Acá
me ves sentada, en silencio, pensando en qué hago acá, sentada al lado tuyo,
aceptando tu silencio y convirtiéndolo en el mío. Faltan muchas horas para
bajarnos del tren, y aunque fuesen solo minutos sería demasiado; necesito
correr. Quiero saltar por la ventana y escaparme, o al menos hundirme en otra
mirada vacía que no sea la tuya, pero no hay ni un asiento desocupado y
entonces sigo acá donde me ves.
Te
miro y me trago los gritos que no me animo a decir. Tengo un terremoto en la palma
de la mano y estoy preparada para causar un desastre, pero lo único que quiero
en realidad es bajarme. El problema es que no sé dónde estamos y si te pregunto
me preguntarías para qué y no podría responder que es para dejarte.
Me
olvidé cómo se lee, el libro está al revés, o se equivocaron de idioma; hace
horas que sigo en la misma hoja, en el mismo párrafo, en el mismo renglón y
todavía no lo entiendo. Por ahí mis ojos se perdieron o se fueron corriendo, ya
que a mi cuerpo no le quedó otra opción que quedarse sentado, con las piernas
cruzadas, semejando una serenidad ausente.
Te
acariciaría el pelo, te daría un último beso y te diría “ya no te quiero”, pero
ser sinceros no es lo nuestro. Hace años que nos acostumbramos a la monotonía
del silencio, a callar los problemas y a seguir aunque no haya una razón para
hacerlo. Me gustaría saber cuándo nos convertimos en esto. Sí, tenemos miedo, pero
todos tienen miedo, en cambio nosotros estamos llenos de ellos.
Tengo
miedo de no poder conquistar nunca más a un hombre, de que el espejo tenga
razón cuando me dice que soy asquerosa, que las arrugas invadieron toda mi cara
y que mis curvas se fueron de viaje. No quiero pasar el resto de mi vida sola.
Tu caso es distinto, te sabes imperfecto pero no te importa, pensas que tu
dinero va a llenar todos los huecos, pero al mismo tiempo no te gustaría que te
elijan solo por eso.
Me
gustaría ver el futuro, saber en dónde voy a terminar si te dejo; en una zanja,
en una pocilga o en un florero. Mis viejos no me van a aceptar de nuevo,
siempre insistieron con que cuide a la familia más que a mí misma y esta
decisión de volver a la vida los va a poner como locos.
El
paisaje no ayuda, los árboles pelados, el suelo mojado y el sol que se está
yendo. Odio el invierno. Me parece que estoy depositando mis sentimientos en el
lugar equivocado. Odio los paisajes.
Al
fin te dignas a interrumpir mis pensamientos, pero con palabras tan vacías de
significado como siempre.
—¿Qué
opinas de la nueva pareja de Ari?
—Es
linda.
—¿Sólo
eso?
—No
le preste atención.
—Qué
raro, los mirabas bastante.
—Es
que parecían felices. ¿No?
—Sí,
que se yo.
Está
más que claro que tengo una opinión de cada uno de los miembros de tu familia,
pero tan negativa como la que ellos tienen de mi y no me gusta insultar a la
gente que no está presente.
Hacía
mucho que no íbamos a visitar a tu familia, te echaron de tan chico y te costó
tanto superarlo que no entiendo por qué seguís yendo. No sé si quiero entender
por qué después de sufrir tantas cosas por su culpa podes hacer como si no
hubiese pasado nada. En realidad me debería preguntar qué me motivo a casarme
con alguien que lo único que sabe hacer es bajar la cabeza y hacer lo que los
demás le dicen que tiene que hacer. Por qué me habré casado con un hombre tan moralmente
correcto como mis papás.
Volves
al silencio y después, como si nada, como si la pausa hubiese sido inexistente
seguís diciendo pavadas.
—Estoy
más gordo.
—Puede
ser...
—Me
vi muy parecido a mi papá.
—No
lo noté.
—¿Te
pasa algo Azul?
—Perdí
mi encanto. La mujer de la cual te enamoraste se fue más rápido de lo que pasan
esos árboles. Ni siquiera debes haberlos visto.
Nos
metemos en un túnel y me seco las lágrimas que antes no se animaron a salir, te
acaricio el pelo y en plena oscuridad te beso.
—No
entiendo qué te pasa. Contame.
Ya
vas a saber y vas a querer volver el tiempo atrás para pedirme que sigamos sin
hablar. No sé cuando perdí el miedo, pero no me interesa, te acaricié el pelo y
te di un beso. Falta un paso más. Podes repetir la pregunta tantas veces como
quieras, pero la respuesta no la tengo que volver a pensar. En mi cabeza retumbar unas palabras parecidas a las que alguna vez dijo un cuervo: "No te quiero más".
Rocío,
ResponderEliminarqué bonito relato.
Me gusta ese tren tan real como simbólico en el que viaja la protagonista, ese monólogo interior que se está preparando durante el viaje para convertirse en exterior. ¡Qué difícil bajarse de ese tren de una pareja insatisfactoria aunque pareja al fin! Cuántas dudas, cuánto miedo, cuánto cariño en el fondo...
Enhorabuena por el cuento y un abrazo,
Yoly
Me alegro que te haya gustado! Gracias por tu comentario, es muy interesante leer las diferentes interpretaciones, ayuda a pensar los futuros relatos.
EliminarSaludos y besos!
Rocío
Ídem, Yoly.
EliminarUn abrazo,
María José Cabuchola Macario
Los monologos siempre son una forma de confrontarse a si mismo a través de los personajes. En este caso la rutina y el astió promueven una reaccion inesperada en la protagonista, y como siempre el hombre no tiene idea. Bueno, eso pasa y es parte del riesgo de esto. Muy agradable Rocio, con un final que no se dice pero se sabe.
ResponderEliminarMuchas gracias Carlos!
EliminarMe gustó el "como siempre el hombre no tiene idea". Será así, que el hombre nunca tiene idea de TODOS los pensamientos que nos pasan por la cabeza?
Saludos!
Rocío
Rocio, me encantó la metafora del Tren "externo" e "interno"., los pensamientos que le iban pasando a Azul a medida que cambiaba el paisaje. Lo más notable es justamente la "normalidad" de la pareja, cuantas habrá así...
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