UNA
PEQUEÑA TRAMPA
La estridencia del timbre la hizo
saltar sobresaltada de la cama.
Miró el reloj. Eran poco más de las
diez de la mañana. Su hijo estaba ya en el colegio. Y su marido había salido
hacía ya dos horas rumbo al trabajo.
Ella se había levantado temprano,
había puesto la calefacción, había dado el desayuno a Pablito, lo había llevado
al cole bien abrigadito y había vuelto a acostarse al volver a casa. Se sentía
perezosa esa mañana, algo que se permitía desde que se había quedado en el
paro. La parte buena del desempleo era que tenía ahora más tiempo libre para
dedicarse a sí misma pequeños placeres cotidianos, como éste de quedarse
remoloneando en la cama, arropada bajo el cálido edredón nórdico, hasta media
mañana.
Mientras se dirigía al telefonillo,
iba abrochándose la bata y refregándose los ojos. Sería el cartero. Siempre
tocaba el timbre para avisar que había dejado cartas en el buzón, cosa que
fastidiaba enormemente a Marisa, sobre todo cuando la obligaba a levantarse.
Pero no. “De la compañía telefónica”,
dijo una voz de hombre. Y Marisa recordó que había pedido que vinieran a
reparar el aparato. “Ah, sí, adelante” —dijo, ahogando un bostezo que se
empeñaba en estallar.
Abrió la puerta e hizo pasar al
hombre. Le indicó el lugar donde se hallaba el teléfono fijo y él se dispuso a
desarmarlo.
Marisa lo miró un instante. Fue
suficiente para sentirse atraída por él, que ni siquiera parecía haber reparado
en ella. “Mejor —pensó—, debo de estar horrible en este momento.”
Se dirigió a la cocina a preparar
café.
Siempre había oído historias de
mujeres que se iban a la cama con hombres como ése y en situaciones similares,
estando sus maridos en el trabajo. Es algo que sale en multitud de chistes y
rumores de todo tipo. Ella jamás le había sido infiel a Mario, y la verdad es
que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la idea, y si se le había
pasado, la había descartado de inmediato. Hasta este momento.
Desde hacía diez años estaban casados,
y eran lo que se dice un matrimonio bien avenido. Llevaban una vida tranquila,
sin apremios económicos a pesar de que ahora entraba un sueldo menos. Su casa
era confortable y nada enturbiaba su paz. Pasaban los fines de semana en la
casa de la montaña que había heredado de su familia, donde ella y el niño
mantenían un pequeño huerto que ya empezaba a dar sus frutos. Mario se ocupaba
del jardín, preparaba carne asada en las brasas del hogar en invierno, y en la
barbacoa del patio en verano. Y, sobre todo, allí tenían tiempo para amarse a
gusto. Seguían tan enamorados como el primer día, y se creaban un divertido
juego de seducción que sólo surtía efecto los fines de semana allí, si las
condiciones eran ideales, si no tenían invitados...
Sin embargo, Marisa comenzaba,
últimamente, a reconocerse algo insatisfecha.
Querría tener a Mario, piel con piel,
durante más tiempo, en circunstancias no programadas.
Querría que lo que ocurría en la cama
con él no fuera tan previsible y repetido.
Querría desearlo más y sentirse más
deseada por él.
Su cuerpo a veces se rebelaba y le
pedía más, y se lo pedía a gritos que Marisa se esforzaba por disimular. No le
había contado estos sentimientos a Mario, porque no le gustaba hablar con él de
estas cosas; a ella le parecía que el hecho de hablar tan explícitamente de
ello le quitaría espontaneidad a la relación... Hubiera querido que él lo
notara e hiciera algo para sorprenderla, para renovar el deseo, que tuviera
alguna iniciativa diferente en ese sentido, no ser ella quien siempre iniciaba
los acercamientos íntimos...
Siempre quedaba la posibilidad del
adulterio, tener de tanto en tanto una aventura, pero cómo y con quién. Además,
le asustaba la idea de hacer el amor sin amor, porque jamás lo había hecho de
ese modo.
Aunque hay que decir que también la
tentaba la idea. Por eso la relegaba al terreno de la fantasía que, de todos
modos, canalizaba cuando se acostaba con su esposo. Así, no se sentía culpable
y de paso enriquecía la sexualidad de los dos.
