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lunes, 21 de octubre de 2013

Escalera de Corazones: El penúltimo trago

Febrero tocaba a su fin. Había pasado un mes desde la aciaga visita de Marcos y Margarita a Madrid y, desde entonces, no hacían más que visitar su cervecería habitual. Ambos estaban desolados, incapaces de seguir con su vida, y una vez más buscaban en un vaso el consuelo por la falta de la persona amada.

Era fácil apostar que, ante tal panorama, tan cerca el uno del otro, tarde o temprano Margarita y Marcos acabarían juntos, un clavo saca otro clavo. Pero ninguno estaba por la labor. A Margarita le había costado, mas al fin había decidido que era Carlos el hombre de su vida, y aunque estuviera con otra, debía mantenerse firme en su decisión, no ya sólo por amor, sino por mera coherencia interna. Tenía que demostrarse que sus sentimientos eran profundos y no simple capricho. Por su parte, Marcos se había visto arrastrado a apostarlo todo por Sofía, y ahora que había perdido, no sabía muy bien qué hacer.

Margarita tenía un trabajo que la mantenía ocupada. Era al acabarlo cuando se sentía sola y veía cómo la casa se le echaba encima. Por ello, todas las noches recurría a la parroquia cervecera donde siempre tenía asegurada la melancólica compañía de Marcos. Éste estaba en una situación tan parecida que era la persona perfecta junto a la que lamentarse, pues a veces no sabía si se estaba maldiciendo ella u oía el quejoso penar del muchacho. En cambio, Marcos no tenía nada que hacer durante el día, la ociosidad en un estado tan lamentable es un peligroso enemigo. Era ésta la razón de que siempre estuviera acodado en la barra. Aunque no estuviera Margarita, alguien habría que lo escuchase, aunque fuera el camarero. Con cada pinta nueva, pensaba que la solución estaba más cerca, pero al terminarla, comprobaba que todo seguía como estaba.

Sin duda, el mejor momento eran las noches, cuando por fin aparecía Margarita para llorar con él. Así fue durante semanas, hasta que una noche, sin previo aviso, Margarita dejó de acudir a aquel bar.



Es curioso cómo a veces, la filtración más sencilla puede echar abajo una muralla. Un buen día, Carlos y Sofía desayunaban felices, radiantes de amor, pensando que su amor era inquebrantable. Ese mismo día, por la noche, las dudas y el miedo reinaban en aquella casa. Desde que Margarita apareció, Carlos tenía el alma desasosegada, y eso preocupaba a la pobre Sofía. Pero no tardaron en cambiarse las tornas, desde que Marcos se hizo realidad frente a la Jefatura de Moratalaz. No era lo mismo pensar en él y decir que no, que decirlo con él delante, hecho carne, hecho realidad, teniéndolo a pocos metros. Por eso la policía tenía el corazón revuelto, y Carlos lo sabía.

Los dos tenían dudas sobre sus sentimientos. Además, veían las dudas de su pareja, lo que arrojaba pocas esperanzas para el futuro en común de los dos. Así comenzaron las suspicacias y los recelos. Para uno, el otro no ponía todo lo que tenía en sacar adelante la relación, y eso le servía de justificación para deleitarse con fantasías en las que era otra persona la que lo acompañaba. Así, ese infranqueable muro construido entre los dos empezaba a hacer agua y se aproximaba irremediablemente al colapso.

Cualquier excusa era válida en aquel ambiente para iniciar una discusión. Daba igual por lo que fuera, los ánimos estaban tan crispados que a la mínima, uno de los dos saltaba, cuando no eran los dos. Y a partir de ahí, los reproches. Haces esto porque no me quieres. Tú eres quien no me quiere, que estás todo el tiempo pensando en otra persona. Eres tú el que no puede dejar de pensar en otra persona. Y así hasta que la situación alcanzaba un punto de avinagramiento en el que las voces se alzaban más de lo recomendable, los ademanes se volvían agresivos y la rabia se liberaba sobre inocentes objetos de escayola o cerámica que eran sacrificados para aplacar la ira de los dioses, como si de víctimas de la Pirámide del Sol de Teotihuacán se tratasen.

Su relación no tenía porvenir, pero ninguno se atrevía a ponerle fin. Venían de experiencias desagradables. Aquellas se habían roto por culpa de los otros, no de ellos. Ambos habían sido abandonados y ninguno quería asumir el papel de abandonador, de modo que dejaban que aquello siguiera su inercia destructiva, que la muralla se fuera arruinando poco a poco, que todo se fuera emponzoñando cada vez más, hasta que el aire fuera irrespirable.

