A
pesar de ser un viaje que solía hacer con bastante frecuencia, ése día la
espera en la estación de Atocha era distinta.
Ése
viaje iba a marcar un antes y un después en mi vida.
Llevaba
un par de meses saliendo con un chico y estábamos en ese momento de la relación
en la que la amistad se tiñe de respeto, de amor incontrolable y de planes,
muchos planes...
Mientras
que estaba sentada en un banco, esperando a que mi tren fuese anunciado por
megafonía; observaba a las personas que a mi alrededor había, como jamás antes
lo había hecho, con alegría y optimismo.
A
saber de las historias dispares que se ocultaban detrás de todos los que allí
estábamos; sin embargo, mi estado de felicidad hacía que fuese capaz de
imaginar lo que poca gente imaginaría.
Quizás
por ese motivo, me decidí a coger un par de folios y dar comienzo a un relato
que tenía que presentar para la revista que dirigía.
Era
curioso observar a aquella chica sentada, esperando... al que podría ser el
amor de su vida, mientras que yo intentaba escribir un relato —lleno de sentimientos—
como siempre lo hacía, pero con la incomodidad de escuchar por megafonía
constantemente como anunciaban las diferentes salidas del Ave.
De
repente, levanté la vista del folio y justo en aquél momento llegada él, un
poco triste. Tal vez porque sabía que había hecho esperar a esa niña de mirada
penetrante. Sosegada a veces como el agua de una balsa, y otras... agitada,
inquieta, como las olas de un mar poderoso, rompiendo con sus olas todo lo que
se encontraba a su paso.
Pude
percibir como discutían, y eso me dolía. A simple vista parecían la pareja
perfecta: jóvenes, apuestos y casi con los mismos objetivos en la vida.
Al
rato se besaron dejando atrás toda esa sensación gélida que anidó en mi
corazón mientras les observaba.
Se
dirigieron a una cafetería. Mientras estaban desayunando, las miradas cómplices
decían más de su relación, que la mejor declaración de amor; y es que se
amaban, tímidamente, pero se amaban.
Les
perdí de vista cuando entraron a facturar sus equipajes.
Ya
no sé como terminaría esa historia o quizás si comenzaría una relación sólida e
indestructible.
¡A
saber que pasaría entre ellos! Por más empeño que ponga, nunca lo sabré...
Solo
sé, que ahora me encuentro sentada en un asiento, rumbo a una ciudad que me
tiene enamorada; llena de ilusión, con miedo, pero ilusionada.
A
mi lado, esta él, aquél chico que entró en mi vida hace un par de meses;
sentado, escuchando música y respetando mi vida de escritora...
Una
espera diferente la de aquél día, porque es la espera, que llevaba esperando
toda la vida.
Esa
sensación de paz, de amor y de solidaridad.
—¿Qué
será de esa pareja?
—¿Se
amarán?
—¿Lucharán
por su felicidad?
No lo sé, pero si puedo escribir lo que deseo que sea: el comienzo de una verdadera historia de amor.
El amor siempre es como un trampolín. Muchas veces uno no sabe que esperar, pero allí va uno. Suerte con eso. Y gracias Eva.
ResponderEliminarWow, a mi también me pasa mucho eso de imaginarme historias con la gente que viaja en el metro o en el autobús, o que simplemente están tomando un café en un bar. Lindo relato.
ResponderEliminarLa creacion de historias observando a las personas a nuestro alrededor es un ejercicio facinante. Podemos ver historias completas o intermedias como esta y hay entra nuetra imaginacion a trabajar, a crear posibilidades, a dilucidar en lo que ocurrira y nunca sabras, ese es el nacimiento de la proxima historia.
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