Para Lucía, mi hija, la niña que más quiero.
Era
invierno.
Él
dormía, como todas las noches desde hacía un tiempo, en un banco de un pequeño
parque. Durante el día rehuía de
aquel enclave tan concurrido, perdiéndose por otros rincones más tranquilos de
la ciudad: de los pequeños que hacían su presencia en busca de los columpios,
de los mayores que sacaban a pasear a sus perros, de los que buscaban la sombra
de la arboleda en los meses de verano, de los que se acercaban con un libro
entre sus manos tanteando un instante de sosiego, de los que a una hora
determinada utilizaban un banco como cobijo para su almuerzo, de los que
simplemente lo utilizaban como lugar de paso, sin detenerse, hacia otras
direcciones...
Pero
la noche era suya, en exclusividad. Sobre todo cuando comenzaba a caer la
temperatura, cuando la luz natural volvía a esconderse hasta el día siguiente,
con el único destello de una farola amarillenta que transmitía más sombra que
luminosidad, a pesar de las guirnaldas de pequeñas bombillas de colores que
iban adornando los árboles, de los tendidos de luces de las calles cercanas con
sus mil formas geométricas y diverso cromatismo.
Faltan
tres días y a eso de las once de la noche el mundo se despoblaba para hacer
vida de familia en el interior de las viviendas.
Disponía
un amplio cartón sobre uno de los bancos de piedra, se tumbaba sobre él, se
colocaba sobre sí una manta de lana a rayas amarillas, marrones, anaranjadas.
Mirando hacía un cielo que no paraba de moverse, de la misma forma que un
tiempo en las horas pausadas del crepúsculo. Sin dejar de encender un
cigarrillo tras otro, como si el calor que desprendiera al encenderlo le
sirviera para mitigar la frigidez de la temperatura.
Así
una noche tras otra.
Era
veintitrés, vísperas... En el silencio de una hora tardía la vio aproximarse,
como una sombra, como un fantasma, como un duende, como un espíritu, como una
fantasía. No había bebido para nada. No cambió la pose sobre el banco, tan sólo
alzó la cabeza ligeramente para seguir sus movimientos. Tan reales como el humo
que desprendía sin cesar de su pitillo. Cada vez más cercana. Una figura
femenina, una melena que le colgaba por debajo de los hombros, amplia y suelta,
sin distinguir todavía su rostro, sólo un cuerpo embutido en un abrigo oscuro
que le cubría hasta medio muslo, nada más, como si debajo no llevara nada
puesto, al menos unas medias que cobijara sus largas piernas del frío, subida
sobre unos altos zapatos de tacón. Paseando con parsimonia a poco más de un
metro de distancia del banco, como si desfilara en exclusividad sobre una
pasarela, sin poder remediar mirarla fijamente, seguir con sus ojos su
presencia, su caminar, su recorrido hasta verla alejarse y desaparecer de su
vista. Unos diez o quince minutos solamente antes de volverla a ver haciendo el
trayecto inverso, rompiendo entonces el trecho que les separaba, para situarse
frente a él, dirigirle no sólo la mirada sino también la voz.
—
¿Te importante que me siente a tu lado?
—
En absoluto.
Incorporándose
y recogiendo la manta mientras ella se acomodaba junto a él.
—
¿Nos tapamos? Tengo un poco de frío en las piernas.
Colocando
la manta sobre las piernas de ella, de él también, compartiéndola sin más. Sin
mirarse, sólo el gesto de sacar un cigarrillo de un paquete de rubio que
llevaba aprisionado sobre su mano. El gesto de acercar un mechero al pitillo
todavía virgen, el rostro iluminado de ella por la llama desprendida del
encendedor. Un maquillaje claro, unos ojos oscuros, unos labios de intenso
rojo. Sin más, sólo la mirada perdida en el frente, en el paisaje del parque
solitario, en el cielo claro que les cobijaba. Sólo verla echar el humo a su
lado, acercarse la boquilla a sus labios, lanzarlo hacia delante una vez
terminado escasos minutos después, haciendo el gesto de despojarse de la manta,
devolvérsela sin decir nada, sólo acercando sus labios a su mejilla izquierda
para darle un beso, para despedirse con una breve frase:
—
Gracias. Que pases una buena noche.
Viéndola
alejarse con su caminar tranquilo y acompasado, desaparecer de su visión para
dejarle únicamente con su recuerdo, con su imagen de fantasía que le acompañó
en sus sueños de aquel veintitrés de diciembre, vísperas, también durante todo
el día siguiente deambulando por el resto de la ciudad que preparaba los
festejos de aquel día tan especial, de aquella oscuridad que volvía antes que
las noches precedentes, cena en familia, entre amigos, entre personas cercanas,
entre seres queridos.
Su
rincón solitario, su manta de lana de colores, su cartón sobre el banco, su
cigarrillo en la mano izquierda, una botella de vino de marca porque es
Nochebuena, sentado, ocupando una parte únicamente, como si la esperara de
nuevo, como si la llamara con su imaginación, a voces en silencio... Sólo unos
minutos después, no más allá de las diez y media, directamente hacia donde él
se encontraba, ocupando el espacio que él le había dejado, no sin antes
depositar un nuevo beso en su mejilla.
Sentados
uno junto a otro, compartiendo la misma manta sobre sus piernas como la noche
anterior, un trago de la misma botella que él le ofreció, una llama con la que
encendió su cigarrillo, una frase que parecía romper el encanto de sus
silencios en Nochebuena.
—
¿Por qué vienes una noche como ésta a estar conmigo aunque sólo sean unos
minutos?
—
Para compartir nuestra libertad.
Fundiéndose en un abrazo fijo, antes de sucederlo que tuviera que suceder instantes después, que no sabemos, porque la imagen se iba alejando, iba retrocediendo poco a poco. Plano general de una ciudad encendida por las luces de Navidad. Calles Solitarias.
Los desamparados también pasan estos tiempos juntos. Lamentablemente, la ciudad es una jungla que muele a los que no pueden sobrevivir en ella. La intemperie cobra su cuota y siempre perdemos algo o a alguien. Gracias por la reflexión, José.
ResponderEliminarmuchísimas gracias
EliminarBonito y muy sugerente cuento de navidad.
ResponderEliminarLa compañía mutua de los solitarios, los que no sacrifican su libertad, porque no quieren, o no pueden, o no saben hacer lo que hace todo el mundo.
muchas gracias Yoly
EliminarParece que las musas no hayan guiñado el mismo ojo....
ResponderEliminarCristian
a qué te refieres Cristian?
EliminarAl leer tu relato he sentido una inspiración similar a la que tuve cuando escribí el mío. Me ha gustado. Felicidades.
EliminarCristian
muchas gracias Christian
EliminarBella historia y bello gesto de solidaridad y amor. En estas épocas puede ocurrir cualquier cosa. Me gusta
ResponderEliminarMuchas gracias Faustino
ResponderEliminarMuy sutil y agradable historia de amor en donde se puede apreciar lo mágica que puede ser la época navideña proveyendo inesperadas y gratas sorpresas aun en la soledad de puede crear una gran ciudad
ResponderEliminarmuchas gracias Efrain, me gustan las historias cortas sobre sentimientos y la vida misma
EliminarHistoria hermosa y tierna!!!
ResponderEliminarmuchísimas gracias Xilvia
EliminarMuy bonita historia, "para compartir nuestra libertad" me ha gustado mucho. El mundo está tan lleno de historias como está, y me ha encantado la delicadeza y sencillez para trasmitirlo. Enhorabuena, un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarA todos, podéis seguirme en esta página
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