Nadie se atrevía a poner el punto final, esperando mientras que algo cayera del cielo y los ayudara a dar el paso. Afortunadamente, el cielo los escuchó. La empresa de Carlos decidió que ya no podía prorrogarle la estancia en Madrid por más tiempo, y tenía que volver a su capital de provincia para volver a desempeñar su antiguo cargo de administrativo en un pequeño edificio de la Acera de Recoletos, lejos del glamour de la Castellana y de la Torre Europa. Pero Carlos no podía estar más agradecido por la noticia. Sofía no mostró mucho interés en acompañarlo y él tampoco insistió. Lejos quedaban aquellos tiempos en los que la preciosa rubia se planteaba el traslado para estar con Marcos. Habían pasado muchas cosas, ella ya no tenía corazón para nadie. No veía el momento de quedarse sola, de pasar el duelo y volver a ser la que fue, de tener tiempo para ella, de estar a su completa disposición.

Y así fue como Carlos se marchó.



Margarita salía del trabajo, algo más animada que en los últimos días. Las jornadas se iban ensanchando a medida que se acercaba la primavera, era un gusto salir de la oficina con el cielo todavía claro. Parecía una tontería, pero aquello le proporcionaba una paz y una tranquilidad que, junto con el paso del tiempo, hacía que se sintiera mejor cada día. Quizá tuviera que pasar otro mes, pero lograría superar sus males.

En la puerta la esperaba una sorpresa.

Hacía semanas del Día de San Valentín, pero como si hubiera vuelto al 14 de febrero, Carlos montaba guardia con una docena de claveles de un rojo intenso. Llevaba varios días en la ciudad, tan mal había acabado con Sofía, que no estaba triste por la ruptura. Al contrario, se sentía liberado, y confiaba en que ella compartiera ese sentimiento, pues no la deseaba sino felicidad, la misma que él esperaba recuperar junto a Margarita. Con ella tampoco había terminado bien, todo por un empecinamiento y una cobardía que les habían hecho mucho daño. Pero ahora que sabía que ella lo seguía amando, al menos hasta un mes antes, estaba dispuesto a recuperarla y volver a ser feliz. Creía realmente que era posible, aunque algo en su interior lo hacía ser precavido. En su mente estaba aún reciente la nefasta cena con la que trató de arreglar diferencias tiempo atrás, la primera vez que tuvo noticias del odioso perroflauta.

Pero esta vez todo era distinto. A Margarita le había llevado un tiempo de profunda reflexión interior, hasta que se dio cuenta de a quién quería realmente. Una vez que lo supo, se encontró con que llegaba tarde. Y sin embargo, se mantenía firme en su decisión, segura de las sólidas bases sobre las que se asentaba su decisión. Por ello, cuando vio a su exnovio con ese ramo de claveles, sólo tardó cinco segundos en arrojarse a sus brazos. La había tocado peregrinar por el desierto, pero el duro viaje había terminado. Estaba en Canaán, en la Tierra Prometida, junto a Carlos, el hombre de su vida.

  • Si desde el principio, si desde aquella aciaga noche de domingo te hubiera dicho que lo sentía, si no hubiera sido tan cobarde-. Se disculpó por fin Carlos –Nunca te pediré perdón lo bastante. Nunca podré perdonarme el habernos hecho tanto daño.


  • ¡Cállate! ¿No ves que esto no ha sido culpa tuya? Los dos hemos cometido errores, pero lo que importa es que estamos juntos de nuevo.


  • Prométeme que nunca nos volveremos a separar.


  • Te lo juro. Te quiero.




Roberto y Marcos se quedaron de piedra al ver entrar a la feliz pareja en la cervecería de siempre. Margarita había sido habitual por allí, cierto, pero hacía más de un mes que no pisaba el lugar. La explicación saltaba a la vista. De repente, había dejado de estar triste, había dejado de sentirse desdichada, había logrado volver con Carlos. Ninguno de los dos amigos que compartían jarra estaban enamorados de la chica, pero al haber estado ambos con ella –aunque Marcos ignoraba la aventura de Roberto-, no podían evitar sentirse incómodos.

Roberto no solía ir últimamente a ese bar. Había recuperado su furor revolucionario, avivado por nuevos escándalos de una clase política indigna, y apenas tenía tiempo para distraerse en licores. Sin embargo, la situación de Marcos lo preocupaba. Desde que no podía compartir barra con Margarita, el chico se sentía muy solo, por lo que empezó a acompañarlo algunas noches. En qué momento se le ocurrió, pensaba en ese momento.

