llegó retrasado a causa de la lluvia. Caminé manteniendo el equilibrio mientras secaba la lluvia de mi cara con el dorso de la mano. Y le vi, allí estaba frente a mí. Aunque su rostro estaba ligeramente cambiado a causa del paso de los años, le reconocí al instante. Sus ojos, su mirada era la misma. No hizo falta preguntarme si me reconocería porque su mirada lo delataba. Me senté a su lado, cruzamos nuestras miradas una vez más sin saber qué decirnos. Miles de cosas se me pasaron por la cabeza para iniciar una conversación pero las palabras se aferraban en el fondo de mi garganta resistiéndose a salir. Notaba cómo me lanzaba miradas furtivas, intentando posiblemente, iniciar la conversación.
El trayecto transcurrió tras vanos intentos de ambos para entablar una conversación. Quería volver a hablar con él, pero ¿qué decirle?; ¿qué esperaba?; ¿qué contarle?.
Finalmente bajé del autobús, nos miramos fijamente a través de la ventanilla mientras se alejaba, regresé a casa con tristeza. Hace diez años le vi por primera vez y le dejé marchar. Hoy le volví a ver y nada cambió. ¿Estaríamos predestinados a conocernos? No, no lo creo, nuestro sino es alejarnos el uno del otro. Volvería a ocurrir una y otra vez, es lo que me dije para intentar convencerme a mí misma, pero no lo logré.
Cuando llegué a casa, me dejé caer en el sofá, entonces me incorporé rápidamente. Ya sabía qué tenía que haberle dicho: - ¿Cómo te llamas?, Mi nombre es... ¿Qué más da? Ya no importa, las oportunidades que se dejan escapar, nunca podrán regresar.
Sylvia Ellston.
Nunca hay que dejar pasar las oportunidades de hacer esas cosas, con las cuales, tenemos un pálpito. Cierto es que, tal vez, la caída sea mayor. Pero como siempre digo, tanto ser impulsivo, como caerse de boca, son actos humanos.
ResponderEliminarUn abrazo, Eva.
Exactamente Jorge y precisamente a causa de esos actos, siempre encontraremos a lo largo de la vida, oportunidades que desperdiciamos u otras que debíamos haber declinado. Y eso, que somos humanos y por lo tanto, llenos de errores.
EliminarSylvia, me snetí muy identificado con el relato. Me ha pasado muchas veces lo que cuenta la historia. Lo peor es que después uno se queda con la senación de "y qué hubiera pasado".
ResponderEliminarMuchas gracias Gontxu. Así se resumiría lo que mayormente escribo, siempre dejo puntos suspensivos y una pregunta en el aire. Porque son historias de todos, ya sea un autobús, un amigo que se marchó o una palabra jamás pronunciada. Nos resistimos a poner punto y final a todo cuanto nos ocurre (sea bueno o malo)
EliminarOhh, qué tristeza. La verdad es que hay personas que quedan grabadas tras un sólo instante, y más cuando la cobardía nos impide intentar algo más y queda para siempre el lamento de lo que pudo ser y no fue. Muy bien narrado, Sylvia.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Juan, a veces ocurre eso, que un hecho que podría ser una simple anécdota, puede llegar a marcarnos toda la vida con el estigma de la eterna pregunta sin respuesta... ¿Y si...?
Eliminarbuen relato, atrae su lectura.
ResponderEliminarMuchas gracias Nuria
EliminarUn relato emotivo por lo que trasciende de él. Todos hemos vivido en algún momento algo parecido, y todos nos hemos arrepentido de la misma manera en que lo hace la protagonista. Has removido recuerdos, seguro. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarMe emociona que pienses que son recuerdos propios. Pero he de decir que no es así, es un recuerdo sí, pero de otra persona que pidió que lo relatase desde mi punto de vista.
EliminarMuchas gracias, Bechotes sevillanos.
Interesante relato, me lleva por ese mundo que me hace cuestionar el destino! Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias. Lo que somos y lo que vivimos es el resultado de todo cuanto hacemos. Bechotes.
EliminarHay oportunidades que se deben tomar en el momento. En un relato tímido y de enredos se esboza una gran trama mental de la protagonista, y como uno se lamenta más de lo que no hace. Gracias Sylvia.
ResponderEliminarGracias a ti Carlos. Si tuviese un estilo propio (aún estoy buscando uno donde estar cómoda) podría decir que es éste. Me gusta jugar con un final abierto en el que la siguiente página en blanco la rellena el lector con sus cavilaciones y deducciones.
EliminarBechotes sevillanos.
Muy buen relato Sylvia, creo que eso nos ha pasado a todos alguna vez,a veces dejamos de conocer a personas seguramente maravillosas simplemente por falta de valor. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Jose.
ResponderEliminarTe doy toda la razón, pero añado algo más. A veces no es por falta de valor, también ocurre por falta de interés. Muchas veces nos dejamos llevar por el prejuicio y cerramos puertas a gente maravillosa.
A mí me pasó una vez, por suerte, la segunda oportunidad sí la aproveché y pude descubrir a una gran persona y además, muy sabia, donde ante solo veía frialdad y despotismo. Fue una gran suerte para mi, porque ese gran hombre falleció a los pocos meses y de no haber dado mi brazo a torcer, me hubiese perdido conocer a una bella persona que conocí la primera vez en un mal momento de su vida.
Bechotes.