Que hizo… ¿Qué?
Ya te lo he dicho… Terminó conmigo…
No eso… - Exclamó Mónica impaciente - ¿Cómo dices que lo hizo?
¡Ah! – Suspiró Analis - Me envió el mensaje por texto…
¡Dios! Que hijo de su madre ni la cara te dio ¿no? y sabiendo que era tu cumpleaños – Negó con la cabeza indignada, ocupándose en colocar dos cafés en la bandeja – Ya verá cuando…
¡Te prohíbo que se lo digas a Roberto, Mónica! – Exclamó Analis, con la mano en la cintura traspasándola con una mirada acusadora – Tus votos matrimoniales no incluían “Prometo contarte todos los detalles de la vida amorosa de mi hermana hasta que la muerte nos separe…” ¿Sabes?
Mónica sonrío levemente sin dejar de
colocar la azúcar y leche en la bandeja.
Además – continuaba Analis - seguro que si se lo dices se lo cuenta a Ramiro en el taller que es lo mas cercano a publicarlo en el Gettysburg Gaceta.
¿Y…? ¿Seria muy malo que todos se enteraran de lo pendejo que se comportó…? ¿O lo quieres mantener en secreto?
Analis
se encogió de hombros, hacia tiempo que esperaba aquel desenlace con Jason.
Cuando un hombre te dice “Nena… ¿Puedes hablar de otra cosa que no sea tan
deprimente?” cuando le describes tus sueños y aspiraciones, no necesitas una
bola de cristal para adivinar que no tiene ninguna intención de ser parte de
ese futuro. Sin embargo, tampoco quería ser el blanco de habladurías, Gettysburg
era el típico pueblito en donde se nacía, crecía, reproducía y se moría entre las
mismas familias y poco se podía mantener en secreto.
¡Oh,
no! Aquí venia la cantaleta “Analis debes de ser menos seria” “Analis eres muy
permisiva” si tan solo Mónica se pusiera
de acuerdo consigo misma de qué era lo que de verdad necesitaba Analis, quizás
la podría ayudar a arreglar un poco su existencia, en lugar de confundirla más.
Analis
se amarró el sobrio delantal que hacia juego con los elegantes pantalones negros,
parte del uniforme de mesera, alistándose a comenzar el turno de la cena en La
Posada Herr, el único restaurante que se consideraba elegante en Gettysburg.
No sé exactamente qué es lo que necesito para arreglar mi vida, pero andar desgreñada y en cueros no va a ayudar en nada. Te veo después, debo de memorizar los especiales de la noche…
¿Ves lo que digo? – Sonrío Mónica - ¡Eres incorregible.. es tu cumpleaños!
Su
veintitrés para ser exactos. No que Analis, tuviese planes para celebrar, era
un miércoles y le tocaba trabajar hasta la media noche. ¿Quién tenia la energía
de celebrar pasada la media noche, cundo se comienza a trabajar a las seis de
la mañana en otro lugar y se encuentra físicamente extenuada?.
Lo que necesito es volver a nacer … - Murmuró para si misma, colocando el bolígrafo en el bolsillo de la impecable blusa blanca, tomando la libretilla, dando la conversación por terminada.
Se
dirigió al comedor principal de la vieja mansión, revisando mesas, saludando a
compañeros y a clientes con reservaciones tempranas.
Pasadas
las ocho de la noche lo vio entrar al comedor siguiendo a Sonia, la anfitriona,
que lo sentó en una mesas al frente a la ventana, en su sección. Analis lo
conocía de La Casa de Los Panqueques, en donde trabajaba de tiempo completo y
en donde el hombre solía desayunar. Sabía
su nombre por la tarjeta de crédito a la que cargaba la factura; Adam Weiss. No
era un local, tampoco era un turista. Simplemente se aparecía en Gettysburg la
última semana del mes. Alto, maduro, elegante y con un atractivo que le
alborotaba el vientre a la chica. Tomaba el desayuno solo, por lo que le creyó
soltero y sin compromisos; haciéndose la vaga ilusión de que existía una especie
de “conexión” entre ellos. Pero era lógico que un hombre como él tuviese novia.
Ahora le acompañaba una esbelta rubia de piernas largas de bailarina clásica y
aunque afuera comenzaran a caer copitos de nieve, llevaba puesto un pequeño
vestido verde esmeralda, que hacía resaltar aun más un increíble bronceado.
Analis,
se acercó a la mesa con dos cartillas en las manos, dando un profundo suspiro,
hubiese querido no ser la mesera encargada de atenderles. Adam Weiss siempre
era amable con ella en la Casa De Panqueques, habían cruzado una palabra aquí y
allá, pero nada que se pudiese considerar inapropiado o coqueto; sin embargo
tontamente se sentía… traicionada. ¡Vaya manera de terminar de arruinarse el día!