Lo que sí era raro era ver allí a Carlos, que con seguridad sería la primera vez que visitaba el local. Él también estaba incómodo, por lo que se pidió una pinta con la que deshacer el nudo de su garganta. No parecía que la incomodidad viniera por un encuentro fortuito, sino que parecía premeditado. Si sabía que Marcos estaría allí, por qué había ido. Desde luego estaba allí en contra de su voluntad, parecía evidente que la decisión la había tomado Margarita. Pero por qué.

  • Porque tienes derecho a ser feliz-. Le dijo a Marcos –Y yo quiero ayudarte. Siento que te he fallado y quiero compensarte.


  • Olvídalo


  • No seas terco. Sabes que la quieres, y que ella te quiere a ti. Han pasado cosas, es cierto, nos han pasado a todos. Pero hemos olvidado y perdonado, y sobre todo hemos peleado por la persona a la que queríamos. Tú amas a Sofía, lo reconozcas o no. Míranos a Carlos y a mí. ¿No queréis ser tan felices como nosotros?


Ésa era la razón de la extraña visita. Tras varias semanas de felicidad, Margarita se había acordado de Marcos y se había compadecido de su dolor. Si Carlos había vuelto con ella, Sofía se había quedado sola, y Marcos ya no tenía quien le impidiera volver con ella. La vida les daba una nueva oportunidad, como se la había dado a Carlos y a ella. Por eso se sentía en la obligación de advertirlo y animarlo a pelear. Se sentía responsable de su tragedia, a fin de cuentas lo había rechazado cuando éste volvió de Andalucía.

A Roberto también le pareció buena idea, pero no quiso entrometerse. Con respeto, se apartó un poco y dejó que Marcos se apurara la jarra de cerveza, despacio, mientras daba vueltas en su cabeza a la proposición. Tenía la mirada perdida, sin duda la meditación era intensa. Irse a Madrid otra vez, arriesgarse a volver a fracasar, a encontrarse a Sofía en los brazos de otro hombre, o simplemente a encontrarse con su olvido y su desprecio. No sonaba muy apetecible.

Pero el hecho de que siguiera contemplándolo y no dejara de pensar en ella, le hizo comprender cuán enamorado estaba. En el fondo tenían razón. Poco a poco lo fue admitiendo, su mirada se centró, su semblante pareció serenarse a pesar del exceso de tragos, y su determinación recuperó vigor.

  • Qué carajo-. Sentenció –Ahora mismo me cojo un autobús a Madrid. Gracias por abrirme los ojos, chicos. Enhorabuena-. Le estrechó la mano a Carlos –Te llevas una gran chica. Roberto, hermano-. Los dos amigos se abrazaron –¡Espérame Sofía, que allá voy!


Ahora ya sí, totalmente decidido, se puso en pie, dejó una moneda de dos euros sobre la barra que no pagaba, ni de lejos, la cuenta que debía en el local, y salió a la calle con paso firme, camino de un futuro mejor.

Tan convencido caminaba, que al cruzar la calle no se dio cuenta de la furgoneta de reparto que se le venía encima hasta que el chillido de los frenos clavados lo sacó de su abstracción.

En el interior de la cervecería se oyó un fuerte golpe procedente de la calle.



Juan Martín Salamanca
  • ¡Marcos!



Continuará…

5 comentarios:

  1. Bueno, todo sonaba a que todo iba a quedar en "Status quo ante bellum", de pronto se nos da un zopeton de transito un tanto inesperado. Conozco una pareja que confirmo su amor, pero por un hematoma que el padeció (dos meses y medio de sufrimiento más una operación). Bueno, esperemos a ver como se desenrolla la historia en el desenlace. Estamos en contacto Juan.

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    1. Muchas gracias, amigo. Habrá que prolongar el suspense durante un tiempo más. Un fuerte abrazo.

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  2. Vaya, se masca la tragedía después de tanto regocijo y parabienes. Hasta el rabo todo es toro...jajajaj Muy bien Juan, mantienes la eficacia y el suspense del relato hasta el final. Me gusta. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Tino. Se las prometían muy felices, pero...Pronto sabremos el desenlace. Un abrazo.

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  3. Juan, como siempre, impecable. Todo parecia tener un final feliz y redondo cuando de pronto...ZAS!!! Excelente!

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