“Soy
un sacacorchos, sirvo para destapar las botellas, sobre todo las de vino,
buenos vinos, un Malbec o un Syrah. Traigo alegría a la gente porque siempre
que estoy yo se reúnen amigos y pasan un buen momento. Un asado, una fiesta, un
evento corporativo…
Lo
malo es que después que me usan me guardan en un cajón, como si no existiera.
Solo se acuerdan de mí en los buenos momentos” reflexionó Fausto luego de hacer
la pausa, cuando le tocó su turno de presentarse con el objeto.
Fair-weathered
friends. “Amigos de buen tiempo”. Fausto había escuchado esa frase por primera
vez en una canción de un musical que había visto en el East Side de Londres en
uno de sus viajes por trabajo, pero no tomó verdadera cuenta del significado
hasta varios años después. Años después, cuando perdió su trabajo y más tarde
su status de vida y sus “amigos” empezaron a desaparecer. Se acabaron los
asados de los viernes en el Country, los torneos de Golf, los Concerts[i] de los nenes.
Todo
había empezado una mañana de Septiembre cuando Fausto había llegó a su oficina
encontrándose con que la clave de ingreso a su ordenador no funcionaba. De ahí,
lo llamaron de Presidencia para decirle que dadas las políticas implementadas
por el Gobierno, el consumo del alimento de lujo para gatos “Cattix” que
vendían había descendido abruptamente, por lo que habían decidido achicar
gastos, empezando por los altos mandos y entre esos altos mandos, estaba el
puesto de Fausto.
Fausto
Weber era un genio del Marketing. Había hecho gran parte de su carrera en una
de las principales agencias de Publicidad del país, luego había pasado a la
competencia, hasta que uno de los socios del Directorio de “Cattix”—una
compañía de alimento “gourmet “para gatos, y cliente de la agencia de publicidad— le había ofrecido un flamante puesto como
Director de Marketing de la compañía. Si bien a nivel profesional la oferta no
terminaba de convencerlo —una compañía de alimento para gatos, por más “de
luxe” que fuera, no sonaba muy bien en el CV—, la compensación económica era
inigualable. Y a Fausto, que si bien le gustaba tener un buen curriculum, aún
más le gustaba la seguridad económica—le daba una sensación de protección, paz
y bienestar—aceptó sin dudar (Fausto rara vez dudaba).
Fausto
nunca había conocido lo que eran las privaciones. De una familia de origen
Alemán, sus estrictos padres se habían esforzado por darle un buen pasar a él y
a su hermana. Colegio alemán, criado en Belgrano, Rugby. Se había casado con
Débora Eckmann —su novia de la secundaria a la que había reencontrado en el
casamiento de una prima segunda— y habían formado la familia perfecta: tres
niños, el departamento en Palermo, el auto y la frutilla del postre: la tan
ansiada casa en el Barrio Privado de “Bajo Los Tilos”, a la que se habían
mudado algunos años atrás. Un Paraíso que pronto se vendría abajo…junto con la
pasión por la seguridad de Fausto.
Fausto
era bueno en todos los frentes: hijo ejemplar, estudiante brillante, adorable
marido, excelente padre, entrañable amigo con el que siempre se podía contar, y
sobre todo un profesional eficiente y eficaz en el trabajo. Era como si se
hubiera estado entrenando toda su vida para ser un Ser Humano perfecto,
inmaculado, sin fallas. Era ese tipo de personas a las que todo parecía
salirles bien. Y con ese perfil, como era de esperar, siempre había soñado con
tener una familia perfecta, una vida perfecta, una vida para la revista
“Caras”. U “Hola”. O “Homes & Gardens”. Y si había algo de vanidad en él,
Fausto se esforzaba porque no se notara.
