-Pero
qué alegría escucharte, chaval, como siempre. Ahora escúchame, lamentablemente tengo que colgarte, porque ya
llega mi grupo…
El llamado había acontecido mientras Guillermo se encontraba
acondicionando , como todos los Jueves, el living de su apartamento para transformarlo
en “consultorio” para su grupo de terapia. Guillermo se puso extático al
escuchar la voz de su amigo Jordi del otro lado del auricular.
Guillermo había vivido algunos años en Barcelona cuando
era joven, persiguiendo a una catalana de la que se había enamorada
perdidamente. El lugar le había encantado y decidió quedarse a vivir allí por
tiempo indefinido. Pero luego se aburrió y se volvió para la Argentina, a
terminar sus estudios de Psicología. Sin embargo, de toda esa época-sus “años salvajes” como él le decía- le
había quedado su amigo Jordi, su compi, su colega, su mejor amigo.
-Oye…¿Qué no me vas
a saludar?
Guillermo dudó… ¿Qué fecha era hoy? Definitivamente no
era el cumpleaños de Jordi ya que él cumplía en pleno invierno español y solían
ir a festejarlo a Andorra.
-Macho…qué
hoy es mi santo…Sant Jordi!
Claro. Los españoles y su manía de festejar los santos,
cosa que no se estilaba en Argentina. “Somos
un pueblo de herejes” solía decirle Guillermo a su amigo.
-Pero claro! ¡Qué
gilipollas!-cuando hablaba con Jordi, Guillermo automáticamente cambiaba al
español castizo de España-Felicitats,
amic!
Si había algo que Guillermo recordaba bien –en su mente y
en su cuerpo-eran las celebraciones de Sant Jordi, donde él y su grupo de
amigos terminaban siempre desmadrados por algún lugar de Barcelona.
El timbre sonó.
-Oye
Jordi, te tengo que dejar, me están tocando el timbre. Te quiero, macho! Adeu!
Como de costumbre, los seis pacientes fueron llegando y cumplieron
con la rutina ya instalada de descalzarse y formar un círculo alrededor del piso, sobre la
alfombra con la cara de Buda.
-Hoy les voy a contar una historia-dijo Guillermo,
muy entusiasmado ante la idea que su conversación telefónica con su amigo
catalán le había despertado en su imaginativa y versátil mente.
“Cuenta
una leyenda que en la Edad Media, todo un reino estaba siendo aterrorizado por
un feroz, bestial y despiadado dragón, el
cual con su aliento flamígero apestaba todo, causando estragos en la cosecha y
el ganado. Los habitantes del pueblo
trataban de mantenerlo alejado de sus murallas dándole de comer sus animales
pero cuando estos se acabaron, no tuvieron más remedio que hacer lo más temido:
comenzar a sacrificar a sus propios habitantes.
Día tras día,
minutos antes de ponerse el sol, se arrojaban
los nombres de los habitantes a una olla-incluyendo al Rey y su familia-y así
se decidía quien moriría a la mañana siguiente. Hasta que una tarde la
“elegida” fue la princesa Nuria (Guillermo se había inventado el nombre en
honor a su ex amor), el tesoro más preciado del rey. Por más que su padre,
desconsolado pidió que no, la hermosa joven salió de las murallas, a dirigirse
estoica hacia su triste destino. Voraz y terrible, el dragón avanzaba hacia
ella hambriento para devorarla, cuando de repente, de entre la bruma, surgió un
apuesto caballero llamado Jordi, todo vestido de blanco sobre un caballo alado del
mismo color, y quien acto seguido
arremetió contra la bestia. El animal, herido de muerte, se sometió a Jordi,
quien le ató a su grueso y escamoso cogote una de las puntas del cinturón de la
princesa. Nuria tomó la otra punta del cinturón y condujo al dragón como si
fuera una mascota hasta la puerta de la ciudad, dejando a los habitantes
atónitos de asombro.
Una vez
en la puerta, y a la vista de todos, el gallardo y apuesto Jordi levantó su espada mágica y remató a la bestia
de un certero golpe. Un gran charco de sangre se fue formando debajo del
dragón-el cual, acto seguido, fue absorbido por la tierra- y en aquel mismísimo
lugar al instante creció un rosal y de
sus ramas brotaron rosas rojas como la sangre. Jordi obsequió a la princesa una de esas rosas y
desde ese momento se convirtió en un mito. A partir de ese día, en un día como hoy, se conmemora el Día de Sant Jordi en muchos
países, en donde todos deben regalar un rosa y un libro (aunque en realidad, Guillermo
no recordaba a ciencia cierta él por qué del libro).
