Desde la
sala de mi apartamento, a través de la ventana, puedo ver el millar de luces
que alumbran esta ciudad desconocida y he vivido en ella el mayor tiempo de mi
vida. Sesenta y cinco años he pasado aquí, mezclando mi ser con esta cultura
extraña y seca que a pesar de sus adornos navideños, la música sin sentido, las
luces multicolores en todas las esquinas, los árboles de navidad decorando
vitrinas y parques, la figura del señor de rojo en todos los lugares, es y será
una cultura seca y fría; fría como este viento ártico que congela hasta el alma
misma. Llegué aquí con tan solo dieciocho años para realizar mi carrera
universitaria, dejando atrás ese pequeño pedazo de tierra en el mar caribe que
llamo hogar. La Navidad es lo más que extraño de mi patria.
Cuando era
niño recuerdo que el día de Navidad, después de abrir los regalos, mi familia
iba a la casa de mi abuela, era el lugar de reunión familiar. Éramos una
familia mediana, mis dos tíos y mis dos tías con sus respectivas esposas y
esposos. Los niños éramos nueve en total, mis siete primos, mi hermano y yo. Pasábamos
todo el día allí. Por lo general, cuando llegábamos a la casa de la abuela, ya
uno de mis tíos estaba preparando el cerdo. El centro de la reunión, todo
giraba alrededor de ese animal ensartado desde su trasero hasta su boca, el
cual giraba lentamente sobre los trozos calientes de madera seca. Recuerdo que
tan pronto salía del coche, podía oler el humo de las brasas, podía escuchar la
música y la risas, observaba a mis primos correr y jugar por el abundante campo
lleno de árboles.
Mi padre,
al igual que mis tíos se turnaban para girar el cerdo, mientras que mi madre y
mis tías estaban en la cocina con mi abuela haciendo el arroz con frijoles, la
ensalada de papas, la ensalada verde, y diversos tipos de aperitivos y postres
como galletas, budines y flanes. En ocasiones a los adultos nos permitían girar
el cerdo mientras ellos nos supervisaban, todo el mundo tenía gran diversión.
Las palomas siempre volaban alrededor y de vez en cuando, un halcón se detenía
en una de las ramas más altas para espiarnos. No puedo olvidar como dos o tres
buitres volaban en círculo sobre nosotros, llamados por el aroma del animal
muerto, deseosos de participar del asado. La vida en el campo era tan simple.
Mientras esperábamos
por la cena, mi abuela nos daba algunas de las galletas recién horneadas, de
las que se pueden oler a varios kilómetros de distancia. Después de varias
horas, cuando el cerdo empezaba a adquirir un color bronceado y el olor a carne
cocida llenaba el aire; la lucha entre nosotros —los niños— comenzaba. Siempre
estábamos luchando para tomar la cola de cerdo. Todos nosotros queríamos
comerla, y cada año era la misma historia, una sola cola y nueve niños deseándola.
Pienso en eso y ahora lo encuentro realmente divertido.
Mientras
los adultos cortaban el cerdo, mi abuela y mis tías, junto a mi madre,
comenzaban a preparar la mesa con el resto de la comida. Unos minutos más tarde
todo estaba listo. La celebración duraba hasta muy tarde en la noche y algunos
nos quedábamos hasta el día siguiente.
Ahora,
todo esta en un pasado muy lejano y aunque regrese a la isla en varias ocasiones,
ya no era lo mismo. Mi abuela murió, luego algunos de mis tíos, varios de mis
primos y mi hermano, al igual que yo, vinieron a estudiar a la Gran Nación.
Pero no solo mi familia sufrió el ataque feroz del tiempo y de la seductora
influencia de la Gran Nación, el hambre del pueblo por lo moderno, los sectores
cerrados por control de acceso, leyes de ruido, desbandamiento de la familia
gracias al internet y a la televisión por cable, los llamados teléfonos
inteligentes que solo hacen embrutecer a la gente manteniéndolos hipnotizados
con su diminuta pantalla ignorando todo lo que sucede a su alrededor, y otras
modernas invenciones han hecho que esa
tradición casi haya desaparecido, todo eso y mas, poco a poco a ido matando la
tradición Navideña. En mi vagar por el paso, sentado aquí en mi apartamento,
viendo los rascacielos dominar el panorama, siento el cansancio del tiempo y
lentamente cierro mis ojos, olvidándome de esta ciudad patética. Estoy
escuchando la voz de mi madre llamarme, escucho a mi padre hablar de deportes
con mis tíos, escucho la alegre risa de mis primos, mi madre me llama
nuevamente y yo, completamente feliz, camino hacia ella para finalmente
disfrutar de una Navidad Eterna, dejando para siempre la degradación de esta
Gran Nación.
E. N. De Choudens
Como reflexión para estas fiestas resulta interesante verlo, porque los tiempos modernos han traído una ruptura de la sociedad tal como la recordabamos. No soy de las islas, apenas si he tenido dos o tres barbacoas y mi familia es pequeña, por lo tanto no extraño tanto las reuniones familiares grandes. Aún así, en estos tiempos es bueno recordar tiempos más sencillos. Gracias y Feliz Navidad, E. N.
ResponderEliminarGracias Carlos, trate de proyectarme en un futuro que no parce muy lejos, aunque yo pasaba ese tipo de navidades, hace tiempo que no las celebro de esa manera y se que en la isla la tradición se esta perdiendo y mucho es debido a la influencia America. Todavía hay partes de la isla que se puede ver ese tipo de estampa, por lo general mas al centro, en las montañas. Feliz Año.
EliminarLas reflexiones en estas épocas son las más prolijas y sinceras. Hagámoslas caso.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo Faustino, reflexionar sobre nuestro pasado, nuestras vidas nos ayuda a ser mejores, a superarnos y a ver nuestras vidas de un modo diferente.
EliminarNinguna época se presta a los recuerdos como la Navidad, desde luego. Me has hecho sonreír al pensar en aquellos bucólicos recuerdos, que no he podido evitar comparar con los míos, distintos en los detalles, pero idénticos en lo fundamental, en los sentimientos de nostalgia y morriña. Un abrazo y enhorabuena.
ResponderEliminarGracias Juan, esa es mi intención, por eso en el relato no puse nombre ni a la isla ni a la gran ciudad, para que fuera general.
EliminarMe encantò este relato, me transportò a mi infancia y adolescencia, al tiempo de compartir con la familia y de comparar con la actualidad, igual que tu lo haces. Cuando se mueren varios miembros de ella, entre ellos los padres, tìos, hermanos, ya nada vuelve a ser igual. Un placer leerte.
ResponderEliminarTrina Leè de Hidalgo´
Muy cierto, y cada vez es mas difícil crear esa tradición con nuestros hijos, los tiempos modernos nos mueven hacia otras tradiciones y costumbres. Parte de la evolución y el progreso aunque no deja de ser nostálgico.
EliminarMe gustó bastante Efrain, a veces nos olvidamos de lo importante que es la familia, y vamos perdiendo apenas sin darnos cuenta tradiciones que han estado arraigadas en nuestra sociedad, por la velocidad de la actual vida. Un abrazo amigo
ResponderEliminarSaludos Jose, muchas gracias por tus palabras. Tienes mucha razón en mencionar como nuestra agitada vida nos hace muchas veces olvidar nuestras tradiciones y muchas veces hasta olvidar la importancia de los lasos familiares y al final, cuando nos damos cuenta de lo que hemos perdido ya es muy tarde. Un caluroso abrazo.
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