Todavía
recordaba aquel último asado de viernes a la noche en su casa, con el sabor de
un buen Malbec mendocino[ii] que su amigo y
vecino Lucho Gamboa había traído de las tierras de las vides y los olivos. Las
luces de los reflectores se reflejaban en la piscina del parque como enormes
luciérnagas. El delicioso olor del asado seducía las fosas nasales, despertando
las sensaciones más placenteras. El Bossa-Lounge que sonaba desde la notebook,
colocada estratégicamente en una mesita rodante en el deck de la piscina,
terminaba por completar el clima de “noche de Viernes”.
Desde
adentro se escuchaban las risas de las mujeres, que estaban preparando las ensaladas
mientras se tomaban unos Martinis, preparados por “La China” Gamboa, la mujer
de Lucho. Los Gamboa y los Weber eran amigos desde hacía años y prácticamente
hacían todo juntos (menos el sexo, aunque no obstante las malas lenguas decían
que La China Gamboa se le había insinuado varias veces a Fausto, envalentonada
por unos cuantos Martinis, aunque los que conocían bien a La China Gamboa
sabían que no necesitaba ningún trago para envalentonarse) .Lucho y La China
habían llegado unos años antes al Country, así que ya tenían experiencia en ser
“los nuevos”, lo cual había servido para allanar el camino de Fausto y Débora
en las intricadas relaciones sociales que se daban en la colmena de lujo que
era Bajo Los Tilos.
Los
cuatro matrimonios siempre se juntaban todos los viernes por la noche para
comer asado, beber unos tragos, conversar y escuchar música. Para estar solos
sin ser molestados por sus respectivos críos, juntaban a todos los niños (menos
los Vilela que no podían tener hijos y eran asiduos a las clínicas de
fertilidad) en una misma casa y contrataban siempre a la misma Baby-Sitter para
que los cuidara mientras duraba el ágape.
Si
bien sus mujeres se vestían más "casual", los hombres, cada uno
devoto a una marca de ropa, competían por ver quién era el mejor vestido.
Christian Vilela —Médico Cirujano—solía ir todo vestido en Lacoste; Matías
Lefevre— Abogado de una prestigiosa firma—no usaba nada que no fuera Polo,
Lucho Gamboa, no tan clásico como los otros dos y más transgresor se vestía en
Armani y Fausto se sentía más identificado con Tommy Hilfiger.
Aquella
noche de viernes, sin embargo, cambiaría el rumbo de la amistad de aquel grupo
de matrimonios.
—Me
quedé sin trabajo.
La
noticia cayó como una bomba en el medio de aquel clima relajado y “chill-out”[iii]. La imagen se
congeló como si no hubiera tiempo ni espacio. Ante las miradas inquisidoras,
como si hiciera falta completar la frase, dando una excusa razonable (En el
Barrio Privado de “Bajo Los Tilos” siempre se daban excusas razonables), Fausto
aclaró: —Reducción
de Personal. Caída abrupta en las ventas, empezaron por achicar la nómina,
empezando por los sueldos más altos, entre ellos, el mío.
Lucho
fue el primero en romper el silencio, como siempre.
—Bueno,
Faust, (siempre le decía “Faust”) vos seguro conseguís al toque, al toque-dijo
haciendo una seña con la mano y recalcando el último “al toque”. —Sos un genio
del Marketing.
Matías
Lefevre se acercó a la parrilla y haciendo como que no pasaba nada (a veces, en
Bajo Los Tilos, había que hacer como que no pasaba nada, aunque pasara mucho)
hincando el tenedor sobre la carne humeante, dijo:
—Bueno,
a ver… ¿quién quiere una entrañita[iv] a punto?