Pensó.
¡No!.
No había manera de arreglarse la existencia. Se sentía defraudada por lo contrariedad
de saberle con una mujer cien veces mejor que ella. Pero la contrariedad no le
evitaba escaparse de sus obligaciones, ensayó su mejor sonrisa antes de
saludarles.
La
mujer apenas le dirigió una mirada, se ocupaba en estudiar los mensajes en su
teléfono. Analis supo con certeza que no tendría mensajes de chicos rompiendo
con ella. Por lo contrario, pues de cerca era aún más bella.
Agua mineral – Contestó Alan Weiss elevando la mirada reconociéndola enseguida – Annie … ¿No es así?
Analis – corrió ella sin sonreírle como usualmente lo hacía, esperando la respuesta de su acompañante.
Lo mismo para ella - Le sonrió indulgente – Si esperamos a que termine de revisar sus mensajes, no cenaremos esta noche - le guiñó el ojo lo que la hizo tragar en seco nerviosamente y sin embargo se mantuvo seria.
¿Les gustaría un cóctel o prefieren ver la lista de vinos?
La lista de vinos - Asintió Adam, deslizando la mirada por el sobrio peinado y la camisa blanca, tan diferente a la camiseta y jeans con lo que usualmente la veía vestida en el otro restaurante. Su inspección provocó que la chica se sonrojara, sintiéndose traspasada, desnuda. Nunca la había visto de esa manera en la Casa de Los Panqueques.
Sirvió
la mesa con la misma atención que lo hacia con sus tres otras. Pero siempre
consciente de la presencia de Adam con la rubia despampanante en la mesa
cuatro.
Se
felicitó mentalmente al recitar los especiales de la casa sin trabarse o
tartamudear. Sirvió el aperitivo con manos seguras, primero a la mujer y luego
a Adam, siguiendo las reglas pertinentes de etiqueta. Sonrió y les preguntó si
se les ofrecía alguna cosilla más. La mujer murmuro un pedante no y Adam la
premió con una sonrisa y una penetrante mirada de otoño, que ella encontraba
devastadoramente atractiva.
Podía
sentirlo, sus ojos siguiéndola por el salón, lo que le ocasionó volverse un
poco torpe y si es que no tartamudeó recitando la cena en la mesa de Adam, se le
olvidó completamente cuando la debía de repetir para la pobre pareja de la mesa
tres, que celebraban su aniversario de bodas.
La
pelirroja entraba al comedor una hora después, vistiendo los pantalones de
cuero mas ceñidos que había visto Analis en su vida, que además le sentaban
envidiablemente. Su cabellera de fuego se balanceaba con cada paso que daba
como si estuviese cruzando una pasarela de moda y todos los ojos en el
restaurante siguieron su trayectoria hasta que alcanzó la mesa de Adam, quien
se levantó de su asiento para saludarla con un beso en cada mejilla.
Era
su obligación averiguar si deseaba ordenar algún aperitivo o algo de beber,
pero la mezcla de nervios y otro sentimiento que no definía se lo impedía,
especialmente cuando vio a la pelirroja estirar la mano para tomar la de Adam
entre las suyas, mirándole a los ojos, suplicante, mientras le hablaba en voz
baja.
Ella
tenía sus limites, se acercó a Mónica y le pidió que se hiciera cargo de la
mesa, su hermana la vio con una sonrisita maliciosa cuando terminó de
inspeccionar a los tres individuos.
¡Bueno
! Ese será tu regalo de cumpleaños hasta el sábado que podamos celebrarlo
adecuadamente… - Anunció tomando una cartilla y sin dejar de verles agregó–
Deberías de sumarte al trío…. ¡ Él está para comérselo! Aunque quién sabe si
alcanzarías algo para ti. Con lo tímida que eres seguro que te quedas con ganas…Porque
se nota a leguas que esos de aquí, se van derechito a la cama.
Se
marcharon los tres juntos a eso de las diez y media, quizás porque tenían mucha
prisa, quizás porque la nieve comenzaba a convertirse en una verdadera tormenta
afuera. Una hora después, el restaurante estaba vacío.
Como
pago a su contribución a salvarle la ultima pizca de tranquilidad que le
quedaba, Analis le sugirió a Mónica que se marchara a casa una hora antes,
mientras ella se encargaba de levantar los manteles de su sección y de las
otras pequeñas tareas que cerraban sus labores en la posada. Su hermana se lo
agradeció con un beso y un abrazo, cubriéndose lo mejor que pudo con un pesado
abrigo y unas botas de nieve.
