Le habían encargado hacer aquel año el
belén. Era un belén de musgo, verde y suave, de terciopelo, de los de verdad.
Lo fue a buscar por las rocas de las
veredas, entre regatos y escarcha.
Cuanto lo tuvo creó con él aquel paisaje de suaves colinas y de ríos con
agua cristalina, que trajo de la fuente. Puso las casitas blancas de tejado
rojo y, en el prado, los pastores con sus rebaños. Tras una loma venían los tres reyes con su
séquito y, en el centro, aquel humilde portal, hecho con cuatro trozos de
corteza de pino, y un burro y una vaca de ojos fijos y brillantes, que daban su
calor a aquella joven pareja con niño rubio.
Fue inmensamente feliz cuando terminó
aquel mundo en miniatura que ocupaba todo el aparador del salón. De premio, sus
padres le dejaron, por primera vez, ir a la hoguera gigante de Nochebuena que
hacían en la plaza. Nunca olvidaría aquellas vivas llamas que serpenteaban
hasta el cielo, ni aquel cálido resplandor.
Tal vez por eso, cuando fue haciéndose
mayor, orientó su vida hacia la arquitectura, construiría nuevos mundos como
aquel primero y todos los inviernos podría celebrar renovadamente aquella
primera Navidad.
Y así ocurrió, durante muchos años:
Primero fueron unos cuantos chalets, luego un pequeño polígono en el barrio y,
últimamente, una urbanización entera que se denominaría “La llamarada”, en
recuerdo precisamente de aquella primera que sintió, y
que por mucho que lo intentaba, no lograba equiparar.
Hoy pasea, aterido de frío, por un
esqueleto de andamios y grúas mudas, que rodean
a centenares de casas sin terminar. Los jardines, aquellos elegantes
parterres vistosos de las maquetas hechos con verde musgo, son un desolado
cementerio lleno de escombros, de ladrillos y cascotes por los que deambulan
las ratas. Y recorre con su mirada todo
aquel mundo que él había diseñado y solo encuentra deudas, hipotecas sin pagar,
ambiciosos y especuladores huidos precipitadamente y un tiempo de efervescencia,
de descorche, de burbujas, que se acaba.
Mañana será Navidad y, antes de abandonar
el sitio, llegar al coche y cruzar las grandes puertas de entrada enmarcadas
con muros de piedra, se detiene junto a ellas y, en la umbría, observa cómo un
musgo de un verde intenso, de estreno, se cose a la pared con la ilusión de
todos los años.
Para él será la última Navidad, piensa,
mientras se agacha y recoge el musgo de las piedras. Está acabado y sin fuerzas
para continuar. Ya no habrá jamás navidades como aquella primera, que no ha
olvidado, ni olvidará jamás.
Así que cuando llega a su casa hace un
belén pequeño con aquellos trozos de musgo y se prepara para pasar con los
suyos aquella noche, como si fuera la última de verdad: no habrá tiempo para
los recelos, ni las ofensas, ni las preocupaciones, sino solo para celebrar que
están vivos y juntos, que se acuerdan de todo lo que les une y de los que ya no
están…
Y, quién sabe por qué, le va creciendo
dentro el calor que le sube como una gran llamarada. Hasta que se cuelga en sus
pupilas el espejo de aquel resplandor, de aquella lejana hoguera de cuando era
un niño…
Mientras él se repite, una y otra vez,
para no olvidarlo nunca jamás, el
secreto que acaba de aprender: Celebrará
siempre su Navidad como si fuera la última, tal vez lo sea. Ese cálido latido,
especial y único, que te acerca, por
veredas de musgo verde y suave, a aquella primera Navidad.
Francisco
Rodríguez Tejedor
Es autor de: El día que
fuimos dioses. Victorita,
Victorita…
Pureza, inocencia y melancolía en este regreso a la primera Navidad, que carga las pilas para celebrar la última. Enhorabuena y Felices Navidades a todos.
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ResponderEliminarMuchas gracias Infi por tu comentario. Quizá el secreto de la vida, como el de la Navidad, es poder regresar al comienzo el comienzo con la misma inocencia e ilusión en los ojos. Abrazos.
ResponderEliminarLa Navidad más que una temporada de regalos es una de reflexión. Cuando pasamos por ella la primera vez es inocente y no comprendemos por completo su significado. Pero luego se va transformando y vivirla con la misma intensidad se vuelve más difícil. Gracias por el relato Francisco, espero que en alguna parte podamos encontrar de nuevo esa navidad perdida.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo con lo que dices Carlos. La Navidad es, o debiera ser, un tiempo de reflexión. Sobre un año que se termina con su balance sumarísimo. Y sobre otro año que comienza con los sueños y los proyectos amontonándose en nuestra cabeza.
ResponderEliminarA veces, la agenda está tan llena con las compras y los saraos navideños que, lamentablemente, tras ella, solo nos queda la resaca de las comilonas y la angustia de la cuesta de enero. Abrazo y Feliz Navidad.
El tiempo y la materia pasan....pero el amor es eterno....Gracias
ResponderEliminarCristian
Así es Cristián. O así debiera ser...Saludos y Feliz Año Nuevo.
EliminarDe cuentos de Navidad vivimos a veces, para lo bueno y para lo malo. Cosas que pensamos en esos días, no nos acotemen el resto del año. Cambiemos la tendencia. Felicidades Paco, muy bueno.
ResponderEliminarGracias Tino. La niñez para mí es una fuente inagotable en la búsqueda de la autgenticidad y de la inocencia. Y de ahí derivan la alegría y la ilusión. Feliz Año,Tino.
EliminarUno de los mejores momentos de la Navidad, en mi opinión, son siempre los preparativos de la decoración, por eso me ha encantado el relato, a lo que se suma la acertada crítica a los años locos de la burbuja que ahora pagamos (salvo unos pocos). Buen trabajo.
ResponderEliminarLos preliminares casi siempre son lo más ilusionante. Y lo que más se recuerda, efectivamente. Ojalá tarde en aprecewr otra burbuja. Feliz Año y gracias, Juan.
ResponderEliminarEsas primeras Navidades siempre son inolvidables y a medida que pasa el tiempo y por mucho que intentemos igualarlas, nunca será lo mismo y la nostalgia, junto a la reflexión se apoderan de nosotros porque la época navideña no solo es magia y felicidad, también es una época para reflexionar.
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