Ese
fue el último Viernes que se reunieron en casa de los Weber. Y como una especie
de oráculo funesto, marcó el principio de la caída social de Fausto y los
suyos. Con la aparición en el listado de morosos del country, también llegó el
ostracismo social, el cual se empezó a notar en pequeñas cosas, pequeños
detalles y pequeñas situaciones: los llamados, telefónicos, antes de hasta seis
u ocho veces por día, empezaron a mermar; los chicos eran cada vez menos invitados
a los cumpleaños infantiles; Débora había tenido que dejar las clases de Tenis
y cada vez que pasaba por delante de las canchas, sus amigas la saludaban de
lejos, como si fuera una leprosa, con una sonrisa cariñosa fingida que ocultaba
un dejo de lástima y bastante de miedo, ya que Fausto y Débora representaban lo
que todos los habitantes de Bajo Los Tilos temían, su miedo más caro, más
profundo y más oscuro: la pérdida de estatus.
Fausto,
siempre previsor, se amparaba en qué todavía tenían ahorros suficientes como
para un año, y en mucho menos de eso, estaba seguro que conseguiría trabajo. La
planilla de Excel que rigurosamente analizaba y modificaba todas las noches se
había convertido en su fiel compañera de noches de insomnio. Al mismo tiempo, emprendió
con frenesí la búsqueda de trabajo pero angustiosamente se dio cuenta de que
tanto estudio y tanta experiencia no le servían para mucho en la situación
actual del país, en que los poderosos, los ricos y los famosos se hacían aún
más poderosos, más ricos y más famosos y los pobres vivían de los planes
sociales y asignaciones universales que les daba el gobierno, mientras la clase
media profesional y los pequeños empresarios quedaban a la deriva, totalmente
desprotegidos. Llegó un momento en que Fausto se hartó de mandar Cvs. Siempre
resultaba “sobrecalificado” para los trabajos. Y si bien todavía era joven en
términos cronológicos, el haber pasado los cuarenta, no hacía su búsqueda más
fácil. Y mientras los números en la planilla de Excel disminuían, los precios
de las cosas en el país aumentaban.
Ante
la falta de perspectiva laboral de Fausto, Débora, quien había abandonado las
huestes laborales con el nacimiento de su segundo hijo, tuvo que volver a
trabajar, con la suerte de que justo había habido una vacante como suplente en
el Jardín de Infantes donde trabajaba antes como Maestra Jardinera bilingüe
castellano-alemán. Habían hecho el trato de que Fausto se ocuparía de las cosas
de la casa y de los niños, mientras ella traía el pan de cada día.
La
situación se puso cada vez peor, una caída similar a esos remolinos que se
forman en el mar cuando se traga un barco que acaba de hundirse.
Primero tuvieron que vender la casa
del country, luego la camioneta y —ante la imperiosa necesidad que los acorralaba
y asfixiaba—tuvieron que hipotecar el semipiso en Palermo. Los llamados de los
bancos amenazándolos con juicios contraídos por las deudas de las tarjetas de
crédito, se convirtieron en una cosa cotidiana, que al principio les causaba
angustia y luego, resignación.
Sin
embargo, el peor y más temido llamado provino del colegio de los chicos, los
cuales iban a una de las instituciones trilingües más caras de la zona y sus
padres ya debían un año y algunos meses de cuota. Fausto iba a permitir
cualquier cosa, menos comprometer la educación de sus hijos. Así que dejando el
orgullo de lado, decidió recurrir a sus amigos.
Le
pidió dinero a Lucho Gamboa pero estaba demasiado ocupado tomado sol en Punta
del Este[v]. Siempre que
llamaba al celular de Christian Vilela, atendía el contestador con la música de
Charlotte Church. Y cuando llamaba a Matías Lefrevre a su estudio de abogados,
solo lograba hablar con su Secretaria. Siguió insistiendo hasta que finalmente
logró comunicarse con Lucho quien lo atendió desde su Smartphone tirado
plácidamente en una reposera de una playa exclusiva de Punta del Este.
—Por
favor, necesito que me tires unos mangos[vi], es para pagar
el colegio de los chicos.
—Si,
Faust, ni bien llego al depto te hago la transferencia. Mándame el número de
cuenta— le respondió mientras jugaba al Candy Crush [vii]
desde su teléfono inteligente.
