Sin duda ha pasado mucho tiempo
desde la última vez que una vez más tuve que enfrentarme al temor, al miedo, al
vacío de no saber que escribir; a decepcionaros. Cuando es
curioso que mi verdadera felicidad se haya en este mundo de letras...de
historias de amor, de desamor, y sin embargo por más que intento encontrar esa
historia digna de vosotros, no la hallo.
De nuevo asumir la Dirección de La
Revista de Todos, es algo que aunque no quiera reconocerlo, me da miedo. Y no
por mí, no por lo que vayan a decir de mí, —si lo hago bien o mal— sino porque
quiero que ésta, vuestra casa, sea de nuevo ese lugar que durante tanto tiempo
brilló con luz propia con vuestras aportaciones. —¡Sí! Las vuestras, porque a
fin de cuentas mis letras no son sino jirones de mi corazón. Yo no sé escribir,
ni soy escritora, sino escriba de sentimientos. —¡Esclava de lo que pienso y siento!—.
Aunque os cueste creer en estos
instantes mis ojos están completamente inundados de lágrimas, deseosa sin duda
de que llegue el 22 de diciembre para que la revista de nuevo salga a la luz,
pero también con temor de enfrentarme a esos comentarios que tanto me gustan y que
a la vez me causan tanto pavor.
Durante muchos años he tenido esta
imagen como fondo de pantalla en mi ordenador y hasta hoy no he reparado en
ella. Y tal vez sea porque en ella se refleja lo más parecido a la amalgama de
sentimientos que de nuevo y en forma de historia se apoderan de mí para
escribiros una situación real en la que se encuentran muchas personas, más de
las que os podéis imaginar.
No creo que sea necesario que os
diga como me llamo, ni creo que sea relevante para que este conjunto de palabras
que pretenden hacerte ver que la vida no es siempre lo que la sociedad nos impone,
que la vida no es lo que los demás esperan de uno, sino que la vida hay que
vivirla como uno quiere —sin hacer daño gratuito, sin duda, pero sí... como uno
quiere—. Porque solo hay una vida, no hay más... y como tal hay que vivirla.
Me miro cada mañana al espejo y
todavía me siento atractiva y sin embargo el hombre con el que amanezco cada
día, si saber cómo ni porqué dejó de mirarme, ya no recuerdo que día fue el que
dejé de reflejarme en su mirada...
Caminas de un lado hacia otro, te
derrumbas, sabes que no debes hacerlo, y sin embargo... después de sentirte
como una estatua insultantemente atractiva, pero gélida y fría, te das cuenta que necesitas de nuevo de esas manos de aquél escultor que cuando apenas tu
belleza empezaba a despuntar, te esculpió y te convirtió en la maravillosa
escultura que eres hoy.
La sociedad te impone que es lo que
hay, que tendrás que esperar...; pero ya no puedo esperar, me niego a estar
muerta y no poder respirar. Necesito expandir mis alas, necesito sentirte libre
y de nuevo volar.
No quiero razonar más, no quiero
preguntarme las consecuencias que podría traer el dejarme llevar. Deber y
querer no siempre han de ir de la mano.
Enciendes el ordenador con el firme
propósito de mandar un mail a ese hombre que hizo tambalear los cimientos de tu
vida. Han pasado muchos años, no sabes que será de él; el tiempo y la distancia
hacen mella y se encargan en ocasiones de borrar recuerdos —que aunque latentes
ahora en mi—, en él seguramente bien puedan haber sido borrados por otros
besos, por otras caricias... Suspiro, pienso... Ahora tendrá 50 años. —¿Qué
habrá sido de él? ¿Quién estará encendiendo su piel? ¿Quién será la afortunada
de beber de sus labios y calmar su sed?—. La curiosidad puede más y me decido a
escribirle un mail:
Destinatario: —Jamás lo diré—
Asunto: Hazme sentir mujer...
¡Hola!
Sin duda han pasado muchos años en
los que usábamos esta cuenta de correo para citarnos y entregarnos a la pasión.
Una situación fría para muchos y sin embargo a nosotros siempre nos ha servido como
antesala para lo que después serían unos encuentros llenos de deseo, de respeto
y de una increíble admiración. Ya no soy esa niña que temblaba en tus brazos,
sino que esa flor que llamó tu atención y a la que acariciabas con ternura, hoy
de nuevo te pide que la riegues con pasión.
Sabes que no soy de darme a
cualquiera y por eso me pongo en contacto contigo. Libre estas de que no querer
hacerme temblar como sólo tú lo has logrado.
Sin duda prefiero acariciarme
pensando en los recuerdos que tener que aleccionar de nuevo a un amante que ni
en sueños me hará sentir lo que entre tus brazos solo puedo sentir.
No me juzgues.
Besos...
Pasa un día, otro...
Tu vida sigue siendo pura rutina,
todos los días iguales. Hasta que tiempo después cuando ya te habías hecho a la
idea de no ver el sol nunca más —la contestación de aquél mail que enviaste hoy
está pendiente de abrir en tu bandeja de entrada— y de nuevo un rayo ilumina tu piel.
¡Hola!
¿Qué tal? Hace muchos años que dejé
de abrir el mail, perdí la esperanza de volver a verte o por lo menos saber de
ti. Mucho tiempo... Yo también he recordado y he disfrutado con tu recuerdo.
—¿Cuándo te he juzgado? Ya sabes que
soy parco en palabras, pero en contestación al asunto del mail, te diré: —Me
encantaría—
Como siempre, dime lugar y hora y
allí estaré.
Lo que a muchos les resultaría unas
palabras frías, en él y conociéndole era de lo más sinceras.
En ocasiones las palabras sobran.
Como nos sobró la ropa aquél día cuando frente a frente desnudos, después de
catorce años sin vernos, la química, el deseo, la complicidad, el saber estar y
la pasión estaban tan latentes como el primer día...
Cuando llegas a casa tu vida sigue
siendo igual de rutinaria pero con esos pequeños y cómplices momentos que te
devuelven la vida.
¡Vaya! —Y eso que tenía miedo de no
saber qué escribir—. Pero a fin de cuentas es solo eso, un conjunto de palabras
con forma de relato.
Pese a todo y a todos,
Feliz Navidad.