Todos
lo miraron con ojos atónitos, como esperando algo más. Ya sabían que Guillermo
no se caracterizaba por su ortodoxia a la hora de la terapia, así que de una manera
u otra, sus pacientes imaginaban que algo se traía entre manos. Justamente era
eso, lo imprevisible, lo que hacía amena la terapia. Casi todos ellos eran
hombres clásicos, rutinarios, apegados a sus costumbres pero el Licenciado Guillermo
Macedo lograba sacarlos de su zona de confort.
-Pero
en nuestro país no se festeja-dijo Alejandro con su voz queda-Ni sabemos quién es San Jorge. Yo solo
conozco a San Expedito, al Gauchito Gil y a Santa Gilda. Y hay una señora en mi
barrio que le pide siempre a San la Muerte…
Fausto y Damián cruzaron miradas cómplices e
irónicas por la ingenuidad de su compañero de terapia que creía en esas cosas.
Aunque Fausto, quien por supuesto nunca lo admitiría ante nadie, en su
desesperación por un trabajo, llegó un día a ir a la Iglesia donde se exponía
la figura de San Expedito, y hacer las largas horas de cola para pedirle al
santo por su posición. Pero nada pasó y sus deudas-y descenso social-siguieron
acumulándose.
-La
cuestión es esta-dijo Guillermo…Quiero que cierren los ojos por unos
minutos e identifiquen qué o quién es el “Dragón” en su vida, ese monstruo
feroz al que tienen que vencer.
Todos cerraron los ojos, tratando de bucear
en sus mentes qué o quién era ese voraz dragón al que tenían que vencer.
Damián, el músico en decadencia, fue el primero en levantar la mano.
-Mi
carácter infantil, caprichoso y adictivo que me lleva a una vida caótica. Pero
pensándolo bien, creo que hay un monstruo más grande que eso: mi madre. Ella es mucho peor que el Dragón, seguramente
de haber estado Doris ahí, se lo hubiera comido ella a él.
Guillermo sonrió. De todos sus pacientes,
Damián era el de menor capacidad auto-crítica, con una tendencia a no hacerse
responsable de las situaciones-“se dejaba
llevar” solía decir- y sobre todo con un Edipo hacia su madre terrible sin
resolver. Pero sin embargo, en el último tiempo, había mejorado bastante y esa
asunción significaba una gran perla en su terapia.
-Mi
Dragón sería lo que hice-dijo José Francisco, refiriéndose con “lo que
hice” al triple asesinato que había cometido hacía años y por el cual había cumplido
condena en prisión y había salido antes por buena conducta.
-Pero
creo que ya pagué por él y tuve mi castigo-agregó.
-Y no
hay nada que te de miedo y que tengas que vencer?-intervino Guillermo.
-No
suelo tenerle miedo a nada, sobre todo cuando creo que tengo la razón, y por lo
general la tengo.
Sus compañeros se rieron, sin darse cuenta
que el bioquímico no hablaba en broma y creía fervientemente en sus palabras.
-Tu
rigidez podría ser tu dragón-le dijo Fausto, quien se había convertido en
excelente a la hora de marcarle cosas a sus compañeros, aunque no así tanto
como para abrirse a las suyas propias.
José Francisco lo miró altivo, con una mirada
pétrea digna de Medusa.
-Sin
embargo-continuó José Francisco-quizás
SÏ tenga un “dragón”. Me perturba la idea de ver y enfrentarme a mis hijas.
-Bueno,
eso no es un tema menor-fue la devolución de Guillermo.
José Francisco no veía a sus dos hijas hacía
casi veinte años. Ninguna de ellas había querido ir a verlo a la cárcel y les
había perdido el rastro.”Monstruo” había sido la última palabra que había
escuchado de su hija mayor.
Darío levantó la mano para hablar.
-Yo
creo que mi dragón es mi exigencia a la hora de las relaciones. Esa cosa de
fantasear con una relación perfecta que no existe. ¿Cómo se me pudo ocurrir que
podía tener una relación con un chico de diecisiete años? Porque no era solo el
sexo como todos piensan…Yo REALMENTE apostaba a una relación, simplemente no
pensaba en la diferencia de edad…
El ambiente se ponía tenso cuando el
futbolista mencionaba su tortuosa historia de amor con “Yonatan con Y”. Pero Guillermo, a quien casi nada lo espantaba,
siempre encontraba la palabra justa. Además, el trabajo terapéutico con Darío
era el opuesto al de Damián: Darío solía ser muy auto-critico y exigente
consigo mismo, llegando al auto-flagelamiento moral. Pese a su temperamento apasionado,
al futbolista le costaba mucho conectarse con el deseo y el placer. Por eso,
las pocas veces que lo hacía…se producía una hecatombe.
-Bueno,
Darío, pero acordate que estás por llegar a la edad en que la mayoría de los hombres
quiere dejar a sus mujeres por una chica apenas mayor que sus hijos…
-Hey,
yo no-gritó Fausto-Yo amo a Debbie y
no la dejaría por nada del mundo. Es la madre de mis hijos, mi compañera, sobre
todo ahora que las cosas no están tan bien.