Fausto
le mandó el número de cuenta bancaria vía mensaje de texto, pero Lucho y la
China se fueron a una fiesta electrónica en la playa organizada por una
compañía de telefonía celular, en donde les convidaron éxtasis y la
transferencia nunca llegó. Lucho se olvidó (Lucho solía olvidar fácilmente las
promesas hechas en la excitación del momento y además, claro, él nunca había
sabido lo que era la urgencia) y Fausto tuvo que terminar finalmente sacando a
los chicos del Colegio y pasarlos a uno del Estado.
Fausto
no podía creer lo que le estaba sucediendo, le parecía que no era real. La
sensación que tenía era similar a la de estar cayendo pero nunca llegar a tocar
el piso. Una caída constante, eso era lo que sentía. Y también sentía que había
perdido su dignidad, que no era un padre ni un esposo digno, pese a que Débora
siempre estaba a su lado para apoyarlo. Pero lo peor de todo era haber visto la
reacción de sus amigos, para los que siempre él había estado ahí.
—Jamás
pensé que me sentiría como un paria-le confesaría meses más tarde a Guillermo
en una de las sesiones.
Y
así fue como un día que estaba solo en su casa, rumiando sus pensamientos,
sintiéndose una poca cosa, un ser humano de segunda clase (él, que siempre se
había destacado por su seguridad y asertividad) subió a la terraza del edificio
(un piso 21) y se paró en la cornisa, observando toda la puta ciudad. Cerró los
ojos, sintiendo como el viento le pegaba en la cara y se acercó aún más al
vacío, coqueteando con la fantasía de tirarse y ponerle fin a todo. Ya no tenía
nada que perder, no le quedaba más agua en el vaso[viii]
y además, le haría un favor a Débora: después de todo, nadie dejaría
desprotegida a una viuda joven y con tres niños. De repente, su teléfono
celular—el cual ahora lo tenía con tarjeta prepaga—comenzó a sonar. Fausto se
lo sacó del bolsillo y miró el visor. Era Lucho Gamboa. Dejó que atendiera el
contestador y luego escuchó el mensaje: —Che,
Faust, acabamos de llegar de Punta. No sabes que bueno que estuvo, lástima que
no pudieron venir con nosotros. Te quería consultar algo, ¿vos tendrás algún
contacto en la Embajada Alemana? Estamos por cerrar un negocio súper importante
con una empresa de allá y nos vendrían bien unas referencias. Se me ocurrió que
vos seguro tendrías algún conocido…
Fausto
no daba crédito a lo que estaba escuchando. El muy descarado lo llamaba como si
no hubiera pasado nada y encima para pedirle un favor. Así que se volvió a la
cornisa, agarró firmemente su Blackberry—el único bastión que le quedaba de su
cara y exitosa vida anterior—y con toda la fuerza que tenía, lo arrojó por el
aire, gritando: —Mit
Carajo um die Ecke fahren![ix]
“Soy
un sacacorchos, sirvo para destapar las botellas, sobre todo las de vino,
buenos vinos, un Malbec o un Syrah. Traigo alegría a la gente porque siempre
que estoy yo se reúnen amigos y pasan un buen momento. Un asado, una fiesta, un
evento corporativo…
Guillermo
observó detenidamente a Fausto mientras se presentaba y recordó lo que le había
dicho en la entrevista de admisión. Pese a que todo en él denotaba seguridad,
el terapeuta logró entrever un cierto dejo de vulnerabilidad que se filtraba
por algún lado, aunque Fausto se esforzara en hacer que estaba “todo bien” y
destilar seguridad. Evidentemente, el hombre había destilado seguridad en algún
momento de su vida, pero ahora parecía fingida, hasta actuada. Habría que
trabajar en eso pensó, mientras anotaba la palabra “vulnerabilidad” al lado del
nombre Fausto. No sabía por qué pero tenía la impresión que mientras Fausto se
empeñaba por mostrar su perfección, en algún otro lugar había un retrato de él
ajándose y envejeciendo al mejor estilo Dorian Gray.
