Sólo
la voz de aquel locutor rompía el silencio a bordo, un silencio triste, severo,
incómodo, frío. Delante del micrófono, el narrador, ajeno a cuanto ocurría al
otro lado, seguía retransmitiendo un partido de fútbol como si tal cosa, sin
darse cuenta de que nadie lo escuchaba en ese coche y de que a ninguno de sus dos
ocupantes le interesaba lo más mínimo el resultado. Y sin embargo, gracias a
Dios que no dejó de hablar. ¡Cuán insoportable hubiera sido el viaje con
aquella quietud sepulcral!
El
conductor también rompía a ratos el silencio, es cierto, la mayoría de las
veces para insultar a los conductores que tenía delante. “¡Vamos, hijo! Si no
le vas a adelantar vete a la derecha y no me estorbes”. No cabía duda de que el
Ibiza que tenía delante estaba obstaculizando el paso, pero no era menos cierto
que, como esos, los encontraba a diario y, salvo que fuera mal de tiempo, nunca
solía perder la calma con ellos. Hoy era distinto, sus lentos compañeros de
travesía se convertían en perfectos chivos expiatorios de su rabia, rabia que
lo llevaba a pisar el acelerador del pequeño Corsa gris. Gris por fuera, pero
también por dentro, teñido de lúgubre pigmento por el estado de ánimo de los
ocupantes.
Entraron
en la ciudad. Uno de los semáforos de aquella larga avenida por la que
circulaba se puso en ámbar. El conductor dudo si parar o no, y al final optó
por seguir. No le dio tiempo, se puso en rojo, pero no le importó y con un
condescendiente “bah” se saltó el disco. Por detrás, un moderno Audi, que sí
había respetado las normas, lo amonestó con un destello de largas. El timonel
del Corsa, pongamos que se llamara Carlos, observó la ráfaga en el retrovisor
con expresión de perdonavidas y siguió adelante, con desgana, como si le
apeteciera parar, bajarse y partirle la cara.
No
lo hizo. En el fondo, lo único que deseaba, y por eso conducía tan aprisa, era
llegar a casa cuanto antes y salir de aquel opresivo espacio donde estaba
encerrado junto a, vamos a decir que su nombre fuera Margarita.
Un
comentario desafortunado, una interpretación demasiado rigurosa, argumentos
vehementes en exceso. Ingredientes perfectos para convertir una corta travesía
de media hora en un infierno. Carlos no estaba enfadado, no tenía rencor.
Mientras conducía tan a lo temerario, repasaba mentalmente cada una de las
cosas que se habían dicho en ese auto maldito. Cuanto más lo pensaba, más
seguro estaba de que tenía razón o, al menos, de que ninguno de los reproches
que había recibido tenía sentido. De poco le servía, la situación le dolía
profundamente.
Sea
como fuere, cada oportunidad perdida de arreglarlo le escocía como una
cuchillada a traición en un callejón húmedo y oscuro.
Al
fin llegaron a casa. Con el trajín de deshacer los equipajes, cada cual anduvo
a lo suyo, sin molestarse, hasta que llegó la cena. El picoteo, bien presentado
sobre la mesa, con su jamoncito y todo, era ahora un sapo duro de tragar. Esta
vez hizo falta lubricar con más agua que nunca la garganta. Una sensación
extraña que venía desde abajo presionaba con fuerza la faringe.
Acabada
la cena, Margarita se puso a recoger, sin hacer el más mínimo comentario. Carlos
se acomodó en el sofá con el mando a distancia. Seguro que algún presentador estaba
dispuesto a tomar el relevo del locutor de radio. Esa impagable labor que en el
coche evitó el insufrible silencio. Pasó el tiempo y la cosa no mejoró. Incapaz
de prestar atención a la tele, lanzaba furtivas miradas a la cocina, en busca
de piedad, la cual, ni estaba ni se la esperaba.
Ya
no aguantaba más. Carlos se levantó y abandonó el salón, rumbo a la cocina.
Había que arreglarlo como fuera, la situación era insoportable.
Se
plantó en la puerta. Margarita estaba sumida en sus quehaceres, de espaldas.
Cruzar
el umbral. Recorrer el oscuro cuarto hasta la mesa. Un abrazo. Un lo siento. Un
nuevo abrazo. Alguna lágrima. Qué fácil era, pero qué difícil. Carlos tomó
aire, cogió fuerzas y se dispuso a dar el primer paso. Allea iacta est.
Algo
ha salido mal, pensaba sobre el colchón. Cuando trató de avanzar, se vio
incapaz. Resopló, miró a Margarita junto a la ventana, tan cerca y tan lejos,
volvió a resoplar y se marchó, rojo de vergüenza. Al día siguiente habrá que
madrugar, se decía. Qué pena no poder esconderse bajo la manta eternamente, qué
suplicio tener que mirarse mañana en el espejo, qué lástima ser un cobarde con
quien te quiere bien.
Juan Martín Salamanca
Me han encantado tus descripciones.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras Calíope. Me alegro de que te haya gustado. Hay veces que lo sencillo resulta complicado. Como diría Sabina: que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena. Un abrazo.
ResponderEliminarNarrativa, más que un relato corto. Esto no es negativo. Con la narrativba tenemos la opción de continuar una historia, hasta que deje de tener interés: algo difícil de ver. En el relato corto, la historia debemos comenzarlas, desarrollarla y concluirla en muy poco espacio.
ResponderEliminarEs ingteresante lo que cuentas, pero me deja con la intriga de uan continuación y, final resolución. Con la moraleja final no me conformo. Por lo tanto, sigue escribiendo y convénceme. Eso sí, procura evitar frases hechas por otros y segmentos demasiado lexicalizados.
Como dices, lo sencillo resulta complicado. Es cierto. Resulta más dificil expresarse con palabras sencillas, pero interesando, que escribir con toda suerte de complicación y tecnicismos.
Me gusto mucho.
ResponderEliminarYo soy muy Carlos, que dificil es decir lo que siento a las personas que quiero y más a la que amo... bueno somos niños que vamos creciendo, el Tiempo esta de nuestra parte, falta el momento adecuado.
Me apetece leer el desenlace, como siente Carlos, como habla, como se mueve...
Un abrazo fuerte...
Manuel Barranco Roda
Acabo de leer obras traducidas de Antón Chejov. A pesar de que la historia es corta, se siente en el personaje esa indecisión y ese sin sabor de querer retar al destino pero no poder hacerlo. Ese era mucho el estilo de dicho autor. Si estoy de acuerdo con Juan Martín, el remate al final no quedó tan claro, pero eso se puede trabajar. Felicidades!
ResponderEliminarGracias por vuestras palabras. Esta no historia no tenía pretensión de continuar, pero espero que os hayan gustado las entregas que han ido surgiendo y que han entrelazado varias historias. Un saludo a todos.
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