Para
cuando salía del restaurante, su Chevy Sprint era uno de tres automóviles que
aun estaban en el parking. Limpió la nieve lo mejor que pudo del parabrisas con
una vieja escobilla, pero el hielo se había formado abajo, cubriendo el vidrio
de una gruesa escarcha. Debía de calentar un poco el motor para derretirla, así
que se sentó al frente del volante haciendo girar la llave y….nada. Solo
un “Clic, clic, clic” se dejó escuchar
antes de quedar mudo. ¡Oh, no! ¡No la podía dejarla allí y en esas condiciones!
¡No esa noche! Suplicó. Aspirando con la boca abierta quiso darse valor al volverlo
a intentar. Uno, dos, tres y… ¡Nada! De nuevo el odioso triple “clic” y
silencio. La frustración la llenó de ira… Arremetió en contra del volante
dándole una seria de puñetazos mientras gritaba a pulmón tendido: ¡Coño!
¿De
qué servía trabajar como un burro de sol a sol si ni siguiera podía comprarse
un auto decente que no la dejara tirada por todas partes? El toquecito en la
ventana la hizo enderezarse. Una persona estaba parada afuera, en medio de la
tormenta, tocando a su ventana. Giró con dificultad la manilleta bajando la
ventana, permitiendo que el ártico frío le abofeteara la cara. Seguro que debía
ser Teo, el cocinero.
Este cacharro me ha dejado tirada de nuevo Teo… - Exclamó sin terminar la frase al comprobar de que no era Teo quien la miraba con preocupación.
¿Crees que es la batería? – Indagó Adam Weiss, poniendo las manos en la ventanilla inspeccionando el tablero del auto.
No lo sé.. – Confesó aun sin salir de su asombro… ¿Qué hacia Adam en el aparcadero de la Posada Herr? A esas horas, lo hacía en un lugar caliente jugando al Kama Sutra en medio de un nudo de cuatro piernas y cuatro brazos.
¿Me permites…? – Preguntó pero ya abría la puerta del conductor. Analis no tuvo mas remedio de deslizarse fuera del asiento dejándole a él a cargo de hacer girar la llave que intentaba revivir un motor que se negaba a resucitar.
Podríamos pasarle corriente – Declaró bajando la cabeza buscando su mirada. Ella nunca lo había tenido tan cerca antes y su olor era tan deleitable, que la hizo olvidarse por unos segundos de sus problemas. – Pero la verdad, no me sentiría cómodo dejándote ir en medio de esta tormenta a sabiendas que se puede volver a apagar en un alto.
Pues… - No podía quedarse a dormir en el restaurante que por más que llevase “posada” en su nombre lo había dejado de ser el siglo pasado.
Permíteme llevarte a casa – No fue una pregunta aunque la entonó como tal.
El
corazón le comenzó a latir desembocado mientras que una serie de sentimientos
contradictorios la asaltaron. Quería hacerlo y mucho, pero el compartir el
camino con dos mujeres que deseaban lo mismo que ella no le parecía muy
apetecible… ¿Desearan lo mismo que ella?
Adam
cerraba la puerta del armatoste, después de subir nuevamente la ventanilla.
¿Importunar ? ¿A quién?
A tus… tus… - “Amigas” se escuchaba despectivo… ¿Novias?
Estoy solo Annie … - Le ofreció el brazo, sin elaborar en donde había perdido a las dos barbies.
Analis
dudó seriamente en aceptar su brazo, pues su sexto sentido le decía que Adam le
ofrecía algo más que un aventón a casa. Quizás su hermana tenía razón y lo que
necesitaba era relajarse, pensó antes de aceptar. Adam la guió hasta una
camioneta cuatro por cuatro, perfecta para aplanar calles en aquel clima. La ayudó
a subir tomándola por la cintura, quemándola con su toque. El interior de la
camioneta olía a él, masculino con un toque de cuero y sofisticación.
Adam
se sentó detrás del volante encendiendo el motor, se sacudió algunos copos de
nieve que habían caído en su cabello, viéndola de reojo mientras subía la
temperatura del auto. Arrugó el entrecejo al fijarse que no llevaba guantes, posó
su mano entre las suyas, frotándola con delicadeza.
Dios… estás helada… ¿Cómo es que no usas guantes?
Oh… - Sentir sus manos poniendo presión en las suyas la llenaron de calor, pero un calor interno que le hacia palpitar el corazón en loca carrera – Los pierdo con frecuencia … No tengo remedio.
Adam,
se guitó los suyos poniéndoselos a ella, mientras Analis protestaba, pero no
pudo hacer nada pues logró sujetarla con ambas manos, evitando que se los
quitara. La observó detenidamente, antes de hablar, pero pareció perder el hilo
de lo que iba a decirle. Terminó por beber cada rasgo de su rostro, bajando
lentamente la vista hasta fijarla en su boca, dando un profundo suspiro.
