-La navidad es blanca –masculló entre
dientes, Raúl, mientras palpaba con una mano la papelina que yacía dentro de
uno de los bolsillos traseros de sus gastados tejanos.
Sonrío con ironía. Las chiribitas de
navidad, lilas, rojas y amarillas, abovedaban la calle, velando las primeras
luces de la noche.
Raúl entró en el bar Quitapenas, se
desprendió de su gabardina negra, lanzándola despreocupadamente sobre un
taburete, y se acodó en la barra.
-¿Un rioja, gran reserva? –le preguntó
el camarero con sorna.
-Déjate de historias, y ponme un vaso
de ese “matarratas” que tú llamas vino.
Cuando se iba al lavabo, escuchó un
villancico que unos tertulianos, azules de dicha, farfullaban en uno de esos
programas de la tele que deprimen y ofenden a la inteligencia.
Al salir del servicio, le delataban
las pupilas dilatadas y una compostura corporal más firme y desenvuelta. Pero
sólo recibió la complicidad del camarero a través de un guiño. Los demás
clientes, carne de cañón solitaria, bastante tenían con intentar resolver, a
través de nebulosos pensamientos, sus atribuladas vidas.
Raúl apuró su copa de un solo trago y
conminó al camarero, señalando con el dedo índice el interior del vaso, a
llenarlo de nuevo con el cascado néctar.
Un viejo que ocupaba un extremo de la
barra, pareció despertar de su letargo, y apostilló con voz rajada:
-Nada, nada…. Igual me dejo pasar más
tarde por ahí.
Desde luego, nada parecía indicar que
la información fuese dirigida hacia alguien en particular, a tenor de su mirada
perdida.
-¿Me dejas fumar aquí? –le provocó,
Raúl, al camarero mientras sacaba un pitillo y un mechero de uno de los
bolsillos de su gabardina.
El camarero, amodorrado, negó
lentamente con la cabeza mientras fruncía sus labios con autoridad.
-Pues, entonces, me “piro” –apostilló,
Raúl.
Se tragó el vino y se fue mientras el
camarero le despedía a la manera militar.
Visitó bar tras bar hasta que le agotó
tanta noche buena entre seres que vivían ese momento como una excusa para dar
rienda suelta a su embriaguez.
Se compró una botella de Jack Daniel’s
en la licorería del pakistaní de mirada dulce las 24 horas del día.
-¿Cuándo debe de dormir este tipo?
–pensó, Raúl.
Se perdió por los solitarios jardines
del Parque del Mar hasta que encontró un recóndito banco de piedra amparado por
la muralla milenaria; se dejó caer en él con laxitud. Se llevó el dedo meñique
a la boca y lo ensalivó; después lo frotó sobre los últimos restos de polvo
blanco que quedaba en la papelina, y se lo restregó sobre las encías. En
seguida, sorbió el whisky con ansia y hundió la cabeza en su pecho.
Empezaron a caer unos copos de nieve
que acentuaron el silencio del lugar, dándole una apariencia irreal, mágica.
Raúl pensó, desesperado, en la divina comedia… Cuando pensaba en la manera de
traspasar la última frontera, levantó la cabeza y enjuagó sus apagados ojos con
un postrero rastro de humanidad.
Entonces… la vio. No estaba soñando,
era ella. Estaba plantada frente a él con un brillo de inocencia y cariño
apresado en sus retinas. Guarecida con un abrigo y un gorro de lana blanca, le
pareció un ángel redentor.
-La navidad es blanca –musitó, Raúl,
con una pizca de esperanza, reencontrando el amor al amor.
Un encuentro inesperado en medio de la rutina siempre es lo mejor. Gracias Cristian por tus palabras.
ResponderEliminarGracias, Carlos.
EliminarCristian
¿Acabó el relato o aún falta por contar algo?
ResponderEliminar¡Depende! Jajajaja
ResponderEliminarCristian
Me ha encantado, Cristian. Tanto la descripción de los ambientes más sucios y la degradación del perdedor (algo por lo que tengo debilidad), como ese gran giro final, lleno de calor, esperanza y espíritu navideño. Muy bueno.
ResponderEliminarGracias Juan.
EliminarCristian
La decadente y pesada vida de nuestro protagonista crea un ambiente de profundos sentimientos y descripción de los problemas sociales y de como muchos se deprimen durante estas fiestas, el final inesperado y abruto nos recuerda que siempre hay esperanzas y en la forma en que termina el relato puedo ver como esas esperanzas quedad a la especulación del lector y una razón podría ser que una diferente y personal para cada individuo.
ResponderEliminarSí, Efrain, tienes razón. Gracias por tu aportación.
EliminarCristian
Cristian, me ha gustado mucho el relato. Cuando leía toda la primera parte del relato, me venía a la mente la canción EL HOMBRE DEL PIANO de Billy Joel, tus palabras me transportaron a ese ambiente denso de algunos bares. Y la parte final me dejó con ganas de más...mucho más...¿Una novela en episodios, quizás? Abrazo.
ResponderEliminarGracias Gontxu. He escuchado la canción que me nombras y me he emocionado. Un abrazo.
EliminarMe ha encantado, gran forma de narrar, naturalidad, descripciones geniales, me he quedado con ganas de más. Un abrazo amigo.
ResponderEliminar