-Ayer la ví.
José Francisco tiró la noticia en el grupo de terapia como
una bomba….
-En realidad los vi.
Estaba en el arenero del parque con el que supongo debe ser mi nieto.
Rebobinemos. Todo había comenzado dos semanas antes,
cuando Guillermo, el terapeuta que dirigía la terapia de grupo, les había
encomendado la “misión” de regalar una rosa y un libro a alguien significativo,
alguien que les hiciera enfrentar sus propios “dragones internos”.
Y José Francisco,siempre tan tan cumplidor, responsable y tan ejemplo de
buen paciente, había sido el primero en
cumplir con la tarea encomendada. Su “dragón” eran sus dos hijas, a las que no veía desde su
primer año en prisión, hacia casi veinte. Cuando se enteró que saldría en
libertad condicional por buena conducta-
José Francisco había sido un preso ejemplar-se puso en campaña a investigar
sobre el paradero de sus hijas (aunque hasta ahora solo había conseguido datos
sobre la mayor, Mariana).
Mariana tenía treinta y seis años, era Psicopedagoga y
trabajaba en un colegio de la capital. Según había podido averiguar el ex-bioquimico, la chica se había casado ya pasados los treinta con un arquitecto.
En realidad, Mariana Aztigueta había tenido un primer intento de matrimonio con bombos y platillos,
pero su novio la había abandonado en el altar para irse con otra. José
Francisco se preguntaba si de haber estado él presente en la vida de su hija-de
sus hijas-eso no hubiera sucedido. El seguramente habría “olido” al infeliz y nada de eso hubiera pasado. Curiosamente, él
se sentía más en deuda con su hija por no haber estado cuando su novio la
abandonó que por el hecho de haber asesinado a su madre y a su abuela (además
de al amante de su mujer).
Así fue como averiguó que todos los Martes, Mariana
llevaba a un niño a jugar al arenero del parque de su barrio y, muñido de una rosa roja y un libro, decidió ir a enfrentar a
su "dragón". El libro que había elegido para regalarle a su hija era “Matar A Un Ruiseñor” de la escritora
norteamericana Harper Lee. Este libro siempre había sido su libro de cabecera,
ya que José Francisco se identificaba fervientemente con los valores morales de
Atticus Finch, su protagonista.Y recordaba cuando muchas veces lo había leido junto con su "pequeña" Mariana en el sillón del living de su casa.
Así que ese Martes, se paró con la rosa y con su libro y
se quedó firme como las estatuas de la plaza, observando a Mariana.
Mariana ,a diferencia
de su hermana menor, no se parecía a su madre, más bien tenía mucho de
los Aztigueta: el porte, el cabello rubio arenoso, el cuerpo espigado y los
miembros largos, como si el mismo estuviera atravesado con una vara. Vestía un jean, unas botas de cuero de taco alto y un sweater color natural.
José Francisco se acercó a una distancia prudencial. Allí
logró ver que el niño que tendría unos cuatro cinco años de edad, tenía
Sindrome de Down.
-Lindo nene-comentó.
Mariana le dirigió una discreta sonrisa, sin reconocer a
su padre a primera vista.
-Se llama Nahuel.
Mariana lo volvió a mirar, algo extrañada. Bajó la vista
y observó el libro. José Francisco percibió una cierta palidez que se apoderaba
del rostro de su hija.
- - “Matar A Un Ruiseñor”. Mi padre solía
leerlo…¿Nos hemos visto antes? Su cara me suena familiar de algún lado.
Para José Francisco , esas palabras resultaron como un
estilete cuya punta estaba embebida en algún veneno de acción rápida. Y José Francisco sabía de venenos y de compuestos quimicios. Sin embargo,
se mantuvo imperturbable como la cal y se dirigió a su cometido.
-Tome. Esta rosa es
para usted. Y este libro también.
Era extraño llamar a su propia hija de “Usted”. La joven
se quedó sorprendida.
-¿Para
mí? ¿Por qué?-dijo Mariana, confundida, entre una mezcla de
sorpresa y desconfianza.
José Francisco siguió impávido, solo haciendo un gesto
con la mirada, tratando con orgullo estoico de contener las lágrimas .
Mariana hizo fuerza con la cara como queriendo recordar.
Y de repente recordó. Y su pequeño y rutinario mundo del arenero se derrumbó.
Se llevó una mano a la boca, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Pero
no eran lágrimas de tristeza, no; eran lágrimas de furia, de enojo, de
frustración. No dijo nada. Tan solo agarró a a su hijo e intentó irse.
_Vamos Nahuel.
José Francisco la agarró de un brazo.
-Soltame, asesino…O
me pongo a gritar acá…
-Hija…dejame por
favor…vamos a tomar un café..
-Dejé
de ser tu hija hace veinte años. Mi padre está muerto…Al menos, el padre que yo
quería. Y no el monstruo que envenenó a
tres personas a sangre fría por despecho.
-No, estoy bien
vivo y ya pagué por lo que hice. Y no los maté por despecho. Ellos se lo merecían,
eran unos inmorales, se reían de mí. Quiero saber de vos, de tu hermana. Nunca
más me vinieron a visitar…La última vez que las vi eran dos adolescentes…
-Dos adolescentes a
las que marcaste para siempre-dijo Mariana con la misma imperturbabilidad
de su padre. Mariana tomó con hastío a su hijo, le puso el abrigo y dándole la
espalda a su padre, comenzó a alejarse.
-¿Y
Vanessa? ¿Cómo está tu hermana?
Mariana se detuvo
de golpe y dándose la vuelta le dijo con una sonrisa bizarra, mezcla de
tristeza y desprecio.
-No sé. La última
vez que supe de ella fue hace varios años, cuando se escapó con mi novio a Colombia,mientras yo esperaba con mi vestido de novia de diseñador en la sacristia de la iglesia, haciéndome no solo cornuda , sino el hazmerreir de todas mis amistades.
José Francisco se quedó atónito. No podía creer que la
mujer por la que el futuro marido de su hija había dejado era por su otra hija.
No habái nada que hacer: Vanessa no sólo se parecía a Elsita en lo físico; evidentemente, también
en su personalidad.
Mariana siguió caminando y se perdió entre los tilos del
parque. José Francisco se quedó parado en el arenero, entre el tobogán y las
hamacas, con la rosa tirada en el piso y el libro en la mano.
No había que darle más vuelta al asunto: para su hija
Mariana, José Francisco no era ningún Atticus Finch.
Continuará….
No, la gente no olvida con facilidad. Un giro interesante, con el juego de la descendencia y todo lo que nos puede hacer. Gracias Gonzalo.
ResponderEliminarGracias, Carlos. Aunque en este caso...¿cómo olvidar ? Mariana tenia unos quince años cuando sucedió el triple crimen. Cosas asi, dejan secuelas...
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