Tienes una piel preciosa…Me encanta cuando te sonrojas… ¿Te incomodo?
N…no… - Mintió, le incomodaba. Especialmente cuando sentía la tensión que se creaba entre ellos, aun cuando no estaban solos. Se volvió a sonrojar.
No te había visto usar labial antes… - No despegaba la mirada de sus labios – ese color te sienta de maravilla …
No
supo cómo ocurrió, en un segundo estaba pensando en como evitar sonrojarse como
una lela y en el otro estaba en sus brazos, y ¡Dios! El hombre sabía besar.
Succionaba, mientras acariciaba tiernamente sus labios, lentamente, hasta que
poco a poco los fue abriendo para introducir levemente su lengua, succionando
cada vez con más fuerza. Analis se abrazó a él, soltando un gemido necesitado
de lo que Adam prometía con aquella exquisita caricia. El beso se profundizaba,
ahora sus lenguas danzaban en un delicioso intercambio de saliva, que la estaban
dejando jadeante.
Sus
manos comenzaron a buscar su piel, por entre las capas de ropa, ella le ayudó
soltándose la bufanda, despojándose del abrigo sin dejar de besar sus labios…
Se sentía embriagada con su sabor y su aroma e incapaz de detenerse, como un
tren sin frenos al que le importaba poco irse a estrellar con tal de sentir la
excitación. de sentirse libre y en su caso sentirse viva, sentirse mujer.
¡Oh…!
No sabes cuanto deseaba besarte durante toda la noche… - jadeó Adam a su oído,
despojándola del abrigo, sin dejar de besar su cuello, acariciando y
mordisqueándole la piel.
Analis
quería decirle que ella también lo había deseado mucho antes que esa noche,
pero se le hacia imposible hablar, quitándole el abrigo que calló rápidamente
cuando Adam la ayudó con la misma urgencia que la suya. Sin despegarse uno del
otro, él se quitó el abrigo y la corbata mientras ella le desabotonaba la
camisa.
Nunca
había deseado tener más de dos manos, más de una boca, quería poseer todo de
Adam, besó su pecho con una fiereza que no conoció hasta ese instante. Perdiéndose
en su piel, tocando el suave vello que cubría su pecho. ¡Ese era un hombre!
Por
más grande que fuese la cabina de su camioneta montañera, no tenían suficiente espacio
para moverse libremente y Analis lo sabía, pero fue Adam quien la tomó por la
cintura sin dejar de besarla, para empujarla levemente por el espacio de los dos
asientos frontales, para ir a la parte trasera. Ella obedeció sin desprenderse
por un segundo de su boca. Murmurando lo increíblemente sabroso que le parecían
sus besos. Adam, se rió aun con los labios en los suyos cuando se golpeó la
cabeza en el techo, al seguirla.
Era
incomodo, muy incomodo… ¿Quién dijo que hacer el amor en un auto era excitante?
Pero todo pensamiento se fue desapareciendo de su mente al sentir el frío cuero
del asiento en contra de su piel desnuda. Sin pantalones, debajo de Adam quien
aun permanecía con los suyos puestos, ahora succionando uno de sus pezones con
torturadora sutileza, Analis no podía ahogar los gemidos… se retorcía de
placer, abriendo las piernas suplicando con movimientos de cadera por sentir su
cuerpo dentro del suyo…
Adam
se quedó quieto por unos segundos, jadeante. Se fue separando lentamente de
ella, para verla a la cara…
Annie… - murmuró con una voz tan ronca y necesitada que la hizo derretirse de deseo – Annie..
¿Si…? – Inquirió dándole un beso en los labios, candente, desesperada por querer más, mucho más.
Annie… no tengo preservativos aquí...
¿Qué? Analis parpadeó, incapaz de aceptar lo que aquello significaba, jadeante, lo veía incrédula.
¿Que… qué? – Indagó inclinándose sobre los codos, sacudiendo la cabeza, segura que le había escuchado mal.
Lo siento.
¿Lo
siento? Su rostro se veía sinceramente arrepentido, pero la frustración la fue
llenando de vergüenza… y después de ira, al imaginar la razón por la que se le
habían terminado los preservativos ¡Claro! Ella era la numero tres de la noche…
Le
empujó con ambas manos, levantando sus prendas de vestir una, por una, volviéndoselas
a colocar torpemente.
Analis,
quería llorar, patalear hacer el espectáculo de su vida. Pero se detuvo, nada
de aquella frustración tenia que ver con el detalle de la poca preparación de
Adam, o por lo menos no del todo.
Autor
Alixel