La sala
de espera estaba desierta, se sentó y se puso a leer un libro de bolsillo.
Pronto se sintió inmersa en aquella historia y no se dio cuenta cómo la
estancia se iba llenando de gente. Salió la enfermera y comenzó a decir los
nombres de los pacientes que habían de pasar; pero ella seguía leyendo y no se
inmutó. Uno a uno fueron entrando a la consulta hasta que al final sólo quedaba
ella. La enfermera, con su mirada fija en aquella señora, le habló:
—Señora, señora...
La enfermera increpaba a aquella mujer completamente invadida por el
libro. Al no contestar, decidió acercarse. Le tocó el brazo y fue entonces
cuando reaccionó:
—Pero, ¿qué?
—Ya han entrado todos los pacientes y usted sigue
aquí.
—¡Ah!, ¿es que había más gente?
—Claro, la sala estaba llena. Usted, ¿no va a entrar?
—Sabe qué, volveré otro día; ahora sólo me interesa
acabar esta historia y averiguar el final.
La enfermera se quedó
perpleja y la mujer desapareció.
Gracias Eva por la publicación
ResponderEliminarBueno, parecería una obra de ficción pero... a mi me ha pasado, pero en los autobuses. Estoy tan absorto que llego a la primera parada y me pierdo. Gracias Carmen.
ResponderEliminarGracias Carlos por tu comentario. Es que sin los libros no seriamos nada; aunque también hay que estar pendiente de otras cosas.
ResponderEliminarUn saludo
Ciertamente tienen ese poder de hacer que nos involucremos en ellos cuando la literatura es buena, y una que otra vez me han hecho no dormir por no quererlos cerrar! buen relato Saludos!
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