Victoria está encantada: llega la
Navidad y su casa se llenará de gente. Faltan solo tres días para que comiencen
a llegar: primero, su hija con su marido y sus tres encantadoras nietas, de
siete, cinco y cuatro años, tres angelitos que dan alegría al pacífico hogar
junto a sus otros cuatro nietos, hijos de su hijo, con sus carreras por el
pasillo, sus juguetes colocados para que en el momento menos pensado tropiece alguno
y se estampe contra cualquier esquina y con sus estrepitosos gritos. Por
cierto, tiene que ir al trastero y coger los sacos de dormir para los niños,
que se imaginan acampados en el salón durante la noche. Ellos, felices y sus
padres también, de los que empieza a sospechar que están aquejados de una grave
sordera, porque no se levantan ni de broma, al contrario que las niñas, quienes
gozan de un oído muy fino y lloran como condenadas, asustadas por sus primos. Su
hija duerme a pierna suelta aprovechando que su mamá, o sea, ella, está atenta
a todo lo que pasa, porque su yerno, ¡pobrecito!, debe descansar sus, al menos,
ocho horas, ya que sufre de los nervios y los tapones son un buen invento para
no enterarse de nada.
Victoria
piensa tomárselo con calma, que para eso estuvo pagando al psicólogo un mes y
no están los tiempos para tirar el dinero. No es para tanto; el trabajo es
compensado por la alegría de reunirse todos a comer como animales.
Pues
sí, hoy irá tranquilamente al supermercado a comprar todo lo necesario, que no
falte de nada es imprescindible para poder estar relajada; así que ya tiene una
libreta de veinticinco hojas llena de anotaciones. ¿Tendrá además que sacarse
el permiso de conducir para manejar los diez carritos que calcula llenar?
Como
es muy previsora, se levantó a las siete de la mañana, después de haberse
acostado a las cuatro: el árbol, el belén y los adornos ya los había ido
colocando poco a poco días antes, pero faltaban algunos detalles de los que no
se puede prescindir en estas fechas: un Papa Noel que escala por la ventana y
que la dejó sin aire de tanto soplar para inflarlo; dibujos de nieve en los
cristales con la ayuda de una plantilla, que parecía tener vida propia,…
Cada
vez se siente más animada. Cuando llegue de la tienda, al cabo de unas tres horas,
meterá la comida en el frigorífico, congelador, armarios, cajones y el suelo,
en donde ya ha situado unas cajas de cartón en lugares estratégicos de la
cocina, para poder moverse como una bailarina de ballet apoyada en la punta de
los pies y así poder guisar cómodamente durante siete días y siete noches. Esto
le recuerda que también debe bajar del trastero las tablas para colocar encima
de las mesas y disponer, de esta forma, de una mesa grande y larga. El problema
es que hace frío y, para que quepa, tendrá que abrir el balcón. Resuelto: pondrá un calefactor debajo y los
más calurosos que coman y cenen al aire libre. No sabe cómo estirar más su
piso.
También
ella debe aparecer resplandeciente. Es impensable que la anfitriona presente signos
de cansancio o desánimo, así que el día anterior a la llegada irá a la
peluquería y después se levantará antes para maquillarse y vestirse para
recibirlos.
Hacerlo
todo sola le da una sensación de independencia y valía; seguramente sus hijos
quieren que aprecie por sí misma todo lo que vale, pues a ninguno se le ha
ocurrido ofrecerse para echar una mano, además de que viven fuera, en otra
ciudad, y, claro, invitarla a ella y a su padre a alguna de las dos casas
hubiese sido una faena, por eso de que los viajes agotan. Muy considerados.
Tal
vez Humberto, su marido, sienta lo mismo al pasarse en la oficina desde la
mañana hasta la noche, haciendo horas extras para sufragar todos los gastos que
se les echan encima.
Victoria
mira el reloj de pulsera que tiene en su muñeca desde que se casó y se da cuenta
de que ha perdido mucho tiempo pensando: ahora tiene que ir a las carreras para
que le dé tiempo a todo; pero… una luz, la luz de la Navidad, se cuela en su
cerebro. Esboza una sonrisa, se pone la gabardina y unas botas y en diez
minutos está delante del despacho de su marido, que la mira asombrado con sus
ojos cansados.
—¿Ha
pasado algo?—le pregunta asustado.
—Tranquilízate—le
contesta con dulzura—. Todo va a ir muy bien.
—Tienes
mala cara— Observa él.
—Y
tú—apostilla ella.
Los
dos se miran en silencio durante unos minutos, hasta que Humberto reacciona:
—¿Qué
estamos haciendo, Victoria?
—Dejarnos
la piel por una reunión sin más significado que comer y regalar.
Él
asiente con un aire de tristeza. Ella lo abraza y le dice con decisión:
—Vámonos,
cariño. Celebraremos estas fiestas los dos solos.
—Pero,
¿qué pasará cuando lleguen y no nos encuentren?
—Les
he dejado una nota.
“Os dejamos la casa para vosotros; solo
tenéis que comprar lo que os apetezca, pero con vuestro dinero, porque papá y
yo nos vamos a un hotel a descansar y a celebrar la Navidad cómo nos gusta.
Felices fiestas y próspero año nuevo”.
Carmen Novo Colldefors
Una forma interesante de reactivar una relación. Un alto divertido y caótico en medio de una celebración. Muy bueno, Carmen. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Carlos:). Me alegro de que te haya gustado.
EliminarMuy original!!!
ResponderEliminarCristian
¡Gracias!
EliminarMe gusto la forma en que se mueve el relato, desde una animosa y ansiosa esperada reunion familiar hasta una celebración a solas entre los padres. Percibí algo del desenlace cuando nuestra protagonista comenzó a mencionar sarcasticamente el porque su casa era el punto de reunión, el porque sus hijos no la invitaban a ellos (los muy considerados), el como su marido tenia que trabajar horas extras. Definitivamente que pasar una como uno desea es magnifico.
ResponderEliminar¡Gracias, Efrain! Las navidades desde fuera pueden parecer bonitas, pero a muchas personas les agobian por el trabajo y el trajín que conllevan.
EliminarAgradable relato con un fin sorpresivo y lògico: hay que pensar en un@ tambièn, descansar de tanta dedicaciòn y responsabilidad que para ello queda el resto del nuevo año. Un placer leerte.
ResponderEliminarTRINA
¡Muchas gracias, Trina! He querido resaltar el aspecto negativo de las navidades, pues a veces -por eso de la tradición- en vez de una fiesta se convierten en una pesadilla.
EliminarExcelente y sorpresivo final para un relato tan agitado que por cierto ya me estaba empezando a agitar. Felicidades Carmen por mostrarnos esa faceta de estas festividades de esa manera tan original y critica.
ResponderEliminarMuchas gracias, Hollman Barrero! Me has hecho gracia con la agitación, pero, la verdad, es que la pobre Victoria lo estaba bastante: era no parar.
EliminarMe gustó bastante , el final me ha sorprendido mucho. Enhorabuena un gran relato.
ResponderEliminar¡Gracias, José! Me animáis con vuestros comentarios:).
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