No es
difícil imaginar la existencia de una dimensión específica oculta a la
percepción simple de un fenómeno, y ello en mayor proporción de lo visible. El
anagrama y la criptografía se basan en estos principios del poder de captación
extrasensorial del inconsciente. Es la intuición… En modo alguno es un invento freudiano, sino
más bien una revelación de las facultades latentes y no reconocidas en el ser.
Y el final de cada lectura se traduce para el lector/autor en una sensación
indefinible de carácter anímico que está en relación proporcional y viene a
cotejarse con patrones de índole puramente social, fuertemente arraigados en el
individuo, y que éste utiliza en su particular universo psíquico como puntos répere que modelan sus actos en el marco
de un determinado sistema. Casi se crean, en función de las experiencias
colectivas, las normas que rigen la confabulación del entramaje social de la
persona. Sin embargo, la determinación juega aquí un papel débil,
infinitesimal, si no ficticio, en la realización de un acto. Las formas
conscientes que rigen el comportamiento suelen obedecer a patrones culturales
aprendidos en el temprano entorno familiar. La noción de cultura funciona a
nivel de orden y de control de las acciones, y, por tanto, del pensamiento. Y su manifestación se esclarece en conceptos
de presunción lógica. Diríase que lo aprendido y asimilado está sometido a su
vez a otros conocimientos y formas- incluso no perceptibles estas últimas-, que
se ejercen en el nombre de una supuesta entidad, elevada a este rango por la
imaginación que se recrea a partir de la composición/lectura (ámbito: Autor-Lector). Así que tampoco es presumible que el
autor/lector sea plenamente consciente del significado de su obra, sino que se
vehicula como receptor de una inspiración que sirve a un propósito
imperceptible desde el momento inmediato de la creación. La aceptación social
de su trabajo representa un valor definitorio en el sentido equiparable de la
magnitud de su conexión con el entendimiento del lector/autor. El hecho se representa casi como una especie
de tirada de la suerte. Existe una tendencia en el ser a querer achacar los
impulsos exitosos a una supuesta voluntad superior, viéndose el ego a sí mismo
premiado por el esfuerzo que se realiza. Lo contrario es achacarlo a la
fatalidad (hado, destino; lo decretado por un dios). El juicio moral viene condicionado tanto en
el autor/lector como en el lector/autor (si es que se reconoce el origen
socio-político de la moralidad). Y la mayoría de las veces se desvirtúa por
causa de los intereses de tipo económico implantados por el sistema vigente
como imposición al individuo en contra de su propia voluntad. La mente, a pesar de su complejidad, se
estimula y deja manipular fácilmente por el medio. Lo exterior juega un papel capital en su
conformación simbólica.
La grandeza del autor/lector reside en
el acabado de la obra. Dejada imperfecta –es decir, inacabada- no merecería ese nombre. El autor/lector ha confeccionado un objeto
del cual desconoce su influencia última. Quizás intuya que su obra se adapta de
maravilla a la necesidad colectiva de un tiempo y un espacio concretos. Según
“transcurra” ese espacio, una vez su desaparición física sea real, quizás su
trabajo pueda perpetuarse en el tiempo y seguir influenciando a residuos
humanos carentes de sentido holístico, y esto por grados de inteligencia
perceptiva. Los estados emocionales juegan un papel definitorio en el laberinto
de la atracción, también a nivel cultural. El peligro para el lector/autor, en
cambio, consiste en confundir lo esencial con lo formal.
El drama de la existencia se proyecta
y enfoca en la relación tanto del autor/lector con su obra como del posible
lector/autor con ella. Y del autor/lector cuando se convierte en lector/autor
de su propia obra. El autor/lector se convierte en receptor de las ideas
imperantes de su época con un sentido oculto de la readaptación mental. En
cambio, el lector/autor de un tiempo específico podrá interpretar en un
reducido espacio –un escenario acomodaticio, transformable, maleable al periplo
de las experiencias- cualquier tiempo y espacios infinitos –la imaginación-,
aunque su actividad como lector/autor no vendrá a modificar en absoluto la
esencia de su propia conciencia. Incluso en la ficción, una vez que se despoje
del traje de los actores de la obra, seguirá interpretándose a sí mismo
dispuesto de cierta lógica intrínseca en tiempo presente de una manera que él
cree absolutamente personal, falta de influencias externas… y, finalmente -como
por arte de birlibirloque-, de autores.
José Luis Benítez Sánchez
La verdad José, es que debe existir una distancia entre el autor y el lector. Eso es algo que he aprendido en estas últimas fechas. Porque debemos desprendernos de las obras como autores para poder percibir como están.
ResponderEliminarDe acuerdo contigo, todo lo que se escribe es producto de un época, a pesar de que traten de darle un ámbito futurista siempre se hará referencia a la esencia humana con sus defectos y virtudes. y estoy también de acuerdo con Carlos el autor debe desprenderse de su obra para poder verla con objetividad, Saludos!
ResponderEliminarInvitas a la reflexión sobre bastantes cuestiones relativas al papel del autor y del lector. El narrador omnisciente, que todo lo sabe, o el que nos engaña con un protagonista imprevisible... coincido con Carlos, en que es positivo marcar distancias, desapegarnos como autores para comprender mejor a los lectores. Muy bien redactado, una prosa excelsa. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Juan, Carlos y Dioni !!!
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