Porque, a decir verdad, Mario tenía
mil caras y mil cuerpos diferentes en la rica imaginación de Marisa. Así que,
sin él ni siquiera sospecharlo, le hacía el amor con la crueldad de un sádico,
como un caballero romántico y apasionado, como un animal en celo, como un
jovencito inexperto o como un amante furtivo.
Era sólo una pequeña trampa.
Marisa se preguntaba si él también
tendría este tipo de fantasías, si también haría estas pequeñas trampas en el
lecho conyugal, cuando la acariciaba entre sueños de una manera extraña, o la
penetraba con inusual violencia, o cuando le hacía darse la vuelta para hacerlo
por detrás... Esta idea de las supuestas fantasías de Mario le producía unos
pequeños celos que resultaban tremendamente beneficiosos, porque en esos
momentos ella no tenía que inventarse historias para erotizar su piel dormida.
¿Cómo sería hacer el amor con un
hombre real al que jamás hubiera visto antes?
Sólo se atrevió a planteárselo al
encerrarse en el lavabo, mientras el operario de Movistar seguía con el
teléfono, mientras ella se lavaba la cara con agua fresca y se cepillaba los
dientes frente al espejo, mientras se peinaba lentamente y su mirada recuperaba
poco a poco su brillo habitual.
Se sonreía a sí misma con complicidad
ante sus disparatados pensamientos.
Pero en su interior la decisión ya
estaba tomada. Se serviría una taza de café y le convidaría otra al hombre.
Mientras tanto, se daría cuenta de si él comprendía su intención y, en tal
caso, intentaría seducirlo.
Se
sintió excitada imaginando las miradas, las inevitables frases que sería
necesario pronunciar.
No —pensó-, sería mejor no hablar, no
pronunciar ni una sola palabra, y actuar con naturalidad después del café.
Tomarlo de la mano y conducirlo en silencio a la habitación. Pero la cama
estaba revuelta y la ropa desordenada, ¡la habitación estaba patas arriba! No
le parecía el escenario ideal para una aventura que sería, quizá, la única de
su vida. Sería mejor hacerlo en el salón, en plan salvaje, con música de jazz
(ya estaba el CD puesto, sólo había que pulsar el PLAY). Con la alfombra blanca
peluda y suave bajo sus cuerpos desnudos. Un poco de sol se filtraría por la
cortina, sólo lo suficiente para verse. (Marisa estaba harta de hacer el amor a
oscuras.) Quería verlo, registrarlo todo en su memoria, hasta los más pequeños
detalles. Sería una relación apasionada y fría al mismo tiempo. Tal vez él le
diría cosas, o la trataría como a una princesa... O mejor aún, la trataría como
a una cualquiera y ella gemiría y gozaría sin ningún pudor, porque, total, no
volvería a verlo nunca más.
Antes de salir del lavabo, Marisa
respiró hondo porque estaba agitada, y se humedecía ya su entrepierna sólo de
imaginar lo que vendría. Sí, estaba dispuesta a gozar del sexo puro, sin pensar
más que en ella misma y en su propio placer. ¡Era ahora o nunca!
Ya en la cocina, sirvió un café con la
mano temblorosa, y escuchó ruido de herramientas junto al teléfono. Decidida y
con su mejor sonrisa, preguntó, por decir algo, cuál era la avería y si era
difícil el arreglo. El hombre, gentil y respetuoso, respondió que ya había
acabado, que se trataba de una tontería.
Esto desconcertó a Marisa, que no
había contado con esa posibilidad. Y, aunque hubo una pausa mientras él cerraba
el maletín, no se atrevió siquiera a ofrecerle el café. Porque el hombre ya
decía: “Bueno, adiós, señora, y que tenga usted una feliz Navidad”. “Adiós,
gracias y felices fiestas también para ti”, se oyó decir Marisa.
La había llamado “señora” y la había
tratado de “usted”. Y ni siquiera la había mirado.
Bebió el café de un trago y encendió
el primer cigarrillo del día.
Se puso en actividad de inmediato,
para no pensar en lo ridícula que se sentía. La cena familiar de Nochebuena
tocaba este año en su casa y ya faltaban pocos días. Ya podía ir comprando las gambas congeladas...
Sintió mucha vergüenza mientras hacía
las compras en el supermercado.