Continuará…
[i] Actos de Fin de Año en los Colegios Ingleses
[ii] De Mendoza, provincia del Oeste de la Argentina, famosa por sus
buenos vinos.
[iii] “Chill-Out”: del término informal del inglés que significa relajarse;
es un género musical contemporáneo que engloba a gran cantidad de vertientes
dispares de géneros musicales con un rasgo en común: su composición armoniosa y
relajada.
[iv] Entraña: Corte de carne argentino famoso por ser muy tierno y
delicioso.
[v] Balneario Exclusivo de Uruguay donde suele veranear la clase media
alta argentina.
[vi] Arg: dinero.
[vii] Juego Virtual de Moda en Internet.
[viii] “No Hay Nada Que Perder/Cuando Ya Nada Queda En El Vaso”: verso de
la canción “Eterna Soledad” del grupo argentino Los Enanitos Verdes.
[ix] Frase en Alemán que se usa para decir que alguien se apure, pero
que en este contexto Fausto usa como “Andate A La Mierda”.
Un relato que sigo desde su inicio, prácticamente, es una novela donde surge una gama de sentimentos variados y en muchos casos, conflictivos, gracias por compartir, felicitaciones.
ResponderEliminarTRINA
Excelente!!! Claudia
ResponderEliminarPues Gonzalo, el pobre Fausto he visto que lo ha alcanzado la crisis, como a todos. Agradezco la no sobrecalificación que tengo así como mi área de experiencia, pero siempre es duro ver la situación reflejada en muchos. Porque los amigos están para los tiempos buenos, y no para cuando uno realmente los ocupa. Felicidades, y que siga la terapia de machos.
ResponderEliminarUna situación actual y real que marca muchos destinos. Cada uno tendrá su propio puente y su particular grupo de ex amigos. Es la selva que nos engulle.
ResponderEliminarHasta qué punto puede afectarnos la opinión ajena y más la que se tiene sobre nosotros mismos... Hasta el punto de ser sombras de lo que solíamos y necesitar reconstruir nuestras vidas desde cero, poniendo en duda nuestros principios y nuestra seguridad, tan importante para triunfar y tener éxito.
ResponderEliminarQué grande esto que acabo de leer, lo mejor que he leído en mucho tiempo, amigo Gonzalo. Los personajes muy bien caracterizados, y un texto muy detallado, que ha sido exquisito de leer. Te felicito,
María José Cabuchola Macario
Gracias a todos por vuestros comentarios. Vamos por partes:
ResponderEliminarTRINA: Gracias por seguirme desde el principio. Y si, los personajes de TERAPIA DE MACHOS tienen MUCHOS sentimientos conflictivos...por eso van a terapia :)
CLAUDIA: Gracias por tu "Excelente".
CARLOS: Y si, la crisis tarde o temprano nos alcanza a todos. Aqui en Argentina esta ultima crisis se la agarró con la Clase Media Profesional y Emprendedores, pareciera que el fin ultimo es eliminar la clase media.
FAUSTINO: ASi es, la selva siempre termina por engullirnos.
MARIA JOSE: Gracias por tus lindas palabras. Lo bueno de TERAPIA DE MACHOS -por lo que me dice la gente-es que los conflictos de los personajes son tan variados, que muchos (y muchas) logran identificarse con alguno de ellos, ya que han pasado alguna vez por una de esas historias.
Slds
Gontxu
Ciertamente en este capitulo se nota la crisis de ciertos sectores, algo que es muy común en México el llegar a cierta edad y ya es difícil encontrar trabajo; y en este mundo caótico de economías mundial afectadas y grades fortunas perdidas.
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