Bajo
el manto estrellado de una noche que parecía tejida por dioses caprichosos, el
14 de febrero se desplegaba en todo su esplendor. La luna, enorme y plateada,
gobernaba el cielo, lanzando su luz sobre un mundo que se sentía más quieto,
más cargado de promesas. En ese escenario de sombras y susurros, dos almas
errantes, separadas por caminos insospechados, encontraron el hilo invisible
que tejía sus destinos.
Ella caminaba por el parque, envuelta en un abrigo que apenas contenía el misterio de su figura. Sus pasos eran ligeros, como si flotara sobre la grava. Su mirada exploraba la penumbra con una mezcla de cautela y anhelo, como si buscara algo que no podía nombrar.
Él estaba sentado en un banco, una figura solitaria envuelta en una chaqueta de cuero que no ocultaba del todo la tensión de sus hombros. Fumaba un cigarrillo, el humo elevándose en espirales hacia aquella luna. Había algo en su postura, en el modo en que sostenía el cigarro entre los dedos, que sugería una melancolía insondable.
Cuando
sus miradas se cruzaron, el mundo pareció detenerse. No hubo palabras, ni
gestos premeditados. Fue una corriente silenciosa que los empujó el uno hacia
el otro, un imán invisible que ignoraba toda lógica. Sin pensarlo demasiado,
ella se sentó junto a él. Las palabras no eran necesarias; sus presencias
hablaban un idioma más antiguo, más primitivo.
—¿Crees
en el poder de la luna? —preguntó ella, rompiendo el silencio con una voz que
tenía la textura del terciopelo.
Él
sonrió, una sonrisa ladeada que revelaba una chispa de ironía.
—Creo
en lo que esta noche quiera ofrecerme.
Fue
una conversación cargada de enigmas y pausas significativas, un baile verbal
que los acercaba sin que ellos mismos se dieran cuenta. Hablaron de sus
soledades, de los vacíos que llevaban dentro, pero sin revelar demasiados
detalles. Era como si entendieran que esta conexión era fugaz, algo destinado a
existir solo en ese breve instante.
El
parque, antes desierto, se transformó en un escenario privado. La brisa
nocturna llevaba el perfume de las flores, mezclado con el aroma del cigarrillo
que él apagó finalmente. Cuando sus manos se rozaron, una chispa eléctrica
pareció recorrer sus cuerpos. Fue un contacto intencional, lleno de curiosidad
y deseo contenido.
Sin
pensarlo dos veces, comenzaron a caminar juntos, dejando que sus pasos los
llevaran. Encontraron refugio en una pequeña cabaña de aperos, de madera,
olvidada por el tiempo, donde la luna se filtraba a través de las rendijas como
un espectador silencioso. Ahí, bajo ese techo improvisado, sus cuerpos
comenzaron un lenguaje nuevo, uno de caricias que hablaban de urgencia y
ternura al mismo tiempo.
Cada
gesto, cada beso, era una ofrenda a la noche. Se amaron como si el tiempo no
existiera, como si fueran los últimos seres sobre la tierra. Sus pieles se
encontraron en un éxtasis que mezclaba dulzura y pasión, desnudando no solo sus
cuerpos, sino también sus almas. Ella lo miró a los ojos en el momento más
intenso, como si quisiera grabar su rostro en la memoria. Él hizo lo mismo, y
por un instante, el universo entero pareció alinearse.
Cuando
la madrugada comenzó a despuntar, se vistieron en silencio, sabiendo que las
palabras solo arruinarían lo que habían compartido. Salieron de la cabaña, cada
uno tomando un camino distinto. No se dijeron sus nombres, ni prometieron
volver a verse. No había necesidad.
La
noche del 14 de febrero quedó suspendida en el tiempo, un recuerdo que ninguno
de los dos intentaría olvidar. Fue una epopeya breve, nacida de las
casualidades y bendecida por la luna. Y aunque nunca volvieron a cruzarse,
aquella noche vivió para siempre en el rincón más íntimo de sus corazones, como
un secreto compartido entre dos almas errantes.
Fran Medina Cruz
Definitivamente un encuentro mágico, solemos hablar de la magia de la navidad, pero tu relato a descrito muy bien lo que es también la magia del 14 de febrero. Un encuentro fantástico de dos desconocidos que han creado un mágico momento fuera de la vida cotidiana, un momento el cual no se olvidará y que seguramente, cada 14 de febrero cada uno volverá a recrear en sus mentes el mágico episodio que vivieron ese día.
ResponderEliminarLas aventuras de una noche siempre son especiales, románticas por el ambiente de misterio pero cortas como un suspiro. Especialmente en ese día especial, que los cuerpos hablen en lugar del amor siempre tiene una conotación especial, siempre buscada y anhelada por muchos (en especial los lectores de la revista). Gracias.
ResponderEliminarUna hermosa y romántica narrativa de un deseo de muchos y una posibilidad de pocos, quizás aquellos tengan suerte y el amor sea un bocadillo diario, para otros es quizá el agua en el desierto de concreto y soledad.
ResponderEliminar