Y también algo así como un animalito
vivo en su interior que desde ahora, lo sabía, le sería muy difícil dominar.
Estuvo inquieta y excitada todo el día.
Por eso llamó a su marido a la oficina
y le propuso que salieran esa noche, propuesta que él aceptó sorprendido y de
buen grado. Habló enseguida con su madre para que el niño se quedara a dormir
esa noche en su casa, cosa que alegró tanto a la abuela como al nieto, contento
pues, al día siguiente, comenzaban ya las vacaciones de invierno.
Dieron un paseo cogidos de la mano,
admiraron la decoración navideña de las calles; luego fueron a cenar a un buen
restaurante y bebieron un vino excelente. Marisa fascinó esa noche a Mario, porque
estaba especialmente hermosa, seductora y alegre, con el vestido negro tan
ceñido y escotado, y con ese brillo tan prometedor en la mirada que él conocía
tan bien.
Casi no durmieron esa noche, porque
una y otra vez hacían el amor.
La excitación de Marisa mantenía en
vilo a Mario, que se alegraba de esta orgía inesperada con su propia mujer, un
miércoles cualquiera y a las cinco de la madrugada.
Ella se durmió agotada y satisfecha,
mientras él encendía un cigarrillo, orgulloso de que su virilidad estuviera a
la altura de las circunstancias.
Esto probaba que eran infundadas sus
sospechas de que Marisa se aburría con él últimamente en la cama. Hacía anillos
de humo, convencido de que seguía siendo tan buen amante como el primer día.
Marisa aún estaba loca por él. No
cabía duda.
Yoly Hornes
Bueno, por poco. Yoni, un relato interesante, sobre un hecho normal de las relaciones, cuando se acaba el encanto y como reencenderlo. Pero el aterrizaje a veces es lo más triste, porque uno no sabe que es Sr(a). hasta que lo llaman. Gracias por el relato.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Carlos.
EliminarSí, cómo nos cuesta asumir que somos señoras o señores y que nos llamen de usted.
Un abrazo y que tengas una muy feliz entrada de año.
Yoly
Una simpática y excitante historia real como la vida misma (sobre todo para los/las cónyuges de larga duración)... Aunque al final no sé si lamentar o no que la pobre Marisa se haya quedado frustrada y sin realizar su fantasía sexual....En fin: c´est la vie
ResponderEliminarGracias, Tomás. Es que la realidad y la fantasía a veces se mezclan o se confunden... Y se alimentan mutuamente.
ResponderEliminarLos vericuetos de la vida son difíciles de discernir. ¿No? Me ha gustado mucho tu relato.
ResponderEliminarCristian
Muchas gracias, Cristian. A veces, los vericuetos de la vida nos hacen descubrir caminos nuevos que no imaginábamos...
EliminarUn abrazo,
Yoly
Muy bueno Yoly. Una historia cotidiana con el sorprendente trasfondo de tantas y tantas historias inacabadas. Felicidades.
ResponderEliminarGracias, Tino.
EliminarMe gustan las historias cotidianas, donde todos nos podemos reconocer. Lo inacabado es la vida misma...
Un abrazo.
Yoly
Cuando la narración ya te lleva por la ruta establecida de lo predecible. Cuando deduces pues el futuro inmediato por líneas que aparecen ante los ojos, llega un cambio inesperado… que bien se lee. La fantasía es parte del complejo pensamiento del ser humano, de sus inquietudes, pero el relato es magnífico, me gustó mucho como lo resolviste…
ResponderEliminarGracias, Antonio. Te agradezco este comentario. Sí, es interesante para mí siempre explorar en los relatos qué hacen los personajes con sus fantasías, cómo éstas pueden repercutir positivamente en "la realidad".
EliminarYoly
Muy buena la historia, la posibilidad de nuestra de realizar una fantasía en termino real crea esa atmósfera de misterio y curiosidad que mantienen al lector enfocado en el relato. Las fantasias son partes de nuestras vidas y muchas veces se entrelazan con nuestras realidades.
ResponderEliminarEs cierto, Efrain. A veces la línea que separa la fantasía de la realidad no está tan clara.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Yoly
Viaje entre la realidad y la fantasía y toque de frustración, muy bien relatada me ha gustado mucho.Un abrazo amiga
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