-¿Y vos,
Fausto? ¿Cuál es tu dragón?-aprovechó Guillermo, dejando al
ex Directivo de Marketing sin palabras.
-Creo
que está más que claro, no?
-Aclará,
que acá no importa que oscurezca.
-Bueno,
ya saben, por eso estoy acá. Porque lo perdí todo.
-¿Todo?
-Bueno,
todo no, podría ser peor. Pero ese es mi dragón, el haber perdido mi trabajo,
mi profesión, mi status y sobre todo la seguridad. Para mí desde chico la
seguridad siempre fue algo importante, no sólo
la económica, sino también la seguridad de saber que yo “podía”, que era
un hombre capaz, con recursos para abastecerme y abastecer a los míos. Me
acuerdo que de niño, solía juntar monedas en un tarro para mi futuro, mientras
mis amigos se lo gastaban en figuritas. La inseguridad, la incertidumbre, el
desazón, son todos sentimientos nuevos para mí…
Guillermo notó como los ojos de Fausto se
llenaban de lágrimas, aunque se notaba la fuerza que hacía para reprimirlas.
Alejandro, sentado al lado de él, le alcanzó unos pañuelos de papel tissue.
-Bien.
¿Y el resto? ¿Robertino, Ale?
-No sé,
calculo que mi gran dragón es el accidente-contestó Robertino, lacónico
como siempre, refiriéndose al accidente automovilístico que había tenido
algunos años atrás, donde había sido el único sobreviviente.
-Soy
medio autista por naturaleza, pero creo que el accidente me lo agravó. Nunca
tengo ganas de estar con nadie, solo quiero estar encerrado en mi dormitorio,
con mis videojuegos, sin que nadie me moleste. Es como si hubiera cambiado mi
vida real por una virtual.
Cuando Robertino terminó, se hizo un gran
silencio y todos pusieron su vista en Alejandro, el introvertido mecánico, que
como muchas veces, era el último en decir algo. Alejandro se sonrojó ante
tantas miradas. Y su respuesta no hizo más que seguir confundiendo al grupo,
que ya estaba desorientado por los mensajes crípticos del muchacho.
-Mi
dragón es…es…bueno, es la sociedad. A
diferencia de Robertino, yo sí quiero estar en sociedad y participar y que me
acepten como soy.
“Qué me
acepten como soy” anotó Guillermo en su cuaderno. Era la enésima vez en meses de
sesiones que Alejandro decía esa frase. Pero aún no había explicado lo que
significaba, “como era” y qué era lo
que tanto temía que la sociedad rechazara de él.
-Bueno,
a partir de ahora, nos vamos a enfocar bien en tratar de vencer a esos dragones
que nos quieren aterrorizar-dijo el terapeuta retomando el mando de la
sesión.
-Y
además, para terminar con un broche de oro esta historia de Sant Jordi, les voy
a dar “Tarea para el hogar”…
Todos rieron con cara de “qué se traerá ahora”.
Los ojos de zorro de Guillermo brillaban más que nunca.
-El jueves
que viene es feriado, así que no vamos a vernos hasta dentro de quince días.
Por lo tanto, quiero que en ese tiempo, hagan lo siguiente: le van a regalar
una rosa y un libro a alguien. Pero ese alguien tiene que estar relacionado con
sus dragones. Esa rosa y ese libro los tienen que convertir a ustedes en una
especie de Sant Jordi y permitirles atravesar algo, como esos nativos que
caminan sobre brasas.
Atravesar algo. Caminar sobre brasas.
Guillermo se sintió orgulloso de sus propias palabras sin saber que esa
dinámica de las rosas y los libros, traería un desencadenamiento de eventos de
los cuales no habría vuelta atrás.
CONTINUARA…
Excelente!!!
ResponderEliminarPues que puedo decir. Tus "machos" tendrán que enfrentar a sus dragones, y muchas veces destapar dragones olvidados trae los más imprevisibles resultado. Si, aquí de este lado del Charco Atlántico es San Jorge y no lo celebramos (mucho). Así que gracias por servir de contrapesa, Gonzalo. Ansioso de seguir leyendo.
ResponderEliminarMuy entretenida tu historia en esta terapia de machos. En realidad todos tenemos nuestro dragón,nuestros miedos que hemos de saber vencer para seguir adelante.
ResponderEliminarUn saludo
Entretenido y didáctico.....para eso lo de los libros......Feliç Sant Jordi.
ResponderEliminarCristian
Enla la línea de siempre Carlos, inmenso, felicidades
ResponderEliminarAh Carlos, muy bien con esta terapia de machos, como de costumbre nos as mostrado una narrativa muy profunda. Definitivamente que me encantan estas terapias.
ResponderEliminar